Lo he leído en un plis-plas. Me refiero a Carne gobernada (2024), el último volumen de Fernando Savater.
Digo en un plis-plas porque, aunque el libro parezca un testamento ológrafo, una despedida personal, el autor no se mata.
Quiero decir: con la facilidad que Savater tiene para escribir, dicho volumen (de sólo 176 páginas) le habrá costado pocas semanas completarlo.
Salvo algunas novedades factuales, ciertos hechos amorosos, el resto de sus remembranzas o revelaciones resultarán bien conocidas a quienes hayan leído otras obras o artículos de Savater.
Carne gobernada es un título metafórico y arbitrario que procede de un plato de la gastronomía asturiana. Yo no le veo mayor justificación que lo extraño o contradictorio de ese rótulo.
Ya lo sabemos. Este libro ha levantado una gran controversia incluso antes de ponerse a la venta.
Sencillamente, en la promoción del volumen, Savater fue requerido por ciertos medios que actualmente le son afines (El Mundo, etcétera) para sonsacarle, para dejarse malmeter y para obtener de él declaraciones polémicas u hostiles.
Savater le tiene ganas a varios millones de electores que votan mal, a los que identifica exactamente como “bobos”.
Podemos imaginar el goce que la derecha mediática ha sentido con las declaraciones frecuentes, reiterativas y hostiles de Savater.
Así, la prensa le ha sacado, en efecto, declaraciones polémicas sobre su explícita y cacareada conversión en un ciudadano de derechas, muy próximo a su “amigo Santi Abascal”.
Esta conversión, como la de Saulo, nos ha dejado a un Savater en parte irreconocible y en parte conocido: desde joven siempre ha creído estar donde debía estar, que era el lugar de la razón y del juicio.
Por tanto, sus posiciones siempre habrían sido las correctas en cada momento. Pero, ah amigos, ha mudado de posición y de ideas.
¿Qué argüir? Si ahora ha cambiado, con ello demostraría su inteligencia y dos cosas más.
En primer lugar, lo equivocado que estaba cuando era o creía ser de izquierdas, equivocado por ignorancia, ingenuidad o pereza. En segundo lugar, lo acertado que ahora está, una vez alcanzada la senectud.
Dicho de otro modo, Savater puede ser extraordinariamente sincero, crítico y punitivo con el que fue para salvar al viejo conservador en el que cree haberse convertido.
En fin, todo ello lo sabíamos quienes hemos seguido leyendo a Savater en la prensa y lo hemos corroborado por las abundantes declaraciones que ha concedido en los días previos a la aparición del volumen.
Una promoción astutamente escandalosa alimenta el interés o el morbo del público.
Por eso, la prensa conservadora le ha sacado declaraciones hostiles, principalmente contra el diario en el que ha publicado desde hace casi medio siglo.
Me refiero, claro, a El País. La lectura del volumen confirma esa hostilidad y esas ganas de polémica. El resultado era previsible y probablemente deseable.
De entrada, Savater presenta esta obra como un libro de memorias. Se añadiría, por tanto, a Mira por dónde (2003), su primera y más extensa ‘autobiografía razonada’ y a La peor parte (2017), sus ‘memorias de amor’, concebidas tras la muerte de la esposa, Sara Torres.

La verdad es que Carne gobernada me ha dejado bastante frío, indiferente. Parece estar escrito con el piloto automático, con rutinaria elaboración.
O Savater es reiterativo con lo que sabíamos, ya contado en sus obras precedentes. O Savater es desganadamente lírico y lascivo cuando introduce una novedad, su nuevo amor, K.
Tal vez lo más destacable sea el tono efectivamente testamentario del volumen, justo cuando habla de su cercana muerte, de su despedida de la vida, según cree y confiesa.
Es ahí cuando aparece el Savater más sensible y graciosamente autopunitivo. Pero, dada la brevedad de la obra, todo queda expeditivamente liquidado.
Lo que le da un interés morboso es esa resuelta agresividad contra sus enemigos, de los que antes hablaba. Ya sabíamos de estas hostilidades. Pero ahora se destapa sin rubor para ultrajar a calzón quitado.
Así, se ve en los pasajes en que se expresa con una ojeriza desaforada contra el Gobierno actual, contra Podemos, contra la izquierda, contra el progresismo, contra el nacionalismo, contra el feminismo o contra su antiguo periódico.
Y en los dicterios e insultos que dedica a sus colegas de El País es en donde podemos ver sintetizados su irascibilidad y sus demonios.
O, de otro modo, podemos ver los enemigos a alancear. En realidad, el enemigo es único y puede hallarse con distintas caras en el periódico El País.
Evito parafrasearlo y dejo que Savater se exprese enunciando su verdad: a mi juicio, con un maniqueísmo y un simplismo escandalosos.
“En la evidente decadencia de EP [El País] intervienen diversos factores. A mi juicio, el primero de ellos es el mismo que ha roído al PSOE en sus mejores esencias: la colonización ideológica por parte del PSC, que es un elemento cancerígeno allí donde se implanta’, dice con verbo ofensivo.
Y añade: “El peor nacionalismo es el de los que no se declaran nacionalistas y por eso los socialistas catalanes han sido tan mefíticos. (…) Las opiniones del supuesto periódico global están dirigidas en las cuestiones nacionales por una cáfila particularmente estrecha: Jordi Amat, Jordi Gracia, Xavier Vidal-Folch, Josep Ramoneda et alii…”
Finalmente, “otro elemento que empeora este diario otrora prestigioso es una desafortunada invasión femenina”, dice con determinación.
“En un momento como el actual, en que los mejores columnistas en todos los medios son mujeres y algunos ya casi no leemos otra cosa (Rosa Belmonte, Emilia Landaluce, Irene González, Lupe Sánchez, Rebeca Argudo, Leyre Iglesias, etc., por no remontarnos al magisterio de Cayetana Álvarez de Toledo), en EP nos ha tocado el lote menos lucido: tanto las de casa como las importadas, salvo las honrosas y escasas excepciones de rigor, son tan sectarias y aburridas como los varones con quienes se codean”, concluye.
Obsérvese que, cuando tiene que citar nombres femeninos que le agradan de otros medios, los menciona sin rubor alguno.
En cambio, cuando acusa de sectarias y aburridas a sus colegas de El País (dirigido por Pepa Bueno, no sé si aburrida y sectaria) no dice nombre alguno.
¿Acaso para no ofender?
En realidad, creo que no mencionar los nombres que salva de su condena tonante es otra forma de desprecio. O es, quizá, una falta de valentía frente a esa invasión femenina que amenazaría con anegarlo todo.
Eso sí para criticar a algún colega varón no tiene reparo. Y, por ello, ultraja a quienes él llama “mindundis serviciales tipo Sergio del Molino y gente parecida”.
En fin.
En realidad, todo el libro es síntoma de una afección continua: una infección de egocentrismo, de egolatría desmesurada y dañada que le hace creerse el centro de su mundo intelectual.
En ese sentido, El País ya nadie lo compraría, salvo los “bobos”. Bueno, sí, también lo adquirirían hasta ahora aquellas personas de su entorno personal que se veían obligadas a desembolsar por el periódico únicamente para poder leer su columna.
Pues, desde antiguo, su tribuna como epicentro del periódico, habría sido “el ágora de la mayoría ilustrada y políticamente inquieta de nuestro país”.
En fin.
Yo no digo nada más. He quedado exhausto a pesar de la brevedad del volumen.
Creo haberles hecho el trabajo sucio, la lectura de este libro irritado y ultrajante en el que sólo algunas páginas nos recuerdan al Joven Savater.
No me quejo. Alguien tenía que hacerlo.
Tras cincuenta años leyéndolo en Triunfo, en El País, me creía en la obligación de hacer este justiprecio, de plantear mi enmienda al Todo o de presentar una moción de censura.
Quizá, amigos, ya ha llegado la hora de la oración, despedida y cierre.

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