2001. Futuro pasado

Cartelera Turia

Justo Serna

Desde niño, al menos desde los nueve años, que es cuando vi por primera vez 2001: A Space Odyssey (1968), la figura de Stanley Kubrick me resulta enigmática y fascinante.

Siento una atracción malsana, incluso tontorrona, por sus historias. Por mi parte, calificarla así, de enigmática y fascinante, es una manera de admitir su dificultad, su complejidad. O mi insania.

Ha habido momentos en que prácticamente yo no captaba lo que se me mostraba, nada salvo la sucesión de imágenes expresamente fotográficas e inquietantes, el estrépito o el aturdimiento de la música, la sutileza de la banda sonora.

Siendo mozalbete, una película de Kubrick no era precisamente lo más recomendable para un jovencito. No era lo deseable para pasar una tarde dominical.

Algunos de sus films, como ‘2001’, solían ser silenciosos, casi mudos, y eso dificultaba la recta comprensión del fenómeno al que asistías.

Al celebrar ahora el quincuagésimo aniversario del estreno de ‘2001’, tenemos la oportunidad volver a verla.

Considerada como una obra maestra hoy, ‘2001: A Space Odyssey’ mereció valoraciones contrapuestas en su estreno de 1968.

Algunos de los principales críticos calificaron la película como incomprensible y autocomplaciente. El público, sin embargo, hizo cola para verla.

En el siglo veinte tuvimos dos grandes réplicas de la ‘Odisea’, de Homero. La primera fue el ‘Ulises’ (1922), de James Joyce, un escritor que obligó a su protagonista a vagar por una sola ciudad, Dublín, en un día cualquiera, el 16 de junio de 1904.

En el ‘Ulises’, el papel del rey de Ítaca lo desempeña un plebeyo, Leopold Bloom, un cualquiera, un tipo pacífico con una vida interior fascinante.

La segunda réplica fue la concebida por Stanley Kubrick y Arthur C. Clarke: ‘2001: A Space Odyssey’.

Estamos en el espacio interplanetario, interestelar e intergaláctico. Filmada en visión panorámica de gran formato e inicialmente proyectada en gigantescas pantallas, ‘2001’ se estrena en Washington el 2 de abril de 1968 y en Nueva York al día siguiente.

La estrategia de Joyce había sido la de convertir a Ulises en un ‘flâneur’ cosmopolita y meditabundo. Eso sí, reduciendo diez años de viaje a sólo veinticuatro horas.

Por su parte, Kubrick y Clarke adoptan el enfoque opuesto: amplían enormemente los parámetros espaciales y temporales de Homero. ‘2001: Una odisea del espacio’ abarca cuatro millones de años de evolución humana.

Desde el homínido que lucha por sobrevivir en África, hasta el homo sapiens del siglo XXI, para llegar después a la muerte y renacimiento de su astronauta, Dave Bowman, convertido en un superhombre redivivo.

En la escena final, el feto regresa a la Tierra cuando la composición de Richard Strauss, ‘Así habló Zaratustra’ (1896), suena con estrépito y catarsis. En ‘2001: A Space Odyssey’, los dioses antiguos se han convertido en una raza alienígena inescrutable.

Nunca los veremos directamente, aunque, eso sí, desciendan periódicamente de su Olimpo galáctico para intervenir en asuntos humanos.

El instrumento de su poder, un monolito negro rectangular, aparece en momentos clave del destino.

Visto por primera vez entre simios antropófagos en un paisaje africano reseco, el artefacto extraterrestre de ‘2001’ engendra una idea entre nuestros ancestros: la de emplear huesos como armas para así obtener proteína animal.

El uso de herramientas, el empleo de la tecnología, es fruto de la inteligencia y permite la supervivencia.

Lo siguiente es el futuro, al que llegamos tras la elipsis más sorprendente de la historia: una nave espacial gigantesca, Discovery, es enviada para investigar.

La embarcación alberga una computadora llamada HAL 9000, que se materializa y se despliega con una voz incorpórea y con una red de ojos colocados a lo largo de la Discovery. Algo sale mal y HAL mata a la mayoría de la tripulación.

El único astronauta superviviente, el comandante de la misión Dave Bowman, tiene que luchar con la computadora hasta la muerte, hasta desactivarla. Tiene que luchar con un Cíclope cibernético, pues.

‘2001’ nunca tuvo un guión definitivo. Los principales puntos de la trama se mantuvieron en suspenso hasta la filmación e incluso el montaje. Escenas importantes fueron modificadas más allá del rodaje originario.

Un preludio documental con destacados científicos discutiendo sobre la inteligencia extraterrestre fue filmado pero descartado. Conjuntos gigantes fueron construidos, encontrados deficientes y a la postre rechazados.

Un monolito de plexiglás transparente de dos toneladas se fabricó para luego ser archivado. Etcétera.

Al igual que ‘Ulises’, ‘2001’ fue recibido inicialmente con diversos grados de incomprensión, rechazo y desprecio, pero también con admiración, especialmente entre la generación más joven.

Ahora bien, ‘2001: A Space Odyssey’ cambió la forma en que pensamos sobre nosotros mismos. Por ello se la puede comparar con la obra maestra de James Joyce.

En ambas Odiseas modernistas, se pidió o se exigió al público que aceptara nuevas formas de entender a la humanidad.

En España, el primer pase se hizo, posterior y simultáneamente, en Madrid y Barcelona el 17 de octubre de 1968. En Valencia llegaba a las pantallas en la Navidad de 1968, en el Cine Paz. Es una sala ya desaparecida.

Estaba en la Calle Ruzafa y tenía un aforo de dos mil butacas. Aún era la época dorada de los cines de estreno, de las salas de reestreno, de las sesiones dobles. Para divertirse había que salir de casa y las películas se pasaban en recintos que parecían templos.

Fue entonces cuando la vi. Acudí al cine acompañado de mis padres, ya digo. Yo contaba nueve años. Quedé fascinado. Por supuesto no logré entender gran cosa.

Luego he regresado en numerosas ocasiones (¿quince, veinte veces?), tratando de comprender el mensaje que Kubrick transmitía.

Plantearlo en estos términos fue durante mucho tiempo una meta probablemente errónea. ¿Por qué razón? Stanley Kubrick no deseó aclarar jamás el mensaje de esta u otras películas.

Él dijo expresamente que le gustaba mostrar las cosas sin proporcionar esquema o falsilla con que interpretar lo que había querido decir.

Dejaba, pues, a los espectadores la libertad de captar el significado de acuerdo con las intenciones del destinatario y no sólo de acuerdo con las intenciones del cineasta.

Es más, ni siquiera él mismo parecería sostener la tesis de un único sentido, de un único mensaje. Kubrick, que ha sido calificado de despótico cineasta, de genial y autoritario creador, evitará explicar o avalar una interpretación canónica y definitiva.

Y ello, por dos razones. En primer lugar, por su propia inseguridad: el autodidacta compulsivo que fue le impedía estar satisfecho, aceptando como definitiva una creación.

La creación dependía de las interpretaciones, según declaró en ciertas ocasiones, y además la obra de arte siempre era una elaboración interminable, insatisfactoria. Sin duda, el buen acabado de sus films, la perfección formal de sus detalles no contradice lo que ahora sostengo.

En segundo término, dejar inacabado el relato significaba en Kubrick facilitar la conjetura, la especulación incluso fantasiosa.

De ‘2001’, el espectador sale aturdido con lo que acaba de contemplar, debe rehacer los restos que le quedan, esos recuerdos de lo que ha sido un espectáculo fascinante, abrumador, que requiere asimilarlo en reposo y en diferido.

No hay mensaje, un mensaje que descubrir: los mismos hechos parecen y pueden reinterpretarse según los estados anímicos e intelectuales de los públicos, según la comunidad receptora. Eso no significa que toda interpretación sea igualmente válida.

Hay en la película secuencias memorables, propiamente psicodélicas, que retengo desde que la vi por primera vez. Para mí, cuando la estaba contemplando, era un relato majestuoso e indescifrable, de un colorido rotundo.

La veía como una película de ciencia ficción, sí, pero hermética, inabarcable y bella, o quizá oscura y premonitoria. ¿Un film con astronautas en hibernación? Resultaba extraordinariamente inquietante y atractivo.

Los niños de los años sesenta crecimos con la esperanza de que Walt Disney había sido crionizado. Es decir, que su cuerpo mortal podía sobrevivir hasta un futuro en que la medicina tendría recursos y soluciones para su dolencias.

Cuando vi ‘2001’ estaba influido por esta leyenda y por esta expectativa. Por tanto, no me resultaba extraño ni extravagante que en una nave espacial una parte de la tripulación viajara dormida.

O que un par de tripulantes estuvieran enfundados en sus trajes blancos moviéndose con lentitud sideral y alimentándose con comida en cápsulas o con patés de colorines.

A los nueve años, ya digo, yo salía de la sala completamente aturdido ante el espectáculo mudo, casi inerte, colorista o psicodélico de ‘2001’.

Ulises… Salía del cine acompañado de unos padres, mis señores padres, justamente irritados.

Se sentían estafados, equivocados. Y lamentaban que los consideraran espectadores zotes.

Sentían que les habían tomado el pelo, que les forzaban a entender algo de mucho misticismo, de mucha hondura, que no se parecía en nada a la vida práctica, a su vida práctica.

Uno no está flotando en el espacio exterior. Como mucho, uno está en las nubes, ensimismado. Sentían que ‘2001’ era algo ampuloso, desmesurado, carente de toda comprensión racional. Imágenes poéticas, imágenes poéticas, refunfuñaban…

Por supuesto, mis señores padres se comprometieron a olvidar a Kubrick, a desechar todo estreno o reposición. Para ellos, Stanley era ya hombre muerto.

Yo veía esa reacción de mis mayores con decepción y angustia. ¿Por qué los entendidos alaban ‘2001’ y mis padres repudian con aspavientos eso que otros llaman una obra de arte?

Estábamos a finales de los sesenta, justamente cuando el estreno en Valencia me permitía vivir y sentir esa extrañeza.

Ahora sigo cavilando.

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