Entrevista a Justo Serna
14 de enero de 2009
Liriana Carrera
P: ¿Cuáles son las principales diferencias, si las hay, que se plantea a la hora de escribir en prensa, en el blog, o cuando lo hace para un libro?
R: De entrada, los géneros y los medios son distintos. La manera de plantearse el objeto en un artículo de prensa o en el blog es completamente diferente. Y creo que el resultado debe ser también muy distinto. En un artículo de prensa siempre hay un motivo de actualidad, al menos para mí; un motivo de actualidad que, por una razón o por otra, me gusta o me disgusta, un hecho que me lleva a plantear algún análisis a partir de ciertos recursos culturales. Es decir, siempre suelo poner alguna referencia de este o de aquel libro, algún volumen que haya leído y que me recuerde ese hecho que estoy analizando. Además procuro que tenga cierta moraleja implícita, algún subtexto que yo no hago explícito pero que pueda manifestarse al leerlo: alguna broma, algún guiño, alguna ironía. Por otra parte, en el artículo de prensa, por supuesto siempre me guía el deseo de interesar no a los académicos, sino al público en general.
En el blog escribo básicamente de una manera progresiva. Es raro el día en que yo escribo algo que empiece y acabe inmediatamente. Suelo ir añadiendo poco a poco, haciendo work in progress, como dicen los anglosajones. Por lo tanto le voy dando vueltas y más vueltas al objeto, el que sea: un acontecimiento de actualidad que conecto con algún hecho cultural, con alguna referencia cultural, con algún libro. Es una sugestión, pero siempre con mayor libertad que en el artículo de prensa. En la columna periodística he de ceñirme a los caracteres que me dan, de los que no puedo salirme, y esa limitación es tu acicate. En el blog tengo la libertad, en principio absoluta, de escribir lo poco o mucho que desee. Pero este medio también tiene sus limitaciones: he de pensar en los lectores –pocos o muchos— a quienes me dirijo. He conseguido reunir un selecto y variable comité de lectura, amigos que siguen lo que publico, que me dicen lo que creen con comentarios en el propio blog, por correo electrónico, privadamente. Te comentan y te dicen… y sabes qué temas, qué asuntos o qué cuestiones interesan más.
Los libros son una materia muy distinta porque, para empezar, no se conciben en un solo día. Requieren documentación, reflexión, una reflexión de largo aliento. Desde luego, si lo planteo desde mi propia perspectiva, lo que los libros necesitan es un objeto de conocimiento, fuentes históricas, un análisis –un estudio minucioso, un estudio hecho con el mayor rigor posible— y un acierto expresivo que haga entretenido el trabajo. Eso puede llevar meses… qué digo meses: puede llevar años. En un libro como Diario de un burgués, que publicamos Anaclet Pons y yo en 2006, la escritura propiamente duró unos cuatro o cinco meses, con tres revisiones creo recordar; pero la documentación y el análisis nos costaron una década. Y no exagero.
P: En los periódicos en los que escribía o escribe, como El País (actualmente), ¿le exigen escribir sobre un tema en concreto?
R: Nunca. Sólo hay una recomendación general: que en la medida de lo posible tenga algún elemento de actualidad, alguna referencia a la actualidad, para que no sea un mero ejercicio de estilo; y que en la medida de lo posible tenga algún elemento vinculado a la realidad valenciana. Detesto los artículos esforzadamente literarios, esos que se valen de pirotecnias verbales para aturdir sin más al lector. Detesto la bella forma sin consecuencias.
P: ¿Existe algún tema o terreno en la escritura en general en que se encuentre más cómodo?
R: Quiero darle siempre un sesgo cultural al objeto que esté tratando, sea en un artículo o sea en el blog. Siempre quiero hacer referencia a los libros. ¿Por qué? Porque, como dijo William Faulkner, la mayoría de los actos que un hombre puede hacer han sido realizados ya y de ellos hay huella en los libros. ¿Pero eso qué quiere decir? ¿Que yo me encuentro más cómodo hablando de literatura que de política? No necesariamente: yo me encuentro cómodo hablando de algo que no me resulte impostado. Quiero decir: de algo que verdaderamente me interese, me obsesione, en ese momento y en ese contexto. Eso significa que si yo estoy escribiendo sobre Facebook y Rita Barberá, pongamos por caso, el tiempo que yo dedique a documentarme sobre eso y a escribir es precisamente lo que me está motivando.
Pero sí que es verdad que me siento muchísimo más cómodo hablando de libros y de literatura, de historia o de cultura que no propiamente de política. Lo cual no quiere decir en absoluto que de política no me guste hablar.
P: ¿Ha vivido algún momento polémico con otros escritores o periodistas a propósito de algún artículo que hayas escrito?
R: Tuve alguna polémica con el Conseller Rafael Blasco, hace ya algunos años, a propósito de un comentario crítico que yo hice de un artículo suyo. Eso desencadenó réplica, contrarréplica, una nueva respuesta de Blasco y un cierre mío, pues los responsables de El País pensaron sensatamente que debíamos acabar una polémica que no conducía a ningún lado.
Luego he tenido otra controversia con Pío Moa, a propósito de un libro que él publicó sobre Franco. Era una obra flojísima y sesgada que él pretendía presentar como una investigación histórica. Sólo era un panfleto. Hice el análisis y crítica de su libro, en términos históricos, propiamente historiográficos, y a partir de ahí sostuvimos una polémica bastante acerba en Periodista digital. Luego, más recientemente, sospecho que algún artículo mío, en la época en que publicaba en Levante-Emv, sentó extraordinariamente mal al Arzobispado de Valencia, en concreto uno que titulé La riada como metáfora. Aquello trajo consecuencias. No me pregunte cuáles.
P: ¿En que momento de su carrera empieza a escribir en prensa? ¿Lo consideraba como una etapa lógica en el proceso cronológico de esta?
R: Si escribir en prensa quiere decir que te publiquen algo en un medio impreso, entonces empecé pronto. Si no me equivoco, fue alguna carta al director que yo mandé a…: no sé si era a Noticias al día o a Diario de Valencia. Cuando era estudiante, en cuarto o en quinto de carrera, y me sentía muy bien cuando me publicaban una carta al director. Pero el primer artículo que recuerdo haber publicado fue un artículo, una reseña sobre un libro de Antonio Gramsci, hace muchos años, en uno de estos dos periódicos que he mencionado antes, periódicos valencianos del principio de la Transición.
Es curioso, porque siempre tuve ganas de publicar y, efectivamente, digamos hasta cierto punto, la actividad académica no facilita este deseo –el de publicar en prensa–, sino todo lo contrario: lo interfiere y lo frena. Escribir no significa saber escribir para un público no académico. Hay que aprender un estilo personal y hay que saber adaptarse a las condiciones del medio. Además, yo estuve preparando la tesina, la tesis, investigando, etcétera, etcétera. Estuve acudiendo al archivo, documentándome, no era un momento fácil para poder publicar en prensa.
De hecho en los años ochenta, que yo recuerde, salvo textos académicos, publiqué muy poco: algún artículo en Cartelera Turia, alguna carta al director, pero, vamos, cosas así y poco más. Fue a partir del final de los noventa cuando empecé a tomarme en serio la posibilidad de escribir en prensa, ya que en revistas académicas ya había publicado, como digo.
Contaré una anécdota, no sé si divertida. Cuando yo estaba sirviendo al Rey, vaya, cumpliendo con el Servicio Militar, estaba destinado en la II Sección, que era de información, espionaje y tareas de esta índole. Era una Capitanía Militar y yo estaba allí, en aquella Sección dedicada a Información Exterior. Publicaban una revista mensual, creo, para toda la región militar. No estaba mal hecha y tenía reportajes, artículos de fondo, columnas, tribunas abiertas. Entonces contemplé esa posibilidad. Recuerdo que le dije al Jefe que dirigía: “Mi Teniente Coronel, he visto que publican una revista, me gustaría colaborar, publicar alguna cosa, artículos de opinión…” Reprimiendo una sonrisa sarcástica, me contestó: “Ay, Serna, Serna, pero qué comunista que eres…” Evidentemente se me helaron por completo las ganas de escribir o de publicar algo en aquel medio tan patriótico. Mi principal tarea debía ser la de sobrevivir, que no era poco. Estoy hablando del año 1982, pocos meses después del intento de golpe de Estado del 23-F.
P: La mayoría de sus libros tienen como tema la historia o la relación de esta con la literatura o el pensamiento. ¿Hay algún autor en particular que le haya influido a la hora de perfilar su estilo literario?
R: No sé si algún autor en concreto me ha influido de manera determinante, pues soy muy ecléctico en mis lecturas. Mezclo autores muy distintos que se me suceden sin un orden preestablecido. Creo que lo que me ha influido ha sido la voluntad de leer: las ganas y el entusiasmo de leer. Si usted me planteara esta pregunta ahora o hace un año, o hace dos, o hace diez, seguramente respondería de manera distinta, con autores diferentes, pero el hilo conductor sería siempre igual, la lectura, los libros. Hace treinta años yo solo era lector, un muchacho cuyo principal placer era aprender lo que estaba en letra impresa; ahora sigo siendo básicamente un lector, a pesar de ser profesor, a pesar de ser articulista, a pesar de tener un blog, a pesar de escribir libros. En realidad, lo que me gusta es leer. ¿Qué autores son los que me han podido influir más? Pues francamente, no lo sé. Escribí tiempo atrás un libro sobre Antonio Muñoz Molina. ¿Puedo decir que me ha influido enormemente? Bueno, durante un tiempo, Antonio Muñoz Molina era una lectura constante sobre todo cuando lo estaba estudiando y analizando, pero no diría que Muñoz Molina haya determinado mi forma de escribir. Lo sigo leyendo… Durante otra época, en este caso anterior, estuve leyendo de manera sistemática a Michel Foucault, un filósofo francés de gran hondura. Aquello me determinó en aquel momento. Hablo de 1982-1984. Luego lo he leído y releído, pero no podría decir que me haya determinado. O sí, quién sabe.
Yo creo que esos autores varían según las fases y momentos: quizá porque soy una persona de obsesiones y compulsiones lectoras, pues lo que me atrae en esa circunstancia me absorbe y de algún modo me afecta. Luego, todo eso que he leído fermenta, como decía André Gide. Todo eso fermenta, sí: quiero decir que todo eso acaba dejando un poso del que emerge una referencia cuando menos te lo esperas. Es probable que a Michel Foucault no lo cite directamente en el momento en el que lo estoy leyendo pero dentro de cinco años o diez lo citaré.
Pero añado. Estaba pensando en este momento en un autor que sí que me condicionó muchísimo cuando lo descubrí, tanto por sus ensayos, como por su primera novela. Me refiero a Umberto Eco. De joven, yo quería ser como Umberto Eco, objetivo insensato que he incumplido, claro. Me gustaba su manera de escribir ensayos, textos académicos entretenidos y sabios; me gustó muchísimo su primera novela: seguramente ahora, si la volviera a leer me provocaría menor entusiasmo. Me refiero a El nombre de la rosa. Pero de él sobre todo me gustaba y me gusta esa capacidad transversal que tiene para tratar los temas. Y eso, modestamente, es lo que uno espera hacer: tratar transversalmente los temas con una cierta gracia.
P: ¿Cómo definiría su propio estilo literario?
R: Yo creo que el precepto que deberíamos seguir siempre –y yo espero seguirlo– es la claridad, la comunicación clara, que es, como diría José Ortega y Gasset, la cortesía del filósofo, o del modesto escritor de periódico. Hay que enunciar las cosas de la manera más clara posible, del modo más ordenado y sensato, para que el lector no se confunda ni se enrede. Pero también para que se vea nítidamente cuál es la posición de quien escribe, qué efectos quiere provocar con lo que publica. Claridad no significa poner las cosas en su mínimo común denominador. Al contrario, hay que escribir de manera exigente. Exigente quiere decir, en este caso, refinada y apelativa: de la manera más rica que uno pueda, que no rebuscada; de la manera más culta, que no barroca. Por tanto, se trata de ser exigente con el lector, reclamar su interés, forzarle a salir de la modorra. De algún modo, si tú escribes de una manera cuidadosa, más o menos refinada; si tú escribes de un modo razonado, entonces obligas al propio lector a refinar su lenguaje, sus recursos y su forma de argumentar. Para mejorar mi forma de escribir, he tenido que hacer un esfuerzo; de algún modo yo también le pido al lector que haga el esfuerzo de ponerse en ese plano, que es una autoexigencia.
Creo que hay muchas resonancias explícitamente cultas en lo que escribo, librescas, bibliófilas, ¿Por qué? ¿Por pedantería? No, porque es mi mundo. Si yo me muevo entre libros y, como antes decía, me considero básicamente un lector, ¿qué otra cosa podría hacer? Por eso, es inevitable que mi experiencia vital, en un alto porcentaje, dependa de los libros. Si yo hubiera viajado mucho, serían las vivencias de esos viajes aquello que me serviría para examinar la realidad, para contrastarla, para comentarla, etcétera.
Pero, para acabar, hay algo que añadir. Además de ser claro en la medida de lo posible y además de valerme de referencias más o menos cultas, siempre quiero darle a la escritura un elemento irónico: alguna pequeña alusión o algún guiño que ciertos lectores, sino todos, puedan captar. Me gustaría que fuera así, pero no siempre lo consigo, claro. Me agradaría que el lector captara algo de guasa en lo que escribo, si es que he sido capaz de transmitirla. Desde luego, en la medida en que puedo, introduzco ese elemento irónico o incluso sarcástico. Si no, ¿para qué escribir? ¿Para avinagrar el mundo?

Deja un comentario