¿Qué puedo decir?
Fernando VII y María Cristina paseando por los jardines de palacio, probablemente el de Aranjuez, en la primavera de 1830, cuando se confirma el embarazo de la reina, la cuarta esposa del monarca.

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El Rey
«Lo siento mucho. Me he equivocado. No volverá a ocurrir».
Estas frases, dichas por Juan Carlos I en abril de 2012, jamás las podría haber pronunciado Fernando VII. ¿Por qué razón?
Pues por la diferencia simple, pero decisiva, de que Fernando VII era un monarca absoluto.

Bajo el absolutismo, la legitimidad es dinástica, tradicional; la soberanía pertenece al rey (jamás al pueblo o a la nación, invento moderno)…
Aunque (eso sí), la jurisdicción está separada. De hecho hay una panoplia de jurisdicciones.

El poder del soberano absoluto procede de Dios. Por tanto, ¿a santo de qué va a pedir disculpas?
Con esas ínfulas y ostentaciones, el monarca se hace retratar con todo el boato que la tradición y la dinastía le conceden.
Sin embargo, en este retrato de Fernando VII (1832), el rey encarga a Luis de la Cruz que dé de él y de su matrimonio una imagen civil, burguesa: prácticamente como la de un liberal más de esos que tanto combatió y traicionó.

La apariencia del Rey es insana y el pelo ralo descubre un temprano envejecimiento.
Las adiposidades están ocultas por el levitón, sí, pero otros retratos privados de Fernando VII realizados por Luis de la Cruz revelan la vida tóxica a la que se entrega.
Por otra parte, la mirada del rey tiene un aspecto bovino, con unos ojos que disimulan la malicia.
La nariz es tremenda, tremendamente borbónica, con la puntita… que se acerca a una boca de labios desiguales en la que se esboza un asco permanente.