Llevo unos días reprimiéndome las risas o el estupor y, por momentos, la tristeza. Y voy a seguir haciéndolo por respeto a las personas afectadas.
Me refiero a Mario, entre otras.
Lo dicho: me callo por vergüenza ajena o por vergüenza torera, no sé.
Y esto que ahora digo es lo mínimo que podría decir si quisiera entregarme a la maledicencia. No es mi estilo. O eso creo.
Punto y aparte.
El sábado 31 de diciembre de 2022, varias personas nos habíamos convocado para la cena de Nochevieja y, allí mismo, entre bocado y trago lo hablábamos a calzón quitado.

Las amistades presentes, todas ellas personas serias, no podían contener la risas y hasta las difamaciones, ay Dios.
Todas esas personas, en efecto, se carcajeaban al contarse mutua y atropelladamente los datos del suceso.
Que si el ¡Hola!, que si El País, que si lo dicho por Isabel, que si lo refutado por Mario.
Ya para entonces, mientras cenábamos, era el Episodio enigmático o patético o mercantil del Siglo. ¿Qué hacer, qué decir?
Todos los presentes parecían estar al día del acontecimiento y todo comensal conjeturaba contrastando las versiones oficiales y, al mismo tiempo, especulando.
Era la noche de fin de año y ya antes de acudir alguien me había pedido que sí, que por favor, que escribiera algo sobre la ruptura de Mario Vargas Llosa e Isabel Preysler.
Para entonces yo sólo contaba con dos documentos:
—la exclusiva de la ‘socialite’ a ¡Hola!, en la que abunda en los supuestos celos patológicos del novio;
—y la información del entorno del escritor, que subrayan los dominios mutuamente extraños a los que ambos pertenecen (la cultura y el espectáculo).
Sin duda son vidas en el candelero o en el candelabro completamente ajenas, muy distintas.
Ambas versiones eran y son contradictorias. Ahora mismo, la revista Lecturas añade otra, aduciendo como precipitante las palabras ultracatólicas y homófobas pronunciadas por Tamara Falcó.

Tamara es hija de Isabel, fruto de un anterior matrimonio, en este caso con el marqués de Griñón. Se le conocen unas concepciones religiosas extremas y extravagantes.
Pues bien, esas palabras ultracatólicas y homófobas, pronunciadas en un Congreso sobre Familias Naturales y de Orden, habrían irritado a alguien de moral laica como Mario Vargas Llosa (el tito Mario en La marquesa, 2022, la miniserie de Tamara con su novio Íñigo).

No sé, el enredo es mayúsculo. Yo, de entrada, me ceñiré a lo dicho por Isabel Preysler, aunque sea por persona interpuesta.
Insisto: de entre todas las especulaciones me detendré, sí, en la versión de Isabel Preysler. A partir de ahí sale una novela…
Sin duda, el de Preysler es el primer relato, concedido a Mamen Sánchez. De esa exclusiva proceden las distintas versiones de otros protagonistas para confirmarla o refutarla.
“Mario y yo hemos decidido poner fin a nuestra relación definitivamente —nos anuncia—. No quiero dar ninguna declaración más y agradezco a los amigos y medios de comunicación que nos ayuden en esta decisión”.
Dice que no quiere dar ninguna declaración más, pero empieza dándola. Con su negativa rotunda no sé si afirma y confirma la exclusividad de ¡Hola!
Y no sé si con ello exige mayores cantidades para extender el relato por entregas y bien pormenorizado.
Dice Mamen Sánchez: “Al principio [Mario e Isabel eran] inseparables, enamorados como dos adolescentes”.
Si hemos de creer a Mamen Sánchez, entonces Mario parecía enamorado hasta las trancas, como un verraco, con la pichula por delante.
“Consiguieron”, dice la periodista, “que todo el mundo viviera su romance como si su felicidad fuera contagiosa, porque juntos eran fuertes y nada se les ponía por delante”.
La periodista lo dice, con mucha literatura, muy noveleramente. ¿Un romance contagioso?
“Pero los años han pasado y la relación ha perdido, poco a poco, la ilusión del principio”.
¿Acaso alude a la monotonía conyugal de una pareja no casada? No hubo boda, ya digo “Su separación, por lo tanto, es sencilla”, añade Mamen Sánchez.
Simplemente, ocurre el cese definitivo o temporal de la convivencia y la voluntad de marchar cada uno por su lado.
Y todo ello se consuma “a mediados de diciembre, tras una escena de celos infundados”, dice la periodista parafraseando a la ‘socialite’.
“Mario salió de la casa de Isabel, en la calle Miraflores, de Puerta de Hierro, y se instaló en su piso cerca de la Puerta del Sol, en el centro de Madrid, sin la menor explicación. Si su intención era volver a casa después de un tiempo, lo cierto es que eso no ha ocurrido”.
La escena de celos del pasado mes de diciembre no sería la primera. Tampoco sería la primera vez que Mario habría abandonado la casa por esos infundados o supuestos celos.
“Que esta actitud sea recurrente es lo que ha convencido a Isabel de que no merece la pena seguir apostando por una relación sin futuro que a los dos les hace infelices”.
¿Infelices? ¿Desde cuándo?
Y ahora la periodista de ¡Hola! se desvive por Preysler, claro, dándonos un retrato del que Mario está ausente:
Primero: “Isabel tiene una dignidad y una educación exquisita, que no sabe de faltas de cortesía”.
Segundo: “Ella quiere vivir una vida tranquila, sin sobresaltos, y disfrutar de sus nietos y de su libertad”.
Tercero: “Su casa, desde siempre, ha sido un hogar tranquilo y alegre; el refugio de sus hijos y ahora de sus nietos, donde se reúne la gran familia Preysler, que está repartida por el mundo, e Isabel no quería que esa armonía pudiera perderse”.
Aun así, una separación debe de doler, ¿no es cierto?
“Claro que duele. Claro que es triste”, dice Mamen.
“Cuando alguien encuentra el amor, espera que dure toda la vida”, dice Preysler y confirma la periodista. ¿Que dure toda la vida?
“Que no se deteriore la convivencia, que no se pierdan la ilusión y la esperanza. Desafortunadamente, no ha sido así en el caso de Isabel y Mario”, añade Mamen.
“Su historia de amor ha terminado. Ha sido un amor de novela romántica, de muchos años de felicidad inmensa, pero sin final feliz”, concluye Mamen Sánchez.
El relato, a todas luces insuficiente, con escasa y sesgada información, es cursi. Es más: tiene un tono novelero que se multiplica y se precipita al final.
Precisamente, cuando concluye la periodista habla de final feliz, un final feliz que no habría sido posible.
Y habla de “un amor de novela romántica” tristemente acabado. 
¿Ahí termina todo? No, por Dios.
Mario Vargas Llosa fue capaz de concebir La tía Julia y el escribidor (1977), una novela “radiofónica” protagonizada por un jovencísimo Marito. De corte autobiográfico, la obra tuvo su réplica.
Si Dios le da salud y menos disgustos, Vargas Llosa será capaz de escribir una novela como aquélla (tan jovial, sarcástica y entretenida), siendo su trama el nuevo romance roto.
Sus lectores antiguos y fieles esperamos una nueva entrega: un romance de radionovela que podría titularse El tito Mario y el amor.
O bien, más brevemente: La dama del carrete.