Uno. Cuando fallece el Caudillo, la prensa española reacciona, reacciona ante una noticia prevista y a la vez desconcertante. Es desconcertante para las élites, para los periodistas afines y para los paniaguados.
Lo es también para los reporteros distantes o críticos del Régimen y para los simples ciudadanos, incluso para quienes sin profesarse franquistas se han acomodado.
Hay inquietud por el futuro inmediato. El titular del periódico londinense The Times lo expresa con absoluta claridad: «Después de Franco: esperanza y miedo».
El miedo alude a las posibles reacciones de los ultras del Régimen, de los franquistas acérrimos. La esperanza a la que se refiere el titular se basa en una certeza: “la transformación del país permitirá una evolución democrática mucho más pacífica que en Portugal”, recién salido de otra dictadura. Sin embargo, no hay garantías de que algo así pueda darse sin mayor problema.
En las casas corrientes, en la mía por ejemplo, se palpa el miedo, ese miedo: se baja la voz. Mis mayores temen ser desafectos, de escasa adhesión. No se puede hablar mal ni rumorear, no.
¿Acaso esperan represalias? No, sencillamente temen la repetición de la Guerra Civil. La memoria de los muertos, de los damnificados, de la destrucción, la memoria del terror. A la vez, los ancianos, los más enterados o los más juiciosos, descartan eso mismo que parece amenazarnos: el Ejército está con Franco y no hay riesgo de que se divida en dos bandos.
Pero los padres, los abuelos y hasta los nietos saben que la España del momento es un lugar de conflictos, de protestas, de huelgas.
La Policía Armada (los llamados grises) mantiene a raya, con violencias inusitadas o acostumbradas a quienes se manifiestan en las calles, a quienes literalmente manifiestan su rechazo.
Por tanto, no se sabe muy bien cómo podría suceder tal cosa, una nueva Guerra Civil, pero se sospecha que los comunistas, propiamente los rojos, se han multiplicado o han dejado de estar emboscados con identidades falsas.
La enumeración no es exhaustiva. Los sindicalistas que han sido juzgados y encarcelados; los miembros de la extrema izquierda (ETA y FRAP) que han sido condenados y ajusticiados; los movimientos vecinales que protestan en las calles, que se reúnen a pesar de las prohibiciones; los actores, los escritores, los artistas, los intelectuales que desde hace un tiempo osan desafiar el silencio impuesto, la represión y la censura; los periodistas y los semanarios (Cambio 16, Triunfo, etcétera) que se atreven a publicar a pesar de las amenazas de secuestros judiciales; los partidos clandestinos que convocan manifestaciones, que se infiltran en las asociaciones de la sociedad civil, que mantienen conversaciones para impedir la continuidad o la reforma cosmética del Régimen…
Hay tensión y no sólo dolor o desconcierto. Hay una alegría que no puede declararse y hay una profunda pena más o menos sincera y extensa que se expresa. Las imágenes de aquellos días no son sólo de duelo, ese luto oficial y ese blanco y negro de TVE con locutores de timbre grave e impostada voz.
Han sido tantas las semanas de espera, una demora tan larga (los cincuenta y seis partes del Equipo Médico Habitual), que lo inexorable, parece un mal sueño, la agonía artificial de un cuerpo anciano totalmente desarbolado cuya vida y cuya función motora se han dilatado por presión familiar, eso que llaman la camarilla del Pardo.
Los diarios se apresuran a sacar páginas y páginas dedicadas al acontecimiento o, mejor dicho, al protagonista del hecho. Los periódicos son mayoritariamente afines al Régimen o, al menos, sus empresas no pueden hacerle frente.
Entre los periodistas hay antifranquistas reales y otros sobrevenidos, antifranquistas que han de ocultar sus ideas y otros que fantasiosa y retrospectivamente se declararán opositores cuando haya pasado el peligro.
Una parte de España vivirá así su propia reconversión, esa transición a un régimen democrático por el que no se ha luchado lo suficiente o del que se temía lo peor.
Los especiales estaban preparados, las ediciones extraordinarias estaban listas, los repasos históricos estaban dispuestos y los juicios o valoraciones podían muy bien haberse escrito semanas atrás.
Las primeras planas parecen repetir retratos y palabras, ese impacto. Sólo los periódicos de Madrid imprimirán unas cuarenta ediciones: Pueblo con ocho; Arriba con siete; Ya, con otras siete; ABC e Informaciones con cinco y El Alcázar con cuatro.
Tres de los principales diarios dedicarán editoriales amplios a la nueva circunstancia del país. Arriba y Ya respaldan abiertamente al nuevo Jefe de Estado e invitan a reflexionar sobre la coyuntura que se abre. ABC se centra en glosar la noticia de la muerte, «no por esperada menos dolorosa», un fallecimiento que cierra «un capítulo glorioso de la historia de España».
“Ha muerto Franco”, titula el diario Informaciones, el periódico que en aquel momento más se señala por ser crítico del inmovilismo. «Franco ha muerto», titularon la mayoría, o «Murió Franco» o «Franco ha muerto…»
Hasta el Marca rotula igual su primera plana y allí mismo, en la página de apertura, se reproduce un artículo de portada titulado «Deportista ejemplar». El Caudillo cabalga a lomos de un caballo.
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Dos. Hay genuflexión y hay temor, el Generalísimo ha muerto y hasta los mejor informados ignoran qué va a ser del país. Centrarse en el pasado, aludir a su gobierno y adjetivarlo de histórico son modos de no comprometerse demasiado, de decir cosas que nadie puede negar o censurar. ¿Por qué razón?
Primero, por las posibles represalias que puedan recaer sobre la prensa o los periodistas más audaces; segundo, por las evidentes ignorancias sobre el futuro más inmediato. Después de Franco, las instituciones, sí.
Pero España es territorio agitado, con la calle y con el Régimen y con la opinión pública y la opinión publicada, no siempre coincidentes. Hay un recuerdo constante de los antiguos padecimientos y hay esperanza y espanto ante lo venidero.
Esos momentos los he revivido con absoluto verismo, con fuerza, al visitar la Exposición Cuarenta años con Franco, comisariada por Julián Casanova, a su vez auxiliado por historiadores y documentalistas muy solventes. Puede contemplarse en Zaragoza, con dos sedes: la Casa de los Morlanes y el Palacio Montemuzo.
Lo que podría ser un problema (una sede partida), en realidad acaba siendo un acierto y un alivio. Repasar cuarenta años de una dictadura sin tomar aire nos podría ahogar, asfixiar: sobre todo cuando una exposición como ésta reúne un material gráfico y fotográfico ingente, unas imágenes frecuentemente crueles.
El aula de un colegio nacional, con sus pupitres, encerado, crucifijo y retratos de Franco y José Antonio, circunstancia que nos devuelve a una pedagogía de consignas y severidad.
El garrote vil, reproducido con mimilétrica fidelidad, con el que se ajusticiaba a delincuentes comunes, incluyendo a los anarquistas, como Salvador Puich Antich.
La efigie del Caudillo en bronce o al óleo o en fotografía, un rostro omnipresente, fiscalizador, la cara de un tirano, de un militar golpista que cambia, que engorda y que envejece sin perder la suspicacia: esa desconfianza de quien es o se sabe ilegítimo, una mirada, unas pupilas al final aliviadas o protegidas por gafas de sol.
La Exposición es ejemplo de didactismo bien entendido. No ofende al experto ni a quien todo lo ignora. Sintetiza el curso histórico, los cambios del Régimen y exhuma el discurso oficial y las resistencias más o menos fracasadas de sus opositores y la represión.
Nos presenta asimismo el horror de aquella dilatada posguerra, con la Iglesia santificando la Cruzada y con los clérigos apadrinando al Caudillo. Muestra el desastroso gobierno económico de la autarquía, las cartillas de racionamiento, los salvoconductos.
Muestra también la llegada de los americanos, esos nuevos aliados que aceptan una dictadura anticomunista de origen abiertamente fascista: una tiranía igualmente cruel, pero que se va despojando de una parte, exigua, de los simbolismos falangistas.
La Exposición tiene orden y concierto, sentido por partes o en conjunto, cronológica y temáticamente. Las cosas se presentan con sutileza y con profesionalidad, sin pesados academicismos.
Yo he visto jóvenes leyendo con atención las cartelas, las referencias, las síntesis. He visto ancianos dejándose impresionar por viejos recuerdos, por las evocaciones que las imágenes provocan. He visto un gentío entrando y saliendo, viajando a ese país extraño que es el pasado, reconstruido como lo hacen los historiadores: con documentos, escritos, audiovisuales, con restos sobrevividos.
¿No nos concierne lo antiguo? Lo pretérito no ha concluido y las lejanas imágenes de una España remota nos dicen mucho de nuestra circunstancia. Julián Casanova y los documentalistas, junto con los responsables del diseño o de la arquitectura expositiva, nos transportan, nos hacen revivir lo que ya no existe o lo que es tramoya de otro tiempo: como la maqueta que sirvió a Gillo Pontecorvo para reproducir cinematográficamente el atentado contra el almirante Luis Carrero Blanco (Operación Ogro).
De repente, en medio de esas fotografías he sentido el escalofrío de una pesadilla. ¿Y si todo no hubiera concluido aún? ¿Y si Su Excelencia todavia estuviera agonizando? Las Exposiciones sirven para instruir deleitando. Con Franco, yo no me deleito, pero lo que ya es historia nos permite hacer el duelo o el repudio de lo que aún daña.
El comisario podría haber reunido más objetos materiales. Era una opción, otra opción, desde luego. ¿Cuáles? ¿Qué objetos?
Las radios de galena con las que se sintonizaba el mundo exterior. Los velosolex, aquellos ciclomotores con los que se alternaba la tracción humana o mecánica. Los televisores, aquellas pantallas gigantescas empotradas en muebles de madera, con estabilizadores y pañitos decorativos. Los Seiscientos, aquellos vehículos que formaban el grueso del parque móvil español. Y, en fin, tantos y tantos electrodomésticos que aliviaron la penuria y el esfuerzo de mujeres sometidas, de mujeres que soñaban con ser «reinas por un día».
Pero eso que no está en especie lo encontramos en documentos escritos, en audiovisuales, en imágenes que lo dicen todo de aquellas existencias precarias que empezaron o se aliviaron cuando Su Excelencia pasaba a mejor vida. Amontonar objetos no es garantía de precisión. Tampoco una imagen vale por mil palabras. Siempre necesitaremos la mano maestra. Como es el caso. Nos instruye sin sectarismos y sin nostalgias.
Es una buena manera de enterrar a Franco de una vez por todas.
http://www.juliancasanova.es/exposicion-40-anos-con-franco-zaragoza-17-de-abril-28-de-junio-de-2015/
Estimado maestro:
No te obsesiones demasiado con la figura de Franquito. Si es cierto que sería de ley que al tipo lo sacaran de donde está. Han pasado 40 años y ya es hora.
Una actuación rápida, tipo la de de aquí en el el ’83; con nocturnidad, alevosía y el descaro de aquellos mendas enmascarados y tal … Método País Vasco. Todo eso da mucho morbo y, … luego, … tras el advenido concierto de ladridos mediáticos, el eco del gruñido la manada reaccionaria tiende a desvanecerse, … se diluye, … se pierde en las marismas del olvido. No se les ocurrirá exhumarlo y enterrarlo allí de nuevo si la derecha volviera a ganar las elecciones. Es como lo de la Constitución, el divorcio o el aborto (aunque ahora, con los estudios de detalle de los neocristianos del PP menuda tocada de huevos para las mujeres, que son las que tienen que elegir). En fin. Siempre aparece más y más nueva leña para que el mono se divierta y aprenda catecismo.
Ya ves lo del librito de los elefantes …
Que entierren al menda con su familia, donde tengan su panteón, si lo tienen, con su historia, sus miserias y con sus pecados. Al pozo, como todos. Que es lo que siempre digo: lo único seguro de esta vida es el pijama de madera.
Y si es posible que saquen de allí también a Primo, el pobre; ese señorito merece estar con sus ancestros más íntimos, más recogido; un sitio tranquilo para dejarse de olvidar que fue el cadáver más paseado por la península después del sobado brazo -incorrupto- de Santa Teresa.
(Y no hablo de las coñas que han serpienteado entre los vencidos respecto a QUIEN realmente está enterrado junto al llorado caudillo, que eso merecería capítulo(s) aparte).
Ha sido, a día de hoy, este episodio pendiente, la exhumación del Valle -el terminus del franquismo, en definitiva-, una gran falta de respeto a los españoles por parte de los gobiernos supuestamente devenidos de la Soberanía Nacional. Si no se dio ya, con lo que ha llovido, … quizás se ejecute pronto. El traslado, digo. Lo digo por si el señor Fernández Díaz, se toma a mal mis palabras tipo DEFCON2, …
¡¡¡ ALERTA ROJA !!!
… Submarinos en la RED …
De todas formas, justamente has de reconocer que tuvo Baraka el tío. No te hablo ya de esa bala traisionera de la morisma que estuvo a punto a mandarlo en el ’16 a la vera de Jesús y de la que, malas lenguas, dicen que es la causante de su única descendencia. Bravo Ciclán, digno de Poseidón en busca de un posible Odiseo de su talla: Nemo contentus sua sorte. Hubiera cambiado la historia de España. Te hablo, a mayor abundamiento, del equipaje de Sanjurjo, de la arrogancia de Goded, de las piernas flojas de Cabanellas -estupendo el libro de Gullermo, su hijo-, de la inconsistencia de Fanjul, del avioncito chungo del Director y de los finos aromáticos (no contrastados) de Queipo, que le hacían pasar de todo, circunstancias que, en su divina abundancia, abrieron la puerta del ferrolano a un reinado sin corona tras la súbita palmada del real exilado romano en el ’41, puto tabaco, … y .. UUUUUM … la guerra mundial …
¡¡¡ DIOS !!! …
Si las democracias traicionaron a España en el ’36, volvieron a metérsela de nuevo y donde más duele en el ’45, Si eso no es Baraka que venga XXX (J’e suis Charlie, Harakiri, Desmadre a la americana y Álvarez Rabo al mismo tiempo, … ¡¡ah, y Lalo Kubala!!) y me lo diga.
Y luego … encima … ni una, tú. De rositas tal y como una niña pastelera de primera comunión. Ni bombas, ni ETA, ni MIL pistolas o machetes; ni un solo vicio, además, que le empujara a la tumba. Sólo ese Danone con Nescafé que le alegraba la noche. Y el: «haga como yo, no se meta en política». Eso relaja mucho.
Ya sabes su postura:
Paso de Buey,
Vista de Halcón,
Diente de Lobo …
Y hacerse el bobo.
Y así estamos.
Cuarenta años después de los cuarenta años.
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Comiéndonos su merienda.
De todas formas, Justo, relájate. Si, yo me he tragado ESA foto muchas veces, la de Franquito con el mutilado del infierno con patatas, el de Salamanca; mal silbados, bigote rancio y ganas de joder a fondo. Si, perdimos cuarenta años. Pero no hemos avanzado mucho más en los siguientes. Sólo homologarnos a los demás de nuestro entorno. Somos como Eslovenia, Chequia o Lituania (en lo que respecta a derechos civiles, no tanto en cuanto a las tías, con perdón por el comentario machista). Que era lo lógico, habida cuenta del devenir histórico mundial (véase «POSTGUERRA», de Tony Judt, Taurus historia, Madrid, 2006 y sus páginas en blanco, esas páginas de la historia donde nunca pasa nada o lo que pasa es poco para el cómputo global de la Historia, con mayúsculas). Y para espíritus definitivamente perdidos y ucrónicos, que duden del pesaje de la balanza tenemos «Historia virtual» de Niall Ferguson, Taurus, Madrid, 1997, en concreto el artículo de Santos Juliá, pags. 181 y ss. del libro -de la ucronía en si -«España sin guerra civil. ¿Que hubiera pasado sin la rebelión militar de julio de 1936?» excursus que entiendo, introducido solo en la versión para España (¿¿/??) …
Veremos ahora que pasa.
Yo solo se que desde que cumplí los 18 mis libertades van a la baja.
Mañana XXX dirá..
Saludos,
Aleardo Sforza