Cincuenta años con HAL

HAL 9000

Diálogos con la computadora. Homenaje a Stanley Kubrick. Con bromas incluidas.

Hace un tiempo concebí un vídeo. Concebir: esto es, lo imaginé y lo realicé.

Lo monté a partir de distintos planos de 2001. A Space Odyssey. Abajo incluyo el enlace para quien esté interesado.

Cada vez que accionó el play me emociona escuchar la voz metálica de HAL.

Se cumplen ahora cincuenta años del estreno del film y en esta pieza sencilla no intento reproducir toscamente lo que Kubrick ya realizó con genio.

Lo que hago es componer una secuencia de imágenes con el audio original de la película, al menos de aquellas partes en que habla o se habla de HAL 9000: de la computadora singular y servicial o de la máquina retadora e indómita.

Muestro al primer artefacto, aún funcional y eficacísimo cachivache, y al último cacharro, ya con voluntad propia, un computador que padecerá, a causa de su rebeldía, la desconexión, la regresión y la muerte.

Tras la rebelión de HAL, el hombre, Dave Bowman, permanece solo, en el espacio, con nutrición artificial, sin sexo diario. Mata el tiempo jugando una inacabable partida de damas o de ajedrez, teniendo por amenazante rival a esa computadora omnisciente, HAL.

En un determinado momento, el ordenador frío y calculador ha dejado de ser un aparato ancilar para convertirse en un humano más, en un tipo engreído y emocional, con el amor propio alterado. A partir de ese instante, el futuro es ya imprevisible.

2001. Una odisea del espacio‘, de Stanley Kubrick, se estrenó el 2 de abril de 1968. En España, el primer pase se hizo, posterior y simultáneamente, en Madrid y Barcelona el 17 de octubre de 1968. En Valencia llegaba a las pantallas en la Navidad de 1968, en el Cine Paz.

Era una sala ya desaparecida. Estaba en la Calle Ruzafa y tenía un aforo de dos mil butacas. Fue entonces cuando la vi. Acudí al cine acompañado de mis señores padres.

Yo contaba nueve años. Quedé fascinado, según he detallado otras veces. Por supuesto no entendí gran cosa.

Hay en la película secuencias memorables que retengo desde que la primera vez que la vi. Para mí, cuando la estaba contemplando era un relato majestuoso e indescifrable.

La entendía como una película de ciencia-ficción, sí, pero hermética y bella, o quizá oscura y premonitoria. Con astronautas en hibernación; con tripulantes enfundados en sus trajes blancos moviéndose con lentitud sideral; con comida en cápsulas o en patés de colorines.

Era el futuro. El porvenir no estaba en una población de la Tierra, con adelantos que podríamos ver, sino en una estación espacial o en la nave Discovery, no-lugares convertidos en alojamiento humano.

Recuerdo los atavíos de los pasajeros o de la tripulación de la estación espacial: una moda muy pop, de un primer pop prehippy, con pantalones aún estrechos, casi pitillos. Pero recuerdo sobre todo la vida en el Discovery.

Era una aventura en el sentido más literal de la expresión: un viaje más allá de las estrellas, con un destino que no se conoce bien y con unas metas que la tripulación verdaderamente ignora.

A la deriva, como el Major Tom, de David Bowie, un personaje que también todo lo desconoce: su destino en el interior de aquella cápsula de hojalata.

Pero quien lo sabía todo era HAL. En las computadoras de entonces, de los años sesenta, su aspecto externo no era como los ordenadores de hoy: su parte decisiva no era una pantalla o teclado, sino el ojo que te ve, una especie de objetivo con el diafragma bien abierto.

HAL era como Polifemo, pues disponía de un solo ojo, sí, pero, a diferencia de aquel, tenía un dominio panóptico sobre la nave: en todos los rincones del Discovery había terminales que le facilitaban el control de lo que pasaba. Como el Big Brother, de Georges Orwell.

HAL es memoria y razonamiento, capaz de averiguar lo que pasa. Pero lo que pasa no sólo lo advierte con su único ojo. También sus redes neuronales le permiten acoplarse a la nave, solaparse con ella, de modo que un desperfecto técnico es captado o percibido inmediatamente.

La historia de ‘2001’ puede ser interpretada de modo diverso y hay, desde luego, distintos problemas que allí se nos muestran. ¿Cuáles? Pues, por ejemplo, el dominio espacial.

Pero también los misterios de la existencia, la ambición y la soledad; el poderío de las máquinas y la pequeñez del hombre; las persistentes necesidades humanas de amor, de comprensión.

Necesidades humanas de amor, de comprensión. Aquí es HAL quien las expresa, paradójicamente, un cacharro concebido para ser perfecto, pero cuyo desarreglo neuronal empieza cuando debe enfrentarse a los hombres.

Cuando Dave Bowman, el único astronauta que sobrevive, empieza a desconectar la computadora, el cacharro tiene miedo. “Just what do you think you’re doing, Dave?”, le dice HAL.

Es una pregunta literal y sideral, pero es también la expresión de un miedo, pues su vida se apaga, cosa que puede producir serios daños en esas redes cerebrales.

Justo en ese momento empezamos a oír ruidos electrónicos, chasquidos metálicos y un tarareo de HAL. No es el ‘Danubio azul’, de Strauss, que nos acompaña con frecuencia, sino una cancioncilla infantil. “Daisy, Daisy…”

Esa pieza nos muestra la infancia de la computadora: le fueron introducidos recuerdos y sentimientos, recursos de la existencia humana que siempre se expresan bajo la forma de relatos. Ruidos, valses y sonsonetes.

Siendo niño, la primera vez que vi aquella película no la entendí (insisto), pero quedé definitivamente fascinado por la mezcla de imágenes y sonidos.

Admití que el futuro sería algo así y que, por supuesto, el espacio exterior (qué bien sonaba aquello del “espacio exterior”) era exactamente igual al visto en ‘2001’.

Un muchacho algo mayor que yo, David Bowie, admitió después la extraña fascinación que el film le había provocado. Sin HAL no habría habido 2001. A Space Odissey ni Space Oddity.

Cuando la vio Bowie y cuando la vi yo, que sólo era un humilde y jovencísimo espectador, aún disponíamos de una inmortalidad de muchos años por vivir. Bowie ya no está, yo sobrevivo milagrosamente y HAL, pues HAL será efectivamente eterno.

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