Algunos hombres fuertes

Frente a la tibieza de los varones apocados o débiles ante los retos y amenazas del mundo presente, unos cuantos hombres fuertes se impondrían sin apenas restricciones en los gobiernos de sus respectivos países.

A esos dirigentes, la democracia se les antojaría un sistema ineficiente, lento, rehén del garantismo, de la división de poderes.

Para esos hombres fuertes, las urgencias del presente se resolverían mejor con autoridad, personalismo, dureza y crudeza. Más aún: con la crueldad inevitable a que obligan los ataques de los enemigos.

Por ello, esos hombres fuertes postularían más poder para sí mismos, como líderes autoritarios, y postularían menos intereses representados, menos equilibrios institucionales, menos pesos y contrapesos.

¿Es así?

Si el mundo en el que ahora vivimos es ése, entonces es que nos hallamos en circunstancias extremas, abracadabrantes.

Y si no es enteramente así, al menos por los hechos políticos que ocurren y por su deriva constatable, ese mundo se le parece o se le va pareciendo cada vez más.

Punto y aparte.

Días atrás acabé la lectura de un volumen cuya traducción española es La era de los líderes autoritarios (2022). Prefiero su título en inglés: The Age of the Strongmen.

Fotografía de Gideon Rachman, ‘El orden mundial’

Su autor, Gideon Rachman, es un afamado periodista británico del Financial Times, concretamente editorialista de política internacional.

Esta obra que menciono es una investigación notable. En muchos aspectos, envidiable. Es una radiografía del presente, de nuestro presente. Y a la vez es un relato persuasivo, bien documentado, fruto de numerosos años de trabajo de campo.

Durante mucho tiempo, efectivamente, Rachman ha viajado a lo largo y ancho del mundo, estudiando sobre el terreno el devenir político de decenas de países para detectar y analizar las derivas autoritarias que pueden apreciarse en sistemas democráticos y no democráticos.

Podemos leer The Age of the Strongmen como un ejercicio destacable de periodismo de investigación. Podemos leer dicho libro también como un ensayo aleccionador acerca de las últimas tendencias políticas populistas. O, en fin, podemos leerlo como una aproximación psicológica a la personalidad de líderes efectivamente autoritarios.

Su tesis principal es la de que todo comenzó a cambiar a comienzos del nuevo milenio con la elección de Vladimir Putin, a quien Rachman dedica unas páginas lucidísimas.

A comienzos del nuevo milenio… se imponen y se extienden tendencias autoritarias que debilitan, doblegan o quiebran regímenes constitucionales.

Rachman habla de líderes fuertes que ejercen el poder o que pretenden ejercerlo más allá de los límites normativos y de las reglas.

¿Ejemplos? Aparte de Putin, pues tendríamos a Trump, Xi Jinping, Orbán, Bolsonaro, Modi, Erdogan, Duterte y, entre otros más, a Johnson. Al propio Boris Johnson.

¿Qué tendrían en común? Son líderes de tendencia autoritaria u hombres directamente autoritarios y arbitrarios, dirigentes que amenazan o quiebran la democracia.

¿Cómo? Desobedeciendo las normas, saltándose los límites, patrocinando el culto a su personalidad, valiéndose del victimismo y del chovinismo en que simultáneamente se amparan. Etcétera.

Empezaron a confirmarse, a consolidarse, a comienzos de este nuevo siglo y Putin sería el modelo y, tras él, vendría una galería siniestra de hombres fuertes que habrían ido alcanzado el poder en los distintos continentes.

No se trata tanto (o no siempre) de regímenes de partido único con un líder adorado, al modo de los fascismos en los años treinta, sino de sistemas políticos de tradición o apariencia legal. Eso sí, con grietas a partir de las cuales se puede destruir ello mismo: la frágil o incipiente legalidad.

Más aún, el mundo último o penúltimo se caracterizaría por la irrupción de esos tipos duros, extravagantes, que por fin ejercerían su poder para oponerse y destruir los privilegios de las élites tradicionales. Así se presentan habitualmente.

Serían, sí, tipos que a la vez conectarían con el pueblo, al que invocarían prometiendo respuestas populistas o directamente antipolíticas.

Creo entender la tesis de Gideon Rachman, que he parafraseado y reconstruido con mis propias palabras. Creo incluso que su desarrollo resulta muy convincente.

Pero hay varias pegas o peros que podrían contradecirla.

La primera: Trump es un típico o prototípico hombre fuerte, pero su oposición pudo derrotarlo para alivio de millones de ciudadanos de allí y del resto del mundo. Los demócratas habrían rescatado la democracia americana de la peor deriva. Sin embargo, la amenaza y la historia continúan.

La segunda: Boris Johnson fue apeado por su propio partido. Con ello se habrían impuesto la tradición constitucional (no escrita) y las buenas prácticas del Reino Unido. Se habrían impuesto, a la postre, a la quiebra de las normas y las instituciones, a la arbitrariedad del premier británico, caído en desgracia.

La tercera y fuera del libro: Giorgia Meloni, primera ministra de Italia (de la que Rachman no puede hablar en el texto) también seguiría el patrón de los hombres fuertes. Pero es mujer y, además, su poder no es un superpoder, si se me permite la expresión. Meloni se vería así amenazada por los propios varones de los otros partidos con los que forma un gabinete de coalición. Curiosamente, más allá del género, esto mismo es una tradición de los efímeros gabinetes italianos.

Etcétera, etcétera.

La radiografía de Gideon Rachman está lamentablemente muy bien fundamentada y es muy convincente si hablamos de países sin Estado de Derecho consolidado.

Fotografía de Gideon Rachman, ‘El orden mundial’

Pero queremos creer que (aún) no se ajusta bien a las democracias occidentales en que las derechas radicales tienen numerosos obstáculos que salvar: contrapesos, poderes intermedios, equilibrios institucionales, intereses contradictorios.

O la firme, legal y democrática oposición de los ciudadanos menos amodorrados.

Estaremos atentos.

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