Sé que su último film ha sido justamente celebrado. Me refiero a Érase una vez en… Hollywood (2019). Tiene ingenio para tratar el pasado y para administrar la violencia, que es hábito o sello de sus películas.

Generalmente quienes se oponen a Quentin Tarantino no le reprochan sus ignorancias cinematográficas.
El director demuestra un saber enciclopédico. Es otra cosa, bien conocida de todos lo que molesta.
Aquello que usualmente se le afea es lo que llamaríamos el uso gratuito, paródico o chistoso de la violencia.
He de confesar con algo de reparo dos cosas. La primera, que me gustan los films de Tarantino.
La segunda, que me hagan reír es algo que agradezco mucho. Es el mayor presente con el que se me puede obsequiar.
¿Pero cómo y quién te hace reír? ¿Puedo consentirme unas risas si la película que disfruto hace chanza de la agresión?
He de llevar cuidado con mi reputación. A ver si se me va a tomar por un frívolo o por un irresponsable o, sin más, por un violento que disfruta vicariamente de los mamporros y de la sangre vertida.
Recuerdo cuando vi Pulp Fiction (1994), de Tarantino. La vi de estreno, es decir, en 1994. Yo era más joven y quizá más impresionable.
La verdad es que me sorprendieron el tratamiento cómico de la violencia y la banalización del horror pistolero.
«Hola, soy el Sr. Lobo. Yo arreglo problemas”, decía el personaje interpretado por Harvey Keitel en aquella película. Seguro que recuerdan la secuencia tan famosa.
John Travolta y Samuel L. Jackson estaban en un serio aprieto. De su coche tenían que hacer desaparecer los restos de un cadáver: más concretamente los sesos desparramados de un tipo que acababan de apiolar.
¿Eso puede ser chistoso? El Sr. Lobo sabía cómo limpiar el vehículo, cómo retirar hasta el último vestigio sanguinolento. Eliminar pruebas, vaya.
La prueba es central en el trabajo del policía, del detective, del juez. En la prueba, lo decisivo es conservar testimonios y huellas que sirvan para la pesquisa criminal.
El Sr. Lobo atentaba contra lo sucedido. Al eliminar pruebas, exculpaba y, sobre todo, destruía lo pasado, lo cambiaba.
A un historiador, que es lo que soy, esta tarea —la de asear el presente eliminando restos— siempre le parecerá punible o chocante.
Punto y aparte.
Con Érase una vez en.. Hollywood, Quentin Tarantino me ha procurado los minutos de felicidad cinematográfica más chistosa de este pasado verano. Siempre le estaré agradecido.
Algunos de sus detractores que ahora le reconocen cierto mérito señalan que aquí el director no abusa de la violencia. No estoy de acuerdo.
Hay alguna secuencia de crueldades muy graciosas y sangrientas que los espectadores agradecemos, justo porque altera el pasado auténtico y trágico de lo que en la realidad ocurrió con la Familia Manson y Sharon Tate.
Los instintos insatisfechos son las fuerzas impulsoras de las fantasías –sostenía Sigmund Freud–, y cada fantasía homicida o reparadora es una satisfacción de deseos, una rectificación de la realidad insatisfactoria.
De la película no salimos más violentos (necesariamente). De los films de Tarantino salimos con el convencimiento de que los villanos tienen su merecido. Como en las cuentos.
Es, sí, una fantasía.

Deja un comentario