La hermana menor de los Ocampo, aquella familia de la aristocracia porteña, se llamó Silvina: Silvina Ocampo (1903-1993).
¿Qué es o qué puede alcanzar una mujer rodeada de otras damas de singular inteligencia y fortaleza? ¿Qué es o qué puede alcanzar una mujer a rodeada de varones de especial genio?
El reto explícito anonada.
¿Cómo afrontar la vida entre gentes brillantes de gran ingenio?
Entre otras muchas cosas, Silvina fue todo eso: una persona de singular inteligencia y fortaleza, de especial genio, una persona brillante e ingeniosa.
Y ello, a pesar de tener que cargar con el lastre de ser la hija más chiquita, la pequeña de seis hermanos (en realidad, la menor de cinco hermanas).
Hermanos, hermanas. Hablo de las Ocampo. Hablo de una progenie de mujeres corajudas y sofisticadas, cultísimas, que encabezaba la sólida, terminante y emprendedora Victoria, Victoria Ocampo (1890-1979).
Aparte de hermana, Silvina fue también la esposa de Adolfo Bioy Casares (1914-1999), el grandísimo escritor argentino.
Aludo al bello Adolfito (tal como fue conocido por sus cercanos). Hablo de Bioy, propietario o copropietario de lujosas mansiones, de estancias productivas, de extensiones, de tierras hacederas, en un país en el que, décadas atrás, todo era riqueza por explotar.

¿Se imaginan?
La vida de Silvina era rica y regalada, con una cultura y una formación propias de dama europea adinerada. Una cultura y una formación que podían costearse, entre otros, los descendientes de quienes fundaron la Argentina.
Pero Silvina fue mucho más que todo eso. Fue ella misma con una singularidad irrepetible.
Tuvo, como es lógico, su propia personalidad, sus aficiones, contradicciones y habilidades. Destacó en el arte y la literatura.
Se formó como pintora en París hacia 1920, lugar y momento que le permitió codearse con Fernand Léger y Giorgio De Chirico, entre otros.
Su literatura, principalmente protagonizada por niños monstruosos, de dudosa moralidad, la forman cuentos de mucha enjundia y de repetidas crueldades.
Son piezas de fina sensibilidad, de ejecución habilidosa, con infantes terribles.
Hay en ella algo de literatura degenerada, con morbosidades oscuras, con una pulsión de muerte que le permite desvelar el lado siniestro de las cosas aparentemente ordenadas.
Jorge Luis Borges la estimó y la envidió, sintiendo por ella admiración, admiración por su proteica personalidad y por sus logros.
Permítaseme una elipsis, abreviando el tiempo que nos separa de Silvina.
En septiembre de 1998 visité con Ángela Fernández y Miguel Ángel Taroncher Villa Victoria, en Mar del Plata.
Para mí, devoto de la Argentina mas culta, aquel momento era una circunstancia muy especial.
Villa Victoria había sido la residencia de verano de la mayor de los Ocampo.
Pudimos visitar aquella residencia, porque para esas fechas, ya fallecida Victoria, era una casa museo bajo el patrocinio de la UNESCO.
Mientras recorría sus piezas y corredores pude imaginarme a los amigos y parientes que la habían frecuentado: Silvina, Bioy, Borges, el grupo de Sur, la revista por ella fundada, etcétera.
Recuerdo que la residencia de la hermana menor estaba (sigue estando) allí mismo, muy cerca.
Cuando la vi (desde fuera, pues el acceso estaba vedado), Villa Silvina se encontraba abandonada. A la residencia la envolvía un aura de decadencia, de fin de época, incluso de ruina.
Eso recordaba yo hasta que leí la excelente biografía que Mariana Enríquez dedica a Silvina.

Las erudiciones de esta investigadora contradicen mi impresión, mi remembranza más romántica y devastada: la de una Villa de antiguo esplendor y de estado ahora ruinoso.
Según informa Enríquez, la casa se había vendido en 1993, rehabilitándose para instalar allí un colegio privado: el Mar del Plata Day School.
Por tanto, si atendemos a los datos constatados y contrastados, cuando yo pude ver Villa Silvina en 1998, funcionaba ya como un centro docente que se mantenía en activo tras la rehabilitación de la antigua residencia.
Mariana Enríquez alude a todo esto y menciona a Silvia Catino, responsable de la institución.
Por supuesto, lo leído contradice mi recuerdo. Y este pequeño suceso parece obra de la imaginación afiebrada de Silvina, de Bioy y de Borges.
Los tres editaron una célebre Antología de la literatura fantástica (1940), publicada por Victoria Ocampo. Esa obra aún alimenta periódicamente mis pesadillas de vigilia.

Atención, atención
Durante dos sábados, el 14 y el 21 de mayo de este año debo hablar de Borges y yo. Se trata de un seminario virtual al que he sido invitado.
Ahora, esa antología, la he recuperado, releyendo algunos de sus cuentos.
Lo que me inquieta, lo que me conmueve, es que quienes organizan el seminario son argentinos de Mar del Plata, universitarios queridos que viven en la ciudad vacacional en la que veraneaban Silvina, Victoria y Bioy.
Contraigo una grave responsabilidad.