He leído con interés y atención la columna de Javier Marías titulada «Nazística» publicada en El País Semanal. He quedado impresionado, sorprendido, asombrado.
¿De qué cosa? De la analogía que Marías establece entre los independentistas catalanes con los nazis, los nazis de 1934, los nazis que son presencia y referencia de El triunfo de la voluntad. Aludo, claro, a la película que dirigiera Leni Riefenstahl por encargo de Adolf Hitler.
Hacer comparaciones históricas para encontrar semejanzas entre hechos distintos y distantes es perfectamente legítimo. Pero…, pero la operación analógica es muy delicada. ¿Por qué razón?
Porque acontecimientos que parecen lo mismo son sucesos muy diferentes, incluso antitéticos, al tener contextos diversos.
En historia, lo fácil y frecuentemente erróneo es hallar similitudes, el juego de las similitudes. La España de hoy es la misma que la España de Franco, dicen algunos. El nacionalismo es siempre ‘nazionalismo’: esto es, nazismo.
La identificación esquemática de cosas parecidas es una forma de salvar distancias y hasta abismos, un modo de afirmar burdamente semejanzas.
Casi siempre, más allá de ciertas similitudes hay un sinfín de diferencias, que son los matices que nos hacen aprender.
Establecer analogías es legítimo, ya digo, pero el verdadero conocimiento histórico es eso: conocimiento, no mero reconocimiento, el que se hace con cuatro datos.
El pasado no es un espejo que nos reproduzca. El pasado no puede servirnos para hacer comparaciones precipitadas o tramposas, para saltarnos los contextos distintos o las circunstancias distantes.
Por supuesto, todos los nacionalismos tienen algo en común, pero aprendemos cuando percibimos qué los hace diferentes: y no me refiero a mejores o peores.
Todas las dictaduras son dictaduras, por supuesto. Pero los regímenes tiránicos se distinguen por sus grandes y respectivas diferencias.
Yo he visto probablemente diez o doce veces El triunfo de la voluntad. ¿Soy un vicioso o algo así? No. No al menos en esto. Sencillamente empleo la cinta de Riefenstahl en algunas de mis clases de Introducción a la Historia en la Universidad. Es muy ilustrativa.
¿Ilustrativa para qué? Pues para que los estudiantes vean la relación que hay entre cine e historia, para que distingan qué es una película documental, qué es un film de propaganda, qué es el totalitarismo, etcétera.
Si, tras las clases que dedicamos a la obra de Leni Riefenstahl y sus recursos, un alumno me dijera que los nacionalistas de ahora son lo mismo que los nazis de entonces, muy probablemente le reprendería.
¿Por qué? Pues porque se me antojaría una simpleza. Y no estamos para consentirnos la primera ocurrencia. Debo exigirme mayor profundidad. No puedo contentarme con lo que me parece a simple vista.
Por eso resulta simplón el artículo de Javier Marías: incurre en generalizaciones abusivas, en esquematismos y en anacronismos al identificar a nazis y separatistas. Y mira que me son antipáticos los independentistas…
Cometer un anacronismo es sacar las cosas de contexto, de tiempo, de circunstancia histórica. Parece mentira que alguien tan cultivado diga que los nazis de 1934 y los separatistas catalanes son lo mismo.
En el Colegio, lo primero que nos enseñan es el Estudio. Eso significa establecer y fijar las diferencias, percibir las cosas claras y distintas.
Para decir enormidades o barbaridades ya tenemos a los simples… y a tantos y tantos nacionalistas de aquí, allá y acullá.
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Fotografía: Gorka Lejarcegi (‘El País’)
Si no emplea más argumentos que distintos contextos históricos mal vamos.
Si no se explica más, con argumentos;si considera irrelevantes los contextos…, mal vamos.
Reblogueó esto en Máster Interuniversitario en Historia Contemporánea.