¿Josu Ternera?

He visto No me llame Ternera (2023), de Jordi Évole y Màrius Sànchez. De entrada es un film-interviú con un interlocutor principal.

Esta película, esta cinta, es básicamente una larga entrevista a Josu Urrutikoetxea, alias Josu Ternera.

Pero no es esta cosa o, al menos, no sólo es esta cosa.

Los espectadores no debemos olvidar ni pasar por alto que la película empieza y acaba con la entrevista a una de las víctimas de Ternera.

Me refiero a Francisco Ruiz, un policía municipal que ejercía de escolta de quien era en 1976 alcalde de Galdácano, Víctor Legorburu.

El edil fue asesinado, pero Francisco Ruiz se salvó de chiripa, tras ser víctima de una balacera inmisericorde y tras pasar cinco meses en el hospital.

La película es un relato, no una interviú filmada. Es decir, es una composición, un montaje cinematográfico con horas de grabación y partes descartadas que no conocemos.

Por tanto, los directores del film, Jordi Évole y Màrius Sànchez, nos cuentan una historia a partir de dos documentos orales debidamente seleccionados: el de Josu Urrutikoetxea y el de Francisco Ruiz.

Lo primero que hay que decir es que la película no supone, como se dijo en septiembre cuando se estrenó en el Festival de San Sebastián, un blanqueamiento de ETA.

El film no es condescendiente ni muestra equidistancia alguna ante el terrorismo.

Jordi Évole conduce ambas entrevistas, la del victimario y la de la víctima, con habilidad periodística, con humanidad, sin rebajar ni un ápice la dureza y la crudeza de los hechos y del lenguaje.

Si hay que llamar asesinato a lo que todo el mundo llamaría asesinato, así lo designa Évole. Si hay que calificar de atentado a lo que a todas luces es un atentado, así lo nombra el periodista.

No sólo eso.

Évole pregunta y repregunta, insiste, repite, vuelve sobre cuestiones que no han quedado aclaradas o que no han tenido una respuesta expresa.

Por supuesto, que Urrutikoetxea conteste no significa que sus palabras sean satisfactorias o sinceras. Tampoco tenemos por qué aceptar sus breves e increíbles disculpas (lo lamento) o pretextos (este o aquel error de ETA).

Por tanto, el reproche que se le ha hecho a Évole de oportunismo o de equidistancia carece de todo fundamento.

Me permitirán que no revele gran cosa de la película ni la índole de esas respuestas. Menos aún, el sentido y el papel que desempeña Francisco Ruiz en el film.

Como he dicho, los directores no sólo graban. Componen un relato con drama y trama, con honestidad e intriga.

No me atrevería a ser expeditivo, pero quizá lo más interesante podemos hallarlo en el léxico, en el discurso, en el significado concreto que Urrutikoetxea da a su ejecutoria y a sus ejecuciones.

La película no es un soporte o un altavoz para Ternera, sino el teatro sombrío de una exposición, un escenario en el que quien cree ser protagonista se desnuda.

Malgré lui.

Gracias a la destreza de Jordi Évole podemos examinar sus justificaciones, sus palabras y sus silencios, sus paráfrasis, sus elipsis, su permanente carraspeo.

Su permanente carraspeo.

Y este film nos ayuda a captar qué puede pasar por la mente de Urrutikoetxea ahora, en 2022, que es cuando se graba.

Por supuesto, lo que ahora dice no tiene por qué coincidir con lo que el sujeto pensaba cuando emprendía sus acciones, es decir, cuando ejecutaba a sus víctimas.

Insisto en que no quiero añadir nada referido a Francisco Ruiz. Creo que los espectadores merecen descubrirlo al empezar y al finalizar la película.

Entonces, cuando llevo mucho escrito, llegamos a la pregunta esencial. ¿Merecía Josu Ternera ser entrevistado? Cualquiera puede sentir un repeluzno o directamente repugnancia ante sus palabras y sus exculpaciones.

Entonces, ¿para qué entrevistarlo? Salvando la distancias, pero no la repugnancia, la respuesta podemos hallarla en un libro que recomiendo especialmente.

¿Para qué editar, para qué publicar Las conversaciones privadas de Hitler?

Las revelaciones de sobremesa del Führer, registradas taquigráficamente, son un bla bla bla delirante, anodino. Sólo nos descubren a un ser ínfimo y de una perversidad que va de lo mediocre a lo inconmensurable.

¿Qué valor pueden tener, entonces? Al margen de las disputas sobre el original alemán y las ediciones-traducciones inglesa y francesa, Ian Kershaw, el biógrafo de Hitler, las valoró. Es un material útil.

Respondo, pues. ¿Alguien imagina a un periodista que, teniendo la posibilidad de entrevistar a Adolf Hitler, desechara esa oportunidad por la repugnancia que el personaje le provoca?

Deja un comentario