El País, cuarenta años.
Me niego al rencor
Uno.
En Anatomía de un instante, un objetivo importante de Javier Cercas es explicar y explicarse una generación: la de su padre. La figura del padre, en efecto, es decisiva en este volumen. Y aquí, en sus páginas, leemos el examen del hijo, una vez muerto el progenitor.
Quizá esté haciendo el duelo y quizá esté intentando comprender con afecto y con distancia en qué tenía razón aquel tipo que no era un héroe: sólo un padre adaptado al franquismo, sólo “un veterinario competente”, sólo un votante de Adolfo Suárez. Nada más. O nada menos.
«El 17 de julio de 2008, la víspera del día en que Adolfo Suárez apareció por última vez en los periódicos (…), yo enterré a mi padre”, recuerda. “Tenía setenta y nueve años, tres más que Suárez, y había muerto el día anterior en su casa, sentado en su sillón de siempre, de una forma mansa e indolora, tal vez sin comprender que se estaba muriendo”, informa.
En estas frases, en las que distinguimos una emoción malamente contenida, habla un hijo que no tuvo a un titán como progenitor, pero habla también un individuo que ha crecido, que ha madurado y que finalmente evoca a su padre con ternura y con piedad: la que todos nos merecemos si no cometemos villanías o infamias.
Dos.
Cuando yo era sólo un lector (más o menos lo que ahora soy), cuando sólo era un adolescente contrito y deseoso de cambiar las cosas, empecé a leer Triunfo. Hablo del año 1974, una fecha clave para un púber de quince años, pero también un momento decisivo de la historia reciente, de la historia vivida.
El 25 de abril portugués me había sorprendido sin entender gran cosa de lo que aquello significaba y, más aún, la tromboflebitis de Franco había alterado el discurrir obvio, lo que se me antojaba inevitable: la duración mineral del dictador.
Yo no sabía muy bien lo que nos esperaba, pero intuía que no podía, que no debía ser, un franquismo sin Franco. Mi señor padre leía Sábado gráfico, con aquellas portadas comprometedoras…, y yo, distante del progenitor y pensándome más radical, comencé a leer Triunfo.
Recuerdo que cuando salió El País, el 4 de mayo de 1976, mi padre y yo iniciamos lentamente una convergencia: por fin, un periódico que ambos podíamos leer. Mantuvimos nuestras respectivas revistas, pero de cuando en cuando abonábamos veinticinco pesetas por ese diario recién nacido.
Mi padre, como el de Javier Cercas, había formado parte del franquismo sociológico para luego convertirse en votante de Adolf Suárez. Y yo, cuando finalmente tuve mayoría de edad, votaba bien distinto. Nos fuimos entendiendo y en buena medida lo atribuyo a nuestras lecturas compartidas, comunes, de El País.
Luego he escrito en dicho periódico para finalmente abandonarlo. Yo no quiero mostrar rencores contra El .: le adeudo parte de mi formación política y sobre todo le agradezco haber sido el medio que me hizo dialogar intelectualmente con mi padre. Aún sigo leyéndolo a pesar de todo, a pesar de los Eres y las arbitrariedades de la dirección o del consejero delegado: entre sus páginas hay para mí periodistas imprescindibles (entre otros muchos, Fernando Garea) y hay articulistas imprescindibles, autores, que me resultan afines u odiosos: desde Elvira Lindo hasta Félix de Azúa, desde Antonio Muñoz Molina hasta Juan Luis Cebrián, desde Javier Cercas hasta Carlos Boyero, desde Fernando Savater hasta Antonio Caño.
Han pasado cuarenta años: a pesar de la tendencia oligopólica de los medios, aún hay libertad de expresión y hay una multiplicación de las opiniones electrónicas. Eso ha debilitado el papel de oráculo o de intelectual colectivo que ‘El País’ representó.
El padre de Javier Cercas ya no pudo leer la obra del hijo (Anatomía de un instante) y la frustración y el dolor se aprecian en sus páginas finales, pero se distingue también la generosidad que da la madurez. “Que yo no soy mejor que él, y que ya no voy a serlo”: una confesión que conmueve.
Quiero pensar que a mí también me sucede lo mismo. No sé qué pensaría mi padre de la línea editorial de ‘El País’, un periódico del que acabó siendo lector fino y consumado. Mi padre también murió y ahora constato «Que yo no soy mejor que él, y que ya no voy a serlo».