Decir casi lo mismo, cuyo subtítulo es Experiencias de traducción, es un volumen de ensayos que Umberto Eco publicó en 2003 en italiano y que, tiempo después, leí en la traducción española de Helena Lozano para Lumen.

Ahora, por razones que no vienen al caso, he debido remitirlo a una persona que lo necesitaba. Y con mucho gusto cedo ese ejemplar a mi corresponsal.
En esta obra, Eco trata temas referidos a la teoría de la traducción. Eso sí, está plagado de ejemplos y, sobre todo, de experiencias propias, personales.
De Eco, me refiero. En realidad, el libro, muy complejo y de asunto árido, es por momentos de una jovialidad descacharrante, de una ironía que desarma.
Eco sabía hacerlo así. Comienza con el relato de su experiencia personal como traductor, como editor de traducciones de otros o como autor traducido, novelista en este caso.
El material reunido procede de conferencias y seminarios celebrados en Toronto, Oxford y Bolonia, y de reflexiones y estudios publicados originariamente aquí y allá.
Esos materiales tratan sobre los Ejercicios de estilo, de Raymond Queneau o Sylvie, de Nerval. También hay ecos de su libro La búsqueda de la lengua perfecta (1993). Y de sus estudios acerca de James Joyce. Etcétera.
Es casi una autobiografía literaria e involuntaria del lector y del autor Eco: de sus maestros y colegas. Entre otros, Charles Sanders Peirce, Roman Jakobson, Hans-George Gadamer y George Steiner. Y, por supuesto, Jorge Luis Borges.
En sus páginas los ejemplos se multiplican. Entre los autores y referencias que emplea están, aparte de los mencionados, Charles Baudelaire, Carlo Collodi, Dante, Manzoni, Montale, Poe, el Poe de The Raven. Y, claro, también la Biblia.
Hay un pasaje dedicado a La muerte en Venecia, de Thomas Mann, y a su adaptación cinematográfica por Lucchino Visconti, a sus similitudes y a sus diferencias, etcétera. La sutileza de esas páginas es soberbia.
La pregunta es esta que sigue. ¿Cómo pudo ser una persona tan cultivada, tan sabia, con ese refinamiento intelectual, y a la vez ser un académico tan jovial, tan divertido?
El envaramiento y hasta el rigor mortis son características tristemente frecuentes de nuestro mundo universitario. Muchos colegas confunden la seriedad con la severidad, el tedio que sus escritos provocan con la altura o la hondura.
En Umberto Eco hay una ironía que recorre todas sus obras, desde las más especializadas hasta las más entretenidas o aparentemente superficiales, desde sus estudios académicos hasta sus colaboraciones periodísticas.
En realidad, Umberto Eco siempre estuvo traduciendo. No sólo como profesional, sino como oficiante de la cultura.
Traducimos cuando leemos lo que otro ha escrito incluso en nuestra propia lengua en un contexto que no es el nuestro. Traducimos al interpretar las intenciones insertas en un texto y que debemos captar para no malinterpretar, precisamente.
Creemos ser copartícipes de unas mismas referencias y resulta que somos extraños, extraños para nosotros mismos. Hay un elemento indescifrable en cada uno de nosotros que no depende de la lengua, sino de los usos particulares.
Es por eso por lo que debemos traducir lingüísticamente y, sobre todo, culturalmente, pues no siempre somos miembros de unas mismas comunidades, de un orden también moral.
Pero tampoco exageremos. Lo que creemos originalidad, algo que nos es propio y hasta exclusivo, frecuentemente es fórmula empleada, un sintagma ya usado, una idea reiterada. Vaya, que hablamos repitiendo.
Escribí un pequeño ensayo que era una celebración de Umberto Eco. Lo escribí por encargo y, seguramente, es una de las obras de las que estoy más satisfecho. No lo digo por narcisismo. Lo digo por agradecimiento a lo que Umberto Eco nos enseñó, a tanto que nos transmitió.
Todo en él era una pesquisa detectivesca en la que había que descubrir pruebas, huellas, restos de un entero incompleto. Todo en él era un juego de paciencia (¿lo que hoy nos falta?) en el que la indagación procura placer y conocimiento y más preguntas. Esto es, una perplejidad y una felicidad crecientes.
I still miss Umberto!