Vivaqueando

fallasHe publicado unos cuantos artículos sobre las Fallas. Como no me gustan las verbenas ni el ruido municipal, esa fiesta de estrépito y detonación, siempre acabo escribiendo sobre ellas. ¿Es posible manifestarse contra las Fallas sin ser perseguido. «¿Es posible deplorarlas y no suscitar escarnio u odios entre los conciudadanos?», me preguntaba en un primer texto fechado el 14 de marzo de 2001. Lo titulé «A favor del individualismo« y apareció publicado en El País. Responsables de dicho periódico me felicitaron por la sensatez de mi crítica, me decían. Pero también me advertían: seguro que los munícipes no hacen caso. No hay freno que detenga esta explosión de casales, de carpas, de petardos.

Con inconsciencia volví sobre ello. Lo intenté de nuevo. «La juerga explosiva se adueña de las calles sin dar descanso al vecindario más necesitado; el rugido de las motocicletas petardea, sabedores todos de que hay licencia para el decibelio; el desenfreno y el estrépito de la pólvora y de las explosiones amenazan a quienes temen el estruendo y el fuego; y la alcaldesa y sus adláteres se suman con alegría expansiva y condescendiente al libertinaje municipal, alentando, jaleando, entregados con la furia propia de una campaña electoral. Y lo peor es que todo, absolutamente todo, resulta ser predecible», admitía otra vez y con fatalidad el 17 de marzo de 2003. Lo decía en otro artículo publicado en El País con el título de «Ardor fallero«. La repetición, la exacta y predecible repetición, era lo que deploraba en ese texto: la sensación de déjà vu , una fatalidad de excesos que nuestras autoridades municipales apoyan con interés demagógico. Recuerdo que me animaron algunos lectores, gentes que me escribieron o que me saludaron diciéndome qué razón tienes.

Yo sé que todo es inútil, pero al año siguiente volví a incurrir. «Una arrogante brutalidad de cristales rotos, la incultura adueñándose de ciertas calles, el estrépito motorizado, el desenfreno de la pólvora y del fuego, el engreimiento de quienes incendian papeleras, contenedores, orinan por todas partes. Mientras tanto, nuestros munícipes parecen callar o jalear a los juerguistas como si ya estuvieran resignados a la expansión, como si sólo fueran capaces de demagogia», reconocía nuevamente en otro artículo, «Fiesta y devastación«, este del 19 de marzo de 2004, también en El País. Desde luego no aportaba datos distintos ni argumentos diferentes. Todo en mi artículo era como lo que lamentaba: previsible y reiterado. No hay nada nuevo que añadir, me decía. Aun así, dos periodistas de El País me mandaron dos correos cariñosos, felicitándome otra vez por la exactitud de lo denunciado.

Dejé pasar muchos meses antes de reincidir. «Afloran aquí y allá los mismos tenderetes que ciegan las aceras impidiendo el tránsito de peatones. Se emplazan innumerables puestos de churros y buñuelos cuyos humos y aceites asfixian… dejando el paladar y el olfato embreados. Estallan los mismos cohetes, nos ensordece el mismo estruendo, y jovencitos feroces e insaciables, con idéntica energía, acicateados por unos padres temerarios que por momentos parecen olvidar la cordura, nos estremecen. Se instalan unos monumentos falleros que creíamos ya incinerados, años atrás. Se adorna la vía pública con idénticas señeras y bombillas de colorines, con las mismas banderolas que con insistencia nos advierten, por si alguien lo había olvidado, que estamos en tierra de valencianos: las mismas perillas que anuncian con despilfarro, con disipación, el general regocijo, una vía en la que todo el mundo parece entregarse a una furiosa bulla de discomóvil. Se acumula la misma basura: los mismos botes estrujados de cerveza y las mismas botellas astilladas de whisky. Produce desagrado oler, como siempre, a ciudad amoniacal y mefítica, el vómito esparcido con que los más jaraneros o incontinentes se alivian rociando el asfalto y los adoquines. Es un vandalismo mediterráneo, claro, salpicado de orín y gentío», concluía el 22 de marzo de 2006 en un artículo significativamente titulado «Adiós a las Fallas«, publicado esta vez en Levante-Emv. El entonces responsable de Opinión de dicho periódico me felicitó, pero para inmediatamente después pedirme contención y resignación. La gente quiere diversión y el turismo que la fiesta atrae nos obliga a aguantarnos, me dijo.

Empecé a aburrirme. Creí que no iba a volver a escribir sobre las Fallas, sobre unos recocijos que padezco con irritación creciente. Harto, algo cansado de decir evidencias, resignado a la fiesta municipal, había decidido callar. Me dije: ya que no puedes hacer nada, tira el escudo de Arquíloco y sal corriendo. No hay batalla que librar. Está todo perdido y, además, tampoco quieres hostigar a quienes no son exactamente tus enemigos. Los falleros son gentes como tú, vecinos que viven, sobreviven y trabajan. ¿Para qué enfrentarte?, me había dicho. Adopta otra estrategia: escápate de la ciudad hostil y reserva tu escritura para el blog, para los amigos. Así lo hice el año último, pero ahora regreso para tratar lo mismo en un medio impreso, para retocarlo y mejorarlo –creo– en El País. Ahí abajo tienen el enlace… Llevo camino de adherirme a aquello que me hostiga. Regreso, pues, y qué veo. 

Con la excusa de la fiesta peatonal otra vez se cierran numerosas calles al tránsito rodado,  bloqueándose cruces, taponándose salidas. Los ciudadanos quedan aislados y hasta las ambulancias tienen dificultad para acceder a los lugares en donde las necesitan. No es el público caminante quien se adueña de la calzada, sino las carpas innumerables en que vivaquean los festeros con su música ensordecedora, con sus detonaciones. ¿Y los orines? Siempre acabo hablando de los orines, de la Valencia hedionda. Todo  huele a meado: las aceras y los rincones, regados con el pipí de bebedores e incontinentes. Viva el colectivismo jaranero, viva el regocijo público. Ar.

Ahora ya me callo, ya me voy, no sin antes preguntarme lo de siempre.  ¿Y esto cuándo acaba? ¿El día de la cremà? No, la batalla continúa, pero el escudo ya lo arrojé.

Hemeroteca

Justo Serna, «Sant Josep«, El País, 18 de marzo de 2009

Continuará…

16 comentarios

  1. Esto de las fallas tiene tantas lecturas, y todas tan negativas, que uno no sabe ni por donde empezar. A la persistencia encomiable de Serna a lo largo de los años, incisiva en lo que es la grotesca ex-fiesta, el actual espectáculo, poco se puede añadir que no sea redundar.

    Me decido, pues por unas reflexiones a partir de, (1) la la incomprensible actitud de una corporación derechista, conservadora, que, en momentos de euforia se llega a tildar de “liberal” (la ignorancia no reconoce límites ni vergüenzas) y (2) la traición patente a la fiesta original que explica su actual caricatura macdonalizada.

    Una de las principales funciones municipales de las corporaciones burguesas, liberales (sin comillas), conservadoras y reaccionarias del XIX fue aplacar el desenfreno de la diosa Carna. El ciclo carnavalesco pervivió en las sociedades rurales europeas a pesar de la milenaria represión cristiana. A lo largo del año, cada cuarenta días, se reiteraba la alternancia entre la expansión y la contención humana. Los intentos cristianos por “santificar” las fiestas en su periodo expansivo tuvieron diferentes niveles de éxito: lograron deshacerse de algunas cuarentenas y fracasaron miserablemente con otras (los periodos de contención, ni los tocaron, claro). En el XIX, el Nuevo Régimen, el burgués, llegó al poder auspiciando una moral paradójicamente contenida, la que encarna como ejemplo paradigmático y extremo la sociedad victoriana. En eso se encontraron con el mismo enemigo que los del Antiguo Régimen: los ciclos de las carnestolendas. Y, como aquel, actuaron estratégicamente igual: represión hasta el exterminio o la fagocitación de lo carnavalesco en el propio «corpus» del poder establecido.

    Mientras todo esto ocurría en lo abstracto, en lo concreto, en el periodo que va desde las postrimerías del XIX (cuando aparecen los “ninots”) hasta la época de la República (cuando Regino Mas se inventa la actual fiesta), la sociedad valenciana de la capital vive un fenómeno festero bien particular: la derecha concentra sus esfuerzos lúdicos en su Semana Santa (abril), mientras la izquierda lo hace en los Carnavales(febrero). Quería la tradición que vándalos de uno y otro bando se enfrentaran con palos, puños, porras, navajas y hasta tiros, tratando de reventarle la fiesta al otro cuando el otro estaba en su jolgorio. Los valencianos son así. Milagrosamente, las fallas (marzo) se convertían en la única fiesta pública, de calle, neutral.

    Allí, en la crítica al poder y a los disparates sociales, parecía que tirios y troyanos encontraban un momento de encuentro civil y reposo solidario. La fiesta, que aun no había pasado por el tamiz del franquismo, no tenía connotación religiosa alguna, lo de “san José” era sólo un nombre y “la Ofrenda” ni existía tal como se conoce hoy, orgasmática para el Arzobispado. La quema controlada de pólvora y la concentración en unos incipientes “monumentos” (las fallas que se montan durante la Guerra de Cuba suelen tener uno o dos “ninots” y poco más de un par de metros de altura) concentran en apenas tres días todo lo que tiene de rompedor, de cármico, de peligroso para el poder constituido, la fiesta, lo cual entrara dentro de lo admisible en una sociedad rural y burguesa como la de la ciudad en ese tiempo.

    En sus orígenes, pues, la fiesta es (a) rural, (b) carnavalesca pero moderada por el poder que lo encauza para evitar desmanes, (c) ciudadana, autosuficiente, independiente y crítica; esto es, los vecinos la hacen por si y para si, sin apoyo político alguno, lo cual asegura su independencia y su crítica libre, (d) por lo anterior se convierte en solidaria entre valencianos, interclasista e interideológica, y (e) cerrada, se hace del barrio y para el barrio, por lo tanto, ni hay concursos, ni instituciones superiores al propio “casal faller”, ni burocracia alguna, ni se plantean para forasteros ni turistas, son sólo de consumo interno.

    ¿Qué queda de ello? Como siempre, allá voy yo dudando y dándome respuestas parciales que dejo a vuestra consideración…

    (a) ¿En una ciudad moderna, de servicios vinculados con la industria y el terciario, se puede perpetuar un modero agrario? Creo que no.

    (b) ¿Modera o alienta la corporación municipal del PP el desfase, el desorden, el desparrame, el exceso? Considero que lo alienta y de forma perversa porque ya no es carnavalesco (las actuales fallas NO cuestionan el poder) sino, sencillamente, de «hooligan» descerebrado.

    (c) ¿Es una fiesta ciudadana? Definitivamente no. Está organizada, regulada y dirigida por una estructura burocrática cerrada que agrupa a entes estancos que, en todos sus grados, son dependientes de los fondos y licencias municipales. Este año, por ejemplo, no hay ni una sola falla (de entidad) que haya sacado el tema de la corrupción, ni una.

    (d) ¿Es solidaria? Obviamente no. Es confesional, católica romana; se decanta abiertamente por el movimiento socio-político que se denomina “blaverismo” (regionalismo españolista) y actúa de acuerdo con ello en los campos de la cultura propia y la política pública; y es clasista pues mueve presupuestos que exigen unos dispendios económicos abrumadores (un traje regular “regulín” de labradora – ese que llaman “de fallera” los listos de turno – tiene un precio mínimo de 3000 euros). Nada que ver con lo que contamos up supra.

    (e) ¿Es abierta o cerrada? Este punto es el más pintoresco pues la fiesta cerrada, en su origen, tiene una explicación localista positiva pero en la actualidad continua siéndolo, aunque negativamente, a la vez que pretende ser abierta, abierta al turismo, al turismo como negocio. El “casal” está tan cerrado como una caseta sevillana de la Feria de Abril pero se alardea de lo abierta que es la fiesta para venderla como espectáculo, y como todo espectáculo, para gozarlo, has de pagar.

    Total, las fallas, hoy, son una fiesta conservadora, impostora, desorbitada, agresiva y el negocio de unos pocos que rompen la vida de una ciudad moderna en aras de potenciar la imagen agrarista que tanto place a la reacción local.

    ¡Vaya rollo! Vale, es verdad, lo siento, me callo YA

  2. Tampoco le gusta la fiesta. Y tiene que meterse con San José y la religión.

    ¡Y el rollo del gato que ha escribe mas largo que Serna! Si que son raros.

  3. Magnífica la argumentación de Pumby, así como la del señor Serna. Las fallas se han instrumentalizado y hace tiempo que perdieron lo que de transgresor pudieran tener. La urbanidad hace mutis por el foro durante unos días y se da rienda suelta al «aquí vale todo»… precisamente en Valencia, una ciudad que no se caracteriza precisamente por su urbanidad y en la que, por muchos desmanes que acontezcan, parece que nunca pasa nada.

    La cuestión es hacer ruido, mucho ruido. Fiesta, fiesta. Un gran espectáculo, derroche, alegría, desenfreno incívico (en bastantes casos; en otros, evidentemente, no). Y luego, cuando se moje la pólvora y ya no haya más castillos, ¿qué pasará? ¿Hacia dónde miraremos? ¿A quién tendremos que rendir cuentas?

  4. No logro encontrar, por más que lo busco, un estudio que apareció en El País hace pocos años, realizado por científicos de todo el mundo, en que decían que había quedado demostrado que, a más capcidad para soportar ruido, menor inteligencia. Parece que las personas talentosas y sensibles soportaban muy pocos decibelios y durate muy poco tiempo. También es un hecho que los humanos tenemos un mecanismo de defensa al ruido consistente en perder el oído cuando se le somete a un ruído prolongado. Yo tengo mi propia estadística: todos los organistas terminan sordos.

    La pena es que los que no soportamos el ruído, tenemos que convivir con los que basan todo su jolgorio en él. Lo de Valencia debe ser un dolor, pobres míos. Es la única época en la que no les envidio que estén todos juntitos ahí. Lo siento.

  5. ¡Viva! Ya va «queando» poco para el final de las fallas. Envidio la suerte de Justo, que se ha podido alejar de ellas. Yo, por llevar la contraria, anoche me fuí al cine (he visto RAF, sin pestañear) y las multisalas tenían un máximo de 4 espectadores en cada una. El problema es que tuve que ir y volver andando, por la imposibilidad de usar el coche en estos días. La noche era magnífica y la caminata resultaba vivificante… si podías ignorar a las hordas falleras, la música de pasodoble, los petardos, el olor a fritanga y orines…

    Por cierto, que nunca había visto un gato tan ilustrado como el que tenemos en casa. ¡Hasta de las fallas, nos da una lección magistral! Gracias, Pumby,

    Y gracias a Pavlova, por compadecerse de nosotros.

  6. Nunca he visitado Valencia en Fallas y creo que nunca la visitaré.

    Hece años, allá por los 70, en las primeras elecciones municipales tras la nefasta Transición, recuerdo que en un mítin me comprometí a que ningún ciudadano de Viladecans tendría que entrar en un bar a orinar ni a beber agua sin tener otra opción.

    Más de treinta años después todo sigue igual en la falta de mingitorios. No así en las fuentes públicas que se han multiplicado por muchas plazas y calles.
    Es más, en Barcelona ciudad han desaparecido casi todos los urinarios públicos.

    Desde Aguilas un saludo.

  7. ‘A favor del individualismo’, ‘Ardor fallero’, ‘Fiesta y devastación’, ‘Adiós a las fallas’, ‘San Josep’… Sí, Justo Serna, nos ha quedado clara su indignación ante esta fiesta. Indignación que apoyo y suscribo donde haga falta.

    Siempre tengo que atravesar el corazón de Valencia para ganarme el queso con el sudor de mi frente, y estos últimos días caminar por la ciudad ha resultado horrible. Me encontraba más perdida que un gato en una estación de metro: calles cortadas, masificaciones de gente poseída por el dios Baco, malos olores, arrempujones, apretones, pisotones (¡con lo chiquitita que soy!) y, cómo no…, los puñeteros petardos. Pero ya ha pasado todo. Uff, qué descanso.

    Han terminado las fiestas y sigo sin saber cuándo es la cridà, la arreplegà, y casi la cremá (aunque sí la despertà); no sé qué falla ha ganado el primer premio (es que no he visto ni una, vamos; bueno, una sí, era alternativilla pero fue por causa mayor), ni cuál ha sido la mejor iluminación. Y es que, como tan genialmente ha expuesto el de Villa Rabitos, tratándose de una fiesta “conservadora, impostora, desorbitada, agresiva” (y “agraria”), no siento haberme perdido nada.

  8. ¡Ya lo quemaron todo!

    Sólo un cierto olor a orín y borrachera permanece flotando en el ambiente.

    Paseaba esta mañana por las calles pegajosas de vómitos y alcohol derramado (¡impíos!), ya semivacías, compartiéndolas con los últimos colgados que aún deambulaban mezclándose con los primeros barrenderos, mientras me comía unos buñuelos de la postrera hornada. Le daba vueltas a mis dudas, algunas muy localistas, otras muy metafísicas, viendo los restos del naufragio.

    Ejemplo de las primeras… ¿por qué se empeñan en llamar “traje de fallero” (para ellos) a lo que es un “vestit de torrentí” (traje de torrentino)? ¿porqué “traje de fallera” (¿para ellas) para lo que es un ”vestit de llauradora” (traje de labradora)?… Ejemplo de la segunda ¿por qué se dedican a san José unas fiestas en las que a él no se le hace ni una misa mientras para su señora esposa todos son agasajos cuando ella no tiene nada que ver con la fiesta?… Ejemplo de mixtura entre ambas ¿porqué se emocionan tanto en los actos religiosos católicos personas que ni siquiera son practicantes de los ritos más elementales de su secta, cual es ir a misa los domingos, confesar en algún momento o tomar la comunión una vez al año (obsérvese que no les pido ni practicar la caridad, ni la verdad, ni la bondad?)…

    Qué misterios tiene esta fiesta, capaz de adocenar a semejante gentío alrededor de un negocio impostor e impostado.

    Afortunadamente, los buñuelos estaban bonísimos.

  9. Y digo yo: ¿cómo es posible que, si hasta gatos y ratitas saben que las fallas son un camelo insoportable, sigamos padeciéndolas año tras año?

    Deberíamos, por coherencia,
    desaparecer todos de Valencia.
    Dejando solos a los falleros
    junto a turistas y extranjeros…

    Ya sé, están ricos los buñuelos
    mojaditos en negro chocolate,
    pero es que, los puñeteros,
    engordan un disparate.

    ¡El año que viene me voy al Caribe en Fallas!

  10. Bueno, después de la cremá, más que el olor a orines y borracheras, yo destacaría ese olor a plástico quemado y ese humo negro que debe ser muy contaminante, resultado de la quema de unas fallas que se hacen con nuevos materiales, seguramente por ser estos más baratos y fáciles de trabajar que los tradicionales.

  11. ¡Ele!¡Cuánto arte y salero tiene mi amiga Marisa!
    ¿Me puedo ir el año que viene contigo al Caribe? ¡No, no! mejor podríamos irnos a Helvecia!Hmmmmmmmmmm

    Te recuerdo que tenemos pendiente una de queso regado con un vinito de Les Alcusses… Ya lo decía mi abuelo, que era un sabio ratoncito jerezano muy salao: la uva con queso sabe a beso :-)

  12. Por cierto Sr. Serna, que el diálogo de MIII no es como Ud lo cuenta. Lo que dicen es lo siguiente:

    «- Esta festividad es una lata.
    Honran a sus santos quemándolos.

    -Te da una idea de lo que piensan
    de los santos, ¿verdad?»

    Eso sí, que la mezcla que hacen de varias fiestas españolas es completamente indignante

  13. No, no. Edurne. En el doblaje español se oye bien claramente lo que Hopkins le dice a Cruise. Busque en youtube y verá.

    Y en cuanto a que sea indignante la mezcla de varias fiestas españolas, pues qué quiere que le diga: más que indignarme me hace gracia.

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