A Jacinto Antón, periodista de mucho renombre en El País, se le reconoce de inmediato. Se le reconoce una virtud que no es tan común como pueda parecer: sabe leer el pasado sin convertirlo en un decorado muerto.
Sus artículos ‘históricos’ no son estampas inertes, ni piezas de museo. Tampoco ejercicios de nostalgia ilustrada.
Maneja bien las fuentes, se mueve con soltura entre libros, películas y episodios remotos, y suele encontrar en ellos resonancias que llegan hasta el presente.
Ahí está su mejor talento: mostrar que el pasado no es pasado, que la historia no ha terminado de consumarse, que ciertas lógicas, pasiones y errores vuelven con otros nombres y otros disfraces.
Esa erudición, además, no es árida. Antón escribe con ligereza, con humor, y hasta con ironía elegante: así, textos cargados de referencias eruditas son legibles para un público amplio.
No es poca cosa.
Muchos saben mucho; muchos menos saben contarlo sin aplastar al lector bajo el lastre del saber. Dicho esto de Antón, no toda su erudición está igualmente bien orientada, ni todos sus guiños culturales aportan lo mismo.
En su comentario sobre Núremberg (2025), de James Vanderbilt, habla con desparpajo y… muy sobrado. Por ejemplo, esto se aprecia en la supuesta conexión o “momento Gladiator…” que Antón señala, cosa obvia que derivaría de la presencia de Russell Crowe en ambos films. De hecho, esta circunstancia irrelevante sirve de título a su texto. Al de Antón.

El periodista español incurre, a mi juicio, en una observación menor, casi frívola. No porque el humor esté fuera de lugar, sino porque distrae del núcleo moral e histórico de la película. Es una broma, la de Antón, que parece escrita desde fuera del problema, no desde su interior.
La película —y más aún el libro en el que se basa, El nazi y el psiquiatra (2013), de Jack El-Hai— no se sostiene por juegos cinéfilos ni por paralelismos actorales, sino por algo mucho más incómodo.
¿A qué me refiero?
Ahí está el verdadero interés: no en el guiño, sino en el choque entre un criminal de masas… inteligente, narcisista y manipulador, y un profesional ambicioso y torturado que cree, quizá con ingenuidad, que la razón clínica puede domesticar el mal.
A la relación tóxica, ambigua y profundamente reveladora que se establece y se mantiene entre Hermann Göring y Douglas Kelley, el psiquiatra estadounidense encargado de evaluarlo tras su captura.
Punto y aparte.
Reducir, aunque sea de pasada, ese material a una ocurrencia ligera es perder una oportunidad. Sobre todo viniendo de alguien que sabe —porque lo ha demostrado muchas veces— que la historia no es solo relato, sino advertencia.
Göring no es interesante porque pueda recordarnos a Máximo Décimo Meridio, sino porque encarna una combinación letal de poder, cinismo, teatralidad y autoengaño que no pertenece solo al Tercer Reich.
Es un personaje aleccionador precisamente porque no es un monstruo plano, sino un hombre capaz de seducir, manipular y confundir incluso a quienes lo juzgan.
Mi discrepancia con Antón no es de fondo, sino de énfasis. Comparto su admiración por los materiales del pasado y su convicción de que el cine es una vía legítima para pensarlos.
Pero creo que, en este caso, el recurso a la broma cultural rebaja la gravedad del asunto y desplaza el foco hacia un lugar poco fértil.
Cuando se trata de Núremberg, de Göring y de los intentos —fallidos, en último término— de comprender racionalmente el crimen absoluto, conviene ser ligero con el estilo, sí, pero no con el centro moral del relato.
Tal vez sea, en el fondo, una diferencia de temperamento histórico. Antón confía mucho en la inteligencia del lector y en el poder de la ironía. Yo sospecho que, ante ciertos episodios, la ironía no ilumina, sino que difumina. Nos hace bromear con Gladiator.
Y, aun así, la discusión merece la pena precisamente porque se da entre lectores que saben que la historia importa y que no se la puede usar sin cuidado. Esa, al fin y al cabo, es la medida de la buena erudición: no solo saber mucho, sino saber qué hacer con lo que se sabe.
Yo, por mi parte, me he impuesto deberes. Por un lado, volver a ver el film protagonizado por Russell Crowe y Rami Malek. Por otra, leer El nazi y el psiquiatra, de Jack El-Hai, obra de la que tengo ejemplar gracias a la generosidad de un gran amigo.
El fascismo puede volver, pero no necesariamente encarnado por individuos o masas que endosan siniestros uniformes. Eso dice el psiquiatra. El fascismo puede reproducirse sin grandes aspavientos, sin correajes. Eso dijo Umberto Eco.
La prueba de que lo peor se da o puede volver a darse está en lo que el hombre ha sido capaz de hacer… Eso nos lo recuerda R. G. Collingwood. Y esta advertencia histórica es muy pertinente, actual.
Duele.

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