Los intelectuales transidos

Hace unas semanas, poco antes de que apareciera Fernando Savater. La deriva de un intelectual (Sílex ediciones, 2024), Fran Sanz organizó un encuentro de reflexión política. Dicho evento reunió a una cincuentena de personas interesadas en la cuestión que abordo en mi libro.

No era la presentación del volumen. De hecho no había aparecido todavía en el mercado. En realidad era una discusión bajo el rótulo de ‘Intelectuales y política’.

Y ahí teníamos mucho interés en saber qué piensa nuestro amigo Pepe Reig Cruañes, profesor, doctor, un estudioso reconocido, autor de una investigación muy sofisticada sobre la transición española a la democracia. Es, además, un hombre comprometido, de reflexión y acción.

Las palabras de Reig se presentaron bajo el rótulo de Los intelectuales transidos. Se condensaban en unos pocos folios y fueron un estímulo inmejorable.

Él quiso centrar la cuestión en esos escritores españoles que, por distintas razones, se han avinagrado hasta ser irreconocibles. Quiso abordar esas figuras que fueron de izquierdas, pero ya no lo son.

Convinimos.

Lo característico o lo insólito de este cambio no es el conservadurismo presente de Fernando Savater, Félix de Azúa, Andrés Trapiello, Arcadi Espada, etcétera, sino el tono crecientemente faltón o ultrajante de sus intervenciones públicas.

Todos ellos, porque todos varones son, tienen una obsesión. Me refiero a Pedro Sánchez y, por ende, al gabinete actual, que primero fue el Gobierno Frankenstein y hoy…, pues hoy diabólico, no sé. Eso: obsesión.

La obsesión llega a tales extremos, que efectivamente el presidente se ha convertido en un monotema. Es triste que tu vida rica y plural se defina sólo por la animadversión o el odio que te despierta un ser remoto al que acusas de autócrata.

Pero lo más llamativo de estos intelectuales transidos (transidos de fatiga, de ojeriza, etcétera) es su voz pública. Vamos, lo que dicen y cómo lo dicen.

Abusan de un tono marcadamente agresivo, incendiario y agriado. De esas jeremiadas se sirven para criticar o censurar no sólo a Sánchez, sino a todo lo que ellos mismos fueron: intelectuales progresistas que ya no lo son.

Se les ve ajados y agraviados. Han decaído y bien que nos lo advirtió Reig Cruañes en las palabras que nos dejó escritas.

Han decaído, porque la propia figura de Savater, De Azúa, Trapiello o Espada encarnan, la del intelectual, que está muy debilitada, con muchísima menor incidencia en el espacio público.

Y han decaído porque estos y otros como ellos toleran mal la frustración. Frustración, ¿de qué o a santo de qué? De su menor o ínfima incidencia.

Décadas atrás, sus palabras eran palabra de orden. Hubo un tiempo en que esas figuras del espacio cultural marcaban la agenda, alzaban la voz, evaluaban, sopesaban y, finalmente, proclamaban sus ideas y creencias para un público lector que aceptaba, criticaba, asimilaba o seguía esas evaluaciones.

¿Qué hacían? Pues eso: ejercer de intelectuales.

Ahora ya no es así, entre otras cosas porque la opinión se ha multiplicado y, en cierto modo, democratizado. Ahora ya no es así, porque el principio de autoridad tonante se ha debilitado. Para bien y para mal. De esa circunstancia se deriva un avinagramiento bastante insoportable.

¿En qué se han convertido? De personajes admirados, seguidos y discutidos hoy estos varones se lamentan con mucha afectación, viendo cómo menguan sus influencias, cómo se ahonda su declive y cómo menudean las feministas.

Esos intelectuales eran personas reverenciadas que tenían efecto en la opinión pública, un predominio cultural en la esfera de la comunicación.

Se presentaban como varones que tenían prestigio: sus opiniones eran atendidas por numerosos destinatarios, los espectadores, los lectores, etcétera, que se contaban por miles y, en algún caso, por docenas de miles. Hoy, no.

¿Y qué función han perdido en parte? Eran oráculos u oraculillos. Alguien alcanzaba fama en su actividad intelectual y, gracias a ello, se exponía en el espacio público para defender causas que juzgaba justas, para criticar desmanes del poder o, simplemente, para ir contracorriente.

Hoy, estos intelectuales transidos parece que lo han perdido casi todo. Se les lee menos o en digitales incendiarios, se han enajenado a una parte principal de sus leales y críticos seguidores, y su voz suena anacrónica, extemporánea.

Así… hasta la extenuación.

Una respuesta a “Los intelectuales transidos”

  1. Avatar de Rodolphe, el trovador
    Rodolphe, el trovador

    Estimado profesor. Muy interesante, como siempre, su dictamen. Me surge una duda: cuando afirma que es triste que toda una vida rica y plural se defina por la animadversión que a uno le genera un ser remoto al que se califica de autócrata, ¿se refiere a la Izquierda y a su obsesión por Franco, de quien, con pretexto de la efeméride del medio siglo de su ascensión a la eternidad, el Gobierno se dispone a organizar más de cien actos conmemorativos?

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