Jorge Semprún. La historia y la vida

[2011 y 2023]

En 2023 se cumple el centenario del nacimiento de Jorge Semprún.

Hace unas semanas, la revista Makma me publicó un artículo con motivo de dicho aniversario.

Esos párrafos resumían parte de lo que iba a ser mi ponencia en una Jornada académica organizada por la profesora Rita Rodríguez.

Hoy, 8 de junio, el algoritmo de Facebook me recuerda lo que escribí aquí y en FB otro 8 de junio, pero de 2011.

El 7 de junio de 2011 moría Jorge Semprún. En aquel momento escribí emocionado un post muy sentido. Lo reproduzco ahora. Después aparece el link a mi artículo de Makma de 2023.

Lo raro, lo curioso, es que tanto en estas líneas de 2011 como en las de 2023 prácticamente digo lo mismo. O, mejor, prácticamente hablo de lo mismo.

Vida [2011]

Leo la crónica de Javier Rodríguez Marcos en El País. Su título: “Muere Jorge Semprún, una memoria del siglo XX”.

Acabo de repasar esa noticia luctuosa y por supuesto mientras leo recuerdo pasajes enteros de La escritura o la vida (1995).

He querido titular este post bajo el rótulo de La historia y la vida. Nosotros no somos supervivientes de los campos de concentración.

Sólo quienes como él regresaron de aquel infierno se plantearon exactamente esas disyuntivas.

Sus libros son una aventura personal que tiene trascendencia colectiva, un repertorio de recuerdos elaborados años después.

Muestran la tragedia europea del siglo XX, pero muestran también de qué manera puede auparse un individuo sin apearse de sí mismo.

Aún recuerdo el inicio de La escritura o la vida, la mención a ese pequeño detalle, sin importancia aparente, que anula tu vida; ese pequeño detalle que lo dice todo de la destrucción de la vida humana:

«Están delante de mí, abriendo los ojos enormemente, y yo me veo de golpe en esa mirada de espanto: en su pavor.

«Desde hacía dos años, yo vivía sin rostro. No hay espejo en Buchenwald. Veía mi cuerpo en su delgadez creciente, una vez por semana, en las duchas. Ningún rostro, sobre ese cuerpo irrisorio. Con la mano, a veces, reseguía el perfil de las cejas, los pómulos prominentes, las mejillas hundidas. Podría haber conseguido un espejo, sin duda. Se encontraba de todo en el mercado negro del campo a cambio de pan, de tabaco, de margarina. Ocasionalmente, incluso ternura.

«Pero no me preocupaban estos detalles.

«Contemplaba mi cuerpo, cada vez más borroso, bajo la ducha semanal. Enflaquecido pero vivo: la sangre todavía circulaba, no había nada que temer. Sería suficiente, ese cuerpo menguado pero disponible, apto para una supervivencia soñada, aunque poco probable».

La primera vez que leí a Jorge Semprún fue en septiembre de 1978. Yo estaba en Andorra: en concreto en L’Escaldes.

Lo digo por lo insólito de la circunstancia. Había acudido a casa de unos primos míos que entonces residían allí. Ellos eran mayores; yo sólo tenía diecinueve años.

Había acudido a su casa para pasar unos días antes de empezar el curso. Sé que me había llevado algo para leer; no recuerdo qué.

Lo que sí recuerdo es otra cosa: en el mueble del salón-comedor estaba la Autobiografía de Federico Sánchez, de Jorge Semprún. Dicho libro había recibido el Premio Planeta en 1977.

Resultaba un volumen extraño. Ganador de un galardón literario, de novela, sin embargo parecía ser eso que predicaba el título: una autobiografía.

Pero el Federico Sánchez del título era una ficción: había sido el alias y el álter ego del autor, de Jorge Semprún, desde los tiempos de la clandestinidad como miembro del Partido Comunista de España.

Por tanto, la ficción estaba en la vida real de aquel personaje inventado por el autor y militante comunista.

Desde París, Semprún acudía periódicamente a España para infiltrarse, para informarse e informar a la dirección del partido. O del Partido, como entonces se decía.

Si no lo conocen, podrán imaginar lo entretenido de aquella intriga de militancias y represión, de lealtades políticas y espionaje, propiamente espionaje.

¿De traición?

Semprún contaba también su expulsión del Partido Comunista, junto a Fernando Claudín, en 1964.

No he olvidado el dicterio o diagnóstico de Dolores Ibárruri, Pasionaria: sólo eran «intelectuales con cabeza de chorlito».

Me sorprendió el desdén absoluto de la dirección comunista: de Pasionaria y de Santiago Carrillo.

Yo tenía un gran respeto por los intelectuales y ese ultraje me pareció insoportable.

Pero, bien mirado, el asunto no estaba claro para mí: yo estaba leyendo la versión de Semprún. Además, el autor había ganado un premio de ficción.

¿Se ajustaba a la verdad?

Me convenció. En realidad, lo inventado era esa doble vida con nombre falso, la de Federico Sánchez, concebida para sobrevivir y espiar en la España de la posguerra.

Prácticamente lo devoré: mientras esperaba que mis primos regresaran cada día del trabajo, yo consumía la espera leyendo la ‘Autobiografía’. Sus páginas me dejaron anonadado.

Empecé a frecuentar otras obras suyas y las primeras películas que con guión suyo llegaban entonces a España, esos films políticos que la censura franquista había prohibido…

Años después, tras haber leído varios libros suyos, me detuve, entretenido, en uno que seguramente no es su mejor texto autobiográfico.

Me refiero a aquel que lleva por título Federico Sánchez se despide de ustedes (1993). Como siempre, no hay página sobrante ni desdeñable. De su relato siempre se aprende algo.

Lo que ahora nos contaba era su peripecia penúltima: el paso por el Ministerio de Cultura y los tiempos de mocedad de quien después acabaría siendo Federico Sánchez.

¿De militante comunista y camarada de Santiago Carrillo a ministro socialista de Felipe González y compañero de Alfonso Guerra?

Las páginas que dedica al chismorreo de Gabinete son muy entretenidas, sobre todo aquellas en las que critica ferozmente a su personaje más odiado: Alfonso Guerra.

Le censura sus pujos intelectuales, su nececidad de aparentar saberes y conocimientos de autodidacta.

Pero esos episodios –muy reveladores– son poca cosa si los comparamos con su evocación de Buchenwald, tal como aparece en ‘La escritura o la vida’: su estancia en el campo de concentración.

Él –que había nacido señorito en el seno de una buena familia madrileña–tendrá que sobrevivir en condiciones insoportables.

Pero sobre todo tendrá que esperar décadas para poder contarlo, para poder relatar una experiencia extrema cuya sola evocación le hacía enfermar.

Después de acabar ese volumen, cuya versión española data de 1995, leí alguna cosa más (Veinte años y un día, 2003), pero ya no recuerdo haber sentido la misma emoción.

La emoción me viene ahora: un día, pocos meses antes de morir [en 2008], sorprendí a mi padre releyendo El largo viaje (cuya edición original en francés es de 1963).

Era uno de los libros que más le habían gustado: no de Semprún, sino de todos los que él había leído. Eso me dijo.

Fotografía: Jorge Semprun (2008) por Daniel Mordzinski

Como se hacía una jerarquía con sus lecturas y las calificaba, sabía cuáles merecían una relectura.

Mi padre releyó esta obra de Semprún, sí. Pero no una, sino varias veces.

Qué paradoja: eran de la misma generación, aunque poco tenían en común.

Mientras uno había sido subversivo y aventurero, el otro vivió doméstico y moderado. Qué extraños paralelismos.
[2011]
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Justo Serna, Autobiografía. Lectura y paradoja de Jorge Semprún [2023].
https://www.makma.net/jorge-semprun-lectura-y-paradoja/

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