Soy sexy y lo sé

Me fascina y me repele The Young Pope (2016), una realización televisiva de Paolo Sorrentino para HBO. ¿La historia de un Papa joven, bello y reaccionario que trastorna a la Curia? 

De entrada me atrae un relato de clérigos previsibles a los que un pontífice altera o enerva con su lascivia y nihilismo. Su posición fanática y su convicción religiosa casan mal con las rutinas y automatismos de la Corte. Eso nos pone en guardia o nos pone a cien. Excitadísimos, en fin.

La serie resulta interesante, incluso muy interesante, y cada plano es una saturación visual. O un ejercicio de estilo, con una morosidad estética muy propia de Sorrentino. 

El guión parece adecuado para expresar la doblez eclesial: la pompa y la inmoralidad del Vaticano. Como igualmente parece muy atinada la estética morbosa de esos cardenales mediocres y viciosos.

Jude Law encarna admirablemente al Papa, ese Pío XIII tan estomagante. El actor sabe qué hacer para representar a un personaje tan guapo y tan odioso: carga con su yo dolido, aquel que fue niño abandonado, aquel cuya orfandad reprocha al mundo. 

Que a la Curia incomode con su conducta atrabiliaria no nos lo convierte en aceptable. No nos lo convierte en más tolerable: ese Pío XIII asume su condición remota, de prisionero del Vaticano (de Pío IX a Pío XI). 


Que sea imprevisible o caprichoso no nos lo hace más simpático: la Santa Sede es una ciudad de viejos pescadores y pecadores. Y es Estado, el Estado de la Ciudad del Vaticano, en el que se reúnen lo más perverso y lo más retorcido de la política.
Es Pío XIII, un Jude Law perjudicado, un cura que se sabe sexy y pecador (Sexy and I Know it, escuchamos en una pieza musical lasciva que define al Papa lúbrico). Le gusta pescar entre sus corderos y se propone depurar una institución tan corrupta e igualmente pecadora.

Si lo pienso bien, me importa un comino la pequeña vicisitud de un Papa insólito. Menos me importaría si dicho pontífice fuera predecible. Me aburre el clero (lo padecí cuando era escolar).

Me enerva el poder de la Iglesia católica, anormalidad que debemos soportar desde hace siglos. Me saca de quicio la historia del Papado, que procuro olvidar. Detesto el dominio sagrado de las conciencias, esa gestión temporal de las riquezas, de las propiedades. Me incomoda la hipocresía de la diplomacia vaticana. 

Pero The Young Pope está tan bien contada y representada que me intereso por la vida de la Curia, por las pasiones de esos seres lúbricos y amputados. Qué bárbaros. 

Tolero mal los lujos en que los cardenales se regodean, los oros sobrantes y el arte expansivo, y tolero peor el vuelo de las sotanas y el tiro de las tiaras: es una estética que me satura, que me ahoga.  

Ahora bien, al ver la serie, me instruyo, pues en todo momento me pregunto por esa excepción del poder y de las riquezas, por ese dominio y esos retorcimientos. 

Es una ficción, me digo. 

Sí, sí, me respondo. Pero el caso de este Papa excitante y loco es la historia de un ser muy concreto y terrenal. Y hasta diabólico. Eso me digo con alivio y con un repeluzno.

—–

Justo Serna, Cartelera Turia, de 24 de febrero a 3 de marzo de 2017. Colaboración núm. 1 de mi columna semanal ‘Me quito el sombrero’

#carteleraturiajustoserna 1

https://www.facebook.com/Cartelera-Turia-184494174920495/

E02 – The Young Pope: la gran belleza vaticana

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