El 11-M. La interpretación conspirativa

Breve apunte, quince años después

UNO. Durante semanas, qué digo semanas, durante meses (y años), algunos políticos y algunos periodis­tas pensaron y explicaron el 11-M en términos conspirativos. ¿Complot?

La interpretación conspirativa de la historia es ya una vieja tradición que habría que remontar, como po­co, al siglo XVIII.

Fue entonces, en aquel tiempo, cuando ciertos observadores reaccionarios, con Joseph de Maistre a la cabeza, se empeñaron en hacer de la Revolución francesa un episodio confuso.

No sería una conmoción social, sino un acto infernal y purgante urdido por ‘philosophes’ libertinos y ateos. Etcétera. De Maistre se hacía preguntas y más preguntas…

Desde entonces hasta hoy mismo, la sospecha de que hay una conspiración sobre la que interro­garse es un recurso socorrido.

Se da cuando la explicación racional y probada de lo que sucede deja insatis­fechos a quienes se abandonan a su imaginación afiebrada o a sus inte­reses inconfesables.

Según el diagnóstico de algunos analistas, la interpretación conspirativa de la historia es también paranoica. Por eso, no extrañará que quienes la cultivan recreen la realidad. Y eso cómo lo han hecho.

En primer lugar, seleccionan­do las fuentes; en según lugar, administrando arbitrariamente lo que les confirma: en tercer término, descartando lo que les incomoda; en cuarto lugar, planteando una tras otra las preguntas más exaltadas que puedan pensar.

Pero esas preguntas encadenadas y extremas no muestran lucidez sino patología, pues con ellas incumplen el procedimiento detectivesco.

A falta de certidumbres, es verdad que el investigador siempre prefiere empezar un camino incierto antes que admitir sin más su ignorancia. Pero las preguntas de las que parte han de ser las de fundamento más sólido.

Carece de sentido obstinarse en la sospe­cha más delirante buscando pruebas que no aparecen.

Así lo señalaba, por ejemplo, Thomas Sebeok cuando comparaba el método inferencial de Charles S. Peirce y el de Sherlock Holmes.

Empezamos por lo más sim­ple, por los datos probados, no por la conjetura más ofuscada que nos lleve a la explicación más fantasiosa y menos argumentada.

Pues eso, justamente eso, es lo que ha pasado: durante años nos hemos tenido que desayu­nar cada día con conjeturas alucinadas de reporteros empeñosos jaleados por políticos en horas bajas.

Unos -los periodistas- parecen personajes escapados de ‘El péndulo de Foucault’, de Umberto Eco, tipos intoxicados por las novelas de espías; y otros -los políticos- parecen urdidores de una confusión con la que esperan retrasar su declive.

No hay imagen que veamos que, debidamen­te combinada con otras, no reve­le y resuma un presunto misterio del atentado, un atentado en el que, desde cierto punto de vista, todo estaría en conexión…

O como dice en uno de sus libros Ignacio Villa, antiguo director de los servicios informativos de la Cope, «todo parece pensado y controlado por alguna mano negra que terminaremos conociendo, pero que manejó los hi­los con una maestría singular».

¿Mano negra, hilos? Villa, que encarna con singular torpeza la expresión de ese pensamiento conspirativo, se hacía preguntas encadenadas. Son éstas:

«¿De quién fue el diseño de los atentados y de las pruebas? ¿Qué relación real hay entre los terroristas etarras y los atentados? ¿Qué sabían las «cañe­rías» del Ministerio del Interior de lo que se estaba preparando? ¿Qué cono­cían los servicios secretos españoles, marroquíes o franceses de la orga­nización de los atentados ¿Quién pensó y organizó la reacción del PSOE y de sus terminales mediáticas los días 12 y 13 de marzo? ¿Qué motivos hay pa­ra que Zapatero nunca haya reconocido que la victoria electoral del 14 de marzo se debe a los atentados de Madrid?»

Etcétera. Hacer preguntas encadenadas es una fórmula retórica muy vieja y con truco.

Interrogas sin parar como si una cosa llevara a la otra, como si los supuestos estuvieran documentados o probados. Buscas, pues, las conexiones más extremas sin que las bases estén confirmadas; buscas lo que hay detrás…

En Italia llaman ‘dietrología’ a la creencia obsesiva, incluso perturbada, de quienes piensan que todo está relacionado con todo.

Llaman así a la sospecha enfermiza que padecerían quienes siempre ven, detrás de las cosas, indicios abundantes de una conspiración oculta que se revela si se sabe preguntar.

Cualquier hecho no sería lo que de entrada parece, pues detrás de su apariencia habría una maquinación ideada para manejar los hilos de la realidad.

En efecto, es ahí en donde está la mano negra que buscan Villa y con él reporteros fantasiosos y políticos fracasados: la mano que enreda.

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DOS. ¿»Una masacre sin autor intelectual»?

El diario ‘El Mundo’ hacía metáforas de objetos: de muebles, de circunstancias o de hechos que de entrada significan lo que significan, algo literal.

En la cubierta que este periódico publicaba el 1 de noviembre de 2007 una silla no es una silla: es un símbolo.

Ese día, ‘El Mundo’ ilustraba su titular de portada ”Absueltos los ‘cerebros’ del 11-M” con un gran fotografía en la que, según indican expresamente, la protagonista es una silla.

“La silla vacía frente al tribunal del 11-M, mientras se lee el fallo, expresa el vacío que ha dejado la sentencia: nadie responde por la autoría intelectual y la planificación de la mayor matanza terrorista de la Historia de España”.

¿La silla vacía?

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TRES. El 11-M, sin autoría intelectual, decía el titular que inmediatamente publicó elmundo.es

Reproducía el cargo o el reproche o la autodefensa de que se había servido el líder de la oposición en su Declaración de 31 de octubre ante la sentencia judicial.

“Quiero recordar también“, añadía Mariano Rajoy, ”que el PP defendió siempre la necesidad de investigar hasta sus últimos detalles todos los aspectos del atentado más grave de nuestra historia“.

¿Y quién se opuso a que se investigara? ¿Qué partido impidió a los jueces investigar? Que yo sepa los tribunales pudieron reunir, acopiar, examinar, evaluar las pruebas que incriminan sin que otras instituciones del Estado o una mano negra impidieran realizar dicho trabajo.

“Por ello, entre otras, hemos apoyado la investigación que ha dado lugar a la sentencia dictada hoy y seguiremos apoyando cualquier otra“, insistía Mariano Rajoy.

¿Entre otras investigaciones? ¿Entre otras investigaciones?

¿Ah, pero es que ha habido otras que completan la instrucción? Si se estaba refiriendo a las pesquisas periodísticas, las de ‘El Mundo’ o ‘Libertad Digital’, ¿éstas se sostenían aún o se descartaban?

Que yo sepa, los tribunales sólo ordenaron esta investigación. No hay otras… Pero el líder de la oposición insistía: cualquier otra “que permita avanzar sin límites en la acción de la justicia“.

¿Avanzar sin límites? ¿Y cuándo consideraremos que la investigación ha concluido? ¿Quién determinará el límite que no hay que rebasar o el momento en que ya hay que parar?

Cualquier otra investigación, apostillaba Mariano Rajoy, puesto “que los acusados como inductores o autores intelectuales, son los términos que utiliza la sentencia, no han sido condenados como tales“.

Autores intelectuales…

El concepto de autor intelectual es muy cómodo. Permite aludir a una mano negra que no habría sido capturada. Los responsables materiales del atentado habrían sido unos ‘mandados’, pero el cerebro que lo urde permanecería en la sombra.

Aparte de mentalidad conspirativa y paranoica que entraña, esto es fruto de la ficción a la que tanto apego tenemos.

Si hay una conjura en un film, el espectador se siente copartícipe de algo grande y probablemente malvado y, además, las conspiraciones fantaseadas son muy entretenidas.

Te tienen loco todo el tiempo que dura la película.

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Referencias: ‘Levante-EMV’, 2 de marzo de 2007 ‘El Mundo’, 1 de noviembre de 2007.

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