¿Qué hacer?

En una de sus agudas y levemente sarcásticas reflexiones, David Montesinos diagnostica el estado del mundo y, de paso, el de cada uno de nosotros. Su escrito lo titula Fluyan.

Primero nos presenta el marco general de nuestros días, la sociedad del riesgo que se agrava, para después proponernos una solución manejable para el día a día. Fluir.

En otros términos, vivimos en “un estado general de desorientación sobreinformada”, aunque hay que sobreponerse para no quedar paralizados.

Creo que la suya es una razonable, una atinada aproximación a la circunstancia actual, una circunstancia que venimos arrastrando ya desde hace unas cuantas décadas.

Cuando Ulrich Beck nos habló por primera vez de la sociedad del riesgo (1986) y de la fragmentación de las comunidades… todavía no habíamos llegado hasta esta circunstancia, que se nos antoja extrema.

El elemento nuclear es el mismo: esa sociedad del riesgo en la que estamos. Pero lo nuevo, lo más desconcertante, es que la hiperinformación es propiamente desinformación, cosa que no sólo es efecto externo, sino también trastorno interno.

Me refiero a un estado de “podredumbre cerebral”(Brain Rot), que establece el Diccionario Oxford como palabra del año. Ya saben: estamos expuestos a tanta cochambre informativa, a tanta chatarra, que todo ello dañaría nuestro estado neuronal.

Muchos creen (o creemos) estar bien documentados sobre lo que nos acaece gracias a las abundantísimas fuentes de información de que nos servimos activa o pasivamente. A la vez sentimos un malestar inespecífico que difícilmente podemos nombrar.

La incoherencia entre las numerosas fuentes, el interés contradictorio de los emisores por apropiarse de nuestra atención y la limitadísima capacidad humana para procesar tanto dato nos sumen en una especie de caos perceptivo. En un aturdimiento.

Por si éramos pocos, ahora nos las vemos con entes o espectros que retienen más información que nosotros. Me refiero los asistentes virtuales y otros seres que vendrán o ya están gracias a la inteligencia artificial. No sólo retienen más información, sino que además demuestran unas destrezas de las que yo, por ejemplo, carezco.

No sabemos, no sé, muy bien lo que está pasando y lo poco que sabemos (lo poco que sé) angustia. Constatamos una impotencia: ignoramos cómo observar eso que ocurre, diagnosticarlo y designarlo.

Los vaticinios son tan poco esperanzadores, que es probable que desconectemos por pura supervivencia. Como si la ignorancia nos fuera a salvar. Desconecto, aguardando quizá el apocalipsis. O el siguiente episodio de mi serie favorita… de ahora mismo. O leyendo.

Utilizo las ficciones para entretenerme aliviando esa angustia, para divertirme incluso y para aprender. Mientras tanto sospecho que ese mundo del que no quiero informarme más va a la deriva. Como un caballo desbocado, por repetir el tópico.

Pero, a la vez, soy irracional y razonablemente optimista (permítaseme esta contradicción). Cuando acabe la serie o el libro, el mundo aún se mantendrá en pie. Y yo me secuestraré por unos días o semanas con otra ficción. O, como antes se decía, me alienaré.

Al tiempo, por la mala conciencia propia de ciudadano e historiador, leeré las noticias, acopiaré datos, confirmando que hay desastres que pueden o podrían evitarse.

¿Qué nos pasará entre la llegada de Donald Trump y las elecciones alemanas? No sé. Temo los augurios. Pero también podría decirme dos cosas típicas de los blockbusters americanos.

La primera, “Dios, vamos a morir todos”. La segunda,
“Hay salida”.

¿Qué hacer?

Feliz año.

Mientras puedan…, fluyan.

——-——-

La reflexión de David Montesinos:

https://m.facebook.com/story.php?story_fbid=2719451301561079&id=100004887060129

Deja un comentario