Anoche soñé que volvía ducharme

Doctor, doctor, anoche volví a ducharme después de haberlo soñado. ¿Le sirve esto? Ya me ocurrió el año anterior, justo por estas mismas fechas. Lo admito, fue un estremecimiento. Lo acepto con resignación.

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Primero en el duermevela ves cómo te inunda el agua, como se desplaza por tu cuerpo para finalmente bañar cada centímetro de tu piel. Las humedades me perturban, ya lo sabe. ¿Recuerda cuando le dije que de niño me caí en una poza? Pues eso.

Tuve mis dudas en ese momento. No me refiero a la inmersión en la poza. Me refiero a la ducha del sueño. ¿Esto lo estoy viviendo? ¿De verdad me ocurre esta cosa? No es para menos, ciertamente.

Después de seis semanas y tres días sin asearme, sin pasarme la esponja, pensé con detalle, con mucho detalle, lo que hacía, aquello que iba a hacer. Lo pensé antes de dar el paso y afrontar la inmersión y las humedades. Admítame este vicio. El de pensar, quiero decir.

Lo soñé y lo hice. Me jugaba mucho, la verdad. Jornada tras jornada me había estado dando unas friegas secas, con mucha frotación, para luego darme unos toquecitos de Brummel. Me gusta oler a rico. Quiero decir, que la gente susurre: este joven es una ricura.

Anoche, por fin, me metí en la bañera tras ese sueño. No es ‘king size’. La bañera. Es un receptáculo liliputiense y agrietado. Se le ven los metales, ese color a orín o a hollín, no sé. Cuando me duché extendí por pudor la cortinilla. De plástico, claro, pero sirve para cubrirte las vergüenzas.

Tiene ronchas verdes (¿ronchas? ¿Se dice así?). La cortinilla tiene ronchas verdes. No sé si ese cromatismo, como de arte abstracto, era ya decoración originaria. Imagino que sí, pero yo no suelo fijarme mucho en estas cosas.

A la bañera, ya digo, le veo fisuras de óxido que también forman dibujos, en este caso de arte figurativo. Son como grietas y distingo caras, culos y hasta la cabeza de un león. De todos modos, al margen de la calidad portentosa de ese arte, yo pienso que le va haciendo falta un planchado de esmalte, esa capa brillante y metálica que todo lo que cubre. Insisto en que cavilo mucho, un vicio del que no me quito, doctor.

Eso sí: al ducharme me puse exactamente de pie. De pie, eh. Lo de tumbarme me parece un gesto innecesario y burgués. Primero eché un pipí, que es placer inenarrable. Sentir cómo te salpica la agüita amarilla y como aciertas por el agujerito.

El problema es que, tras haberme duchado y frotado, no me sentí mejor. ¿No satisfacía las expectativas del sueño? Noté, sí, un hormigueo desagradable, como un escozor o prurito. Y vi con espanto las escamas de mi piel, que usted mismo puede comprobar.

Digo escamas y no exagero: el agua de Valencia te deja un poso blanquecino, una película o linimento lechoso. Y, claro, yo no estoy habituado a aplicarme Body Milk. Por tanto, por tanto tendré que volver a las friegas y al toquecito de Brummel.

¿Me oye? ¿Pero me oye?

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