Acabo de corroborar que Reino Unido abandona la Unión Europea. Los resultados (millón y pico de votos de diferencia) lo confirman para su desgracia y la nuestra. No les va a resultar tan fácil a los británicos dejar la Europa cultural a la que pertenecen desde hace siglos. El atlantismo no define por entero su vida nacional.
No nos va resultar posible pensar en John Locke o en Charles Dickens como ajenos a nuestra tradición. Tengo que asimilar tan desastrosa noticia. Los Estados, todos los Estados, cultivan lo que Freud llamó el narcisismo de las pequeñas diferencias.
Y, en el caso británico, este narcisismo de lo particular, de lo inglés, es una costumbre arraigada y últimamente alentada por el euroescepticismo. Ay. Señor.
La insularidad, el odio a Bruselas como representación del poder foráneo; la tradición del inglés nacido libre…, y otras zarandajas que han alentado los partidarios del Brexit. La gente vota por experiencia y por expectativa, por los sueños y las metas.
Hoy voy a leer a Ralf Dahrendorf: siempre me ha sido una prescripción muy saludable, una prescripción que me he administrado durante años para bien de mi raciocinio.
Era un político y un politólogo, pero era sobre todo un lector de filosofía, de filología, de sociología. Lo he leído con profusión. No paso ningún curso académico sin él: regreso a dicho autor, a sus textos antiguos o a los nuevos. ¿El último que le he leído?
La libertad a prueba. Los intelectuales frente a la tentación totalitaria (2009). Era un pensador que, como Isaiah Berlin, vivió el liberalismo sin tentaciones sectarias, sin hacer doctrina o ariete de sus ideas. Fue alemán e inglés y, como Berlin, supo hacer compatible la naturaleza de su nacimiento y la elección por la que finalmente optó: Gran Bretaña.
En ese libro que antes mencionaba, el autor celebra el coraje de algunos pensadores libres, virtuosos, vagamente erasmistas: el de quienes supieron defender la propia opinión; el de quienes supieron escuchar; el de quienes supieron hacer autocrítica para no caer en el narcisismo o en el sectarismo; el de quienes supieron observar con compromiso y distancia, con moderación y cercanía.
Los pensadores libres no se sienten fuertes por pertenecer a una cofradía más o menos multitudinaria, sino que suelen estar solos o escasamente acompañados, sabiendo lo que merece ser defendido.
Eso crea un estilo: “ser capaz de no dejarse apartar del propio rumbo aun en el caso de que uno se quede solo, estar dispuesto a vivir con las contradicciones y los conflictos del mundo humano, tener la disciplina de un espectador comprometido, que no se deja comprar, y una entrega apasionada a la razón como instrumento del conocimiento y de la acción”.
Hoy, ya digo releeré, páginas de un gran inglés nacido alemán.