Yo tenía un corresponsal desplazado, un tipo que husmeaba en los bajos fondos de la Generalitat. Ahora ya no. Se llamaba Crescencio Barret. Por entonces vivía en los corredores de palacio, en los sofás de cortesía, en los pasillos del edificio, en los sumideros del poder. En cualquier esquina.
Era mi garganta profunda, mi confidente en tiempos del Partido Popular. Grande Crescencio Barret. Era grande.. A pesar del clergyman no se hacía notar.
Un buen día, cuando Francisco Camps abandonó la poltrona, me hizo importantes revelaciones. A ver, yo ya estaba acostumbrado a sus confidencias, pero lo de aquella jornada fue sobresaliente.
Me dijo que en la caja fuerte de la Generalitat que Francisco Camps le dejó a Alberto Fabra sólo había un billete de cinco euros algo arrugado. La verdad es que consiguió impresionarme.
Es más, me dijo que había visto a Juan Calabuig husmeando por la oficina principal. Estaba buscando un documento reservado. Eso le dijo. Yo creo que es una fanfarronada de Calabuig. Con lo discreto que dice ser me cuesta imaginarlo rondando por el Palau de la Generalitat para nada.
Además, con la sotana a cuestas su presencia era comprometedora. ¿Entonces? Dejemos a Juan. De un tiempo a esta parte no hay quien le crea una palabra. Lo que me inquieta es que pudiera engañar a Crescencio: le dijo que había sido confesor de Camps. Y que sabía muchas cosas. Barret es muy avispado y no acababa de creerse esa machada.
Tras insistirme con el billete de cinco euros, le pedí la relación completa de las pertenencias halladas. En la caja fuerte y en los alrededores. «Bueno, el dinero y un poquito más», admitió Crescencio. Dejó también:
–Algo de calderilla en un recipiente de Cola Cao, una lata de berberechos sin abrir que caduca en 2050, un ejemplar de ‘Camino’, un preservativo sin usar que termina en 2030, un Copón de oficiar Misa, una Biblia (de las Ediciones Paulinas) con manchas y otras humedades irreconocibles, un paquete mediado de folios Galgo y, en fin, las escrituras del patrimonio inmobiliario de la institución.
Es decir, no había liquidez. Cuando mi confidente me enumeró las pertenencias de Camps, lo que más me sorprendió fue la caducidad de los berberechos y del condón.
–Si alguien tiene productos perecederos de tan larga fecha sólo puede deberse a que confía estar en el puesto para entonces-, le dije a Crescencio.
–Así es, Monseñor-, corroboró.
–Pues entonces, Crescencio, tráeme la lata y el condón. Asegúrate de que esté nuevo. Quiero examinar ambas cosas.
–Imagino que sí que será nuevo. Estará lubricadito. Ah, y es talla King Size–, dijo con incongruencia, pues yo no necesito capuchón.
–La papelería y las Escrituras se las haces llegar a doña Rita. Y tú, de propina te quedas con el suelto, el billetito y el copón.
No he vuelto a saber de él, de Crescencio Barret. Quizá se amistó con Juan, que ha abandonado la sotana. Me los imagino ahora rondando a Ximo Puig y a Mònica Oltra. Ambos son bien parecidos.
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Fotografías: Piero Pazzi
Magnífica historia, don Justo. Creo que ya le felicité con anterioridad. Esta vida de ficción está haciéndome perder la poca cordura que me quedaba. En mi informe detallado que he mandado reglamentariamente, creo, esta mañana, he dejado bien claro cual es nuestra situación con respecto al asunto de Crescencio Barret y los documentos por él enajenados.
He de dejarle, un emisario de Francisco Paesa ha interrumpido mi frugal cena. En estos momentos vuelo en un avión privado hacia algún lugar de África. Veremos que quieren de mí. Seguiré informando cuando me sea posible.
Un cómplice y fraterno abrazo.
Juan Calabuig Mateo