Escrito y publicado por primera vez el 10 enero de 2007
1. Siempre es tiempo de leer o de releer Lolita, de Vladímir Nabokov. Meses atrás [2005] conmemorábamos los primeros cincuenta años de la novela y, no sé por qué, pero aún me siguen fascinando su historia y sus personajes.
Ahora [2007], Galaxia Gutenberg informa de la publicación un volumen de las Obras Completas que incluye la célebre narración.
Leo el reclamo editorial: “La verdadera vida de Sebastian Knight, publicada en 1941 y Barra siniestra, aparecida en 1947, recibieron encomiables elogios de la crítica, pero tuvieron una tibia acogida por parte del público. Esto, unido a las dificultades con la censura que tendría su obra siguiente, Lolita, hizo que no fuera hasta 1955, con la publicación en París de esta última novela, cuando el nombre de Nabokov alcanzara celebridad mundial.
El libro, adaptado al cine por su autor en un guión que se traduce por vez primera en este volumen, fue dirigido finalmente por Stanley Kubrick. El libro contiene el guión inédito de Lolita. Completa este volumen Pnin, una satírica novela con un personaje típicamente nabokoviano: el profesor ruso Timofei Pnin, emigrado a los Estados Unidos”.
No he podido hacerme con un ejemplar de esa edición, pero lo intentaré inmediatamente. Me seduce la idea de leer dicho guión, elaborado por el mismo autor, pero sobre todo me interesa conociendo lo melindroso que era Stanley Kubrick con los textos de sus películas.
La novela, ustedes la recordarán, se presenta bajo la forma de una memoria personal, el relato de alguien aquejado de pederosis (¿y por qué no pederastia o pedofilia?): un especialista en literatura, un europeo nacido en París de padre suizo y de madre… con un oscuro origen.
No recuerdo ahora si irlandés o inglés. En cualquier caso, mi lapsus y la imprecisión de los datos que proporciona el narrador son lo suficientemente significativos de ese origen mestizo, sombrío, europeo…
La memoria relata principalmente el año de convivencia entre este europeo, al que conocemos con el nombre de Humbert Humbert, y Dolores Haze (Dolly o Lolita o Lo).
Lolita es una nínfula, es decir, “una niña demoníaca” cuya edad oscila entre los nueve y los catorce años y en la que se mezclan una “tierna y soñadora puerilidad” y una “especie de vulgaridad descarada«.
Una doncella que embruja, una muchachita que ejerce un atractivo sexual desde su propia inocencia perversa. ¿Inocencia perversa? ¿Dónde arraiga la perversidad? ¿En Humbert Humbert o en Lo?
El primer contacto sexual no tiene lugar hasta que Lolita lo desea, es decir, H. H. no la fuerza y no es propiamente un delincuente. Agraciado con una herencia, con una renta heredada de un tío americano propietario de una firma de perfumes, nuestro académico acude a los Estados Unidos para ejercer su profesión de estudioso de la literatura.
Por azares diversos acabará hospedándose en casa de la viuda Charlotte Haze, madre de Lolita, una dama madura con quien finalmente se casa. Su boda con Lotte es un ardid para estar más cerca de Lo, una artimaña que sale bien.
Un accidente providencial acabará con la viuda y H. H. podrá huir con la nínfula emprendiendo un viaje por la América profunda, de costa a costa: una auténtica road fiction, diríamos. Ese año de convivencia, que comienza en agosto de 1947, es placentero y a la vez delirante…
Lolita desaparecerá, presumiblemente secuestrada (o eso al menos es lo que se infiere del relato de H. H.) por un tal Clare Quilty, un oscuro personaje al que H. H. ve reaparecer en distintos papeles: médico, director teatral de Lolita, etcétera.
Cuando en 1952, H. H. vuelva a encontrar a Lo, ésta es ya un mujer casada y embarazada, una joven esposa que ha contraído matrimonio con un muchacho robusto aunque algo simple.
A pesar de proponerle la huida, H. H. sabe que Lolita es ya irrecuperable: de hecho sabremos después que morirá a consecuencia del parto. También fallecerá Humbert Humbert, en prisión, de una trombosis coronaria.
El final de la memoria escrita anota la búsqueda y el encuentro de Clare Quilty y su ejecución por H. H., quien empuña una pistola deliberadamente fálica, ‘freudiana’ (eso es lo que nos dice). El relato, así, es la historia de una degradación contada por él mismo.
Pero hay algo más. La memoria está precedida de un prólogo firmado por un tal “John Ray Jr., Doctor en filosofía”, que subraya los valores literarios, psiquiátricos y finalmente morales del libro que nosotros estamos leyendo.
«Salvo la corrección de algunos solecismos y la cuidadosa supresión de unos pocos y tenaces detalles”, el doctor admite estar ante unas “notables Memorias«.
Esas memorias podrían incluso ser consideradas “sencillamente como una novela” que encerraría una lección general: “la niña descarriada, la madre egoísta, el anheloso maniático”, arquetipos humanos trazados con hondura. Y todo ello sin valerse de términos obscenos, aclara.
Pero no es el valor literario lo que más le preocupa, sino su significado psiquiátrico y moral, y en ese aspecto tiene un actitud ambivalente.
Por un lado admite que un porcentaje significativo de los varones adultos norteamericanos “pasan anualmente de un modo u otro por la peculiar experiencia descrita con tal desesperación por H. H.”, lo que le inspira al doctor un sentimiento de piedad por quien murió por amor a Lolita, por quien escribió estas melancólicas memorias.
Pero, por otro, el galeno no tiene “la intención de glorificar a H. H.” ¿Por qué razón? Porque, bien mirado, fue “un hombre abominable, abyecto, un ejemplo flagrante de lepra moral, una mezcla de ferocidad y jocosidad que acaso revele una suprema desdicha”.
Pero cuando creíamos que el doctor Ray se refería exclusivamente a la conducta sexual descubrimos que sus reproches son sobre todo una reprimenda patriótica, pues “muchas de sus opiniones formuladas aquí y allá sobre las gentes y el paisaje de este país son ridículas”, el juicio rencoroso de un europeo emigrado.
Nosotros sabemos, sin embargo, que esas descripciones forman parte ya de la imagen, de la visión que América exportó de sí misma desde los años cincuenta: la vida de carretera, de Motel, de plásticos modernos y de aluminios deslumbrantes, de caminos polvorientos atravesados por automóviles rutilantes; la América de esplendor consumista y de vulgaridad audaz, la América que estaba a punto de exportar la revolución del rock y la expansión juvenil, la de unos vástagos bien nutridos que se rebelan contra sus mayores y que se identifican con una indumentaria particular.
Al menos el ejemplar que yo tengo se cierra con un breve texto rubricado por Nabokov en el que el autor detalla la cronología de Lolita y de su gestación, y sobre todo donde desmiente parte de las aseveraciones del prologuista apócrifo, esas palabras sensatas, analíticas y dolidas del doctor Ray.
¿A quién hacer caso? El paratexto de Nabokov (“Sobre un libro llamado Lolita”) se integra en el texto, en la ficción, y por eso es víctima de su propia ideación fantasiosa. ¿Y por qué íbamos a creer al entrometido autor que se eleva sobre sus criaturas?
Juzguen ustedes mismos y lean y relean lo que, en efecto, es un monumento del siglo XX.Yo, como el viejo profesor H. H., ya estoy dispuesto a releer la novela y a descubrir algo nuevo que me desconcertará: el guión de una película fascinante.
2. Ayer vi una película inevitablemente emparentada con la Lolita de Kubrick: Ninette, de José Luis Garci. Leo la sinopsis de la productora: «Ninette es la refundición y adaptación cinematográfica de las dos obras (Ninette y un señor de Murcia y Ninette, Modas de París) que [Miguel] Mihura dedicó a su personaje preferido, la inteligente, sexy, graciosa y espontánea muchacha parisina que trabaja en las Galerías Lafayette y que, a partir de ahora, siempre recordaremos con la sonrisa y figura de Elsa Pataky».
La producción es barata y, como el film de Kubrick, se desarrolla en interiores, en un plató adaptado incluso para simular exteriores. Pero hay una gran diferencia: el aspecto escenográfico de la película de Garci es menesteroso y el guión previsible sólo se sostiene por el papel de los actores.
Viendo el film, con esos interiores de mesa camilla y brasero, con esas calles recreadas en plató, tenía la impresión de estar contemplando el capítulo de una teleserie de época, una de esas en las que se muestra la España de la posguerra, repleta de frases rotundas o de secuencias que acaban con cierre y moraleja.
Garci es capaz de enfriar la tentación de una Ninette encarnada por Elsa Pataky gracias a que es la suya una película muy hablada. Recuerdo el bla-bla-bla inacabable de sus films. En sus historias hay siempre alguien que habla por no callar. En fin.
https://justoserna.com/2007/01/10/el-regreso-de-lolita/