Domingo. Apenas despunta el sol. Me siento inexplicablemente inquieto, con ese estado de trastorno transitorio que me desarbola. Frío, mal cuerpo.
He leído durante horas Noches sin dormir (2015) en edición de Lindo & Espinosa (Elvira Lindo y Ximo Espinosa). Mi goce crecía valiéndome de un insomnio sobrevenido.
Mi ejemplar es materialmente bello. Reproduce la forma y los cantos de una libreta de campo, el cuaderno de que dispone la diarista para anotar sorpresas y estupores. O eso quiero pensar.
Siento cercanía y siento esa misma fragilidad con la autora, que siempre se cuestiona, se interroga, para deplorar lo que hace dignamente, bien o regular. Te sonríes, te ríes y a la vez te apiadas de un ser solitario en la gran metrópoli.
La nerviosidad de la urbe, el malestar y la indefensión que provocan el individualismo extremo y esa campana o burbuja que invisiblemente aísla a los neoyorquinos. La diarista repasa y revisa diez años en la gran ciudad, enumera los estímulos externos, las soledades, el jazz reparador, la nieve insólita, interminable.
Yo resido en una ciudad de provincias, capital en la que nunca nieva; vivo en un población mediterránea, frecuentemente ajena al mundo exterior. Estamos en las nubes.
Elvira Lindo vive o, mejor, vivía entre Madrid y Nueva York, una metrópoli que ya pierde. Muestra el mismo desconcierto de quién se sabe culo, no ombligo, del mundo. Personajes extravagantes, celebridades, profesionales, amigos y fantasmas, muchos de esos espectros que rondan.
Pero sobre todo interior: el propio, los estados de ánimo, las felicidades, los malestares. Y el humor, el arte de la dificultad extrema. Elvira Lindo alivia sus desgarros con la grandeza de la comedia. Sin resentimientos impotentes.
Cuando yo sea chica en otro mundo o en la dimensión onírica quisiera ser como la Lindo inteligente, nerviosa, atenta, prodiga, amable y con un par de tetas duras como manzanas. Eso ocurrirá en algún sueño. Mientras tanto me conformo con ser un varón, blanco, heterosexual y europeo, lector de Elvira, admirador de su elaborada autenticidad.
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Ilustración de cubierta: Miguel Sánchez Lindo