El aguirrismo. La enfermedad senil del liberalismo

¿Yo no me callo?

Uno. Devota de Dios

He devorado el último libro de Esperanza Aguirre: Yo no me callo (2016).

Admito haberlo leído entero, pero a trote gorrinero. Lo hecho así para quitarme pronto el polvo del camino y la hediondez que despiden algunas de sus páginas.

Retengamos la palabra: hediondez. Me refiero a esa pestilencia de azufre que desprende una líder que roza lo satánico.

Me refiero a una política que se hace la ingenua cuando es pérfida y hasta diabólica. Me refiero, en fin, a una líder que se calla una parte de sus responsabilidades en el desastre que atraviesa el partido popular tras los casos de corrupción.

En el volumen carga las culpas a Mariano Rajoy, a la inacción de Mariano Rajoy y al progresivo arrinconamiento de que ella habría sido objeto.

Frente a las blanduras del presidente del Gobierno, Aguirre se presenta como la dama de hierro. Tiene arrestos y una autopercepción desaforada.

Cita, cómo no, a Winston Churchill por enésima vez. Emplea al líder británico para zaherir a Rajoy:

«…si, además, hubiera hecho una llamada a los españoles para que, con su sacrificio, se pusieran a la tarea de sacar a España de la terrible situación en que la había dejado Zapatero, un poco en la línea épica del Churchill del «sangre, sudor, esfuerzo y lágrimas», pues yo creo que todo habría ido mejor».

En efecto, frente al dubitativo Rajoy, ella tiene las ideas claras. A su jefe, Mariano, le horrorizan los debates, añade inmediatamente.

¿Por qué razón? Pues porque sólo es conservador y no profesa el liberalismo, como manda la Providencia. ¿Dios?

Así es: ella se declara providencialista. Es decir, se sabe devota de Dios y de sus prodigios. Si por ella fuera, la realidad estaría constituida por individuos soberanos en comunión con Dios.

¿Qué nos dice? Las instituciones o el Estado sirven, ciertamente, pero son instrumentos invasivos que tienden a sofocar o eliminar la libertad irrestricta del prójimo.

¿Y por qué ella lleva treinta o treinta y tantos años en la política? Respuesta: pues para frenar ese expansionismo. Alguien tiene que hacer el trabajo difícil, ¿no es cierto?

Lleva décadas administrando mamandurrias para así desregular, para así liberalizar, para así achicar el Estado del Bienestar, ese ogro filantrópico en expresión de Octavio Paz. Etcétera, etcétera, etcétera.

El volumen esta generalmente bien escrito (quien lo haya escrito: Aguirre-Agamenón o su porquero). Eso significa que es la suya una sintaxis sin graves incoherencias o errores.

Eso sí, la Sra. Aguirre es muy dada a la expresión vulgar, a la sabiduría popular, al refrán, al chascarrillo y a la frase hecha.

Como es ella, vaya: con esa campechanía de los aristócratas de linaje, esos que tratan con distancia, simpatía y suficiencia a los plebeyos.

Dos. Intermedio….

Ustedes se preguntarán. Si tanta ojeriza le tiene a doña Esperanza(y se le nota), ¿por qué se tortura con volúmenes de personajes a los que no profesa simpatía alguna?

Quienes me conocen saben que me gusta la literatura circunstancial. Pero también el género apodíctico, didáctico y hagiográfico. No sólo para los domingos o festivos.

Entre semana y en entretiempo me alivio de cuando en cuando con libros-basura o con volúmenes de mucho empaque, esos que debemos a ciertos próceres de España.

Vuelvo a doña Esperanza. Desde hace años sigo con fervor lacayuno la producción editorial de la Sra. Aguirre. Me ha dado muchos momentos de placer lector y de risas involuntarias, culpables.

Por eso, en ocasiones me lamento y me digo: «Justo, por Dios, relee ‘¿Qué es la Ilustración?’, de Inmanuel Kant, y déjate de literatura fantástica». Pero no, no hay manera. Siempre regreso a Esperanza Aguirre.

Tres. Trolas y medias verdades

¿Qué le encuentro a este libro, que tanto me atrae y que mucho me irrita. Lo enumero y me voy. No sin antes disculparme por hablar tanto y tan seguido de filosofía y de Aguirre. Características e ideas-clave:

1. El descaro verbal, esa locuacidad presuntamente atolondrada que le hace dañar, insultar, engañar. Y ello con actitud boba e supuestamente inocente.

Los aristócratas de estirpe (o consortes) siempre afectan actitudes de mucha sorpresa ante el plebeyismo.

«Algunos pueden pensar que mi ofrecimiento era consecuencia de unas irrefrenables ansias de poder», admite Aguirre. No parece. Nomparece

Pues poder haya sido su nutriente. Pero, si algunos enemigos quieren pensarlo, pues “pueden pensar lo que quieran…»

Ah, de acuerdo, ya queda todo aclarado, me digo.

2. El liberalismo rancio que dice defender. La no intervención del Estado. Ésa es la divisa. Ahora bien, cuando hace justiprecio de su legado se enorgullece del gasto público de la Comunidad de Madrdi: hospitales inaugurados, kilómetros de Metro abiertos a la circulación.

Etcétera, etcétera. Al exhibir su legado se muestra como una vulgar socialdemócrata. Eso mismo admite en alguna página de su prosaico volumen. Digo prosaico porque apenas tiene alguna página que contenga lirismo.

3. El barniz British del que paletamente se cree tocada. Se sabe excéntrica…

Declarar simpatías por Gran Bretaña es una tradición poco frecuentada por la derecha española. Al fin y al cabo, de la Pérfida Albión siempre sospechamos, siempre esperamos felonía.

En cuanto puede, Aguirre se profesa anglófila. Hoy en día, esa patología del alma da mucho lustre.

Sacas a Winston Churchill y a Margaret Thatcher y quedas como una triunfadora: de la Segunda Guerra Mundial, además de azote del izquierdismo bronco de los setenta.

Pero la anglofilia le sirve para otra cosa: para sotanear a Rajoy:

«La tradición británica, la que a mí me gusta de verdad y la que a mí me gustaría que imperara en España, exige que el líder del partido que pierde unas elecciones dimita o ponga su cargo a disposición de los órganos o de los militantes del partido inmediatamente después de hacerse públicos los resultados».

Evidentemente, Rajoy ganó las elecciones, pero con tan magros resultados que su insuficiencia parlamentaria hace de él un perdedor. Eso se infiere. Y eso infiere la Sra. Aguirre.

4. La concepción nacionalista de la Historia que ella profesa. Es nacionalista, aunque lo niegue.

Son los otros quienes falsean el pasado, dice. Son aquellos izquierdistas y demás ralea los que recrean el tiempo remoto con fantasía mixtificadora:

«…cuando nuestros adversarios quieren descolocarnos, nos sacan algunos de estos asuntos y nuestras respuestas son siempre timoratas, balbucientes, acomplejadas y, con mucha frecuencia, insatisfactorias para los ciudadanos que nos escuchan, que, no hay que olvidar, saben muy poco de Historia de España, pero que, además, lo poco que saben está tomado del canon «progre», que es el único que se explica en nuestros colegios e institutos».

Lean otra vez, por favor: «lo poco que saben está tomado del canon «progre», que es el único que se explica en nuestros colegios e institutos».

Ahora bien, España es una gran Nación desde la Hispania romana, a la que cita con legítimo orgullo. Cualquiera no tiene unos ancestros tan lustrosos.

5. La corrupcion del Partido Popular, admite, es un problemón. Así como suena: un problemón.

Ella destapó el ‘Caso Gürtel’, según se encarga de repetir hasta la saciedad. En todo caso, el problema o problemón se agrava, nuevamente, por la inacción o incapacidad de Mariano Rajoy.

Cuando se trata de su rival interno, sus análisis se vuelven afilados e inmisericordes:

«La corrupción no solamente es un problemón para el PP, sino que también lo ha sido, sobre todo, la respuesta que se le dio. La respuesta al caso Bárcenas, a mi juicio, fue lamentable. Aquel sms fue letal para todo el PP. Y para rematar, la triste sesión del Congreso el 1 de agosto de 2013, cuando los diputados del PP, puestos en pie, aplauden durante unos minutos a Mariano Rajoy por haber reconocido que se equivocó nombrando a Bárcenas, al que ni siquiera nombró, fue algo bastante surrealista».

Conclusión

En fin, la Sra. Aguirre dice tantas trolas y tan seguidas, que no parece darse cuenta del ridículo de algunas de sus expresiones y conclusiones.

¿Que hay una rivalidad personal entre Alberto Ruiz-Gallardón y ella? No, en absoluto, qué va, sólo es una sana confrontación ideológica, pues Alberto es «progre», «socialdemócrata».

Es más, concluye, «siempre he sentido por Alberto un gran afecto, no sólo de amistad, sino que, además, como soy algo mayor, mis sentimientos hacia él han sido, aunque casi no me atrevo a confesarlo, como un poco maternales».

¿Maternales? Madre del Amor Hermoso. La Madre de Dios. ¿Se puede decir mayor majadería?

En fin, me voy. Háganme un favor. El último de ustedes que salga, que apague, que la Providencia ya nos iluminará ante un ser dotado de tantas luces.

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