Rosa Chacel según Anna Caballé
Anna Caballé nunca decepciona. Su labor como biógrafa rebasa el mero acopio documental. Hay en ella una inquietud: saber de los otros, averiguar algo o mucho de sus vidas, que es también analizar algo de sí misma, es decir, autoexamen y conocimiento propio.
Hay también un apetito intelectual, la pesquisa insaciable por el dato, la reunión de informaciones vastas, la erudición abundante.
Pero dicha erudición no es mero acúmulo, pues el rastreo de fuentes y bibliografía se ciñe al método histórico y a las preguntas existenciales que la biógrafa se formula. Caballé sigue las huellas que dejaron sus personajes, se adentra en los intersticios documentales, en las zonas de sombra.
Y todo esto, ¿para qué?
Para dar sentido a las acciones y creaciones de los sujetos históricos, para iluminar en parte sus enigmas vitales, sus aciertos y sus derrotas, sus porfías y sus abandonos.
Ya digo: se documenta, averigua, persigue el dato para después ahondar en la psique profunda y en la circunstancia variable del personaje… por antipático que sea.
No le arredra que la persona pueda resultar antipática. Caballé no adopta una actitud complaciente, pero siente siempre compasión por la debilidad y la ciega obstinación humana. Evita la arrogancia del mal biógrafo: la de saber qué es lo correcto, la de juzgar con severidad los errores y locos empeños de sus biografiados.
Cuando leemos a Caballé percibimos los ruidos de su cerebro, la maquinaria de la inteligencia. Digo ruido y no notas o sonidos, porque la investigación es siempre una fricción, un roce con logros y tropiezos.
La escritora Rosa Chacel (1898-1894) no fue una mujer cómoda: ni siquiera para quienes fueron sus próximos y sus admiradores. Es más: en su vida y en su creación se sometió a una persecución y a una tortura que afectaron y hasta malbarataron a quienes más quiso.
Chacel no fue una mujer dócil, repito. Y no lo fue ni para sus cercanos, aquellos a los que amó y detestó. Hubo en ella el acicate del hermetismo, una exigencia de profundidad y oscuridad verbales, una intensidad hermética.

Hubo en ella una Íntima Atlántida, como nos recuerda Caballé. Se trata de una imagen muy bien traída. Y así lo señala:
“Y es que Chacel ve al ser humano, se ve a sí misma, como un sujeto acumulador de secretos, de hechos ocultos y silenciados que, sin embargo, irradian su influencia permanentemente, aunque se ignore, o se prefiera ignorar, en qué dirección lo hacen. El secreto es la cara y la cruz de su literatura. Y de ahí viene el título de esta biografía: la imagen que siempre he tenido presente ha sido la de ver la vida de Chacel como la de un continente sumergido en una torturante pasión cuyo conflicto nunca aflora más que como queja o como alusiones que invitan a desear descubrirlo y sacarlo a la luz”.
La simple enumeración de algunos datos hace grande, dificultosa y asfixiante su vida, y hace grande, dificultosa y asfixiante la biografía consumada por Anna Caballé:
—sus muchos años de exilio;
—la vida adúltera de su marido, el pintor español Timoteo Pérez Rubio;
—el recelo y la animadversión que a Rosa Chacel le profesó su único hijo, Carlos;
—los conflictos familiares… con triángulos domésticos, con melancolías inacabables, con envidias implícitas y explícitas;
—la obstinada dificultad de su sintaxis más luminosa; la soledad intelectual que vivió y que se infligió a sí misma; el desamparo que sintió;
—su aspereza de trato, la relación tensa con los admiradores y los pares;
—la conciencia íntima y expresa de lo que juzgó su fracaso.
Fue la suya una existencia en decantación y tensión permanentes: decantación y tensión jamás resueltas, siempre torturantes. Se sometió, sí, a persecuciones incontables e insufribles, infligiendo daño añadido a una familia fracturada que conservó hasta el final quienes la rodearon: el círculo familiar devastado por secretos y resentimientos.
La mayor cualidad de Anna Caballé reside en el rigor experimentado, en el examen sutil y psicológico, en el equilibrio analítico: no se deja alcanzar por el victimismo áspero de la biografiada.
Caballé sale indemne. Sale indemne del lance biográfico por el tiento con que escribe, por la atención que pone en los matices, por la complejidad de su enfoque.
Podemos disentir o descreer de algunas de sus interpretaciones, pero debemos celebrar el retrato nada complaciente. No cae en esquematismos, ni en superficialidades, ni en la mera hagiografía.
Insisto: Caballé sale indemne.
Quienes leemos esta biografía, no. Quienes leemos quedamos conmovidos por estos desgarros de la biografiada. Caballé nos desafía. Nos hace ver la lucidez incómoda de Rosa. Nos hace revivir las muchas humillaciones que Chacel sintió, padeció e infligió. Nos muestra la singularidad de una escritora que aplicó la inteligencia incluso contra sí misma.
El relato biográfico es, de este modo, una interpelación a quien lee. Las vidas escritas, cuando se detallan y examinan con autenticidad y rigor, siempre nos incomodan y hasta nos trastornan.
Caen las certidumbres y abundan los desconciertos.

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