He podido ver la película que protagoniza Will Smith y por la que le han concedido el premio Oscar.
Se trata de El método Williams (2021) o, como se titula en inglés, King Williams, de Reinaldo Marcus Green. Es una obra producida entre otros por Will Smith (que encarna al propio Richard Williams) y por Jada Pikett Smith.
Hay spoilers en mi post. Todo mi escrito es un spoilers. Creo que el film nos muestra una historia muy sabida, con una moraleja bien aprendida. Casi todo es previsible en esta película dedicada al tenis…
El método Williams es un biopic dedicado a Richard Williams y a sus dos increíbles hijas: Venus y Serena. Y es un film para lucimiento, casi exclusivo, de Will Smith.
Es una película concebida amablemente para ilustración y ejemplo de jóvenes desorientados. Nos muestra una pedagogía y el propio film es pedagógico, enfáticamente pedagógico.

Es un film de buenas intenciones, de superación, de esfuerzo, de abnegación y de disciplina.
Adelanto lo que sucede en el film porque la historia, inspirada en hechos reales, es bien conocida.
¿Qué hay en el film?
En la película no vamos a ver el triunfo final al que aspiran los Williams, sino los inicios, los duros inicios de las que serán las dos tenistas afroamericanas de mayor relieve: Venus y Serena Williams, nacidas en los años ochenta del siglo XX.
La familia crece en los suburbios de Compton, California. Las carreras de Venus y Serena comienzan on ambas chicas compitiendo en canchas públicas.
Aunque son unos barrios llenos de violencia, con pandillas de matones y tasas elevadas de homicidios, las muchachas salen del gueto guiadas por su padre y por su abnegada y enérgica madre, Oracene.
La familia se mudará a Palm Beach Gardens, Florida, gracias al acuerdo con el entrenador Rick Macci, un profesional del tenis por entonces muy respetado.
Cuando llegan a Florida, son muchachas ya casi formadas gracias a sus entrenamientos constantes, a la disciplina, impuesta por el padre con la anuencia de la madre.
Los progenitores saben que sus hijas son prometedoras tenistas. Saben que podrán desplegar sus cualidades y su virtuosismo.
Eso sí: desde niñas se las somete al control impuesto por su metódico padre, que confía en el trabajo duro, en su fe religiosa y en su picaresca y habilidad para convencer a posibles entrenadores y patrocinadores.
Éstos serán quienes financien la dedicación, el aprendizaje, la mejora y los recursos que se precisan para costear la dura carrera de las chicas. Y ahora aparece Rick Macci.
Richard tiene claro cuál debe ser el final y, con él, el resto de su familia, unas mujeres que viven exclusivamente para ese objetivo.
¿Cuál es?
Triunfar en Wimbledon. Winbledon será la señal de que, por fin, la familia ha podido salir del gueto, alcanzando la gloria.
Richard marca siempre el camino a seguir, los planes a desarrollar, el esfuerzo o las privaciones que todas deben asumir.
Williams demuestra a lo largo del film que es un tipo con las ideas muy claras y con una determinación indesmayable.
Tiene buenas intenciones, pero tiene también un herida que aún sangra: desde jovencito se le ha humillado por hombres blancos racistas (entre otros, los miembros del Ku Kux Klan). Y hasta por matones de su propia raza.
Como no puede hacerse respetar ni siquiera por los jóvenes negros que lo atormentan en Compton, California, transfiere toda su frustración y fantasías de triunfo a sus hijas. Eso lo hace un controlador asfixiante y un padre muy espiritual. Vamos a decirlo así.
Sabe que tiene material humano de primera y sueña con ello: cinco hijas que serán —según dice en determinado momento— doctoras, abogadas y tenistas.
El objetivo, pues, lo marca el padre de familia, el patriarca que forma equipo con su esposa, pero a la que puentea cuando se trata de tomar decisiones arriesgadas.
¿Y de qué viven? En Compton, Williams es un varón que trabaja de guarda nocturno, casado con una empleada sanitaria igualmente afroamericana.
Al final, en los títulos de crédito se nos detallarán los triunfos de Venus y Serena Williams. Se enumerarán los trofeos conquistados, los reconocimientos alcanzados y las admiraciones despertadas.
Toda una lección para jóvenes afroamericanos de ambos sexos a los que hay que sacar de la calle y del tráfico.
Toda una lección, sí. Pero toda una enseñanza consoladora, folletinesca y, por supuesto, fantasiosa.
Si eres bueno, si tienes cualidades, si tienes excelentes condiciones que explotar (en el baloncesto, en la música, etcétera) podrás escapar de la fatalidad.
El resultado no es una vida ordenada, próspera y tranquila, posible o alcanzable. Para afroamericanos. El resultado es irreparablemente el triunfo universal.
La moraleja es dudosa y hasta nociva por la fatalidad que impone: o la calle (y sus matones), o Wimbledon, el reino de los ricos hombres blancos.
En otros términos: o el sueño americano de éxito indiscutible, o el fracaso material, espiritual y la muerte.
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