Hace unos años, algo más de un lustro, en las primeras declaraciones que concedió a los medios, Santiago Abascal definía su organización política como un nuevo partido.
¿Un nuevo partido político?
Conocemos la prosa, la retórica y la banda sonora.
Podríamos parafrasearlas así: somos un partido nuevo que viene a regenerar la corrupta democracia española, esa que ha renunciado ante etarras y separatistas.
Hasta ese momento, los que forman Vox son la derechita resignada, unos paniaguados que se callan y nutren mientras permanecen cobijados en el PP, ese partido del que usted me habla.
Años después, la derechita cobarde y paniaguada muestra ya su hartazgo.
Los partidos del turno no nos representan, dicen. Debemos aspirar a una democracia nacional sin ataduras, sin lastres. Se acabó.
El bla, bla, bla no es exclusivo de la derechita cobijada, ya derecha corajuda y nada cobarde. Por fin, los patriotas se alzan contra los enemigos de España.
Los ecos de los puños y las pistolas (aunque sea retórica de combate verbal) comienzan a oírse.
El lenguaje impetuoso es un estupefaciente, una droga que encandila y reduce, que aturde.
Desde comienzos del Novecientos, las derechas radicales diagnostican lo que acaece en España (y en otros países) como el mal orgánico de la Nación.
Es una cantinela de letraheridos y ‘buenos españoles’ que se duelen de la postración en que malvive o sobrevive la patria magullada y traicionada.
Es verbalismo excitado, tras el Desastre de 1898, y es retórica antiobrera.
Delante de esta patología presunta, los modernos reaccionarios que se definen como patriotas frente a la AntiEspaña postulan gobiernos fuertes.
Proclaman líderes de hierro y una organización estamental o corporativa que haga frente a la debilidad del liberalismo, del parlamentarismo; que se oponga a la amenaza revolucionaria.
Ahora, muchas décadas después, el liberalismo económico (el capitalismo sin patria) puede aliarse y expresarse con la furia de los viejos y buenos españoles.
Entre otras cosas, porque la patria es muy sufrida y puede aunar el libre comercio, los aranceles y la verbosidad carca. Todo es tacticismo si de intereses se trata.
Pero regresemos al presente más cercano.
Entonces, hacia 2013, cuando nace Vox, y ahora, cuando sus expectativas electorales les hacen soñar, Abascal se lamenta de la hostilidad de la prensa.
De la prensa de izquierdas, a la que acusa de sectaria. O de las televisiones, esas que definen la opción de Vox como de derecha radical.
Y eso duele…
A lo que parece, Abascal y los suyos tienen la piel muy fina. Un roce de la prensa socialdemócrata les hace sentir mal. Son guerrilleros muy sensibles que esperan anuencia y reverencia.
Ahora, desde hace un tiempo, Abascal califica Vox de Movimiento. Las resonancias que esta palabra tiene en el lenguaje político no son tranquilizadoras. Más bien son estremecedoras.
Cuando un partido político dice ser un Movimiento, es que aspira a trascender el sistema de partidos.
Simplemente entiende que la ‘partitocracia’ es el mal, la patología que destruye el nervio de la Nación.
Desconfiemos siempre de quienes califican e identifican el sistema como partitocracia. Los partidos parten, decían y dicen los ‘patriotas’.
Es un error conceptual muy grave. Los partidos no parten, sino que representan intereses diversos y enfrentados. No hay Patria homogénea ni hay Nación sin conflicto.
Quienes piensan como posibles y deseables la Armonía y la Ortopedia sociales y políticas son peligrosos elementos iliberales, antiliberales, antidemocráticos.
A los de Vox (y a sus potenciales aliados) habría que preguntarles si su partido político, si su organización, forma parte del sistema institucional. O si aspiran a rebasar la Constitución.
Si aspiran hacer algo distinto, en efecto se califican como Movimiento y en ese caso se postulan como una organización que trasciende los límites.
En este caso se postulan como un agregado que sobrepasa los márgenes constitucionales: en definitiva, los límites que el sistema democrático impone a las restantes organizaciones políticas.
Señor don Pablo Casado, señor don Albert Rivera, no hay apaciguamiento posible con la derecha extrema.

El Partido Popular y Ciudadanos no conseguirán reducir a los pioneros de un Movimiento que se blanqueó en la Plaza de Colón.
Es, sí, un Movimiento que trasciende las metas de la derechita cobarde o de los veletas tiznados de naranja. Éstos, los Casado y Rivera, serán arrastrados y finalmente tutelados.
Aunque, eso sí, los de Abascal deberán renunciar temporalmente a su programa de máximos.
Son tácticos que saben esperar, que saben sopesar, aguardando el triunfo, su estrategia, entre afines o aliados, entre halcones y palomas.
A todos ellos les une una misma argamasa, un mismo mejunje y una misma tectónica: echar a Pedro Sánchez, desalojar al líder del PSOE.
Son verbos belicosos. Y sobre todo son palabras que denotan impropiedad, falta de legitimidad: Sánchez como un felón.
En fin, los buenos españoles tienen la vara de medir.
Y tienen la vara verde.
Patriotas.
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Este post se publicó en Facebook el 27 de abril de 2019, como puede comprobarse en el enlace inferior. Lo reproduzco ahora por el interés que aún pueda tener.
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