El 11 de septiembre

Desde hace unos años, cada vez que se acerca el 11 de septiembre nos sobrecogemos.

Créditos: fotografía BBC

Recordamos las imágenes televisivas que hemos visto cientos de veces y hacemos sociología de urgencia.

Nos preguntamos por qué pasó o, más sutilmente, qué pasó. Nos interrogamos acerca de los precedentes y de las predicciones razonadas. ¿Puede volver a pasar?

La simple visión de un par de aviones incrustrándose en las Torres Gemelas nos atudió, nos dejó sin habla.

Pero quizá lo que más nos impactó fue lo que ocurría en el suelo, en tierra: la ceniza, ese gris que todo lo envolvía tras el hundimiento, la solidaridad primaria y primera, elemental. Nos quedamos boquiabiertos: sin habla, insisto.

¿Sin habla? No, no: aquel hecho insólito, inaudito, provocó un aluvión de discursos, una expresión aturdida o reflexiva, analítica o vengativa.

Muchos quisimos decir la nuestra, explicarnos qué había sucedido. Para ello nos servimos de todo tipo de recursos: de analogías, de conocimientos históricos, de informaciones contrastadas, de impresiones temerarias, de ignorancias atrevidas.

Quisimos averiguar y exponer la etiología de aquel inmenso crimen, el contexto político, ideológico, religioso, de aquel infierno. Ven, ya me sale una imagen muy fecuente en aquellos días: el Infierno.

Ateos, agnósticos, creyentes: tuvimos que valernos de fórmulas y de metáforas bíblicas para expresar lo inexpresable, lo inefable.

El terrorismo cambiaba de forma y, sobre todo, cambiaba sus resultados: de operar localmente, pasó a intervenir global y mediáticamente.

Que todos viéramos lo mismo, que todos asistiéramos a la repetición de un hecho ‘dantesco’ que había sucedido de verdad, nos aturdía aún más.

No era posible desentenderse o mostrar aburrimiento. La puesta en escena y la conclusión del último acto nos trastornaban. Dantesco, último acto: metáforas que para entonces ya estaban gastadas.

Yo también me vi escribiendo en la prensa para decir… ¿qué cosa? Poco: la simple congoja que aquello me producía. “El artículo más triste”, en El País, titulé la pieza en la que, no sé por qué, me valía de una única imagen.

¿Cuál? La del hundimiento nazi, la de los últimos días del Reich milenario, la de la esperada consumación apocalíptica.

Recuerdo que leí muchos de los libros que entonces se publicaron. Quería saber o averiguar el perfil de un acontecimiento monstruoso, un suceso hiperreal.

El islamismo no es una nostalgia de otra época, sino una utopía arcaica o arcaizante, una arremetida que aún sigue. Quiza hoy vivimos el terrorismo global de una manera menos dramática o más egoísta que en 2001.

Regresemos a esa fecha, a 2001, y tratemos de recordar nuestras impresiones de entonces o, al menos, lo que el mundo sintió cuando el presunto accidente se convertía en ataque.

En aquel momento, lo que nos sobrecogió espantosamente, lo que derrumbó nuestra idea de lo humano, lo que nos hizo ingresar en otra época, fue el segundo aparato incrustándose en la Torre Sur.

O en los términos de Martin Amis en uno de sus libros: “La llegada del segundo avión, rasgando el cielo en vuelo bajo sobre la Estatuta de la Libertad: ése fue el momento definitivo”.

Sí. “Hasta entonces, Norteamérica pensaba que no estaba presenciando sino uno de los peores desastres de la historia; ahora podía tener una percepción de la vehemencia aterradora orquestada en su contra”.

En efecto, mientras sólo era un aparato el que se había estrellado, los espectadores aún podían confiar en la mala fortuna: todo era un dantesco accidente.

Cuando llega el siguiente y el piloto repite la misma acción, el estupor se convierte en incredulidad y en espanto: no hay azar, no hay fatalidad, sino una decisión humana.

Han pasado los años. ¿Acaso hemos conjurado la amenaza que sobre nosotros se cierne?

En absoluto: sencillamente hemos aceptado que cuando ocurra, cuando yo me muera al menos, es probable que ni me entere. No hay penitencia ni deber que cumplir.

Lo único que queda es seguir viviendo con ganas.
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El artículo más triste – https://elpais.com/diario/2001/10/02/cvalenciana/1002050280_850215.html

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