Antonio Muñoz Molina. El faro del fin del Hudson

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Lindo & Espinosa editan libros con mucho mimo, con ese cariño que profesan a la obra bien hecha y sobre todo pensada para el placer de los lectores. Me refiero a Elvira Lindo y a Ximo Espinosa. Frotar lomos y cubiertas, cantos y y filos. Olfatearlos.

Cuando yo era niño, los libros del colegio desprendían un aroma a tinta y papel. No duraba mucho ese disfrute sensorial. Al cabo de un mes, los volúmenes habían perdido el olor y los bordes ya estaban desportillados.

Yo he tenido la dicha de tocar las obras de Lindo & Espinosa, de manosearlas. La materialidad aún es un gozo de los sentidos. El rasgo poroso del cartón, los lomos artesanos, la imitación del cuaderno, del cuaderno de campo. Esta fórmula es bellísima. Nos hace participar de una experiencia a partir de una libreta, del papel, de la tinta, de las ilustraciones.

El faro del fin del Hudson (2015), de Antonio Muñoz Molina, es una pieza propiamente artesanal. Por cómo fue concebida y por cómo fue editada. Por supuesto, ese título evoca a Jules Verne: a Julio Verne, en nuestra dicha y en nuestra querencia infantiles.

El autor francés es central, es relevante, siempre relevante, en Antonio Muñoz Molina. Es el más allá de quien pierde la fe, pero no la esperanza de aventurarse. Hay que ir más lejos. Avanzar hasta casi perderse. Yo lo consigo con sus obras. Ah, se siente. Y vaya que se siente.

El acto de observación, el acto de escritura, es creación. Se aprecian fisonomías y parajes y hay que verbalizar lo externo en cada uno de los capítulos o paseos o carreras que fueron ideados y finalmente realizados. Orillas del Hudson. Pero su consumación se logra cuando ya es pieza material, texto congruente con otros que le son vecinos y con los que forma un itinerario, un conjunto de afinidades impredecibles.

En Antonio Muñoz Molina se aprecia no ya el virtuosismo de la pieza aislada, sino también la agregación, la fabricación de un entero a partir de fragmentos, trozos de un todo que se concibe o se restaura cacho a cacho y del que en conjunto distinguimos la congruencia.

Así, el libro, bellamente editado con ilustraciones de Miguel Sánchez Lindo y con la materialidad del cartón, no es sólo un repertorio de piezas sueltas, sino un mapa de impresiones y sugestiones, el plano de un terreno únicamente entrevisto, fogonazos de una realidad que sobrepasa al río Hudson y al propio libro.

La pertenencia y la congruencia de una obra así se la dan la opción del autor-observador y la manera en que racionaliza esos vistazos. Pero a dicha coherencia contribuye también la contención y la restricción que se impone el escritor.

No es posible captar o capturar la variedad de la metrópoli con la expresión escrita, no es posible enunciar el entero del mundo, no es posible recrear el lugar y los espacios, el entorno material y sus incontables existencias, reduciendo la vida a las líneas de un cuaderno.

No hay copia naturalista de Nueva York que sea reproducción de lo real; no hay mero traslado. Pero no porque la palabra no pueda contener la experiencia y el latido de los corredores o el alma de sus paseantes, sino porque sus dimensiones y extensiones son radicalmente diversas. Las palabras sólo nombran y las cosas ocurren.

El faro del fin del Hudson es un conjunto de estampas bellísimas, retratos de interior, un empeño de contención y resumen, de expresión y enunciación. Sin artificios, sin importaciones, sin aspavientos. El prosista describe y muestra un espacio peatonal por el que se aventura frecuentemente. Es un sitio por el que camina el transeúnte, sin los apremios del trabajo, sin las apreturas de los transportes colectivos.

Pero no es un acto meramente inocuo o inocente. Ya no podemos recorrer ese itinerario sin el concurso de la literatura, sin la muleta de la cultura. Pero ser lector y ser observador no es la condición del peatón. El paseante no evoca ornamentalmente. Mirar este o aquel sitio es también escrutar el interior, el sentimiento que nos suscita, la evocación que nos induce.

Quien se traslada se educa y se forma. Sin duda gracias a las instrucciones del lugar. A su cultura. Pero el transeúnte se descubre a sí mismo, tan exótico y civilizado. Está muy distante y, de hecho, puede hallarse en esa ciudad excepcional por pura chiripa, como un tipo pasajeramente peatonal.

Un comentario

  1. Hola, Justo. Querría felicitarle por su cumpleaños. Espero que haya pasado un buen día :)
    Un cordial saludo.

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