Alberto Haller, director editorial de Barlin Libros, nos anuncia una novedad en su sello: las memorias de Suze Rotolo. Es una excelente idea por la que felicitarle.
En su momento leí pasajes de dicho volumen en inglés. Resultaba inteligente y bellamente nostálgico, inspirador. Grande Rotolo.
Ahora me dispongo a completarlo en la edición española de Barlin. Es mi particular homenaje.
Qué años. Estamos a comienzos de los sesenta, cuando Bob Dylan llega a Nueva York, al Greenwich Village… Se instalará con Suze Rotolo, de quien se enamora como un verraco.
En las memorias de Dylan, Crónicas 1, se presenta como un hombre llano, un americano que de joven sólo ambicionaba salir, marchar.
Llano el personaje, sin metas manifiestas, de gustos primarios y a la vez muy humanos. Él sólo es un muchacho de Minnesota, una tierra de fríos áridos; él únicamente es un joven que llega al Village.
Llega, sí, en busca de una sala en la que tocar y de una discográfica con la que grabar.
Llega tras la estela de Woody Guthrie y allí se encuentra a Suze Rotolo, la primera mujer con la que compartirá frío, apartamento y amor.
De esa experiencia quedan, entre otras cosas, un disco perfecto, una carátula que me sume en la melancolía de una vida no vivida y unas memorias bellas, las de Suze Rotolo, ilustradas en su cubierta con esa instantánea.

Como escribí tiempo atrás, la fotografía la hizo Don Hunstein, fotógrafo de Columbia Records, en pleno Greenwich Village de Nueva York.
La imagen ha sido miles de veces repetida, copiada, imitada, parodiada. Han transcurrido casi sesenta años y esa pareja de enamorados aún nos conmueve con su ternura.
No son exactamente guapos, pero son jóvenes bien apretaditos que roturan la nieve, la calzada por la que caminan. Tienen la vida por delante.
Estamos —ya digo— ante la carátula de The Freewheelin’ Bob Dylan (1963).
La indumentaria que ambos muchachos llevan es insuficiente para el frío ambiental que padecen. No importa. Caminan estrechamente abrazados, manifiestamente enamorados.
Viven su romance y lo exhiben ante el mundo sin reparos. El deseo, la carne, el amor. Se rebelan contra los elementos y contra las convenciones sin que eso les quite placer, expectativa o belleza.
Lo esperan todo, a pesar de que el mundo puede acabar pronto en un final atómico: las canciones del álbum son tristes y nadie confía en el porvenir de la Tierra.
Aún sorprende la fotografía. Ambos marchan solos: no tenemos ojos más que para ellos. No hay muchedumbres, no hay masas ruidosas, no hay vehículos circulando. Bob y Suze nos imantan.
Vemos en contrapicado a esa pareja de jóvenes. Marchan amartelados, en actitud fraternal, cariñosa.
Avanzan por una calle de Nueva York, concretamente en la esquina de Jones Street con West 4th Street: lo dicho, en pleno Greenwich Village.
Están ateridos de frío. Han abandonado la acera y caminan por el centro de la calzada, por ese centro del mundo: libres, irresponsables, espontáneos.
Parecen quererse, de ello hay pruebas. A la izquierda distinguimos una furgoneta Volkswagen, como un cacharro allí abandonado.
Él –serio y circunspecto, con el pelo cardado– siente el estremecimiento del viento helador.
Lleva un Levi’s ya envejecido y una cazadora de ante que apenas le cubre. Ella luce una sonrisa abierta que expresa toda la dicha.
Se protege con una gabardina o un impermeable de color verde oscuro. No importa: no importan el hielo ni la nieve. Son Bob Dylan y Suze Rotolo.
De ella, de Suze Rotolo me dispongo a leer sus memorias. Mañana mismo empiezo.
Me esperan horas o días de felicidad. Rotolo fue una gran mujer, luchadora por los derechos civiles, hija de obreros comunistas italianos y mucho más que una «string on Dylan’s guitar«.