La historia depende. ¿De qué depende?

imageLa historia es hoy investigación reglamentada, regulada. No basta con el genio del historiador, su lengua talentosa, su intuición instintiva, su buena prosa, su penetracion psicológica.

El investigador ha de observar en contexto: de hecho, ha de delimitarlo preguntándose cuáles son las circunstancias de los actos humanos que estudia.

El contexto no viene dado de antemano, pues el marco de significado, los límites del significado, no son necesariamente los que los historiadores darán el día de mañana.

Ahora bien, quien investiga ha de tener en cuenta la circunstancia en la que creen desenvolverse los sujetos, sus concepciones, sus ideaciones, sus aspiraciones.

Eso que llamamos Revolución francesa no es el marco en el que intervienen quienes toman la Bastilla: para ellos, no hay porvenir que pueda ser descrito, definido, designado como tal.

Por supuesto, los individuos y los grupos tienen aspiraciones, aspiraciones contradictorias, pero carecen de criterios reguladores que les dicten el curso cierto del porvenir.

Hay expectativas, pero esas expectativas varían según los actores que intervienen. Es más, las aspiraciones y las expectativas al sumarse o restarse provocan efectos imprevistos.

¿A qué me refiero? A los efectos de composición o de descomposición de metas y proyectos. Por tanto, los sujetos han de sobreponerse a lo que no esperaban o deseaban.

¿Un historiador puede profetizar? En nuestra profesión, las predicciones son tan inseguras o dudosas como lo son en otras disciplinas. La experiencia y el saber del historiador le dan pistas, por supuesto.

Ese mismo observador sabe que los humanos somos menos originales de lo que creemos ser, que somos más rutinarios de lo que nos gustaría admitir, que nuestro comportamiento es computable.

Pero el futuro no sólo está condicionado por la excepcionalidad de un sujeto o dos que tuercen el curso del devenir (pongamos don Francisco Franco Bahamonde).

Lo venidero depende de las fuerzas sociales en colusión o en colisión, la conducta reflexiva y propiamente predictiva de los individuos y grupos, que complica lo que los sujetos esperan y lo que el historiador puede anticipar razonablemente.

La historia no es una caja de bombones, esa de la que nunca sabes qué te va a tocar. Pero la vida es una confusa, una heteróclita mezcla de acciones, reacciones, intenciones, reflexiones, anticipaciones.

Los individuos obran de acuerdo con su experiencia y a veces intervienen a tontas y a locas, a ojo y con audacia, sin saber que les depará el futuro. Hay que imaginar lo complejo que es el porvenir para los sujetos, pues sus deseos no suelen coincidir con la realidad.

Imaginemos lo complejo que resulta no ya el futuro, sino el pasado, para los historiadores. Determinar cuáles son las intenciones de los antepasados no resuelve la indagación.

Hay que averiguar lo que los actores no sabían e incluso lo que no sabían que sabían cuando se pusieron a obrar.

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