Juan Marsé. Dietario de lo peor

Me pregunto cosas, muchas cosas…

¿Hay literatura más allá de la literatura? De entrada parece una pregunta estúpida, pero no es así.

Planteada en otros términos, la cuestión podría formularse de este modo: ¿sirve un texto parasitario o secundario o marginal para entender mejor la gran (o pequeña) obra?

Más aún: ¿vale para entender mejor la creación, todo lo que un literato escribió?

¿Y si una parte de lo que registró fueron notas, papelitos o pensamientos no concebidos para ser publicados?

Más aún: ¿y si los pensó para ser publicados siendo lamentables, un pálido reflejo de aquello de lo que ese autor fue capaz?

¿Cualquier minucia caligráfica o manuscrita o mecanoscrita de la vida cotidiana forma parte de la historia, de la gran historia, de la literatura?

¿Deberíamos considerar esa cosa?

En un reciente artículo de El País Semanal, Javier Marías respondía tajantemente: no. De lo escrito nada sirve salvo que lo escrito esté publicado en vida del autor, justamente por ser esta persona quien autorizó publicarlo.

De acuerdo, ¿pero y si eso finalmente autorizado es inferior, muy inferior, a lo que el literato logró en sus mejores épocas?

¿No habría convenido dejarlo inédito? El resto que queda inédito… sería justamente eso: resto. Esto es, inmundicia, cochambre o materia de cotilleo o de mercadeo.

Más aún: la escritura o los textos que un autor decidió no publicar, quedando inéditos, deben quedar fuera de lo literario. En ello insiste Marías.

De hecho, la publicación de esos inéditos no serían literatura. En realidad, serían puro chisme, alentado por el interés morboso de los lectores.

O serían producto de la voracidad: la voracidad de los herederos, por ejemplo, deseosos de sacar provecho del muerto, tan querido.

Como persona, entiendo a Marías. Como historiador, como historiador de la cultura, no puedo estar de acuerdo, cosa que me hace menos persona.

Cualquier vestigio del pasado, por residual o lamentable que sea, es utilísimo para quien quiera adentrarse en la intrahistoria de una creación.

Entiendo perfectamente que la obra eximia de un autor es aquello que por voluntad publicó en sus mejores momentos. Por tanto, la minucia o inmundicia es material sobrante, excedente…

Pero me hago la pregunta que se planteará Michel Foucault en ¿Qué es un autor? (1969)

¿Un pensamiento registrado en una nota de lavandería por parte de Friedrich Nietzsche debe ser tenido en cuenta, debe ser considerado?

La respuesta de Marías es rotunda: no.

Yo, como historiador de la cultura, lo contradigo. Todo resto dejado o todo material de desecho es relevante.

Por supuesto, aún sé distinguir lo bueno de lo malo o lo relevante de lo sobrante.

Pero, a la vez, a Javier Marías le diría —en el caso improbable de que me leyera— algo más, algo que aprendí en la Psicopatología de la vida cotidiana (1904), de Sigmund Freud.

El exabrupto, lo excedente, lo descartado, lo desechado, lo eliminado, lo erróneo… es material utilísimo. Y, si regresa años después, es documento de primera.

He leído Notas para unas memorias que nunca escribiré (2021), de Juan Marsé. Es una suerte de diario de 2004, completado con añadidos de años posteriores.

Marsé inspeccionó su edición y, finalmente, aparece ahora, post mortem, con un largo prefacio de Ignacio Echevarría. No vale nada si es literatura lo que buscamos. El volumen, digo.

A un historiador y a un pastor de almas quizá les sirva: les sirva para confirmar que todos somos lamentables a poco que nos descuidemos. Somos lo peor, sí.

A un lector habitual de Marsé, probablemente le decepcione: el autor de Si te dicen que caí (1973) aparece en estos dietarios como un tipo resentido, malhumorado y en su nivel literariamente más bajo.

Nadie se salva.

Dice Echevarría:

“Políticos, cineastas, actores y actrices, artistas plásticos, presentadoras y presentadores de la televisión, columnistas, periodistas culturales, editoras y editores…

“Marsé prodiga sobre unos y otros juicios sumarísimos y temperamentales, que no se esfuerza en argumentar, pues se sustentan en su propio escalafón de simpatías y de manías, a menudo instintivas, y no pocas veces recurrentes (como su ya proverbial tirria a Baltasar Porcel, convertida en leitmotiv cómico de su literatura).

“Por ofensivos que a veces puedan resultar, estos juicios no son de naturaleza agresiva sino más bien reactiva: todos sumados configuran una especie de cartografía moral que, antes que informar sobre las personas de que se ocupa, traslucen la personalidad del mismo Marsé.

“Por muy políticamente incorrectas que sean, constituiría un error leer estas páginas guiándose por el morbo que suscitan muchos de sus comentarios.

“Bastante más interés tiene reparar en las posiciones ideológicas —dicho sea en el más amplio sentido— que Marsé está defendiendo de este modo”.

Bla, bla, bla.

Somos lo peor.

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