Lo dije hace un tiempo y lo vuelvo a repetir. Debemos tomar en serio a los farsantes de la política, a los estrafalarios, a los enajenados.
Pueden parecernos payasos, charlatanes, etcétera. De algunos de sus ardides se valen, ciertamente.
Donald Trump y Jair Bolsonaro, entre otros, hacen muchas pantomimas y, a la vez, son bocazas e irremediablemente histriónicos.

Pero esos oficios en los que se inspiran son dignos y se ejercen en terreno acotado: sus chocarrerías y facundias se realizan en el circo y en la feria.
En cambio, la nueva bufonería que encarnan principalmente Trump y Bolsonaro está fuera de campo.
Ambos convierten el escenario de la política en un circo, en una feria o en ambas cosas a la vez.
Como el flautista de Hamelin, también ellos arrastran multitudes. Como el mago de Thomas Mann (Mario y el mago, 1929), también saben seducirlas y perturbarlas con bufonadas e ilusionismos para su propio beneficio.
Que ahora no estén en el poder no los hace menos amenazantes. Pueden regresar en próximas elecciones, si para entonces aún existe el mundo tal como lo conocemos.
Pero, antes de que eso pueda ocurrir, alientan la deslegitimación y la parálisis de las instituciones.
Se burlan de sus oponentes, se guasean de lo más serio y trascendente y, en fin, deterioran o erosionan todo aquello de lo que no se apropian.
El ruido, las amenazas y la incorrección política son su revestimiento. Pero son también su carta de presentación. Son lo que aparentan ser.
El anverso o el reverso de su estrépito mediático es la antipolitica organizada, la destrucción institucional de la democracia.
Y la antipolítica se basa en la desconfianza, el desdén y el resentimiento.
Ciertos políticos como Donald Trump o Jair Bolsonaro viven permanentemente en campaña de deslegitimación, estén en el poder o fuera del poder.
¿Cómo?
Mostrando y aplicando abiertamente sus políticas destructivas o, si han perdido las elecciones, alentando, justificando o comprendiendo la rebelión antidemocrática.
¿Desde dónde? Qué curioso: desde Florida, desde Orlando, que no es sólo la sede de la fantasía. Tampoco es la tierra de promisión. Es el lugar de la espera.
Y en todo ello el resentimiento es la clave. Hay que nutrir el resentimiento de los ciudadanos desorientados hacia las instituciones.
Se supone que éstas, las instituciones, han arruinado sus vidas y es por ello por lo que deben alzarse y lanzarse.
¿Con qué objeto?
Con el fin de acabar con las democracias que están en manos de burócratas y de políticos profesionales y protocolarios en alianza con el progresismo o el ateísmo.
Por eso, Trump, Bolsonaro, etcétera, siguen alimentando las fuentes del resentimiento con una retórica insurgente, de oposición radical, ajena al sistema.
Como dice Masha Gessen en Sobrevivir a la autocracia (2020), “los autócratas suelen dejar claras sus intenciones desde el principio. Si decidimos no creerles o ignorarles, lo hacemos a nuestra cuenta y riesgo”.
Estos autócratas, si pierden el poder, deslegitiman al ganador y, sobre todo, a las nuevas mayorías parlamentarias que directa o indirectamente los han apeado.
Por ello alientan nuevas formas de rebelión antisistema, que podrían derivar en golpismo si a ello se une una insurrección militar.
Y por eso asaltan y ocupan la sede del poder democrático. Con brutalidad manifiesta se apropian de los símbolos constitucionales para desnaturalizarlos o destruirlos.
¿Son Trump o Bolsonaro sus responsables? ¿Dirigen personalmente esos ataques?
La retórica de la desconfianza, del desdén y del resentimiento es el combustible que pone en marcha estas acciones.
Además, sus proclamas ideológicas burlescas o dementes se basan en la incorrección política más arrogante.
Por eso, la extravagancia o la nueva bufonería de que hace gala una parte de la derecha alternativa no es inocua.
Ensayan, promueven y ponen en práctica formas nuevas de desestabilización cultural y política.
Hay que hacerles frente.
Con instituciones robustas, con el Estado de Derecho y, por nuestra parte, con el activismo intelectual. Los ciudadanos debemos pronunciarnos. No somos su público.
Tampoco ellos son meros payasos o charlatanes. Son autócratas o aspiran a serlo enteramente. La nueva bufonería no tiene ninguna gracia.
Repito. Hay que hacerles frente. Ya están aquí. Algunos nunca se fueron.