La radio como instrumento de alboroto, de propaganda, ha sido y aún es una herramienta utilísima.
Cuando pienso en su versión más noble, inmediatamente me viene a la cabeza la BBC en la contienda, en la Segunda Guerra Mundial.
Más en concreto, recuerdo el caso de Thomas Mann, no como novelista, a quien rendimos homenaje con la lectura de sus obras, sino como agitador radiofónico.
En marzo de 1933, el escritor abandona Alemania con destino a Suiza y después, en 1938, a los Estados Unidos. Le será arrebatada su nacionalidad.
Pero eso no le impide interpelar directamente a sus antiguos compatriotas, agitar su conciencia, mostrarles la inmundicia ideológica de Hitler. Su mentira.
» «¡Despierta Alemania!» Con este señuelo se os atrajo una vez a la funesta ilusión del nacionalsocialismo. Pero más piensa en vuestro bien quien os exhorta diciéndoos: «¡Despierta, Alemania! ¡Despierta a la realidad, a la sana razón, a ti misma, al mundo de la libertad y del derecho, que te espera» ”.
Eso proclama Mann en julio de 1941. El mundo se derrumba y los antiguos connacionales del escritor deben alzarse contra su guía y opresor. Contra sus mentiras.
A través de la BBC, Mann pronunciará casi sesenta discursos, discursos palpitantes y conmovedores en los que se dirige a lo mejor de Alemania.
Hay versión española en Oíd, alemanes…
Discursos radiofónicos contra Hitler (2004), un libro ya antiguo pero aún vibrante. En tiempos de aflicción, como los actuales, es una enseñanza memorable.
Mann se dirige a su historia, a la de Alemania, y a su ciencia, a las conciencias de sus antiguos conciudadanos. Se dirige a la honradez que todavía espera de su vieja nación.
Alemania es, sí, una nación que se ha abandonado, que se ha dejado estafar por un tirano vesánico e improbable: por sus señuelos y mentiras, no sólo por sus amenazas.
Mann será pertinaz en su apología de la verdad, de la democracia liberal, del parlamentarismo. Será insistente en su exaltación de la libertad de prensa, de juicio y de opinión. Nada de ello ha perdido su vigencia.
Pero lo más notable de aquel gran escritor acomodado que ahora se convierte en agitador (después de haber profesado como ‘apolítico’) es la execración misma del dictador.
Para entonces, Mann es el novelista burgués por antonomasia, el descendiente de un refinado linaje de Lübeck y acreditado por sus frutos literarios. Es también aquel que desde fecha temprana ha vivido distanciado de la política.
En 1940, el ciudadano Thomas Mann ya ha dejado de ser un burgués apolítico para convertirse en un agitador radiofónico. Pero no serán el arte o la carne o los sentidos o el amor o la sensualidad enfermiza las causas que lo exciten o lo exalten.
Será un tirano, “con su descarada mendacidad, su miserable crueldad y espíritu vengativo, con sus constantes rugidos de odio, con su manera de estropear la lengua alemana, con su fanatismo vulgar, su ascetismo cobarde, su grotesca afectación, su menguada humanidad toda, horra del más leve rasgo de grandeza de ánimo, de alta espiritualidad”.
Es decir, Mann arremete contra Hitler haciendo valer su condición burguesa, linajuda, que el dictador pisotea con el plebeyismo, con la demagogia, con el populismo.
Como leemos en su novela de entonces, Doktor Faustus, ‘para todo amigo de la ilustración, la palabra pueblo y su concepto mismo conservan algo de primitivo que causa aprensión y es porque se sabe que basta tratar de pueblo a la multitud para predisponerla a actos de regresiva maldad”. Punto y aparte.
Por eso, el escritor emprende una acción insegura pero brava: se aparta de ese pueblo dispuesto a cometer o a justificar precisamente actos de regresiva maldad.
Mann se destierra, pierde la nacionalidad, se separa de sus conciudadanos y se pronuncia en la radio con un enérgico acento panfletario, tan lejos de la demorada prosa por la que le habían concedido el Nobel.
Entre cinco y ocho minutos en las ondas le bastan para arengar a sus compatriotas. Al principio, Mann envía el texto a Londres por cable y allí será leído por un locutor alemán de la BBC ante el micrófono. Después se cambiará el sistema.
Mann grita y dice lo que tiene que decir en el Recording Department de la NBC de Los Ángeles, lugar en donde se impresiona un disco que se remite por avión a Nueva York.
Su contenido se transmite luego por teléfono a Londres, capital en la que se registra en otro disco para ser emitido ante el micrófono.
Como vemos, todo un alarde de modernidad técnica al servicio de la democracia. Como vemos, una red social de combate por la verdad, por los derechos, por la cultura, por el discernimiento.
Nada de eso ha perdido valor.