La isla interior

Uno. Ves a un muchacho pulcramente vestido, quizá muy aseado y planchado. Ves a un muchacho siempre contenido, siempre correcto, siempre rasurado y siempre a punto de romper a llorar. De entrada no sabemos qué le sucede, qué pasa por su cabeza.

¿Un muchacho? Martín ya no es tan joven. Ejerce la docencia: es profesor de literatura en un instituto y vemos que está obsesionado por una de sus alumnas.

Se le nota el amor por la lectura y por los libros: ante sus estudiantes describe con precisión  por qué hay que leer novelas, qué compensación nos dan las historias que otros inventan.

De hecho, él cree ser novelista. Tiene la obra entera en su cabeza. Sólo le falta plasmarla.  No tiene nada escrito, pero eso no importa: él se sabe novelista. Como sus admirados Ernest Hemingway o Franz Kafka, a quienes vemos en algunas fotografías que cuelgan de la pared de su habitación, de su cuarto de soltero. Vive en casa de los padres y continuamente reprime el llanto.

Dos. No quiero contar la película, la estremecedora película de Félix Sabroso y Dunia Ayaso.   Se titula La isla interior (2009), quizá una metáfora muy obvia, pero desgarra tanto la historia de Martín y su familia –constituida por dos hermanas más y los padres– que perdonamos ese rótulo algo enfático.

Todos están mal, incluso muy mal. El padre padece esquizofrenia y de ese hecho concreto deriva todo. ¿Qué les pasa? ¿Qué hacen? Asistimos a un flash back en el que vemos lo que les ocurre a lo largo de los cuatro días previos… Les invito a que pasen y vean: a que expresen lo que saben o lo que sospechan.

He empleado el verbo ver en repetidas ocasiones. Y con toda probabilidad es la palabra más inadecuada, como bien sugiere Marisa Bou. Desde luego somos espectadores de un drama familiar, pero vemos muy poco: por las elipsis, por lo sabido, por lo convenido, por lo callado, por lo remoto.

«Todas las familias dichosas se parecen, y las desgraciadas, lo son cada una a su manera», leemos al principio de Ana Karenina. Es el famoso incipit de Tolstói. La familia de Martín parece normal, no sabemos si dichosa. Sabemos que el padre padece un grave enfermedad y sabemos que atenta contra su vida. ¿Rompe eso la normalidad?

La película es una radiografía de una normalidad aparente, costosamente mantenida por la madre, pero también por los hijos, que quieren hacer una vida corriente cargando con los dolores y las injurias de la existencia. Los dolores y las injurias las vamos a ir descubriendo. Las de Martín, las de Gracia y las de Coral.

Gracia vive en Madrid, ha heredado el mal y lo combate con pastillas. La madre y el padre están en Canarias, así como sus hermanos: viven lejos y, por tanto, ella ha escapado de la patología existencial que padece la familia. Sin embargo, cuando deje las pastillas, el mundo real se le desvanecerá: lo confundirá precisamente con la serie de ficción que protagoniza: Veterinarios.

Coral tampoco reside en casa de sus padres. Es asistenta y con su magro sueldo sobrevive en su propio domicilio, un pisito modesto y digno.  Tiene relaciones con su jefe, sexo rápido, insatisfactorio, expeditivo. El tipo está casado y es padre de familia, un individuo de doble moral y escasas entendederas, violento. Coral tiene magulladuras en el rostro, las ojeras del dolor antiguo, familiar, un ultraje; y tiene las heridas de los golpes que la vida y los hombres le infligen. Al igual que sus hermanos y que su padre, tiene ojos doloridos.

En efecto, causa mucha impresión la mirada triste, desconsolada, de Martín, de Gracia, de Coral. Atemorizan los ojos hundidos y desorientados del padre. Todos tienen un punto de demencia. ¿Es responsable esa madre dominante, ciega ante lo que la rodea? Los ojos extraviados están causados por una enfermedad que lleva al delirio, a la pérdida de lo real.

Tres. La película sugiere y muestra, pero especialmente deja en suspenso. Vemos muchos pormenores de una familia –o eso creemos– y al descubrir la vida interior de esos individuos nos preguntamos qué es lo que les pasa. Conviven con una enfermedad heredada, pero sobre todo son individuos sin relaciones. Carecen de contactos firmes y de sentimientos externos.

Una familia es una unidad conyugal, pero es también el conjunto de interacciones extradomésticas que mantienen sus miembros. En La isla interior, los parientes están atados, vinculados entre sí. Son incapaces de ampliar la esfera de sus relaciones, de desanudar esos lazos. Por tanto carecen de continente o de mundo propiamente exterior. Están aislados, en efecto, tal como reza el título enfático de la película.

«Vengo de una familia en la que cada miembro dañaba a los demás. Luego, arrepentidos, cada uno se dañaba a sí mismo». Los individuos reales de esta familia se hacen mucho daño, cierto, pero la representación imaginaria que cada uno se hace de los restantes también duele. Los hijos tienen a sus progenitores reales y a sus padres interiores, esos objetos internos con los que polemizan, dialogan, disputan, odian o aman.

Como señalaba Sigmund Freud, el análisis psíquico puede aliviar: convierte las miserias neuróticas en miserias corrientes, miserias cotidianas. Ayuda a convivir con ellas. ¿Pero qué hacer cuando las carencias y las dolencias no se curan, cuando las hemos heredado, cuando no podemos desprendernos de ellas?

Cuatro. David P. Montesinos. «Doy cuatro horas de Psicopedagogía a la semana a chicos de entre dieciséis y diecisiete años. Perciben que hay algo en todos los temas que tratamos que está muy cerca de la realidad, una realidad compuesta -como la de cualquiera- por relatos televisivos de criminales en serie, noticias de crímenes espantosos o maridos y mujeres que llevan décadas gritándose tras la pared de la habitación. La locura no parece una opción cercana, no parece algo en lo que uno puede caer, es algo de otros. Quizá por inexperiencia, ven la normalidad y la aceptación social en que les han hecho creer que viven ellos y sus familias como algo casi tedioso, casi como un fastidio. Un día alguien te revela que la abuela desapareció una noche y la encontraron caminando descalza y con ropa de cama por el yermo de detrás de la casa del pueblo… y acaso lo que quería era matarse, pero eso no se dice. Un día descubres que alguien te dice que su padre fue su héroe, porque regresó de un alcoholismo en el que había vivido durante años y años, sin que las niñas se dieran cuenta… y regresó con un esfuerzo sobrehumano solo por ellas.

Hay locos que se creen Napoleón y hay tipos que ingresan en una banda terrorista, pero la locura que yo he conocido está mucho más cerca y se parece lo suficiente a mí como para creerme lejos. No tiene nada de genial, no exactamente, no es Nietzsche soltando martillazos ni Allan Poe en un trance alcohólico. Es, sobre todo, gente con miedo, personas que temen -como dice Martín, con lágrimas en los ojos- estar a cada momento a punto de perder el control sobre sí mismos. Son incapaces de salir de ese círculo de lo que los psiquíatras llaman “codependencia” porque, por encima de todo, lo que tienen es un temor bárbaro a ser dañados por un entorno que perciben como hostil. Qué cerca me sentí de Martín en el episodio del parking. A veces, subido a mi automóvil, donde soy el tipo más débil imaginable, presiento que el conductor vecino, el tipo del parking, incluso el peatón, forman parte de una trama selvática a punto de engullirme. Los temblores, las frases mal pronunciadas, la incapacidad para entender al que me habla con toda la naturalidad y se desespera porque no le entiendo… Multiplicada tal sensación nos encontramos ante la esquizofrenia.

Creo que la esquizofrenia es en realidad un proceso de devastación de la identidad. Ese continuo que en “los normales” solo descansa durante el sueño, donde se apodera de nosotros sin peligro el delirio, en el esquizo sufre interrupciones incontroladas, de ahí la necesidad de una medicación que, en cualquier caso, no cura, pues no podemos esperar de una pastilla que reconstruya todo el edificio del yo, que es la obra de una vida de socialización, educación, creencias, certezas… De alguna manera, en el esquizo, todo ese edificio se ha resquebrajado.

Vivimos con relativa comodidad porque esa máscara que llamamos el yo nos sirve de envoltura invisible con la que mantenemos la distancia con el entorno, de ahí que, por lo general, no lo juzguemos como insoportablemente amenazante. El esquizo ha perdido esa envoltura. Por eso tiende a aislarse, porque sabe que es terriblemente vulnerable a cualquier proximidad. Cualquier contacto es traumático, puede odiar y enamorarse de la misma manera inoportuna e inapropiada, es, en ese sentido, un inepto social, un inadaptado a su pesar. ¿Por qué no juzgar a los personajes del film como unos héroes? Su lucha es titánica porque su enemigo es cruel y poderoso.

No soy capaz de discrepar de las distintas interpretaciones que he leído aquí respecto a la película, pues todas me parecen buenas. Tan solo un apunte. Me es difícil encontrar un culpable. Sucede así en las situaciones de codependencia, un círculo donde las fuerzas se canalizan de un lugar a otro sin que lleguemos a encontrar nunca ni un principio ni un final. Como en una isla interior, todo se trama en un lugar apartado y con una inquietante lógica endogámica, como si el mundo exterior fuera solo un delirio, un sueño o una pesadilla de la que los personajes se despiertan cuando están juntos, en esa habitación a oscuras donde se dedican a hacerse daño y a la vez se necesitan.

Creo que la madre no es exactamente la culpable, es esto lo que quiero decir. Si hubiera otorgado la libertad a los débiles con los que trama su vida, ¿no habría sido como dejarlos precipitarse hacia la perdición en las tinieblas? ¿Qué haría yo si Martín hubiera sido hijo mío? La madre forma parte esencial de todo ese círculo terrible, no tengo duda, pero su posición no es exactamente la del demiurgo que inventa el horror para convertirlos a todos en prisioneros de una maldición… la madre es también ese personaje que grita y llora terriblemente desde la cama para luego reponerse y mostrar el camino de la supervivencia a los que se quedan, ese camino que se dibuja en la tremenda foto familiar tras el cristal del tanatorio. Lo terrible, lo que desazona de esta película es que no encontramos redención eliminando a los dos malos padres, no solo porque el mal ya está hecho, sino porque ambos, a su manera seguramente intolerable quieren desmedidamente a sus hijos. En ese sentido, ésta es una historia de amor como pocas veces he visto, amor en toda la extensión de la palabra.

En cuanto a la pregunta que hace Justo Serna… nada, no se puede hacer nada más que vivir con ello, como se vive con una cicatriz que sigue doliendo y que de vez en cuando vuelve a abrirse. O queda, como usted dice, cotidianamente abierta, y entonces uno tiene que arreglárselas para vivir permanentemente alerta, esperando que los demás no se den cuenta, esperando no aparecer de pronto como un monstruoso insecto ante la gente.

Un hermoso relato.´´

Cinco. Alejandro Lillo. «De todos los personajes de la película, el más incomprensible para mí, el más hermético, es el de la madre. Pero antes querría insistir en un detalle que me parece importante: es la percepción que los de “afuera” tienen de esa familia. En el guión se insiste continuamente en ese asunto. Bajo una superficie lisa (un hermano escritor, una hermana actriz), un mar de lava pone en evidencia que el firme sobre el que caminan y viven los hijos es tierra volcánica.

Puedo aceptar la fantasía de la madre, incluso sus esfuerzos, como apunta don David, de marcar con su ejemplo el camino a seguir. El mundo está lleno de gente con buena voluntad, que desea lo mejor para sus hijos, lo cual no es óbice para que puedan hacerles daño, destrozarles la vida incluso. Yo tampoco señalo a nadie como culpable entre otras cosas porque pienso que la película no pretende señalar culpables. Pero lo que es cierto, y creo que se ve claramente, es el ambiente ponzoñoso que se respira en esa casa, en ese hogar. Un hogar ponzoñoso no es hogar, es un espacio envenenado que quizás, como una droga, aturde y engancha, obligando a repetir, pero del que hay que huir, del que hay que desengancharse. En ese sentido, la supervivencia, la autonomía de Martín pasa por la salida de la casa materna. Martín no tiene espacio, se asfixia…Ya he dicho que una parte de él permanece en algún lugar de su adolescencia, de ahí su enamoramiento de la alumna. El chico necesita autonomía, necesita un empuje, no control y represión.

El empuje se lo da la hermana pequeña, Coral, el control y la represión provienen de la madre (no sé si conocemos su nombre): “tú te estás viendo con alguien”, le espeta en un momento de la película. Parece que lo quiera sólo para ella. En un momento determinado parece incluso cómplice del marido. Por otro lado, frente al cristal, la madre, ya recompuesta, reconstruida la fachada, permanece en primer plano (aunque más bien en un lateral) con la mano apoyada en el cristal. El dolor que constantemente vemos en los ojos de los hijos, no se lo aprecio a la madre en ningún momento, quizá me equivoque. No sé. Se me hace difícil entender a esa mujer, sobre todo el hecho de que siga amando tanto a su marido sabiendo lo que le ha hecho a su hija. La única explicación que se me ocurre es que actúe en ella algún tipo de dispositivo que le niega y le trastoca la realidad, ignorando los problemas de sus hijos y todos los horrores de la casa. Si eso fuera así ella sería el personaje más enfermo de todos. El más sano pero el más enfermo. En cualquier caso alguien así no puede ser el guía de ningún grupo, el único camino que puede mostrar es el del precipicio, el de los peñascos contra los que una y otra vez golpean las olas.´´

Seis. He visto por segunda vez La isla interior. Les garantizo que la he disfrutado más. Y me ha impresionado. No se preocupen quienes no la hayan visto. En este caso, saber ciertas cosas no daña la película: es mayor el impacto.

Me he fijado en mil y un detalles que nos pasan inadvertidos en la primera ocasión. Viéndola otra vez, creo que el personaje esencial es indudablemente Coral, que interpreta Candela Peña. Sin ningún género de dudas. Todo pasa por ella. No es la madre (Geraldine Chaplin) ni el padre esquizofrénico (Celso Bugallo). No es el excelente Alberto San Juan, encarnando a Martín, tan dependiente de la madre, razón por la cual escucha canciones francesas para inspirarse. Tampoco es Gracia, que interpreta Cristina Marcos, quizá el personaje más patético, la persona que más confunde lo real y lo fantasioso. Es Coral, insisto. Todo depende de la violación o presunta violación de la que fue víctima y todo depende de los golpes que recibe, ultrajes bien reales.

Si lo pienso bien, quizá lo que yo decía al principio de este post no estaba tan desacertado: el centro de todo es esa familia patológica, ese núcleo dañino y tóxico en el que, en efecto, todos se hacen pupa. Prácticamente no hay exteriores de gran profundidad, fuera del océano. Todo se reduce a interiores asfixiantes. O a exteriores que son reservas de esas relaciones perversas.

Vista la película por segunda vez, el guión aún me parece mejor. No es tramposo. Tampoco son irrelevantes los detalles materiales: el mobiliario, la escenografía o esa casa al borde del acantilado, casa deteriorada con desconchados. En fin, vemos a la familia en el tanatorio, la única que llora en principio es Coral. Luego, cuando empiezan a retirar las coronas de flores, lloran los tres hijos. Pero no la madre.

Siete. ¿Es Pedro Almodóvar una influencia en esta película? La verdad es que eso no es muy relevante. Jordi Costa subrayó dicha presencia, pero esas erudiciones no son lo fundamental para entender la película. Sólo el género del melodrama podría justificar la alusión. Y tal vez una cierta estética setentera y kitsch. Pero es que esa estética está justificada, muy justificada, en La isla interior: estamos hablando de una familia que se formó y se detuvo a finales de los setenta. Todos los hijos sobrepasan los treinta años, dice la madre en un determinado momento. Por tanto, la casa familiar es un espacio remoto y rezagado, un lugar detenido en el tiempo. “Creéis que podéis hacer lo todo y no podéis», admite la madre en otro instante de la película, cuando Martín, el hijo varón, sueña con irse a París a escribir una novela.

Como Ernest Hemingway. Por eso, París era una fiesta resulta una referencia constante en el film. Pero Martín no puede irse a París, no puede hacer vida propia. ¿Por una esquizofrenia tal vez heredada? No, no parece que ésa sea la causa. Como le dice Coral al propio Martín: tú no eres como papá. Es decir, él no tiene esquizofrenia. De hecho, los únicos que se medican son Gracia y el padre: ambos personajes no pueden dejar las pastillas. En cambio Coral y Martín sobreviven malparados –por las muchas heridas y vejaciones–, pero no son esquizofrénicos. Martín vive acongojado y limitado, justamente por esa madre dominante de la que aquí hemos hablado. A Martín también se le ha detenido el tiempo: estuvo buscando un objeto sobre el que volcar la libido, pasó después un período de latencia, aprendiendo de su madre lo que era la moral irrectricta, y ahora vive amputado, dependiente.

Ocho. Isabel Zarzuela. «Sí, todos necesitan a Coral. Gracia la necesita: la llama constantemente porque como ella misma le dice, es la única persona que le pone su cabeza en orden. Para Martín Coral representa la liberación, es la figura opuesta a la de su madre: lo comprende, y de nuevo es la única persona con la que puede mostrarse tal y como es él, a quien confiesa sus temores y angustias. Coral siempre le aconseja que se marche de casa, no le dice que se independice, no, le aconseja una y otra vez que tiene que salir de esa casa (una recomendación más que liberadora). La madre, la mujer sin nombre (¿tiene nombre?), también necesita a Coral. Soy incapaz de definir o analizar qué tipo de relación tienen, no lo veo claro, pero sé que esa mujer también la necesita: es a la única persona a la que habla y trata con respeto, actitud que no tiene con ningún otro miembro de la familia. Y el padre… el padre, ¿cómo necesitaba a su hija pequeña? ¿La necesitaba? Resulta difícil olvidar lo que le dice cuando ella se enfrenta a él preguntándole de esa forma tan desgarrada por qué lo hizo: “porque te quería tanto, te quería tanto que si no te tenía me moría”.

Coral sabe que todos la necesitan, que es “la única persona” para cada miembro de su familia. Cuánta responsabilidad ¿no? Y cuánto dolor, como si no tuviera suficiente con el suyo propio. Por eso no hace más que huir de todos ellos: a Gracia casi nunca le coge el teléfono; evita quedar con Martín porque sabe que le hará cómplice de su angustia; distancia la relación con su madre porque la culpabiliza de muchas cosas, entre ellas su propia desgracia; y de su padre… ¿cómo no iba a huir de su padre?

Me gusta la metáfora de la “casa al borde del acantilado, la casa deteriorada con desconchados”. La casa de la que sólo tenemos constancia que está habitada porque de vez en cuando, desde lejos, vemos asomar la figura de la madre por una de las ventanas para tirar la colilla de un cigarro.´´

Nueve. R.S.R. «Dice Coral cuando están sentados alrededor de la mesa esperando el desenlace: “si no podemos solos, tendremos que admitir que nos necesitamos” ¿Es una claudicación de Coral? No, creo que no. Coral no se rinde, peleó en esa familia y se revela una y mil veces ante la tiranía y la negación de su madre. De alguna manera también se sabe proteger y poner límites y es la única que tiene conciencia de lo que ocurre, la única que ha podido separarse, mirar a su alrededor con distancia. Sr. Serna, estoy de acuerdo con usted. Desde mi punto de vista, el personaje esencial es Coral, en ella se actúa la locura y sobrevive mentalmente, dañada claro, pero con bastante lucidez.

Martín no tiene esa conciencia de sí mismo. La pone en sus personajes que están dentro de él y que no puede sacar fuera de sí. En esa casa, “él no es un escritor, es sólo un enfermero”, no tiene una identidad, es sólo un apéndice del padre. Su historia y su novela son las de “un hombre que se asfixia” (siente que va a enloquecer de un momento a otro). Considero que esto es muy interesante porque él mismo lo dice cuando se encuentran en la playa con el amante de Coral y su mujer: “un escritor no se vuelve loco por inventar historias, se volvería loco si las tuviera en la cabeza y no las pudiera sacar fuera”

¿Será por ese motivo por el que alguno de nuestros novelistas escribe?´´

Diez. Alejandro Lillo. «La escena final me parece brillante. La cámara fija sobre el féretro, detrás del cristal, sin que podamos oír el dolor de esa familia, tan sólo verlo. Ellos, aunque miran el féretro en realidad nos están mirando a nosotros, nos están apelando, el cristal no es más que la pantalla del cine, nosotros no somos más que unos intrusos, unos fisgones que nos adentramos en su dolor. Es entonces cuando las palabras del celador resuenan en nuestra mente: ese, “cierra la cortinilla, que la gente no quiere ver”? ¿Qué es lo que le gente no quiere ver? ¿Cómo se llevan el cuerpo en el ataúd? ¿O acaso es la tragedia familiar, el drama de esa familia? Pero eso no es verdad, porque nosotros, como tele-espectadores, nos hartamos de ver dramas familiares en la tele, son precisamente ésos los programas con más audiencia. ¿Qué es entonces lo que la gente no quiere ver? ¿Qué es eso que tanto nos incomoda? Pues lo que dice R.S.R y apunta don David: la locura. Pero la locura como algo incomprensible, como algo extraño a nosotros, que no nos pertenece, como a lo que hay que dar la espalda o incluso golpear, justamente como hace a Martín el padre de su alumna.´´

Once. Hijos tóxicos. No sé si han visto Vete de mí. Yo la he vuelto a ver por tercera vez. No he releído lo que escribí en el blog sobre esta película. Anoto ahora, brevemente, a partir de la impresión que me causan las actuaciones de Juan Diego y Juan Diego Botto.

Lo me hechiza de esa película es, otra vez, la relación tan dañina que se establece entre hijo y padre: un hijo caradura treintañero que ni estudia ni trabaja; y un padre que sobrepasa los sesenta como actor teatral en obras del montón. El muchacho no está en paro: simplemente no hay nada que le satisfaga por entero y así vive del cuento. Literalmente: los cuentos que larga para justificarse son los que le permiten estafar. Es un tunante y un seductor. Primero vivirá con la madre.

Cuando abandone esa casa a los treinta años para instalarse en el apartamento del padre, la existencia fija y establecida del hombre se desmoronará. Apenas se conocen. El padre va a ir degradándose. Es abandonado por su pareja y la presencia del hijo le hace sentirse mal, cada vez peor. Es más, al padre le afloran todas las frustraciones: las de quien aspiraba a representar a Harold Pinter o a Calderón de la Barca y se ha quedado en actor de segunda.

Tiempo atrás escribí un artículo para El País que titulé “Padres tóxicos”. Trataba de la paternidad que destruye, que debilita el vigor y la independencia de los hijos. La madre que encarna Geraldine Chaplin en La isla interior es de esa clase. Ahora, tras volver a ver Vete de mí, con el personaje que interpreta Juan Diego Botto, le dan a uno ganas de escribir sobre los hijos tóxicos, sobre esos falsos adolescentes que viven en la irresponsabilidad culpando de todo a sus mayores o achacándoles sus propias carencias.

Doce. Regreso a La isla interior y regreso a lo que decía R.S.R. Su observación sobre Martín, el presunto novelista, es muy interesante y clínica. «Su historia y su novela son las de “un hombre que se asfixia” (siente que va a enloquecer de un momento a otro)´´, indica. «Él mismo lo dice cuando se encuentran en la playa con el amante de Coral y su mujer: “un escritor no se vuelve loco por inventar historias, se volvería loco si las tuviera en la cabeza y no las pudiera sacar fuera´´, cita R.S.R.  «¿Será por ese motivo por el que alguno de nuestros novelistas escribe?´´

Un hombre que se asfixia. Ese hombre que parece ahogarse según Martín se llama Víctor. ¿Su alter ego? Sin duda, Martín no puede más que hablar de sí mismo y sólo un nombre inventado le sirve para ocultar lo que es puramente autobiográfico. Pero lo personal no sale, está obturado, detenido en un estado prácticamente infantil. “Víctor”… es lo que escribe en la primera línea para después romper el folio, descontento y esperanzado a la vez, engañándose, creyendo posible la versión que finalmente saldrá de su cabeza.

Martín ordena también los trozos de papel que acaba cuartear. Necesita tener todo controlado para ser lo que cree ser: un escritor. Se prepara materialmente, con obsesivo control, acopiando papel y bolígrafos en un perfecto orden que nunca acaba de satisfacerle. Siempre habrá un folio que sobresalga o un lápiz que no esté a la altura de los restantes, todos dispuestos en formación. Martín experimenta la locura, los indicios de una avería mental o psicológica, porque confirma día a día la imposibilidad de sacar de su cabeza las historias que inventa o que están allí, en su interior. .  «¿Será por ese motivo por el que alguno de nuestros novelistas escribe?´´, se preguntaba R.S.R.

Se escribe por muchos motivos: para sacarse la novela de la cabeza, conjurando la locura; para plasmar lo que no tenía forma; para averiguar lo que no se sabía que se sabía. O para dar rienda suelta a los fantasmas interiores que siempre amenazan, que decía Ernesto Sábato, esos fantasmas que regresan para llevarnos a un mundo inerte e irreal. O para expulsar los demonios, que indicaba Mario Vargas Llosa, esos demonios que nos tientan obsesivamente.

El escritor digno de tal nombre, decía Vargas Llosa, comete un deicidio. Rehace enteramente el mundo poblándolo con una demografía inventada: mejora o empeora lo externo, compensa los ultrajes o da satisfacción a los sueños.  Si me permiten, acabo este punto con una cita de Sigmund Freud. No se enreden con la jerga freudiana; aténganse al diagnóstico: «…el reino de la fantasía era un dispositivo creado con ocasión de la dolorosa transición desde el principio de placer al de la realidad para permitir la constitución de un sustitutivo de la satisfacción instintiva a la cual se había tenido que renunciar en la vida real. El artista se habría refugiado, como el neurótico, en este mundo fantástico, huyendo de la realidad poco satisfactoria; pero, a diferencia del neurótico, supo hallar el camino del retorno desde dicho mundo de la fantasía hasta la realidad´´.

En el caso de Martín, el reino de la fantasía aún está en su cabeza y se parece mucho al real. Es decir, no ha conseguido realmente crear esa fantasía a la que escapar y de la que después emprender el camino de retorno. Aún no ha marchado a París, aún no ha escrito su novela, aún no ha abandonado la casa paterna, aún vive acomplejado por una madre absorbente y por una amenaza que no verbaliza: la esquizofrenia que padece el padre y con él, otros.

Nuevo artículo de Justo Serna:

«La Mafia», El País, 14 de abril de 2010 (aquí)

59 comentarios

  1. Don Justo, no sabe lo extraña que se me hace la idea de disentir de usted. Si, sí, disiento, ha leído bien.

    Yo no veo en la esquizofrenia el orígen de todo en la historia que comentamos. Para mí el orígen está en una madre dominadora y egoísta hasta el punto de anteponer a cualquier otra cosa, real o ficticia, el amor que siente por su marido. Una madre que destroza la vida de sus hijos sin un pestañeo, que con su dominio les ha convertido en seres incapaces, al margen de que hayan heredado -o no- la esquizofrenia del padre. Quien, por cierto, pronuncia la frase más sensata de toda la película, cuando le dice a su hijo que debe irse de casa, como sea.

    Y cedo la palabra.

  2. Así es, sra. Bou. La madre dominadora es protagonista del drama. Pero lo que perturba a todos es la confusión de lo real y lo fantasioso. Ella no es la etiología: ella multiplica el horror cotidiano.

  3. Efectivamente, don Justo, lo que perturba a todos es la confusión de lo real y lo fantasioso, sin olvidarnos por supuesto de la herencia genética que posiblemente haya dejado ese padre esquizofrénico. Pero me acerco más a lo que apunta doña Marisa aunque no en su totalidad. Yo también creo que la figura de esa madre excesivamente dominante y egoísta ha sido fundamental en la desgraciada vida de sus hijos.
    ¿Acaso no es esa mujer el personaje principal que confunde lo real con lo ficticio? Se empeña en mantener una relación matrimonial “normal” con un enfermo, y comenta con él, por ejemplo, la suerte que han tenido con sus tres hijos (los tres trabajan y ya están fuera de casa, menos uno); también se empeña en que exista una relación “normal” entre el padre y los hijos. Es tan importante para ella esa ficticia armonía familiar, que entierra cualquier aspecto de la realidad que la turbe, por muy perjudicial o doloroso que resultase.

  4. «Todas las familias dichosas se parecen, y las desgraciadas, lo son cada una a su manera», leemos al principio de Ana Karenina. Es el famoso incipit de Tolstói. La familia de Martín parece normal, no sabemos si dichosa. Sabemos que el padre padece un grave enfermedad y sabemos que atenta contra su vida. ¿Rompe eso la normalidad?

    La película es una radiografía de una normalidad aparente, costosamente mantenida por la madre, pero también por los hijos, que quieren hacer una vida corriente cargando con los dolores y las injurias de la existencia. Los dolores y las injurias las vamos a ir descubriendo. Las de Martín, las de Gracia y las de Coral.

    Gracia vive en Madrid, ha heredado el mal y lo combate con pastillas. La madre y el padre están en Canarias, así como sus hermanos: viven lejos y, por tanto, ella ha escapado de la patología existencial que padece la familia. Sin embargo, cuando deje las pastillas, el mundo real se le desvanecerá: lo confundirá precisamente con la serie de ficción que protagoniza: Veterinarios.

  5. Desde luego la cinta es muy interesante, también muy turbadora. Espero alguna interpretación foucaultiana, dada la centralidad de la enfermedad –alguna de origen social, otra de tipo genético- en la película. Mientras tanto, yo veo dos mundos distintos, dos mundos separados e irremediablemente unidos. Por un lado están los padres, los progenitores; por el otro están los hijos, que sin duda son víctimas, los tres, de determinadas circunstancias. Me centraré ahora en éstos últimos.

    En realidad todos son unos supervivientes, tres personas muy distintas que luchan a cada instante y como buenamente pueden contra una experiencia -contra una herencia- que les ha marcado profundamente, de manera diferente a cada uno, pero brutalmente a todos ellos. Lo cierto es que, tal y como está estructurada la película, al principio no entendemos qué les pasa a los hermanos, sabemos que algo sucede, pero no acertamos a adivinar qué. Poco a poco vamos comprendiéndolo todo, es un conocimiento tenso, que se adivina trágico y horroroso. Volvemos entonces la vista atrás, rebobinamos mentalmente la película y comprendemos, como muy bien han apuntado ya, que esas relaciones familiares son una farsa, pura ficción, un mundo de fantasía que de algún modo la madre dirige y los hijos en cierto sentido también secundan, quizá por inercia, quizá porque bastante tienen con mantenerse cuerdos a cada instante. La familia, las relaciones familiares como ficción ya fueron tratadas magistralmente por Fernando León. Aquí, sin embargo, el asunto se retrata de forma mucho más cruda, con una intención que sólo cobra pleno sentido en el final del metraje y del que ahora no hablaré. Volvamos a los hermanos.

    Martín, en efecto, construye un mundo de fantasía, un mundo literario, para mantenerse precisamente en el mundo real, en el mundo de los cuerdos. Necesita fantasear para sobrevivir como necesita mantener sus objetos personales perfectamente ordenados para sentir que aún tiene el control sobre su vida, una vida paralizada en algún punto de su adolescencia por una experiencia que no conocemos pero intuimos.

    Coral, a quien creo que interpreta magistralmente Candela Peña, se presenta al principio del film como la más extraña de todas, pero poco a poco aprendemos que es la más lúcida, la más consciente de la situación en la que vive la familia, aunque paradójicamente sea sobre la que mayor mal se haya inflingido directamente. Aún así es la que mejor parada ha salido, el sostén, en cierto sentido, de sus hermanos.

    Gracia, que parece la primogénita, surge como una mujer de éxito, una afamada y valorada actriz de una teleserie famosa. Aparece como una mujer a imitar, como una persona admirada a la que conviene emular. En este personaje, más allá de otros asuntos relacionados con su particular y arbitraria herencia paterna, veo una reflexión muy interesante sobre la relación entre locura y genio en el sentido siguiente: durante el rodaje de la serie, y en la medida en que supuestamente ella no toma el medicamento mezclando así de nuevo la realidad con la ficción; durante el rodaje de la serie, decía, su interpretación –que no es tal- y sus improvisaciones, son tomadas por el director de la misma como un rasgo de talento. Ella, evidentemente, no interpreta, pero el director sí “interpreta” que ella está actuando y que sus capacidades en ese sentido están muy por encima de la del resto de actores de la serie. Vuelven pues las apariencias y el juego de la realidad con la ficción, e incluso la estrecha línea que separa el éxito (o el talento) de la locura (o del rechazo social)

    Para otro momento dejo, si se tercia, el rol de los padres, en especial el para mí desconcertante papel que interpreta con sobriedad Geraldine Chaplin. Pese a todo adelanto que comparto la opinión de Marisa, aunque no comprenda muy bien qué tipo de amor es ése. Y ya que nos ponemos, también habrá que hablar del soberbio final, ¿no les parece?

  6. …Coral tampoco reside en casa de sus padres. Es asistenta y con su magro sueldo sobrevive en su propio domicilio, un pisito modesto y digno. Tiene relaciones con su jefe, sexo rápido, insatisfactorio, expeditivo. El tipo está casado y es padre de familia, un individuo de doble moral y escasas entendederas, violento. Coral tiene magulladuras en el rostro, las ojeras del dolor antiguo, familiar, un ultraje; y tiene las heridas de los golpes que la vida y los hombres le infligen. Al igual que sus hermanos y que su padre, tiene ojos doloridos.

    En efecto, causa mucha impresión la mirada triste, desconsolada, de Martín, de Gracia, de Coral. Atemorizan los ojos hundidos y desorientados del padre. Todos tienen un punto de demencia. ¿Es responsable esa madre dominante, ciega ante lo que la rodea? Los ojos extraviados están causados por una enfermedad que lleva al delirio, a la pérdida de lo real…

  7. Tres. La película sugiere y muestra, pero especialmente deja en suspenso. Vemos muchos pormenores de una familia –o eso creemos– y al descubrir la vida interior de esos individuos nos preguntamos qué es lo que les pasa. Conviven con una enfermedad heredada, pero sobre todo son individuos sin relaciones. Carecen de contactos firmes y de sentimientos externos.

    Una familia es una unidad conyugal, pero es también el conjunto de interacciones extradomésticas que mantienen sus miembros. En La isla interior, los parientes están atados, vinculados entre sí. Son incapaces de ampliar la esfera de sus relaciones, de desanudar esos lazos. Por tanto carecen de continente o de mundo propiamente exterior. Están aislados, en efecto, tal como reza el título enfático de la película.

    «Vengo de una familia en la que cada miembro dañaba a los demás. Luego, arrepentidos, cada uno se dañaba a sí mismo». Los individuos reales de esta familia se hacen mucho daño, cierto, pero la representación imaginaria que cada uno se hace de los restantes también duele. Los hijos tienen a sus progenitores reales y a sus padres interiores, esos objetos internos con los que polemizan, dialogan, disputan, odian o aman.

    Como señalaba Sigmund Freud, el análisis psíquico puede aliviar: convierte las miserias neuróticas en miserias corrientes, miserias cotidianas. Ayuda a convivir con ellas. ¿Pero qué hacer cuando las carencias y las dolencias no se curan, cuando las hemos heredado, cuando no podemos desprendernos de ellas?…

  8. Doy cuatro horas de Psicopedagogía a la semana a chicos de entre dieciséis y diecisiete años. Perciben que hay algo en todos los temas que tratamos que está muy cerca de la realidad, una realidad compuesta -como la de cualquiera- por relatos televisivos de criminales en serie, noticias de crímenes espantosos o maridos y mujeres que llevan décadas gritándose tras la pared de la habitación. La locura no parece una opción cercana, no parece algo en lo que uno puede caer, es algo de otros. Quizá por inexperiencia, ven la normalidad y la aceptación social en que les han hecho creer que viven ellos y sus familias como algo casi tedioso, casi como un fastidio. Un día alguien te revela que la abuela desapareció una noche y la encontraron caminando descalza y con ropa de cama por el yermo de detrás de la casa del pueblo… y acaso lo que quería era matarse, pero eso no se dice. Un día descubres que alguien te dice que su padre fue su héroe, porque regresó de un alcoholismo en el que había vivido durante años y años, sin que las niñas se dieran cuenta… y regresó con un esfuerzo sobrehumano solo por ellas.

    Hay locos que se creen Napoleón y hay tipos que ingresan en una banda terrorista, pero la locura que yo he conocido está mucho más cerca y se parece lo suficiente a mí como para creerme lejos. No tiene nada de genial, no exactamente, no es Nietzsche soltando martillazos ni Allan Poe en un trance alcohólico. Es, sobre todo, gente con miedo, personas que temen -como dice Martín, con lágrimas en los ojos- estar a cada momento a punto de perder el control sobre sí mismos. Son incapaces de salir de ese círculo de lo que los psiquíatras llaman «codependencia» porque, por encima de todo, lo que tienen es un temor bárbaro a ser dañados por un entorno que perciben como hostil. Qué cerca me sentí de Martín en el episodio del parking. A veces, subido a mi automóvil, donde soy el tipo más débil imaginable, presiento que el conductor vecino, el tipo del parking, incluso el peatón, forman parte de una trama selvática a punto de engullirme. Los temblores, las frases mal pronunciadas, la incapacidad para entender al que me habla con toda la naturalidad y se desespera porque no le entiendo… Multiplicada tal sensación nos encontramos ante la esquizofrenia.

    Creo que la esquizofrenia es en realidad un proceso de devastación de la identidad. Ese continuo que en «los normales» solo descansa durante el sueño, donde se apodera de nosotros sin peligro el delirio, en el esquizo sufre interrupciones incontroladas, de ahí la necesidad de una medicación que, en cualquier caso, no cura, pues no podemos esperar de una pastilla que reconstruya todo el edificio del yo, que es la obra de una vida de socialización, educación, creencias, certezas… De alguna manera, en el esquizo, todo ese edificio se ha resquebrajado.

    Vivimos con relativa comodidad porque esa máscara que llamamos el yo nos sirve de envoltura invisible con la que mantenemos la distancia con el entorno, de ahí que, por lo general, no lo juzguemos como insoportablemente amenazante. El esquizo ha perdido esa envoltura. Por eso tiende a aislarse, porque sabe que es terriblemente vulnerable a cualquier proximidad. Cualquier contacto es traumático, puede odiar y enamorarse de la misma manera inoportuna e inapropiada, es, en ese sentido, un inepto social, un inadaptado a su pesar. ¿Por qué no juzgar a los personajes del film como unos héroes? Su lucha es titánica porque su enemigo es cruel y poderoso.

    No soy capaz de discrepar de las distintas interpretaciones que he leído aquí respecto a la película, pues todas me parecen buenas. Tan solo un apunte. Me es difícil encontrar un culpable. Sucede así en las situaciones de codependencia, un círculo donde las fuerzas se canalizan de un lugar a otro sin que lleguemos a encontrar nunca ni un principio ni un final. Como en una isla interior, todo se trama en un lugar apartado y con una inquietante lógica endogámica, como si el mundo exterior fuera solo un delirio, un sueño o una pesadilla de la que los personajes se despiertan cuando están juntos, en esa habitación a oscuras donde se dedican a hacerse daño y a la vez se necesitan.

    Creo que la madre no es exactamente la culpable, es esto lo que quiero decir. Si hubiera otorgado la libertad a los débiles con los que trama su vida, ¿no habría sido como dejarlos precipitarse hacia la perdición en las tinieblas? ¿Qué haría yo si Martín hubiera sido hijo mío? La madre forma parte esencial de todo ese círculo terrible, no tengo duda, pero su posición no es exactamente la del demiurgo que inventa el horror para convertirlos a todos en prisioneros de una maldición… la madre es también ese personaje que grita y llora terriblemente desde la cama para luego reponerse y mostrar el camino de la supervivencia a los que se quedan, ese camino que se dibuja en la tremenda foto familiar tras el cristal del tanatorio. Lo terrible, lo que desazona de esta película es que no encontramos redención eliminando a los dos malos padres, no solo porque el mal ya está hecho, sino porque ambos, a su manera seguramente intolerable quieren desmedidamente a sus hijos. En ese sentido, ésta es una historia de amor como pocas veces he visto, amor en toda la extensión de la palabra.

    En cuanto a la pregunta que hace Justo Serna… nada, no se puede hacer nada más que vivir con ello, como se vive con una cicatriz que sigue doliendo y que de vez en cuando vuelve a abrirse. O queda, como usted dice, cotidianamente abierta, y entonces uno tiene que arreglárselas para vivir permanentemente alerta, esperando que los demás no se den cuenta, esperando no aparecer de pronto como un monstruoso insecto ante la gente.

    Un hermoso relato.

  9. “La madre es también ese personaje que grita y llora terriblemente desde la cama para luego reponerse y mostrar el camino de la supervivencia a los que se quedan”.

    David, yo como el señor Serna, también pienso que su comentario es preciso, analítico y tierno (como todas sus intervenciones). Pero ese momento que usted describe, es el único momento en que la madre grita y llora, el único en que “pierde la compostura”. Nunca más se le ha visto fuera de sí. ¿Es que no ha tenido y tiene suficientes razones para ello? La armonía familiar (su bienestar) está por encima de todos.

    ¿Recordáis lo que le dice Coral a su madre, cuando ésta sale de la habitación desconsolada después de haberse enfrentado por fin a su padre?: “Y tú eres peor (…)” (no termino la frase por razones obvias).

    Creo, como apunta más arriba don Justo, que la madre «multiplica el horror cotidiano».

  10. Me parece tan atinado y sugerente lo que dicen que voy a volver a ver la película. Regresaré al cine. Quiero volver a ver la expresión contenida de Martín, a punto de extraviarse. ¿Quién no ha vivido alguna vez ese momento en que uno ha estado a punto de extraviarse? Los demás tenemos la suerte de que sólo ha sido alguna vez. Martín y su familia llevan la dolencia a cuestas, corrientemente, como un tragedia cotidiana, sin novelista que la cuente. Ni siquiera Martín, que cree tener una novela en la cabeza, es capaz de contar una historia tan ordinaria y veraz.

    Quiero volver a ver la expresión muda de la familia tras la ventana de cristal en el tanatorio. Quiero volver a ver la normalidad patológica en la que vive la madre, siempre sonriente ante la desgracia familiar. Quiero volver a ver al padre, con esa demencia irremediable y con esas ojeras negras. Y quiero volver a ver a las hijas, con un desamparo tan humano.

    Alguien, un crítico de cine, ha comparado esta película con los melodramas de Pedro Almodóvar. Las películas del director manchego son muy livianas e impostadas. En cambio, La isla interior es una historia del horror verosímil gracias a un repertorio de actores… ¿en estado de gracia? No, en estado de desgarro.

  11. De todos los personajes de la película, el más incomprensible para mí, el más hermético, es el de la madre. Pero antes querría insistir en un detalle que me parece importante: es la percepción que los de “afuera” tienen de esa familia. En el guión se insiste continuamente en ese asunto. Bajo una superficie lisa (un hermano escritor, una hermana actriz), un mar de lava pone en evidencia que el firme sobre el que caminan y viven los hijos es tierra volcánica.

    Puedo aceptar la fantasía de la madre, incluso sus esfuerzos, como apunta don David, de marcar con su ejemplo el camino a seguir. El mundo está lleno de gente con buena voluntad, que desea lo mejor para sus hijos, lo cual no es óbice para que puedan hacerles daño, destrozarles la vida incluso. Yo tampoco señalo a nadie como culpable entre otras cosas porque pienso que la película no pretende señalar culpables. Pero lo que es cierto, y creo que se ve claramente, es el ambiente ponzoñoso que se respira en esa casa, en ese hogar. Un hogar ponzoñoso no es hogar, es un espacio envenenado que quizás, como una droga, aturde y engancha, obligando a repetir, pero del que hay que huir, del que hay que desengancharse. En ese sentido, la supervivencia, la autonomía de Martín pasa por la salida de la casa materna. Martín no tiene espacio, se asfixia…Ya he dicho que una parte de él permanece en algún lugar de su adolescencia, de ahí su enamoramiento de la alumna. El chico necesita autonomía, necesita un empuje, no control y represión.

    El empuje se lo da la hermana pequeña, Coral, el control y la represión provienen de la madre (no sé si conocemos su nombre): “tú te estás viendo con alguien”, le espeta en un momento de la película. Parece que lo quiera sólo para ella. En un momento determinado parece incluso cómplice del marido. Por otro lado, frente al cristal, la madre, ya recompuesta, reconstruida la fachada, permanece en primer plano (aunque más bien en un lateral) con la mano apoyada en el cristal. El dolor que constantemente vemos en los ojos de los hijos, no se lo aprecio a la madre en ningún momento, quizá me equivoque. No sé. Se me hace difícil entender a esa mujer, sobre todo el hecho de que siga amando tanto a su marido sabiendo lo que le ha hecho a su hija. La única explicación que se me ocurre es que actúe en ella algún tipo de dispositivo que le niega y le trastoca la realidad, ignorando los problemas de sus hijos y todos los horrores de la casa. Si eso fuera así ella sería el personaje más enfermo de todos. El más sano pero el más enfermo. En cualquier caso alguien así no puede ser el guía de ningún grupo, el único camino que puede mostrar es el del precipicio, el de los peñascos contra los que una y otra vez golpean las olas.

  12. Me uno a los vítores de Don Justo, aunque insisto es que el del precipicio, ese afuera -como dice Alejandro- tan tenebroso, del que la madre intenta preservar a la camada. En ese sentido el suicidio es el sacrificio que hace posible la supervivencia del grupo. A vueltas con su intervención, me hace pensar en la escena en que se encuentran con el amante de Coral acompañado de su esposa. El rebote que se coge el personaje alude a que «tu hermano va de superior y de especial». Qué falta de lucidez en esa visión de las cosas, el pobre no entiende absolutamente nada

  13. La verdad es que resulta absolutamente increíble cómo se puede hacer una buena película, incluso una excelente película, con un guión bien escrito, con unos personajes bien pensados y con unas actuaciones tan precisas. Voy a hacer una pregunta inocente: ¿por qué hay tanta morralla cinematográfica?

  14. Perdonen si no me levanto.
    Les recuerdo que hoy es 14 de abril,el día en que se instauró la II República española.
    Los fusilados por Franco,después de 1939, no se pueden olvidar hoy.Tampoco los que quieren ,queremos, no olvidar que fue eso lo que pasó.
    Por favor,dejénse de películas y no olvidemos ni obviemos lo que pasó,siendo como son ustedes historiadores y filósofos (en su gran mayoría) y suménse a lo que está clamando la izquierda real, de la que ustedes se reinvindican.

  15. Arnau, no nos pida que nos dejemos de películas. Aquí, en este blog, hemos hablado largo y tendido sobre el pasado, sobre el pasado reprimido (individual y colectivamente), sobre la historia.

    ¿Dejarnos de películas? ‘La isla interior’ aborda una serie de asuntos verdaderamente dolorosos. Se nos muestran con el recurso de la ficción cinematográfica: las películas, como las novelas, pueden ser muy reveladoras; pueden decirnos verdades profundas que ignorábamos o que reprimíamos.

    Los que hemos intervenido aquí hablando de ‘La isla interior’ hemos polemizado a propósito de lo que hemos visto y de lo que no se ve o se sugiere con las imágenes, o de lo que queda sin nombrar por las elipsis fílmicas. Pero lo que aparece en la película es un repertorio de violencias familiares («familiares» en el sentido literal y en el sentido de «conocidas»).

    La historia se nos cuenta desde el punto de vista de cada uno de los personajes. Curiosamente, todos los que hemos intervenido damos por supuesto que lo que vamos viendo es real: a pesar de que la esquizofrenia es el mal de dicha familia. No tenemos pruebas de lo que vemos sea cierto. Vemos lo que este o aquel personaje ven. Parece que aceptamos esas distintas versiones y sólo atisbamos ciertos indicios que prueban la demencia de unos u otras. En realidad, no tenemos pruebas de que lo que vemos sea verdadero. Coral, por ejemplo, parece haber sido violada por su padre. Parece ser así. ¿Tenemos pruebas? Vemos lo que ella ve o siente, el dolor que la desgarra.

    La imagen final de la película es la perspectiva del padre ya muerto: el punto de vista del fallecido en el tanatorio. Cuando los empleados corren la cortinilla acaba lo que estamos viendo.

  16. Y como corren la cortinilla ¿eh?. En ningún momento imaginé que fueran a cerrarla de esa forma tan rápida. Claro que, pensándolo bien, es la mejor manera de acabar con una imagen que nos incomoda especialmente: la del dolor. Impresionante final.

    Por cierto, don Justo, le felicito por su artículo «La Mafia» publicado hoy en El País; una realidad del presente que no debemos olvidar, desde luego.

  17. Isabel, muchas gracias por su felicitación. Ahora, justamente ahora, tengo a mi izquierda el libro que cito en el artículo: ‘Los orígenes de la Mafia’. Un volumen muy revelador.

  18. Bueno D. Justo.Como dicen los horteras,acepto pulpo como animal de compañía.Todo sea por la amistad.Vámonos al cine.Como no he visto esa interesante película (estoy en un pueblo en medio del campo y tengo por frontera el Mare Nostrum)no puedo opinar y como me encanta opinar,ya lo sabe usted, pues he querido opinar de la instauración de la II República.Perdonen usted y el resto de blogueros por introducir tan intrascendente asunto.Un saludo

  19. Hombre, don Arnau, siempre es una alegría verle (leerle) por aquí. Pero no se vaya usted a pensar que porque hoy no hablemos sobre la República nos hemos olvidado de ella o pensamos que es un tema menor. Ya sabe usted que no. Lo que pasa es que días atrás el señor Montesinos nos recomendó la película y los demás, fiándonos de su criterio –que ya sabe que lo tiene muy bueno- acudimos por separado a verla. El ser una película que nos ha impresionado mucho, pues la hemos ido comentado, nada más. Sabe que el tema del Franquismo, de la Guerra Civil, de la República y de los muertos en los arcenes es un tema muy sensible en este blog. Aquello también fue una “isla interior”, para muchos miles de personas, y hace usted bien en no olvidarlo, en recordárnoslo a los más jóvenes. Simplemente pasa que a veces también hay que respirar, que si no uno se asfixia, no sé si me entiende.

  20. Sin cambiar del todo de tema, sobre el artículo de El País diré que me parece muy bueno y verdaderamente necesario, a la par que triste. Es triste porque estamos asistiendo a una degeneración de la democracia tremenda, pues ya veremos cómo acaba todo esto, aunque va por una deriva muy peligrosa. No sólo todo lo vinculado con la trama Gürtel, sino todo el asunto relacionado con la politización de los jueces, la demagogia y el populismo barato y lamentable; el desprecio, en definitiva, a los ciudadanos y al concepto mismo de ciudadanía. Todo esto demuestra muy poca cultura democrática y lo que es peor, muy poca voluntad democrática. Parece que ganar elecciones exonera de los delitos cometidos durante el ejercicio de las funciones públicas.

    Creo, en definitiva, que el artículo de hoy del Señor Serna no sólo es valiente, sino que se atreve a decir en voz bien alta algo que todos sabemos y que muchos callan: es una verdad como un templo, ¿qué digo un templo? Por lo menos como nuestra magnífica y rutilante la Ciudad de las Artes y las Ciencias.

    Luego volveré con la película.

  21. Hola a todos/as después de unos días, no sé si ya llego tarde a los comentarios de la película pero hasta hoy no me ha sido posible verla y no he querido leer mucho. Tengo que decir que las pocas referencias no han mermado el impacto que me ha producido, el impacto que siempre produce ver la locura. Hay muchos directores que la saben reflejar muy bien, especialmente me parece que Ripstein, sin embargo, aquí , es el drama de la enfermedad mental, “los secretos” de familia,(ese tema innombrable planea desde el inicio, desde la primera mirada entre madre e hija) los mitos que funcionan en cuanto a lo que heredamos de nuestros progenitores, y el sufrimiento, sobretodo el sufrimiento que les acompaña de forma intensa y permanente.

    “La gente no quiere ver” esa frase con la que casi se cierra la película me parece una clave, no la única, para entenderla. Creo que ya se ha dicho casi todo lo que se puede decir, estoy de acuerdo prácticamente con todas las interpretaciones que se han hecho sin embargo me gustaría insistir en la negación de la madre, no estoy muy segura de que eso sea lo que les salva. Y sí, me parece dramático esa falta de vínculos y referentes, es un universo cerrado, es el aislamiento lo que estremece, el tiempo se detuvo en algún momento, y eso aparece muy bien en los detalles de la película, en la decoración de su casa…

    “La gente no quiere ver” los más próximos sólo quieren percibir la rareza, lo diferente, la locura siempre nos desconcierta y nos asusta, claro, es mejor hacer como que no existe.

    «La gente no quiere ver», nosotros después de que se cierra esa cortinilla también hemos visto ya bastante.

  22. Una de las primeras cosas en las que he pensado al leer el artículo sobre la Mafia es el tema de los trajes. De todas las fotos censuradas de la exposición del Muvim, la que más me gustaba era ésa en la que se veía a Camps, Ricardo Costa y Rambla abrochándose a la vez la chaqueta de esos trajes que lucían en el hemiciclo valenciano:

    http://www.elpais.com/fotogaleria/fotos/censuradas/Valencia/elpgal/20100305elpepunac_1/Zes/1

    La catalana Editorial Alba publicó hace poco «La honorable sociedad», un libro de Norman Lewis que también es un texto clásico sobre la mafia siciliana. La foto de la portada, en la que también se ve a varios hombres con trajes, me parece secillamente soberbia para un libro sobre la mafia. Espero que funcione el enlace:

    http://www.albaeditorial.es/php/sl.php?shop.showprod&numusr=7455%2F474245&lang=1&m=Eur&ref=97884%2D84284499&fldr=0

  23. Regreso a Martín, el muchacho ya crecidito que protagoniza ‘La isla interior’. Que vista aseado y bien planchado, que enseñe literatura en un instituto, que profese ese amor por los libros, que quiera o crea ser novelista, todo eso lo hace un monstruo, un tipo extraño en un mundo que ha proscrito la cultura Gutenberg. Parece un personaje secundario de ‘Dublinesca’, alguien terminal a pesar de su juventud. Pero, claro, aquello que lo hace patético es su avería psíquica, la falta absoluta de maduración, su dependencia materna, la hostilidad general que percibe, su inestable equilibrio, siempre a punto de romperse. Aquello que nos hace sentir compasión por él es su enfermedad, esa dolencia que le impide ser normal, que no le deja romper con los lazos que lo atan a su familia, a sus hermanas, a su madre, a su… padre. El padre mira y sus ojos tienen un velo de dolor y de delirio. Ellos forman una célula primaria en la que todas las violencias reales o imaginarias se dan, un núcleo que reúne todos los ultrajes y reproches que cada uno puede hacer a los demás.

    ¿Nos dejamos de películas?

  24. Enhorabuena por su estupendo artículo, Justo. No sé si es una percepción mía, pero le noto (en los últimos que ha escrito y de un tiempo a esta parte), distinto, mejor «más suelto», como importándole más lo que dice que la corrección de cómo lo dice. No sé. Me gusta.

    No he visto esa película y dudo que la vea, pero me ha parecido muy interesante toda la conversación que han mantenido. Lo que pasa, Arnau, es que, una cosa es la memoria histórica y otra la memoria viva, desgarrada, sangrante que tenemos de «aquello» los que, sin haberlo vivido directamente, sí lo hemos sufrido a través de nuestros padres como en la propia piel y, a los que así sentimos, nos asombra que un 14 de abril, nadie pueda hablar de otra cosa, o, al menos, tener unas palabras de recuerdo. Pero quizás sea mejor así, Arnau, de verdad. Yo tengo mi pequeño rito de 14 de abril, consistente en llevar flores tricolores a la tumba de mi padre y en otras pequeñas cosas, demasiado íntimas para contarlas aquí. Insisto, quizás sea mejor así, pero, para nosotros, es inevitable esa sensación, parecida a la que se tiene cuando muere alguien muy querido, de sorpresa porque el duelo de uno no se refleje en todo el exterior; no estén cerradas las tiendas y las gentes de luto por las calles, pero, afortunadamente, el 14 de abril, para casi todos, ya no es más que una fecha histórica, aunque para nosotros sea la conmemoración de un destello de luz que no pudo ser y que, al apagarse, no es que cambiara un capítulo de la historia, de cómo pudo haber sido, destrozó nuestra vida.

    Un abrazo, Arnau.

  25. Ana, muchas gracias por sus palabras, eso de que me nota «distinto, mejor, ‘más suelto’…» No sé. Yo no creo escribir distinto ni mejor ni más suelto. Pero le agradezco, ya digo, esas palabras cariñosas.

    En cuanto al 14 de abril, la verdad es que no esperaba decepcionar tanto a quienes algo esperan de mí. Sra. Serrano, le agradezco otra vez la sensibilidad con la que trata la República: desde luego no es un hecho histórico más o menos remoto o inerte.

    Un fuerte abrazo.

  26. Señor Serna, no he visto la película, pero no tardaré en hacerlo. De todas formas solo quería felicitarlo por el magnífico artículo de El País. Comparto su inquietud por las semejanzas entre la Mafia y las “presuntas” maneras de gestionar la administración y el dinero público.
    Es cierto que aquí no hay muertos acribillados a balazos por la calle pero sí hay gente que muere esperando la ayuda que le corresponde por derecho según la Ley de Dependencia. Jóvenes que pululan por las calles sin futuro por falta de inversión que corrija las deficiencias del sistema educativo. O gente que sufre la desinversión en la sanidad pública mientras aumenta el gasto en empresas privadas pagadas con nuestros impuestos.
    La Mafia aprovecha la debilidad o la ausencia del Estado para organizar la sociedad primando sus intereses. Para ello ejerce la violencia. Pero otra forma de organización mafiosa es utilizar las instituciones del Estado para aprovecharse de los caudales públicos. Es muy parecido al caciquismo decimonónico que aún impera en zonas de nuestra tierra.

  27. John, le agradezco sus palabras acerca de mi artículo. Como usted dice, es una inquietud la que uno siento por la semejanzas que puedan darse. La patrimonialización de las instituciones o la personalización de los servicios.

    Vuelvo…

  28. He visto por segunda vez ‘La isla interior’. Les garantizo que la he disfrutado más. Y me ha impresionado. No se preocupen quienes no la hayan visto. En este caso, saber ciertas cosas no daña la película: es mayor el impacto.

    Me he fijado en mil y un detalles que nos pasan inadvertidos en la primera ocasión. Viéndola otra vez, creo que el personaje esencial es indudablemente Coral, que interpreta Candela Peña. Sin ningún género de dudas. Todo pasa por ella. No es la madre (Geraldine Chaplin) ni el padre esquizofrénico (Celso Bugallo). No es el excelente Alberto San Juan, encarnando a Martín, tan dependiente de la madre, razón por la cual escucha canciones francesas para inspirarse. Tampoco es Gracia, que interpreta Cristina Marcos, quizá el personaje más patético, la persona que más confunde lo real y lo fantasioso. Es Coral, insisto. Todo depende de la violación o presunta violación de la que fue víctima y todo depende de los golpes que recibe, ultrajes bien reales.

    Si lo pienso bien, quizá lo que yo decía al principio de este post no estaba tan desacertado: el centro de todo es esa familia patológica, ese núcleo dañino y tóxico en el que, en efecto, todos se hacen pupa. Prácticamente no hay exteriores de gran profundidad, fuera del océano. Todo se reduce a interiores asfixiantes. O a exteriores que son reservas de esas relaciones perversas.

    Vista la película por segunda vez, el guión aún me parece mejor. No es tramposo. Tampoco son irrelevantes los detalles materiales: el mobiliario, la escenografía o esa casa al borde del acantilado, casa deteriorada con desconchados. En fin, vemos a la familia en el tanatorio, la única que llora en principio es Coral. Luego, cuando empiezan a retirar las coronas de flores, lloran los tres hijos. Pero no la madre.

    Volveré…

  29. ¿Es Pedro Almodóvar una influencia en esta película? La verdad es que eso no es muy relevante. Jordi Costa subrayó dicha presencia, pero esas erudiciones no son lo fundamental para entender la película. Sólo el género del melodrama podría justificar la alusión. Y tal vez una cierta estética setentera y kitsch. Pero es que esa estética está justificada, muy justificada, en La isla interior: estamos hablando de una familia que se formó y se detuvo a finales de los setenta. Todos los hijos sobrepasan los treinta años, dice la madre en un determinado momento. Por tanto, la casa familiar es un espacio remoto y rezagado, un lugar detenido en el tiempo. “Creéis que podéis hacer lo todo y no podéis», admite la madre en otro instante de la película, cuando Martín, el hijo varón, sueña con irse a París a escribir una novela.

    Como Ernest Hemingway. Por eso, París era una fiesta resulta una referencia constante en el film. Pero Martín no puede irse a París, no puede hacer vida propia. ¿Por una esquizofrenia tal vez heredada? No, no parece que ésa sea la causa. Como le dice Coral al propio Martín: tú no eres como papá. Es decir, él no tiene esquizofrenia. De hecho, los únicos que se medican son Gracia y el padre: ambos personajes no pueden dejar las pastillas. En cambio Coral y Martín sobreviven malparados –por las muchas heridas y vejaciones–, pero no son esquizofrénicos. Martín vive acongojado y limitado, justamente por esa madre dominante de la que aquí hemos hablado. A Martín también se le ha detenido el tiempo: estuvo buscando un objeto sobre el que volcar la libido, pasó después un período de latencia, aprendiendo de su madre lo que era la moral irrectricta, y ahora vive amputado, dependiente.

    Volveré…

  30. Sí, todos necesitan a Coral. Gracia la necesita: la llama constantemente porque como ella misma le dice, es la única persona que le pone su cabeza en orden. Para Martín Coral representa la liberación, es la figura opuesta a la de su madre: lo comprende, y de nuevo es la única persona con la que puede mostrarse tal y como es él, a quien confiesa sus temores y angustias. Coral siempre le aconseja que se marche de casa, no le dice que se independice, no, le aconseja una y otra vez que tiene que salir de esa casa (una recomendación más que liberadora). La madre, la mujer sin nombre (¿tiene nombre?), también necesita a Coral. Soy incapaz de definir o analizar qué tipo de relación tienen, no lo veo claro, pero sé que esa mujer también la necesita: es a la única persona a la que habla y trata con respeto, actitud que no tiene con ningún otro miembro de la familia. Y el padre… el padre, ¿cómo necesitaba a su hija pequeña? ¿La necesitaba? Resulta difícil olvidar lo que le dice cuando ella se enfrenta a él preguntándole de esa forma tan desgarrada por qué lo hizo: “porque te quería tanto, te quería tanto que si no te tenía me moría”.

    Coral sabe que todos la necesitan, que es “la única persona” para cada miembro de su familia. Cuánta responsabilidad ¿no? Y cuánto dolor, como si no tuviera suficiente con el suyo propio. Por eso no hace más que huir de todos ellos: a Gracia casi nunca le coge el teléfono; evita quedar con Martín porque sabe que le hará cómplice de su angustia; distancia la relación con su madre porque la culpabiliza de muchas cosas, entre ellas su propia desgracia; y de su padre… ¿cómo no iba a huir de su padre?

    Me gusta la metáfora de la “casa al borde del acantilado, la casa deteriorada con desconchados”. La casa de la que sólo tenemos constancia que está habitada porque de vez en cuando, desde lejos, vemos asomar la figura de la madre por una de las ventanas para tirar la colilla de un cigarro.

  31. Veo que la Isla interior continúa.

    Dice Coral cuando están sentados alrededor de la mesa esperando el desenlace: “si no podemos solos, tendremos que admitir que nos necesitamos” ¿Es una claudicación de Coral? No, creo que no. Coral no se rinde, peleó en esa familia y se revela una y mil veces ante la tiranía y la negación de su madre. De alguna manera también se sabe proteger y poner límites y es la única que tiene conciencia de lo que ocurre, la única que ha podido separarse, mirar a su alrededor con distancia. Sr. Serna, estoy de acuerdo con usted. Desde mi punto de vista, el personaje esencial es Coral, en ella se actúa la locura y sobrevive mentalmente, dañada claro, pero con bastante lucidez.

    Martín no tiene esa conciencia de sí mismo. La pone en sus personajes que están dentro de él y que no puede sacar fuera de sí. En esa casa, “él no es un escritor, es sólo un enfermero”, no tiene una identidad, es sólo un apéndice del padre. Su historia y su novela son las de “un hombre que se asfixia” (siente que va a enloquecer de un momento a otro). Considero que esto es muy interesante porque él mismo lo dice cuando se encuentran en la playa con el amante de Coral y su mujer: “un escritor no se vuelve loco por inventar historias, se volvería loco si las tuviera en la cabeza y no las pudiera sacar fuera”

    ¿Será por ese motivo por el que alguno de nuestros novelistas escribe?

  32. Bueno, bueno, miren cuánto hemos hablado de la película y lo mucho que se puede seguir diciendo, pues con cada intervención surgen nuevas preguntas, nuevas explicaciones, nuevas dudas…

    Pero antes que nada decir que estoy muy de acuerdo con su comentario, John, muy de acuerdo. La violencia se puede ejercer de muchas formas. Está bien perseguir a los que la ejecutan pero, ¿qué hay de las raíces sociales de esa violencia? Colombia es un lugar sin ley, un Estado puesto en jaque precisamente por las mafias vinculadas por las drogas. Allí se asesina a mansalva todos los días, la vida no vale ni el cascote de la bala que termina con ella. ¿De dónde viene esa violencia, cómo se ha instalado de esa manera en esa sociedad? Lo planteo de otra forma, y no se piensen que es éste un intento de justificación, faltaría más, sólo es un intento de análisis y explicación. La violencia del otro día en el Cabañal merece un análisis, pues pone de manifiesto una forma de actuación perversa que desarrolla con soltura el Partido Popular y también practica con éxito Berlusconi. Lo que propongo es que pensemos en el origen social de esa violencia, dónde se genera relamente. Si no lo pensamos así estaremos de acuerdo con el PP y diremos que lo de El Cabañal fue un acto de violentos radicales antisistema. ¿Acaso no hay violencia en querer destruir, amparados por la ley o no, las casas centenarias en las que vive la gente? ¿No hay violencia cuando Camps le dice a Luna que “le encantaría coger una camioneta, venirse a mi casa de madrugada y que a la mañana siguiente yo apareciese boca abajo en una cuneta». ¿No hay coacción en esas palabras? Vamos, que hay que analizar con cuidado dónde está la génesis de la violencia, que muchas veces el fenómeno es de largo recorrido. Sin justificarla, insisto, pero sabiendo cómo son las cosas. Lo dijo muy bieno Adolfo Pérez Esquivel en una corta entrevista en la Cadena SER: “primero habría que determinar que entendemos por violencia. Cuáles son los valores y parámetros con que hablamos de la violencia, porque hay violencia estructural y otra social. No es sólo delincuencia, Para mí hay violencia cuando se nos mueren los niños de hambre, cuando se margina a las comunidades indígenas, lo que está pasando en Haití. (…)¿Alguien le preguntó a un chico que vive en la calle cuál es su seguridad? ¿Por qué no hablamos sobre cómo se genera la violencia?” Pues eso.

    Y engancho. ¿Dónde está la violencia en “La isla interior”. Porque la película a mí, al menos me incomoda, me violenta. En ese sentido estoy muy de acuerdo con la primera intervención de R.S.R, con ese “la gente no quiere ver”. ¿Pero qué gente es esa?

    La escena final me parece brillante. La cámara fija sobre el féretro, detrás del cristal, sin que podamos oír el dolor de esa familia, tan sólo verlo. Ellos, aunque miran el féretro en realidad nos están mirando a nosotros, nos están apelando, el cristal no es más que la pantalla del cine, nosotros no somos más que unos intrusos, unos fisgones que nos adentramos en su dolor. Es entonces cuando las palabras del celador resuenan en nuestra mente: ese, “cierra la cortinilla, que la gente no quiere ver”? ¿Qué es lo que le gente no quiere ver? ¿Cómo se llevan el cuerpo en el ataúd? ¿O acaso es la tragedia familiar, el drama de esa familia? Pero eso no es verdad, porque nosotros, como tele-espectadores, nos hartamos de ver dramas familiares en la tele, son precisamente ésos los programas con más audiencia. ¿Qué es entonces lo que la gente no quiere ver? ¿Qué es eso que tanto nos incomoda? Pues lo que dice R.S.R y apunta don David: la locura. Pero la locura como algo incomprensible, como algo extraño a nosotros, que no nos pertenece, como a lo que hay que dar la espalda o incluso golpear, justamente como hace a Martín el padre de su alumna.

  33. Mañana, sábado 17 de abril, nuevo post.

    Será también un post in progress. A desarrollar.

  34. Oiga, Sr. Serna ¿y cómo va a finalizar este post? Ando un poco intrigada, esa es la verdad verdadera.
    ¿Lo va a dejar tal como está? ¿acabará con un final abierto? ¿O va a cerrar la cortinilla de golpe?

  35. Perdónenme, sólo una matización. El hombre de la funeraria dice «mirar». «La gente no quiere mirar.» En esa familia no (todos) quieren mirar lo que hay. Verlo, en realidad, lo ven todos. Sólo una pequeña matización.

  36. Realmente, el personaje de Coral me resultó tremendamente atractivo por cómo muestra la gran fuerza de una mujer, aparentemente frágil, para luchar por mantener la cordura en un mundo de locos. Por la ternura con la que trata de rescatar a su hermano de ese mundo malsano y porque continúa unida a los padres, a pesar de que podría, justificadamente, olvidarse de ellos para no seguir quemando su vida. Logradísima la interpretación de Candela Peña, aunque yo ya la esperaba antes de ver la película: ella es así.

    Pero mi gran sorpresa fué Alberto San Juan, al que sólo había visto interpretar papeles más bien cómicos, y se me ha revelado como un gran actor dramático.

    Espero que alcancen los premios que se merecen.

    ¿Con qué tema nos sorprenderá mañana el señor Serna? A buen seguro será interesante, como suele ser.

  37. Marisa, ‘Rata’ y Marta (nueva contertulia, un saludo): no voy a cambiar el post mañana sábado. Lo dejo para el domingo. Si lo pensamos bien, aún quedan más aspectos de ‘La isla interior’ por tratar. Por mi parte, mañana, seguiré abordando aspectos parciales o detalles del film.

  38. Once. Hijos tóxicos. No sé si han visto Vete de mí. Yo la he vuelto a ver por tercera vez. No he releído lo que escribí en el blog sobre esta película (https://justoserna.wordpress.com/2006/10/13/nadie-conoce-a-nadie/). Anoto ahora, brevemente, a partir de la impresión que me causan las actuaciones de Juan Diego y Juan Diego Botto.

    Lo me hechiza de esa película es, otra vez, la relación tan dañina que se establece entre hijo y padre: un hijo caradura treintañero que ni estudia ni trabaja; y un padre que sobrepasa los sesenta como actor teatral en obras del montón. El muchacho no está en paro: simplemente no hay nada que le satisfaga por entero y así vive del cuento. Literalmente: los cuentos que larga para justificarse son los que le permiten estafar. Es un tunante y un seductor. Primero vivirá con la madre.

    Cuando abandone esa casa a los treinta años para instalarse en el apartamento del padre, la existencia fija y establecida del hombre se desmoronará. Apenas se conocen. El padre va a ir degradándose. Es abandonado por su pareja y la presencia del hijo le hace sentirse mal, cada vez peor. Es más, al padre le afloran todas las frustraciones: las de quien aspiraba a representar a Harold Pinter o a Calderón de la Barca y se ha quedado en actor de segunda.

    Tiempo atrás escribí un artículo para El País que titulé “Padres tóxicos”. Trataba de la paternidad que destruye, que debilita el vigor y la independencia de los hijos. La madre que encarna Geraldine Chaplin en La isla interior es de esa clase. Ahora, tras volver a ver ‘Vete de mí’, con el personaje que interpreta Juan Diego Botto, le dan a uno ganas de escribir sobre los hijos tóxicos, sobre esos falsos adolescentes que viven en la irresponsabilidad culpando de todo a sus mayores o achacándoles sus propias carencias.

  39. Doce. Regreso a ‘La isla interior’ y regreso a lo que decía R.S.R. Su observación sobre Martín, el presunto novelista, es muy interesante y clínica. «Su historia y su novela son las de “un hombre que se asfixia” (siente que va a enloquecer de un momento a otro)´´, indica. «Él mismo lo dice cuando se encuentran en la playa con el amante de Coral y su mujer: “un escritor no se vuelve loco por inventar historias, se volvería loco si las tuviera en la cabeza y no las pudiera sacar fuera´´…, cita R.S.R. «¿Será por ese motivo por el que alguno de nuestros novelistas escribe?´´

    Un hombre que se asfixia. Ese hombre que parece ahogarse según Martín se llama Víctor. ¿Su alter ego? Sin duda, Martín no puede más que hablar de sí mismo y sólo un nombre inventado le sirve para ocultar lo que es puramente autobiográfico. Pero lo personal no sale, está obturado, detenido en un estado prácticamente infantil. “Víctor”… es lo que escribe en la primera línea para después romper el folio, descontento y esperanzado a la vez, engañándose, creyendo posible la versión que finalmente saldrá de su cabeza.

    Martín ordena también los trozos de papel que acaba cuartear. Necesita tener todo controlado para ser lo que cree ser: un escritor. Se prepara materialmente, con obsesivo control, acopiando papel y bolígrafos en un perfecto orden que nunca acaba de satisfacerle. Siempre habrá un folio que sobresalga o un lápiz que no esté a la altura de los restantes, todos dispuestos en formación. Martín experimenta la locura, los indicios de una avería mental o psicológica, porque confirma día a día la imposibilidad de sacar de su cabeza las historias que inventa o que están allí, en su interior. . «¿Será por ese motivo por el que alguno de nuestros novelistas escribe?´´, se preguntaba R.S.R.

    Se escribe por muchos motivos: para sacarse la novela de la cabeza, conjurando la locura; para plasmar lo que no tenía forma; para averiguar lo que no se sabía que se sabía. O para dar rienda suelta a los fantasmas interiores que siempre amenazan, que decía Ernesto Sábato, esos fantasmas que regresan para llevarnos a un mundo inerte e irreal. O para expulsar los demonios, que indicaba Mario Vargas Llosa, esos demonios que nos tientan obsesivamente.

    El escritor digno de tal nombre, decía Vargas Llosa, comete un deicidio. Rehace enteramente el mundo poblándolo con una demografía inventada: mejora o empeora lo externo, compensa los ultrajes o da satisfacción a los sueños. Si me permiten, acabo este punto con una cita de Sigmund Freud. No se enreden con la jerga freudiana; aténganse al diagnóstico: «…el reino de la fantasía era un dispositivo creado con ocasión de la dolorosa transición desde el principio de placer al de la realidad para permitir la constitución de un sustitutivo de la satisfacción instintiva a la cual se había tenido que renunciar en la vida real. El artista se habría refugiado, como el neurótico, en este mundo fantástico, huyendo de la realidad poco satisfactoria; pero, a diferencia del neurótico, supo hallar el camino del retorno desde dicho mundo de la fantasía hasta la realidad´´.

    En el caso de Martín, el reino de la fantasía aún está en su cabeza y se parece mucho al real. Es decir, no ha conseguido realmente crear esa fantasía a la que escapar y de la que después emprender el camino de retorno. Aún no ha marchado a París, aún no ha escrito su novela, aún no ha abandonado la casa paterna, aún vive acomplejado por una madre absorbente y por una amenaza que no verbaliza: la esquizofrenia que padece el padre y con él, otros.

  40. Mi querido D. Justo. Para película la que presencié ayer.Un acto de represaliados republicanos.Para muchos , nada entre dos platos.Las batallitas del abuelo Cebolleta.
    Pues mire.¡¡¡No!!!.Nada de eso. Volvemos a un momento parecido al que sufrieron esas víctimas del franquismo polítíco durante 40 años y social, ahora , en este momento.
    O somos conscientes de lo que nos espera, o caeremos en el tiempo político de la Alemania hitleriana.Algo hay.Discurso goebeliana,enemigo internos (los catalanistas), enemigo exterior (los inmigrantes).
    Los intelectuales deben dar el do depecho.No se escondan (creo que no la hacen) y digan que esta España no es la de ellos, ni la de muchos.Solo la de los fascistas.
    Perdonen por la ingerencia

  41. Arnau, no creo que estemos en situación tan extrema. Creo que hay mantener la frialdad.

    Muy amablemente me ha informado usted en correo aparte de una prohibición del Ayuntamiento de Valencia (la noticia se reproduce en el comentario anterior a partir de la informaicón de Europa Press). Se trata de impedir que en el Cementerio suenen determinados himnos en el acto de homenaje a las víctimas del franquismo, acto que se va a celebrar junto a las fosas comunes.

    Dicen los organizadores que es incoherente la prohición si tenemos en cuenta que «la capilla del cementerio, de culto católico, «está dotada de altavoces exteriores de gran potencia que obligan a todas las personas que se encuentran en el cementerio a escuchar los rezos, misas y litúrgias de la Iglesia Católica, además de interpretarse música en todo tipo de actos y homenajes que se celebran dentro»…´´

    Pues sí, efectivamente es así. En mis visitas al cementerio, mientras paseaba entre panteones del Ochocientos, he debido soportar una estridente megafonía que me transmite mensajes. No son del más allá, sino del más acá: en mi última visita, un cura dfe desgañitaba contra el pecado más grave, el de desear la mujer ajena. Lo decía coincidiendo con las denuncias de pedofilia en el seno de la Iglesia.

    Dios.

  42. ¿Porque el clero se empeña en relacionar la pedoficia con la homosexualidad,el adulterio y los laicos la asocian con el celibato?.
    No tiene nada que ver unas cosas con las otras.La homosexualidad,como el adulterio es cosa de dos adultos,que lo único que pretenden es realizarse o vete a saber que.
    La pedofilia es la relación (inicua) entre un adulto que sabe lo que quiere y un menor de edad, que todavía no sabe lo que quiere. Es más,si consiente esa práctica, dicho finamente, es la casi totalidad de las veces, por miedo.La poca totalidad es porque,no sabiendo que aquello es malo,se deja hacer por la autoridad del pedófilo
    El celibato es algo que se debe aceptar voluntariamente y no cabe la excusa que se hace por obediencia papal.Excusa improcedente.
    El deseo de la mujer ajena (noveno mandamiento creo,porque hace muchísimo tiempo que no refresco la lectura evangélica) es un concepto rancio en estos momentos, en los que con la igualdad femenina,éstas pueden escoger al hombre de la mujer del prójimo.Y eso,como no está contemplado evangélicamente, no es pecado.A menos que haya un undécimo mandamiento.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s