Anatomía del monstruo
Uno. Dos amigos e historiadores, Justo Serna y Alejandro Lillo, se ponen manos a la obra. Escriben Young Americans (un libro que pronto aparecerá en Punto de Vista Editores). Confraternizan y hablan de sus querencias y sus mitos, de la música y otros productos culturales: los jóvenes, aquellas criaturas que se rebelaron, rompiendo con lo establecido. La juventud… La estamos perdiendo, la estamos perdiendo.
Pero ambos historiadores también tienen sus querencias más góticas, de estética más rancia. Son otros productos culturales del pasado, otros seres menos atractivos a los que exhumar. Son muertos vivientes o vivos recientes, tipo repulsivos, odiosos: sin belleza, sin afeites, sin tupés, sin cazadoras, sin jeans. Son también criaturas, como los jovencitos, pero de otra naturaleza.
Son seres de la noche y del horror, como reza el tópico. Tienen otra compostura, otra hechura, otros propósitos. ¿Son bichos? Se lamentan del tiempo que les ha tocado vivir; se lamentan de la ingratitud y del género humano; se lamentan de su suerte. ¿A quiénes nos referimos? Al monstruo de Frankenstein y al Conde Drácula.
Uno nace a la vida, a la literatura, en 1818; el otro en 1897, acabando el Ochocientos. Pertenecen ambos a la tradición británica, tan rica en relatos góticos y pavorosos. Ciertamente, esos seres repugnantes nos meten miedo. Nos acobardan con sus malas intenciones. ¿Qué es lo que quieren? En principio, lo que quieren es vivir, sobrevivir y no malvivir como es el caso de ambos. Y algo más…
Uno está mal hecho, es más feo que Picio y tiene un comportamiento impulsivo. Como si fuera un niño. De hecho es un recién nacido, un vivo reciente. Nos referimos al monstruo de Frankenstein. Al estar compuesto de restos de cadáveres que sella Victor, adivinamos el tufo que desprende, ese olor mefítico que notifica su presencia corrompida.
El otro padece una eternidad culpable, una lividez mortuoria y tiene por hábito chupar sangre. ¿Con qué objeto? La sangre le sirve para mantener su triste existencia de siglos, una vejez preternatural y extrema que en principio no se le nota. Nos referimos al Conde Drácula.
No se lo creen, ¿verdad? Piensan que esto sólo es una estratagema publicitaria de Anatomía de la Historia, ¿no es cierto? Creen que no hay nada más que añadir sobre estos monstruos. Repasen lo que ustedes saben de Frankenstein (1818) y de Drácula (1897). O lo que creen saber. Aquí no andamos a medias. Las criaturas vuelven a Serna & Lillo Asociados.
Antes de que regresen con los jóvenes estadounidenses del rock y de la América colorista de los 50 (Young Americans), los autores e historiadores que suscriben avanzan sus reflexiones sobre otros seres: otras criaturas menos inocentes. De miedo: nos lo vamos a pasar de miedo (si aguantamos la presión).
Dos. Anatomía de la Historia ha tenido la gentileza de publicarnos sendos artículos que tratan sobre estos monstruos, sobre estos seres venidos de otro mundo o de otro tiempo, pero que han campado a sus anchas por nuestro imaginario.
¿Qué tienen estos entes que nos resultan tan fascinantes? Desde niños nos educan para creer que somos quienes somos, sabedores de nuestra identidad y dueños de nosotros mismos, de nuestra fisonomía. Afectamos gestos, ademanes, modos y maneras de presentarnos en público, justamente porque siempre habrá quien nos mire y nos escuche prestando atención al relato personal.
Seriamente preocupados por las apariencias, escrupulosos con el aspecto que tenemos, vigilamos nuestro yo y la precisa imagen que lo expresa. Sin embargo, la evidencia de la identidad, tan actual, tan propia de los tiempos modernos, ni es obvia ni es universal ni es para siempre.
Esa disolución del yo y esa confusión entre partes incompatibles se viven dolorosamente por los monstruos, y el daño que los lacera es mayor porque no hay escritura o palabras que suturen o cautericen. Se viven como monstruosos no sólo por su aspecto fiero, tan temible, o por su desaliño indumentario, que pregona lo peor, o por su personalidad troceada.
Se sienten como tales por carecer de una escritura propia con la que relatarse a sí mismos o por no contar con alguien amistoso a quien confesarse. Las memorias o la autobiografía o la revelación ante un interlocutor retienen la identidad varia dando asiento a lo que originariamente es simultáneo e incongruente.
La escritura, la voz confesional, es así una suerte de operación ficticia y apaciguadora. Nos repara, da argamasa a lo disperso y fija lo que pudo ser monstruosamente distinto. Son las palabras propias o ajenas aquello con lo que revestimos esa identidad siempre fracturada y dividida que es la nuestra, el orden verbal que nos permite representarnos sellando partes y cachitos del yo.
Pasen y vean. Pasen y lean. Están todos invitados a participar.
Frankenstein:
http://anatomiadelahistoria.com/2013/12/el-espejo-de-frankenstein/
Drácula:
http://anatomiadelahistoria.com/2014/02/dracula-ante-la-historia/
La angustia, dos o tres cosas que sabemos de ella
Miren esa escalera. Aunque ustedes no las vean, hay un par de personas leyendo en la terraza anexa. Probablemente historias de terror. Es verano, están de vacaciones y, sin saber por qué, se torturan con relatos de miedo. La casa está iluminada, pero al frente tienen una oscuridad profunda, como boca de lobo. Uno de los lectores está repasando Frankenstein y Drácula.
Frankenstein y Drácula, los personajes, tienen muchos elementos en común. Quizá el más importante sea la fascinación que estas dos criaturas ejercen sobre pensadores, escritores, críticos literarios y cineastas, por no hablar del impacto que siguen causando entre el público en general.
Disculpen lo obvio, pero si Frankenstein (publicada en 1818) y Drácula (aparecida en 1897) son novelas que siguen vivas en la actualidad, que siguen generando interés, será porque hay algo en ellas que continúa vigente. Tienen, como decía Isabel Burdiel, una potencia mítica que no decae. Tienen halo, tienen aura.
Los clásicos no son transparentes. Exigen de nosotros intervención e interpretación. Y generaciones sucesivas se esfuerzan por aclararlos, por liquidar su enigma. Pero no hay enigma que se resuelva de una vez para siempre.
Creemos que los relatos de fantasmas que arrastran sus cadenas por castillos tenebrosos son algo anacrónico, que tuvieron éxito en un período histórico concreto. Creemos hoy conmueven a pocas personas. No es exactamente así. Los fantasmas, los lienzos, las cadenas, el dolor inextinguible aún perturban a los seres más refinados.
Los relatos de M. R. James (Siruela, 1988) son exquisitos: atentan contra los sentidos y especialmente contra el sentido común. Los Cuentos únicos, de Javier Marías (también en Siruela, 1989), son una prueba palpable del amor que aún profesamos a esos desgraciados, a esos seres espectrales que nos persiguen o ayudan: incluso nos auxilian.
Carlota Fainberg (Alfaguara, 1999), de Antonio Muñoz Molina, es una sofisticada historia de fantasmas. Transcurre en nuestro tiempo: lo mismo ocurre con otros relatos de dicho autor. No decaen los espectros. Al contrario, parece que el mundo contemporáneo se nos llena de fantasmas y fantasmones…, de presencias de otro tiempo que se resisten a desaparecer. Y no es una metáfora.
Ahora bien, no hay ningún espectro que haya logrado la celebridad de este par de monstruos de los que venimos hablando. Ni siquiera el fantasma de Canterville ha sobrevivido con tanto vigor como sus cofrades de las tinieblas.
Comparados con la pasión que despiertan estos dos monstruos en la actualidad, los espectros sólo llevan una vida digna, sin grandes aspavientos. En cambio, las fabulaciones de Bram Stoker y de Mary W. Shelley continúan inquietando con fuerza, causando polémicas populares e intelectuales y, en fin, dando que hablar.
Y de ellos, de ese par de figuras espectrales, hablamos en Anatomía de la Historia. Son seres ansiosos, que padecen alguna dolencia anímica, que soportan una existencia angustiosa. La edad, el repudio social, el aislamiento, la nocturnidad, la soledad, la falta de compasión, la fatalidad de un destino mortal. En Drácula hay un fatum y en Frankenstein hay un abandono. ¿Por qué viven o malviven con ese pesadumbre?
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Más allá hay monstruos.
Frankenstein:
http://anatomiadelahistoria.com/2013/12/el-espejo-de-frankenstein/
Drácula:
http://anatomiadelahistoria.com/2014/02/dracula-ante-la-historia/