Savater. Mitología de asedio

Durante décadas y para numerosos lectores, Fernando Savater ha sido un referente intelectual.

Al margen de sus cambiantes simpatías políticas, el filósofo donostiarra se presentaba como un publicista laico, como un pedagogo de la ciudadanía, como un defensor del diálogo y de la inteligencia… frente al sectarismo.

Ese Savater existió. Sin duda lo hemos perdido.

En sus columnas son habituales las declaraciones destempladas, las expresiones humillantes, la retórica agresiva. Los ejemplos se multiplican y de ellos di cuenta en mi ensayo Fernando Savater. La deriva de un intelectual, publicado por Sílex ediciones hace unos meses.

Fotografía: Sílex Ediciones

Ahora, el pensador donostiarra regresa y confirmo que se agrava paulatinamente su estado verbal. Vuelve para darnos una muestra de esa deriva.

Me refiero al libro titulado Ni más ni menos (2025), un libro que básicamente recoge sus columnas en The Objective.

La lectura (o relectura de esas prosas) no revela una evolución política —algo normal en cualquier pensador—, sino una degradación radical del discurso.

¿Cuál es el objetivo de este libro?

Según su subtítulo, aquí se reúnen Reflexiones sobre política, democracia, populismo y deriva institucional. Sin embargo, aquello que encontramos en sus prosas no es el pensamiento maduro de un intelectual, sino una sucesión de exabruptos con el tono desaforado de un agitador.

Si al leerlo encontramos un examen atendible, este se arruina y se precipita inmediatamente hacia el insulto, seguido por un relato hiperbólico y verboso del país.

Hay más.

Si quedan restos de ironía fina, esta se pierde por un sarcasmo que es desprecio. Si aún quedan juicios atinentes, estos se invalidan con agravios verbales.

Parece haberse perdido el respeto.

Este no es solo un problema político. Es principalmente un problema intelectual. Y conviene insistir una vez más con toda claridad.

El libro Ni más ni menos arranca con un prólogo que es ejemplo de descomposición retórica. Savater no discute políticas: ni siquiera filosofa a martillazos, sino que traza una caricatura sin matices.

No señala contradicciones de sus adversarios. En realidad, aventura diagnósticos de quienes considera sus enemigos, sus secuaces y los tibios que les acompañan.

Deviene un galeno que cree diagnosticar patologías. Toda critica de decisiones políticas, perfectamente legítima, se invalida al demonizar a quienes las toman.

El prólogo no está escrito para persuadir. Está escrito para convocar a los ya convencidos, para reforzar una comunidad emocional, para alentar una cruzada.

Ah, y para elevar al autor (o sea, a sí mismo) a la categoría de ardoroso resistente frente al tirano imaginado.

¿Exagero?

Pedro Sánchez, principalmente, es descrito aquí o allí como ególatra, psicópata, jerarca extravagante, caudillo latinoamericano, caricatura de Franco, autócrata, mentiroso inmoral, Duce.

El problema no es que critique al presidente del Gobierno, con el que puede estar en desacuerdo absoluto. El problema es que el conjunto principia y acaba en descalificaciones violentas.

Es la inflación del insulto: cuanto más sube la temperatura verbal, todo lo sólido que pudiera haber se desvanece, por parafrasear a Marx.

Un intelectual serio no necesita ofender para argumentar. Un intelectual derrotado cree que el ultraje es una forma de razonar.

El libro entero reproduce ese mismo patrón. Savater ya no usa el insulto como recurso ocasional, sino como armazón o, mejor, como los clavos de una escalada verbal.

Sin duda hay injurias ocurrentes. Sabíamos que Savater se muere por un buen chiste. Sabíamos que, además, se pirra por un insulto que haga pupa.

Así, sus adversarios reales o imaginarios pasan a ser “bichos serviles”, “mamelucos”, “estiércol político”, “escoria”, “fauna”, “orcos separatistas”, “patulea de obsequiosos sayones”, “especie de mono con rizos, chillón y gesticulante, que amigos con mejor vista que la mía se empeñan en decir que es la vicepresidenta”.

Por su parte, los votantes de la izquierda —millones de ciudadanos— forman “la hez y el martillo”, “la plaga”, “la calaña” inferior.

Esta degradación de la palabra equivale a la deshumanización del adversario político. Savater no critica: animaliza. Reconstruye la dialéctica política como si él estuviera al frente de un zoológico moral.

Este vocabulario no es nuevo. No es ocasional. Es instrumento o recurso ya empleado para deshumanizar al otro, incompatible con el liberalismo que Savater pudo profesar décadas atrás.

Su procedimiento discursivo consiste en negar de antemano la legitimidad del adversario político: si el otro es basura, insecto o escoria, entonces su voto no vale, sus razones no cuentan y su mera existencia es un problema.

Es exactamente la lógica que Savater denunció en los nacionalismos más fanáticos: dividir la sociedad en gente decente y enemigos degenerados.

La gravedad de esto no reside en la incorrección política de Savater. Sencillamente, obrar así es negar la democracia deliberativa.

Para que su retórica funcione, Savater necesita un escenario apocalíptico. Así, España aparece descrita como una nación arrasada y arrastrada a la ciénaga.

La vieja nación estaría ahora sometida, dominada por un régimen dictatorial, gobernada por un “Maduro europeo”, en manos de una “banda” que destruye la independencia judicial, la unidad y los valores democráticos básicos.

Y, si no basta con inventar un dictador, se inventa también la épica de la resistencia: Savater llama a “luchar en la calle, en los medios de comunicación, en los ayuntamientos y comunidades, en las aulas, en Europa, en las organizaciones internacionales”.

Es la conversión del discurso político en movilización emocional permanente. El que pueda hacer… que haga.

El paisaje discursivo es inequívoco: España es una democracia agonizante dirigida por un tirano.

Es la misma dramaturgia que representa el populismo ultra internacional: el país al borde del abismo, un líder satánico, una masa sometida, una élite traidora y unos “españoles de bien” que deben levantarse.

Puro maniqueísmo y mitología de asedio.

La pregunta es sencilla… ¿Cómo puede un intelectual serio sostener esta visión de España sin caer en el guirigay o la exageración propagandística.

Solo hay dos explicaciones posibles. Primera: Savater se ha enajenado por completo de la realidad. Segunda: sabe perfectamente que exagera, pero la hipérbole es el único modo de seguir siendo relevante en un espacio público polarizado.

En cualquiera de los dos casos, la conclusión es la misma: su voz se ha vuelto irreconocible como discurso intelectual.

La dedicatoria del libro —“Para Isabel y Cayetana, guerreras de luz”— marca el tono del resto. No es una broma: es un manifiesto.

Savater ha abandonado cualquier aspiración de equilibrio crítico y se ha entregado a la redacción de un relato en el que Pedro Sánchez encarna las tinieblas e Isabel Díaz Ayuso y Cayetana Álvarez de Toledo, la luz.

Son sus referentes morales. Por ejemplo, la comparación de Díaz Ayuso con Navalni y de Sánchez con Putin —pero “de todo a cien”— no es una metáfora afortunada o desafortunada: es todo un síntoma.

Denota la pérdida total de un criterio sensato, la sustitución del análisis por la épica de baratillo. Es un desequilibrio retórico que invalida cualquier pretensión de rigor.

Sánchez y su patulea de obsequiosos sayones eligieron como mártir de su régimen a Isabel Díaz Ayuso en cuanto alcanzó la presidencia de la Comunidad de Madrid. Fueron muy imprudentes, porque Isabel no es ni quiere ser Navalni. O si prefieren ustedes, es una ‘Navalni’ más fuerte que el Putin de todo a cien que le ha tocado como adversario”.

Que un intelectual que ha defendido rigurosamente el laicismo, la secularización y la razón crítica pase a esta imaginería de cruzada revela una mutación de fondo.

Savater, en su declive, ya no piensa políticamente: milita emocionalmente. Se puede discutir la política, pero la prosa no miente.

Y la prosa de Ni más ni menos muestra una decadencia obvia: frases atropelladas, adjetivación compulsiva, sarcasmo repetitivo, obsesión por la injuria.

No hay construcción argumental: hay un martilleo que poco tiene que ver con la filosofía a martillazos de Friedrich Nietzsche, su antiguo referente.

Savater escribe ahora como quien evacua o descarga frustraciones, no como quien reflexiona. En cada párrafo hay un estallido. En cada página, un ataque. El libro entero es un ejercicio de exasperación.

Lo que antes era estilo ahora es espasmo. Lo que antes era ironía ahora es puro desdén. Lo que antes era lucidez ahora es ruido. Y el ruido —por muy brillante que uno haya sido— no es pensamiento.

‘Ni más ni menos’ no es un libro polémico. Es un libro que muestra roturas y deterioros. La obra no prueba que España esté en crisis. Demuestra que Savater lo está.

Lo devastador no es lo que dice del país, sino lo que el libro dice de él: que un pensador de referencia ha renunciado a enjuiciar con mesura.

Ha devaluado sus razones, decantándose por el ingenio injurioso. Se ha instalado cómodamente en una trinchera desde donde agredir al adversario, a ese ciudadano que no juzga ni vota como él.

Pura exasperación, ya digo.

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Fotografía: The Objective

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