Me he emocionado. Me he emocionado al leer las primeras páginas de las memorias de don Rodrigo de Rato, tituladas Hasta aquí hemos llegado (2023).
Quien habla en esta obra se presenta como un padre atento, como un banquero admirado, como un católico fervoroso. 
Tras esa expansión emotiva, la prosa de De Rato pierde el amago de ternurismo para recaer en la aspereza, en esa aspereza achulapada que le conocemos.
El propio título, Hasta aquí hemos llegado, anuncia lo peor, un ajuste cuentas de quién se siente maltratado, probablemente por los suyos.

Ya confirmaré esta sospecha conforme avance. Desde luego, ese rótulo es amenazador. Y el retrato nos lo muestra algo avejentado y con mirada rufianesca.
Mientras tanto les dejo con estas líneas de gran lirismo.
“…La mañana del viernes 29 de enero de 2010 recogí, como cada día, poco después de las ocho de la mañana a mi hija Ana para acompañarla a la parada de su ruta al colegio, en la plaza de los Sagrados Corazones de Madrid que todos los padres recordamos con añoranza esta experiencia de llevar a nuestros hijos al colegio cuando aún nos dejan hacerlo.
“Un placer de la vida que nadie te anuncia y que desaparece antes de lo que a uno le gustaría. Diez minutos después, entré en la iglesia que está al otro lado de la plaza.
“La tarde anterior había sido elegido presidente de Caja Madrid por unanimidad y pensaba que tenía que hacer algo especial que marcara ese momento que tanto había deseado.
“Rezar me pareció una buena idea…”

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