Don Carlos Arias Navarro
Por Justo Serna
En el programa del Gran Wyoming titulado El Intermedio aparecen con mucha frecuencia unas imágenes de don Carlos Arias Navarro. Lo que vemos repetidamente es su intervención del día 20 de noviembre de 1975, ese momento de la mañana cuando desde TVE se dirige a todos los españoles para anunciarles que Francisco Franco ha pasado a mejor vida.
“Españoles, Franco ha muerto”. Es un blanco y negro funerario, rotundo. Sucio. Y la cara del jerarca denota malestar, inquietud. Pocas horas de sueño. O zozobra ante el porvenir. La muerte del Generalísimo dejó inermes a sus más directos seguidores. ¿Acaso porque se les arrebataron los patrimonios o los privilegios?
No. Sencillamente porque el país había cambiado, porque la sociedad estaba convulsa, porque el mundo se les caía encima. Qué momento tan angustioso. El Caudillo moría y las instituciones lo perpetuaban, según había indicado el propio General. Sí, pero quiénes eran las instituciones. ¿Acaso don Juan Carlos?
La España posterior al Generalísimo era un Reino sin Constitución; era una Monarquía que se saltaba el orden dinástico; era una extrema derecha que lamentaba y combatía el poder de los enanos infiltrados (gentes franquistas que habría dejado de serlo), una extrema derecha que perseguía a los universitarios díscolos o levantiscos. La España posterior al Caudillo era igualmente una extrema izquierda desnortada, deseosa de implantar el socialismo realmente existente: en especial el chino, el maoísta.
Federico Jiménez Losantos nos cuenta en uno de sus libros de memorias el apego que le tenía al comunismo amarillo,; nos cuenta su viaje a la República Popular, su caída del caballo. Es enternecedor el relato del periodista. Fue a China a confirmar que aquello era una dictadura. Sin duda, a Jiménez Losantos le faltaban sentido común, estudios y capacidad de observación.
Pero había una muchachada sensata, gente de izquierdas que supo tragarse sapos para conseguir la democracia y que hizo valer su legitimidad; y gente de derechas que vio venir el declive de la dictadura. No sabemos si lo hicieron bien o mal o regular, por interés o por amor a la patria.
Lo cierto es que muchos habíamos vivido nuestras infancias y primeras adolescencias bajo una tiranía. Gracias a aquel cambio, alicorto pero cambio, conseguimos salir de un régimen impresentable, incomparable.
Hoy, la televisión debería repetir una y otra vez las imágenes de aquellos jerarcas del franquismo. Con sus ternos casposos, con sus alientos cariados, con sus ideas envilecidas. Uno de ellos será, sin duda, el suegro de Alberto Ruiz-Gallardón. Mejor dicho, quien será más adelante suegro de Ruiz-Gallardón.
Utrera Molina: se le llamaba, así, sin nombre. Había sido ministro y había sido valedor de la obra del Caudillo. Aún lo tienen por ahí. Hemos de recordar de dónde venimos.
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Carlos Arias Navarro, Marqués de Arias Navarro, Grande de España
Por Félix Vidal
Carlos Arias Navarro era ministro de la Gobernación cuando fue asesinado el almirante Carrero Blanco. A este último llegó a sustituirlo en el sillón de Castellana 3 en contra de todos los pronósticos. Al parecer, gracias a los buenos oficios del gineceo de El Pardo, donde gozaba de buen predicamento. Inició un timidísimo proceso de apertura que pasó a la Historia como el “Espíritu del doce de Febrero” sin pena ni gloria excepto por el alboroto que provocó en el gallinero del Búnker.
Estamos en la primavera de 1974, Arias presenta ante las Cortes un descafeinado y tardío proyecto de Asociaciones Políticas que venía coleando desde la década anterior, se podría resumir en el derecho a decir lo mismo (Principios del Movimiento Nacional) de distintas formas y con distintas tonalidades. Para ese viaje no hacían falta tantas alforjas y tantas provocaciones a los irreductibles del Régimen.
La Guerra Civil sorprende a Arias Navarro en Málaga, donde es protegido de forma generosa por una familia logrando así salvar su vida amenazada. Liberada la ciudad por el glorioso Ejército Nacional -e italiano-, nuestro hombre es nombrado fiscal por las nuevas autoridades, militares por supuesto, solicitando y obteniendo la penacapital para los hijos de la familia que le proporcionó refugio, sustento y tranquilidad. En honor a tales méritos adquirió el sobrenombre de “Carnicerito de Málaga”.
Corría el año 1944 cuando inicia su andadura política en la provincia de León, en calidad de Gobernador Civil y jefe provincial del Movimiento. Será allí en donde conozca a una dama perteneciente a una familia de las más acomodadas y conocidas de la ciudad, a dama a la que desposará. Con el oficio bien aprendido, tras su paso por León y otros gobiernos civiles, alcanzará el importante puesto de Director General de Seguridad donde se anota en su haber la detención del dirigente comunista Julián Grimau, posteriormente fusilado.
Nos encontramos en el ecuador de la década de 1960, la España desarrollista, el Seiscientos, el boom de la construcción, el turismo, las suecas… Nuestro hombre decide otorgarse un cambio de aires y cambia los severos despachos de la Puerta del Sol por los más confortables de la Alcaldía de Madrid, la Villa del Oso y el Madroño. En este nuevo destino puede disfrutar de la cercanía del pueblo llano, inaugurar parques y otros menesteres, todo ello sin menoscabo de los réditos que le reportan su puesto de notario en Madrid y otros negocios de distinta índole que se cuecen al calor de la urbe en pleno apogeo (entonces no existían las incompatibilidades, esas incompatibilidades).
Pero volvamos al “12 de febrero”, muerto antes de nacer… un aborto por malformación congénita. En 1974, Arias desconfia de todo y de todos, hasta de la Iglesia: a punto está de expulsar del territorio patrio al obispo de Bilbao, sólo la amenaza de excomunión consigue paralizar la medida. Ni siquiera el entonces Príncipe Juan Carlos se salva de que le pinchen los teléfonos del Palacio de la Zarzuela, probablemente no era de fiar.
20 de noviembre de 1975, aniversario de la muerte de José Antonio Primo de Rivera y Buenaventura Durruti (aunque esto no es muy conocido)…”Españoles, Franco ha muerto”… sonrisas y lágrimas. Y el que no era de fiar se convierte en Rey con un Jefe de Gobierno heredado del dictador. Arias, careciendo del más mínimo sentido de la oportunidad, la decencia y la corrección política, no pone su cargo a disposición del nuevo Jefe del Estado. Aunque tampoco hay que llevarse las manos a la cabeza, con semejante currículo tampoco se pueden pedir peras al olmo. La situación se tensa progresivamente durante siete meses hasta que el Rey logra quitárselo de encima con lo cual se inicia la Transición a la Democracia. Además, lo nombra Marqués con Grandeza de España, casi ná… con tal de perderlo de vista, lo que sea.
Desprovisto por Real Decreto de la Presidencia del Gobierno, nuestro hombre acomete su última aventura política presentándose como candidato al Senado por Madrid en las primeras elecciones democráticas celebradas en junio de 1977. Formaba parte de una candidatura que se denominaba “Alianza Popular”, que ya no recuerdo bien si era un partido político, una coalición o una federación. Yo era muy joven, ni siquiera pude votar, lo que si recuerdo es queera más conocida como “Los Siete Magníficos”, por estar liderada por siete viejas glorias, exministros de Franco, cuya ala más liberal estaba representada por el sr. Fraga Iribarne. La ingratitud de los madrileños impidió que nuestro hombre se convirtiera en senador de la Democracia, cosa que le obligará a retirarse de la vida pública y a disfrutar de su fortuna y títulos nobiliarios en su casa de vacaciones en Salinas.