Gabo y Marito. Genio e ingenio

Al escritor peruano Jaime Bayly lo sigo desde que se dio a conocer en España con No se lo digas a nadie (1996).

Recuerdo incluso haberle dedicado algún artículo temprano: hace ya veintitantos años.

Lo titulé “Jaime Bayly, autobiografía del impostor” y lo publicó la revista Lateral en su número 72.

En aquellos párrafos me pronunciaba sobre sus habilidades narrativas, celebrando la sagacidad del autor. No conservo copia de aquel texto.

En fin, olvídenlo y volvamos a aquel inicio deslumbrante de Bayly con No se lo digas a nadie.

A la difusión de esta novela contribuyó especialmente Mario Vargas Llosa, famosísimo compatriota cuyo respaldo fue decisivo.

En esa primera novela había mucho que celebrar. Entre otras cualidades, cabe enumerar éstas: la comicidad inteligente de su escritura, el descaro del narrador y el temple de su prosa.

Desde entonces, esos rasgos con mayor o mejor fortuna, permanecen.

La escritura de Bayly, eficaz y precisa, ha sido sobre todo un ejercicio de autoficción, con recreaciones variadas y valientes del mundo gay y del entorno heterosexual.

Desde el principio, me divirtieron su sarcasmo y su ternura, su humor y sus laceraciones, sus descripciones expertas de la clase alta limeña.

Tras aquella novela creo haber leído todas sus obras (o casi todas) con diversión y placer variables, pero siempre reconociéndole al autor su sutileza y su ingenio. Porque de eso se trata: de mucho ingenio.

Es verdad que Bayly ha podido incurrir en algún momento en el esquema previsible o en la fórmula repetida de asegurado éxito. Pero el examen del Perú y sus tipos es impagable, propio de un observado perito.

Ahora, vuelve Bayly con Los genios. Es una esmerada, fantasiosa y sarcástica reconstrucción de los encuentros y el desencuentro final de Mario Vargas Llosa con Gabriel García Márquez.

Quizá haya críticos que desaprueben esta novela por concebirla únicamente como una suma de chismes. ¿Es esto o es sólo esto? No, en absoluto.

Por descontado, los lectores de novelas somos siempre unos cotillas: nos gusta husmear en la existencia íntima o privada de los personajes reales o imaginarios.

Y aquí, en ‘Los genios’, nos asomamos a la vida de dos celebridades, de dos egregios novelistas, de dos machotes de desiguales masculinidades, firmes o dañadas.

Son, en efecto, dos genios de la palabra. Y, en manos de Bayly, son también dos títeres con encarnadura y verosimilitud.

¿De qué va esta obra y cómo avanza?

No lo diré, pues lo básico figura en la sinopsis y paratextos editoriales. Los personajes son creíbles, los lances son verdaderos o parecen serlo y los diálogos son chispeantes.

¿Cómo salen Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa de esta historia?

Más allá de sus respectivas calidades literarias, que no se discuten, ambos quedan más o menos tocados.

Gabo sobrevive dignamente a la pluma de Bayly. Pero el gran Marito aparece como un tipo petulante y severamente machista.

En una entrevista reciente, Jaime Bayly decía de su primera obra: “hace exactamente 30 años, años 92, 93, y escribí un montón de versiones de mi novela”. Se refería No se lo digas a nadie.

Mario Vargas Llosa “leyó el manuscrito, le gustó y me dijo que había que publicarlo y me ayudó mucho a encontrar un editor en Barcelona, Seix Barral. Gracias a él se publicó la novela”.

¿Y ahora?

Hace años que Bayly y Vargas están distanciados políticamente, aunque quiero suponer que comparten más de lo que quizá estarían dispuestos a admitir.

“Es absolutamente cierto que él fue muy generoso en apadrinar mi debut literario”, admite Bayly.

Pongámonos freudianos con el autor de Los genios. Ese debut fue una suerte de parricido, pues Bayly mataba a su padre real a través de la ficción.

Ahora, el novelista peruano vuelve a serlo: un parricida, quiero decir. Así es: con Los genios ha acabado por matar a su “padre literario”, es decir, a Mario Vargas Llosa.

Léanla y verán, verán.

Yo la he disfrutado. Y finalmente la he releído con placer.

Sí, lo admito: con placer. Pero no crean…, me he sentido culpable por ser tan cotilla y por divertirme tanto.

De algún modo, la severidad de los grandes merece también nuestro sarcasmo admirado.

No todo va a ser regia escritura.

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