Uno. Reproduzco unos párrafos de la introducción que Anaclet Pons y yo hemos escrito para ¿Qué es la cultura popular? (2011), el volumen de Antonio Gramsci basado en los Quaderni del carcere. Reproduzco concretamente el fragmento en que desarrollamos la idea del náufrago, inspirada en Robinson Crusoe. Apelamos, claro, a la novela de Daniel Defoe. Robinson se salva, se aúpa. Robinson es la persona que puede, que se propone, que aspira a elevarse: a pesar de que nos resulte antipático tanto dinamismo, hay en su actitud algo noble.
«Para fundamentar esta obra que el lector tiene ahora entre sus manos [¿Qué es la cultura popular?] y para destacar la originalidad del autor, se nos permitirá partir de un mito literario bien conocido: Robinson Crusoe. Como sabemos, el personaje de Daniel Defoe es un náufrago: habiendo pertenecido a la tripulación de un buque bien pertrechado, el joven ha de sobrevivir en una isla tras la tormenta que hunde su navío. Robinson desoye los consejos del padre, un buen burgués que había tratado infructuosamente de frenar sus ansias aventureras, y se embarca con consecuencias desastrosas. O no, pues no era tan adverso su destino si había conseguido mantenerse con vida.
En principio sólo parecía tener condiciones de marinero, pero, pronto, la necesidad de supervivencia y la estricta soledad le fuerzan a organizarse. En efecto, el joven burgués descubre su destreza, la de un tipo habilidoso que, tras recoger los pecios del barco, se construye un entorno defensivo. La naturaleza furiosa, que lo ha puesto a la deriva, es después una amenaza constante para la frágil constitución del náufrago: al fin y al cabo, Robinson sólo es un muchacho que ha de aprender a vivir por su cuenta tras haber sido arrojado a una isla de la que nada conoce. De entrada, cree ser incapaz de elaborar cosas, objetos materiales. Sin embargo, poco a poco saca de su interior esas cualidades de fabricante que tiene y que ignoraba poseer: un repertorio de conocimientos que había aprendido en su Inglaterra natal.
Como dirá Karl Marx en algún pasaje de su obra, Robinson no es un tipo incompetente o sin habilidades: al contrario, al menos potencialmente ha sido socializado en múltiples saberes y destrezas de las que ahora saca fruto. No es, pues, un individuo desnudo y sin atributos. Es portador de la cultura inglesa, añade Marx. En efecto, ha sido educado en una familia de comerciantes, sabe leer y escribir y, por tanto, ha enriquecido su mundo interior con libros y erudiciones que no actualizará completamente hasta que la necesidad le obligue a ello. Poco a poco irá descubriendo que Inglaterra le ha dado la capacidad para obrar y para crearse un espacio hospitalario, que es lo que bien pronto hace. La primera parte de la narración es un relato de sus mañas como fabricante, pero también de sus cavilaciones, de su pericia para sobrevivir con audacia e imaginación en un entorno que se lo niega todo.
Evocar la figura de Robinson hablando de Gramsci no es una arbitrariedad. El personaje de Daniel Defoe será un referente personal, biográfico, durante toda su vida. Incluso cuando esté en la cárcel: o precisamente por ello. Recordará la novela como texto fundamental, como el libro que todo muchacho debería leer para soñar, para imaginar la libertad de los mares. Aquel volumen, disfrutado cuando era muy jovencito, había hecho de él un “intrépido pionero”: en efecto, le obliga a adoptar hábitos bien curiosos. Por ejemplo, no salir nunca de casa sin llevar en el bolsillo algunos granos de trigo y cerillas envueltas en un trozo de tela encerada: vamos, lo básico para sobrevivir por sus propios medios si la fortuna lo arrojaba a una isla desierta.
Esa es su condición de encierro. Cuando escribe sus cuadernos, una parte de los cuales el lector podrá descubrir después, Antonio Gramsci está efectivamente en la cárcel, reducido a prisión por la justicia mussoliniana: está, pues, forzado a un aislamiento que lo separa y que lo enajena de su entorno habitual. Apartado, distante del mundo, náufrago, sin los medios que le habían rodeado, Gramsci deberá rehacer su propio espacio con medios escasos, pero sobre todo con las erudiciones bibliográficas y los recursos académicos –los estudios filológicos– con los que se había formado…»
Dos. La impresión de derrota, de marchar a la deriva es un dato frecuente de su biografía, algo que revive tras su encierro carcelario. El joven Antonio-Robinson siente ese riesgo y experimenta la vida como una aventura en parte deseada y en parte involuntaria. Si está en prisión se debe en parte a su coraje y su compromiso.
En 1927, cuando lleva ya unos meses en la cárcel, escribe una misiva a su esposa pidiéndole –como tantas veces hará– informaciones de sus hijos, incluso fotografías. No quiere perderse su crecimiento y no quiere que su aislamiento y su naufragio físico y emocional acaben con él. Aún está muy joven y todavía soportará con entereza este episodio largo de su existencia. Confía mucho en su resistencia y espera la remontada, encontrar el rumbo. Es, por supuesto, algo metafórico y es algo literal que él anota en su carta:
«¿Cual es mi estado de ánimo? (…) ¿Cómo puedo resumirlo? ¿Te acuerdas del viaje de Nansen al Polo? ¿Y te acuerdas de cómo se desarrolló? Como no estoy muy convencido, te lo recordaré yo. Nansen, tras estudiar las corrientes marinas y de aire del Océano Ártico y observar que en las playas de Groenlandia se encontraban árboles y residuos que debían ser de origen asiático, creyó que podría llegar al Polo, o al menos cerca de él, haciendo transportar su barco por los hielos. De modo que se dejó aprisionar por los hielos y durante tres años y medio su barco se movió sólo cuando se desplazaban, lentísimamente, los hielos. Mi estado de ánimo puede compararse con el de los marineros de Nansen durante este viaje fantástico, que siempre me ha impresionado por su concepción verdaderamente épica».
La existencia de Gramsci es también un viaje fantástico, al menos la vive así: la vive como si de una aventura épica se tratara. No hay infantilismo alguno en su posición. La literatura le sirve para instruirse moralmente, para darse aire, quizá con la esperanza de que le arranque del forzado sedentarismo, del aislamiento. Es una aventura del conocimiento, un ventarrón que mueva su pesada carga.
Todos los que leímos «Robinsón Crusoe» allá en nuestra infancia o juventud simpatizamos con esa imagen de su protagonista como santo patrón de los aficionados al bricolaje, pero después de que William Golding sacara el reverso del mito del náufrago en «El señor de las moscas» se imponen quizás otras consideraciones menos aventureras en su relectura.
Saludos.
Dos. La impresión de derrota, de marchar a la deriva es un dato frecuente de su biografía, algo que revive tras su encierro carcelario. El joven Antonio-Robinson siente ese riesgo y experimenta la vida como una aventura en parte deseada y en parte involuntaria. Si está en prisión se debe en parte a su coraje y su compromiso.
En 1927, cuando lleva ya unos meses en la cárcel, escribe una misiva a su esposa pidiéndole –como tantas veces hará– informaciones de sus hijos, incluso fotografías. No quiere perderse su crecimiento y no quiere que su aislamiento y su naufragio físico y emocional acaben con él. Aún está muy joven y todavía soportará con entereza este episodio largo de su existencia. Confía mucho en su resistencia y espera la remontada, encontrar el rumbo. Es, por supuesto, algo metafórico y es algo literal que él anota en su carta:
La existencia de Gramsci es también un viaje fantástico, al menos la vive así: la vive como si de una aventura épica se tratara. No hay infantilismo alguno en su posición. La literatura le sirve para instruirse moralmente, para darse aire, quizá con la esperanza de que le arranque del forzado sedentarismo, del aislamiento. Es una aventura del conocimiento, un ventarrón que mueva su pesada carga.
Como náufrago me siento, con unos textos para publicar. Este mar es un desierto. A pesar de que estoy feliz con los éxitos relativos de Iconos e Imágenes falsas.
Que vaya bien la presentación del libro: Los triunfos del burgués. No sé si podré acercarme. Suerte en todo caso.
Los naufragios personales no son una aventura adolescente. Aunque, bien mirado, el naufragio de los púberes no es poca cosa. ‘Robinson Crusoe’, sr. Signes, poco tiene que ver con el bricolaje. Tiene que ver con el ‘homo faber’ y tiene que ver con el ideario del ‘homo oeconomicus’. Tiene que ver con el burgués fabricante, claro: esa fantasía del individualismo posesivo. Por supuesto, el marxista Antonio Gramsci se inspiraba en los clásicos de la economía política y se pensaba también a la deriva.
D. Justo.He leido su artículo sobre 2¿Todos los políticos son iguales?».Se puede decir más alto,pero imposible decirlo mejor.¡Ya era hora que alguien dijera las cosas tan claras!
Su semblanza de Dña Ana Botella,la buena,es inmejorable,conociendo como la conozco.Como ella hay muchos ejemplos de políticos honrados.
¡Mi felicitación mas efusiva!
El naufragio siempre está presente en la vida de los seres humanos. A veces nos sobrevienen situaciones adversas -previsibles o no- que nos desbordan y por las que nos sentimos perdidos o desorientados, tanto en la adolescencia como en cualquier etapa de la edad adulta.
Creo que el ‘Robinson Crusoe’ es un buen ejemplo de supervivencia, de superación. Probablemente por eso, Gramsci lo tuvo tan presente: “Apartado, distante del mundo, náufrago, sin los medios que le habían rodeado, Gramsci deberá rehacer su propio espacio con medios escasos (…)”. Pero seguramente, la historia de Crusoe era el único vínculo con la vida, con su propia vida fuera de la cárcel, debido a la importancia y significación que tuvo dicha novela para el filósofo italiano.
En efecto, Robinsón Crusoe tiene que ver con todo eso, con el conocimiento de las leyes de la naturaleza para la consecución de la libertad y con la utopía ilustrada del progreso. De ahí mi doble percepción del personaje: mi simpatía literaria y mis reservas ideológicas.
No coincidimos, señor Signes, no coincidimos. Está claro que “Robinson Crusoe” es un clásico y que como tal admite distintas lecturas; también que podemos congeniar más con unas ideas que con otras, y las suyas por cierto, siempre me resultan estimulantes y provocadoras.
Es cierto que uno de los temas destacados de la novela de Defoe es el de la iniciativa individual: cómo un hombre sólo, aislado, sin más recursos que su propio ingenio y capacidades, puede no sólo sobrevivir en un ambiente hostil, sino incluso prosperar. Es un canto al individualismo burgués vinculado con la noción de progreso, a la racionalidad de corte capitalista que se va imponiendo lentamente en la época. Sin embargo, Crusoe no es como Tarzán, es decir, ha sido socializado antes de caer en desgracia, lo que le permite subsistir en una situación extrema. Tarzán viene a ser una ficción imposible, mientras que Crusoe es una posibilidad bien real y cierta. Mr. Robinson posee, como muy bien explica Serna citando a Marx, unas habilidades que no son exactamente suyas, sino herencia propiamente cultural. Es ese bagaje el que también se reivindica en la novela (y es una referencia que, por cierto, William Golding, también británico, emplea con cierta ironía dándole un sentido totalmente distinto).
Otra cosa son las interpretaciones que se hayan hecho a posteriori de la novela, incidiendo en lo económico y obviando lo cultural: entonces sí, Robinson sería la plasmación del libre mercado neoliberal. Pero claro, siendo rigurosos, eso es un anacronismo. Defoe, además, aparte de novelista y espía, resulta que fue también economista, y sus posiciones en esta materia no ofrecen dudas.
De cualquier forma, es un texto escrito en 1719 que defiende un determinado papel del ser humano en la sociedad frente a la forma de concebir el mundo y la política del Antiguo Régimen: la capacidad de las personas para mejorar con su esfuerzo frente a los privilegios del nacimiento; el triunfo de la razón frente a la superstición; la reivindicación de la capacidad humana de dominar a la naturaleza, frente al tradicional sometimiento a ella… Ese es el contexto. Ya sabemos lo que vendrá después, que todo ese proyecto ilustrado hará aguas, pero ese es el contexto, y esa es la reivindicación de Defoe.
Así que no acabo de ver clara la comparación de “Robinson Crusoe” con una novela publicada en 1954, como es el caso de “El señor de las moscas”. Para mí no tienen nada que ver. Aunque aceptáramos que argumentalmente pudieran tener algunas cosas en común, el contexto es completamente distinto. Así que ya ve, no interpreto la novela como usted. Cuando la leí por primera vez me quedé maravillado, y ahora, cuando sé más cosas de ella, me sigue sorprendiendo. Personalmente, lo veo del siguiente modo, y permítame la cita: “toda comunidad crea sus propios modelos y reinterpreta a los anteriores. Ya sea para liberar al mundo de una amenaza como hacen los caballeros de la Mesa Redonda, ya sea para sobrevivir en una isla desierta como hace Robinson Crusoe, el héroe encarna las virtudes de una sociedad o de un grupo social, de tal forma que en él se reconocen cada uno de esos individuos, pero no como son, sino como querrían ser”.
Robinson Crusoe representa el ideal de una sociedad que está naciendo. Que es el germen de la nuestra, pero que no es la nuestra en la misma medida que un niño es un anciano en potencia, pero no es un anciano.
No sé exactamente qué reparos ideológicos le pondrá a “Robinson Crusoe”, aunque no me cabe duda de que tendrán su lógica y estarán bien argumentados, pero pensaba que quizá tendría más problemas con la posición de Locke en su “Segundo tratado sobre el gobierno civil”. No sólo por su influencia en la economía política, que evidentemente llega hasta nuestros días, sino por el contenido concreto de algunas de sus posiciones.
De cualquier forma, no deja de sorprenderme, de nuevo, su lectura de “El señor de las moscas”. ¿Tiene reservas ideológicas hacia “Robinson Crusoe” y ninguna hacia la obra de Golding que cita? ¿Un grupo de niños, que, a diferencia de Crusoe, sí viven en sociedad, y que muestran incapaces de convivir? En principio el argumento de Golding parece mucho más polémico y provocador que el de Defoe, aunque repito, no veo yo que el uno tenga que ver mucho con el otro, aunque quizá me equivoque. Algo habría que decir de la ideología que sustenta la novela, de esos jóvenes estudiantes, que, dejados de la mano de Dios, se convierten en unos salvajes en menos de una semana, ¿no le parece?
Le agradezco mucho su excurso, amigo Lillo, sobre todo porque mis breves notas no merecían ni pretendían tanto, pero como usted me obsequia con su atención, precisaré mis reticencias y la comparación sin abusar demasiado de la amabilidad de nuestro anfitrión, pues en lo referente a lo segundo en sus objeciones van implícitas mis respuestas. La distinción que usted establece entre Tarzán y Robinson es impecable, y la cita sobre los modelos sociales, tan oportuna como didáctica. Estamos de acuerdo: el héroe personifica una voluntad de representar el mundo. En “Robinson Crusoe” es una voluntad optimista; en Golding, lo contrario. Pero en ambas los protagonistas, una vez apartados de su entorno, pretenden, como habitantes de una nueva Utopía, reconstruirlo sobre sus principios. Los resultados no hace falta que los comente, creo.
En lo que sí discrepo es en la consideración de anacronismo para la interpretación a posteriori –como usted dice- de la novela de Defoe. Es justamente esa posibilidad, así como la de comparar una obra escrita hace tres siglos con otra que se escribió ayer, lo que posibilita un diálogo fecundo a través del tiempo en el que se sustentan muchas de las mejores creaciones de nuestra cultura.
Por otra parte, no quiero poner en la picota a Defoe. El pobre ya tuvo que padecerla en vida en su acepción más cruel y literal. Además, siento hacia él enorme respeto en lo literario. Su estilo, por ejemplo, me parece excelente, aunque en cierta medida es una ocultación consciente de estilo, lo que nos permitiría relacionarlo con Stendhal, pero eso es ya otra cuestión. En lo ideológico me despierta simpatía en su sátira “The True-Born Englishman”, me parece cargante en “The Sortest Way with the Dissenters” y, sobre todo, en sus artículos de “The Review” sobre la misión imperial de Gran Bretaña, cuyas ideas calan hondamente las páginas de “Robinson Crusoe”.
Un saludo
Los comentarios que ustedes han puesto sobre ‘Robinson Crusoe’ son realmente magníficos. Me perdonarán si ahora no respondo. He estado durante varias horas escribiendo para Presente continuo: un post sobre la carga policial en Valencia y sobre el encierro de los estudiantes en la Facultad de Geografía en Historia de esta ciudad. Pueden seguirlo aquí:
Uno. ¿Hay alguien ahí? ¿Hay alguien al frente de la Delegación del Gobierno en la Comunidad Valenciana? Paula Sánchez de León dirige las fuerzas de orden público en esta autonomía. Pero no lo parece. Hay que poner orden: debe dimitir. Leer más aquí:
http://blogs.elpais.com/presente-continuo/2012/02/hay-que-poner-orden.html
Mañana, nuevo post en ‘Los archivos de JS’.
Estoy alucinando, literalmente alucinando con todo esto. Se diría que las calles del centro de Valencia han sido convertidas por el gobierno de Rajoy en laboratorio de un proyecto de represión policial contra libertades absolutamente básicas e imprescindibles. Y, por lo que pueda pasar en los próximos meses, miran a la Puerta del Sol y a los Indignados, no tengo ninguna duda. Ahora entiendo que criticaran tanto a Rubalcaba por blandura con las protestas del 15-M, por lo visto la solución adecuada era ésta. Por cierto, qué gran ejercicio de virilidad, pegarle a los críos. Yo voy a tener cuidado con mi hija, no sea que también le caiga algo, igual blindo el carrito, por si las porras.
Por cierto, hay que ser muy tonto, muy tonto, para no darse cuenta de que lo que se consigue con esto es multiplicar las protestas, desatar la rabia y fomentar el enconamiento. Si realmente hay radicales y anti-sistema, gente que cree en aquello de que «cuanto peor, mejor», no tengo ninguna duda de que ahora mismo están contentísimos, pues les están legitimando. Y sí, la señora a la que usted nombra debe dimitir, desde luego que sí.
Permítanme que les diga aquello de «tengo los pelos como escarpias». Si en la época de Aznar ya los tuve soliviantados, no pude imaginar entonces hasta dónde iba a llegar cuando ganara las elecciones ese anodino notario, que no quiere pasar a la historia precisamente por ello y está haciendo lo posible por equipararse a personajes mucho más destacados y que -en su imparable regreso al pasado- pretende llegar hasta Atila, aquél que no dejaba crecer la hierba bajo los cascos de sus caballos.
Y permítanme también decirles: ¿haremos algo al respecto, o nos quedaremos al margen, como simples espectadores de la tragedia que, a poco que esto empeore, nos puede llegar?
Y yo le agradezco su comentario, don Ricardo. Y ya que en todo lo demás parece que estamos de acuerdo, haré unas breves apreciaciones en relación a los riesgos que entrañan las interpretaciones a posteriori. Como ve, no lo puedo evitar, manías de historiador.
Claro que se pueden hacer comparaciones, un servidor así lo ha hecho en el caso de Robinson y Tarzán, pero siempre dentro de un orden. Si se difuminan los límites que median entre las distintas obras, y eso no es otra cosa que el contexto, el resultado es una amalgama bastante confusa de la que poco se puede sacar en claro. Todo se puede comparar, pero atendiendo al contexto, del que no podemos prescindir a nuestro antojo. Una obra literaria de la índole que sea es inseparable de su soporte y de las condiciones generales de la época de su creación, y a la hora de interpretarla hay que tener todo eso en cuenta. Otra cosa es que la obra, por su maestría, apele a algo universal y que su mensaje o reflexión pueda ser abstraído y aplicado a otras épocas. Entonces estaríamos hablando de cosas distintas: en el segundo caso, al abstraer, simplificamos, comprimimos, reducimos un universo a unos rasgos que nos parecen esenciales y los trasladamos de lugar; en el primer caso se trata de incrustar una producción literaria en el mundo del que viene para comprenderla mejor, para, de alguna forma, enriquecerla. No creo que sean dos opciones excluyentes. En ambos casos hay que actuar, parafraseando a Gramsci (que al fin y al cabo es el personaje sobre el que versaba el post del señor Serna), con escrupulosa exactitud, con honradez científica, con lealtad intelectual, eliminando toda preconcepción, todo apriorismo o partidismo.
Si interpretamos el “Robinson Crusoe” como una reivindicación del capitalismo y vemos el de entonces tal y como se nos presenta ahora, nos estaremos equivocando, sencillamente porque no es el mismo el de entonces que el de ahora. Aunque desde ciertos ámbitos de la posmodernidad se piense así, no todos los contextos son borrosos.
Así como Tarzán y Robinson, pese a la distancia que les separa en el tiempo, tienen una serie de elementos esenciales comunes, “El señor de las moscas” tiene las suficientes diferencias con Crusoe como para andar con cuidado si se los compara. Al menos así me lo parece a mí. Vincular ambas novelas porque se localizan en una isla y tienen como protagonistas a una serie de personas que pretenden reconstruir su mundo, es como comparar Alien y Alf porque en ambos casos el protagonista es un extraterrestre que interactúa con los humanos. No basta vincular una obra y otra aludiendo a los rasgos que comparten, sino que hay que analizar «cuánto» importan esos rasgos en la idea esencial que cada una de esas novelas quiere transmitir. Es decir, que es posible que “El señor de las moscas” tenga más en común con “Rebelión en la granja” que con “Peter Pan”, obra en la que también hay una isla y niños.
No creo que “Robinson” y “El señor de las moscas” hablen de lo mismo, ni que el uno sea el reverso de la moneda del otro. Creo que sus preocupaciones y sus intenciones son muy distintas, nada más.
Usted tiene sus manías de historiador, amigo Lillo, y yo las mías de profesor de literatura, pero dejo el asunto a un lado para sumar aquí mi indignación a la del titular de este blog y a la de los comentaristas que en esto me preceden. Es una vergüenza lo que está ocurriendo aquí con la represión a los alumnos de secundaria. La señora Paula Sánchez de León ha querido estrenarse en el cargo con una exhibición de fuerza y estupidez, mientras que el jefe de la policía de Valencia que ha salido en los telediarios parece el capitano de la commedia dell´arte, un muñeco de guiñol, pero sin ninguna gracia, que se encarga de la administración de mamporros. El asunto podría ser anecdótico, pero el empecinamiento de ambos asusta, y no solo por el maltrato y el abuso, sino porque parece una declaración de intenciones contra la discrepancia en general y contra la enseñanza pública en particular.
Un placer, señor Signes. Saludos
El caballero al que se refiere el señor Signes me recordaría a los Hernández y Fernández, y yo aún diría más, me recuerda a los Hernández y Fernández. Si no es porque es para llorar sería para reírse.»Los enemigos», dice el tío, manda huevos, como diría el igualmente ínclito Trillo, sí, sí, el que tomó heroicamente el islote Perejil a los sarracenos: «Con viento de levante…» Qué peligrosas interpretaciones hacen los gobernantes de las mayorías absolutas. Y sí, doña Marisa, podemos hacer algo, sin ir más lejos acudir a la manifestación de este sábado.