Interior, noche. Unos amigos se hospedan en mi casa. Hemos caminado, leído, hablado, comido, bebido. El nivel intelectual ha sido alto. Antes de retirarnos a nuestros aposentos, nos abandonamos. Tropezamos con Telecinco y, cómo no, la vemos. Es ella.
Su rostro recauchutado nos atrae. Su hablar ordinario aún nos sorprende. Sus pestañeos incongruentes nos desconciertan. Sus labios son con dos butifarras catalanas, pero sin cocinar…
En 1998, cuando la conocimos, Belén Esteban era una chica de barrio, modestita: la legítima esposa de Jesulín de Ubrique. ¿Jesulín?
Aunque el ex torero ya está en horas bajas y consume sus días con una muchacha de Castellón de la Plana, nadie en España ha olvidado a aquel ‘toreador’ simpático e inculto, con mucho arrojo mediático, capaz de cantar con un empeño notable: «Toa, toa, toa, te nesecito».
Jesulín era, sí, un torero muy amado por cierto público femenino. ¿Muy amado? ¿Por qué? Aparte del gracejo y del desparpajo destacaban en él su alegría inconsciente, su populismo taurino, su ignorancia impenitente.
Por ejemplo, se encerraba él sólo con seis morlacos en corridas reservadas para mujeres, y eso provocaba el delirio, según dicen los cronistas con prosa evidente.
Además, no ocultaba su gusto por los lujos de nuevo rico: sus cochazos y demás, o ese chalé o cortijo de nombre enfático, ‘Ambiciones’. Allí, en Ambiciones, residieron Belén Esteban, Jesulín y la hija de ambos, Andreíta.
Allí vivieron hasta que se rompió el matrimonio: se les rompió el amor, como decía la llorada Rocío Jurado.
La familia del de Ubrique compartía la vida con otros personajes igualmente ambiciosos, los padres y hermanos de Jesulín, entre quienes destacaba el patriarca de la familia, don Humberto Janeiro. Y eso, en efecto, acabó quebrando la fidelidad.
Se separan. Desde entonces, Belén Esteban comienza una carrera en solitario. No se matricula en nada. De repente descubrimos que aquella muchacha modosita, siempre a la sombra de Jesulín, es una fiera, casi un toro.
Aumentan sus apariciones televisivas y en la prensa rosa. Habla con mayor desparpajo que su ex marido, sentencia ante las cámaras y filosofa con gramática parda y algo de sentido común. Es lenguaraz y no le importa trastabillar o equivocarse.
Se presenta como la princesa del pueblo y, por ello, tiene dificultades para llegar a lo más alto. Quiero decir: ya está en lo más alto y quizá por eso es odiada tanto como es amada. Amada por el Pueblo, así, en mayúsculas. ¿La Gente? Y odiada por los antiguos y por los nuevos habitantes de Ambiciones. Y por vecinos traidores…
El resultado, materialmente hablando, es muy lucrativo. Pasa por distintos platós de televisión rentabilizando los restos de su antiguo matrimonio, las habladurías.
Se incorpora como colaboradora de programas de cotilleo rosa exhibiendo su ignorancia, sus ingenios verbales y su buen corazón. No se avergüenza de sí misma.
Sobrelleva alguna enfermedad que declara en público (tiene azúcar) y se restaura la cara con alguna cirugía imposible. Ella es como la chica sin estudios que ha llegado, como la reina salida del barrio, algo muy folletinesco y consolador. ¿Qué más se puede pedir?
Telecinco la catapulta: participa en distintos programas reventando los índices de audiencia. Cuando la veo en televisión olvido la realidad, lo juro. En ocasiones, cuando he ido a parar a Telecinco, me pregunto qué hago allí. Algún día, yo también seré responsable de su caída.