Bodas, bautizos y comuniones

Francisco Fuster

 

camarero0Como país turístico por excelencia que es, España siempre se ha preciado de poseer uno de los sectores hosteleros más potentes de Europa. Los años sesenta y su turismo de “Sol y playa”, forjaron su imagen –magistralmente reflejada en esas películas en que veíamos a Alfredo Landa persiguiendo a suecas por Benidorm– como una tierra acogedora y abierta: un lugar en el que comer bien y beber mejor era algo que se presuponía, que venía en el precio. Esta premisa, unida a la española costumbre de celebrar cualquier efeméride con un banquete pantagruélico, han hecho de España un país en el que mucha población activa ha pasado en algún momento de su vida por ese peldaño de la evolución vital de un individuo que es el trabajo de camarero. Entre esos incautos o afortunados que un día decidieron ingresar en el gremio se encuentra un servidor de ustedes.

 

Quizá esto sorprenda a algún lector. No es un dato que figure en mi currículum ni es algo que vaya publicitando, aunque tampoco lo he omitido. No me he avergonzado nunca de ello porque creo que ha sido uno de las mejores experiencias de mi vida; sin duda, de la que más he aprendido. Si tuviera que decir si soy más camarero o historiador, creo que –a día de hoy– diría sin vacilar camarero. No es que haya descubierto ahora que mi vocación innata es la de ser camarero, no es eso. Es que he descubierto que ser historiador –en el sentido en que muchos entienden esa profesión o dedicación– tampoco lo es. Me encanta la historia y por eso he dedicado a su estudio –y lo he hecho a conciencia– algunos de los mejores años de mi vida, años irrecuperables. Sin embargo, confieso que de algunos de mis compañeros de trabajo, de mis jefes y sobre todo, del contacto directo con todo tipo de gentes (por mi lugar de trabajo pasan cada fin de semana más de dos mil personas) he aprendido lecciones que no se imparten en ninguna universidad. No tengo ningún título oficial de camarero ni he estudiado en ninguna Academia.

 

salondeboda

 

Lo único que tengo es mi experiencia de ocho años ininterrumpidos de ejercicio de una profesión que me han permitido llegar a una conclusión elemental: el camarero –y más en concreto el del sector “bodas, bautizos y comuniones”, que es el que más conozco– no nace; se hace. Llego a esta certeza después de pensar y repensar en mi profesión, una profesión a la que llegué como medio de subsistencia y siendo un joven de 16 años que solo pensaba trabajar los fines de semana para pagarse algún capricho y luego para pagarse lo que para algunos es un capricho: mi carrera universitaria. Lo que en principio iba a ser algo ocasional –eso de probar por probar– se ha convertido en mi ocupación habitual durante los últimos ocho años de mi vida (casi 800 días de trabajo, la mayoría de ellos bodas). Como ya he dicho, durante estos ocho años he aprendido eso que no se aprende en los libros, ese saber intangible y no evaluable que consiste en la capacidad para comprender al ser humano común, para tratar de encontrar un sentido a formas de comportamiento que en apariencia no lo tienen.

 

Digo esto porque, normalmente, la gente que acude a una boda tiene un horizonte de acción relativamente reducido a su propia mesa o, como mucho, a lo que alcanza su vista y su curiosidad auditiva. Cada cual se limita a departir con sus vecinos de mesa, a contar chistes entre trago y trago o a comentar si la comida está buena o si el vino elegido por los novios es de los más baratos. El caso del camarero es muy distinto. Aunque mi espacio de responsabilidad personal abarca –teóricamente– un número limitado de mesas y comensales, en la práctica  y a efectos de la observación antropológica y el análisis sociológico, me suelo fijar en todo aquello que llama mi atención. Y como es natural, lo que llama la atención es lo anormal, lo raro o extravagante. No llama la atención una persona educada que viene a cenar, que se sienta a la mesa y se dirige al camarero con educación y respeto, incluso con cariño y comprensión (bueno, estos si llaman la atención porque son minoría).

 

Aunque con el paso de las bodas uno se acostumbra a todo y el grado de sorpresa es inversamente proporcional a la experiencia, hay cosas, comportamientos y reacciones que, inevitablemente, llaman la atención. Llama la atención ver que en una boda entre dos personas que son testigos de Jehová, alguien tome el micrófono y pida a la gente que rece antes de empezar a comer. Pero también llama la atención que a la hora de la típica broma que se hace al novio después de sacar la tarta, los amigos de éste lo escondan dentro de un contenedor de basura (uno de estos grandes y verdes que previamente han subido por el ascensor), cierren la tapa y lo lancen contra un pilar rompiendo una pieza de mármol. Estos comportamientos irracionales suelen ser justificados con argumentos del tipo: “hombre, un día es un día”; “va, hombre, que uno no se casa todos los días”; o “no seas aguafiestas (dirigido al camarero), ¿qué quieres, cortarnos el rollo?”.

 

maitreComo me enseñó una vez un maître que nos impartió un curso de atención al cliente, el buen camarero es ante todo un buen psicólogo, una persona que analiza al cliente y lo lleva a su terreno. Durante mucho tiempo, decía nuestro profesor, el gremio de la hostelería se ha guiado por esa máxima que dice que “el cliente siempre tiene la razón”. Siento decepcionar a quien se haya creído este eslogan, pero no es cierto: el cliente tiene la razón, si y solo si, tiene la razón. Decía este hombre, que el camarero debe pensar que él es tan señor o más, que quien en ese momento está sentado y ejerce de señor, porque hoy eres tú quien sirve pero mañana puedes ser tú el servido. No obstante este razonamiento lógico, decía el profesor, hay gente que hace del eslogan del cliente y la razón, poco menos que un arma arrojadiza, empleándolo como pretexto para intentar aprovecharse de su situación de superioridad momentánea. Hace poco sin ir más lejos, me sucedió (no me había ocurrido antes) un caso de este tipo.

 

 

Creo recordar que fue un sábado cuando me dispuse a empezar la boda, como de costumbre. Un comensal –una chica joven– llamó mi atención con el típico gesto consistente en levantar la mano y agitarla de derecha a izquierda, como el que se está ahogando y pide socorro. Vi a la joven y me acerqué a ella. Estaba sentada en la mesa de los amigos de los novios, mesas problemáticas por definición, pues son por protocolo las encargadas de animar la velada con los clásicos cánticos y vítores. Al acercarme a la chica y confirmarle que iba a ser el camarero de su mesa, me respondió con una sonrisita irónica: “Ay madre –me amenazó– prepárate porque te vamos a dar la tabarra toda la noche”. Prevenido contra este tipo de intimidaciones, me dirigí a mi compañero para advertirle de que en esa mesa venían dispuestos a tocar las narices por decreto, porque esa chica y sus amigos entendían que a una boda se va a eso, a emborracharse y a fastidiar al camarero de turno. Luego volví a coincidir con mi vieja amiga. No recuerdo que me pidió, pero recuerdo que le dije que sí, que acepté su petición asintiendo con la cabeza. Mientras me giraba prosiguió con sus demandas y redondeó la frase con un maleducado e irrespetuoso “ale, que para eso te pagan”.

 

Como no puedo contar en pocas líneas la experiencia de ocho años, solo me limitaré a dar un par de consejos; quien quiera que los acepte y quien no, pues que siga como antes. Como camarero que ha tratado con infinidad de comensales, de todas las edades y en todos los estados de embriaguez y enajenación imaginables, solo les prevengo contra un par de usos extendidos que al camarero medio le resultan insoportables, predisponiendo su ánimo negativamente contra el que los emplea. Me refiero concretamente a dos expresiones, dos clásicos que se repiten de manera sistemática, a veces con una  bondad ingenua y a veces con un sarcasmo no disimulado.

 

El primero es una frase que a mí, particularmente, me causa un profundo malestar. Se puede escuchar durante todo el convite, pero lo suyo, lo que de verdad fastidia y quema al camarero es escucharla al principio, incluso antes siquiera de empezar a despachar platos. Normalmente, la frase la dice el gracioso de la mesa. Como sabrán, una mesa de una boda es como un grupo unido, como un equipo. No importa que sean amigos o no se hayan visto en diez años; todos reman en la misma dirección porque tienen un mismo fin: beber y comer más que las restantes mesas, sentir que son unos privilegiados porque el camarero se ha hecho colega suyo y les agasaja con una serie de “extras” que los demás no gozan. Es absurdo y primario, pero es así: a la gente le gusta sentirse importante en las bodas, distinguirse del resto, ver que no son uno más. Cada grupo humano que constituye una mesa confía sus agravios y sus deseos a un líder que ejerce de portavoz. En ocasiones puede ser el más entendido, alguien que sepa de vinos o alguien que trabaje en la hostelería (te dicen aquello de “Oye tú, cuidado con éste que éste tiene un restaurante, ¿eh?). Sin embargo, la mayoría de las veces el portavoz es el típico graciosillo que quiere hacerse notar.

 

 

 

 

boda1Esto pasa mucho en las mesas con gente mayor en las que, bien un hombre campechano y rudo, bien una señora descarada y lanzada, se pasa la noche profiriendo chistes y gracias –las más de las veces a costa del camarero– entre las aclamaciones de sus vecinos de mesa. Pues bien, decía que este personaje que asume voluntariamente el papel de bufón, suele ser el que cuando te acercas a la mesa por primera vez, te interrumpe para decirte con tono chulesco y bien alto para que toda la mesa lo escuche (si no, qué gracia tendría): ¿Tú eres el camarero que nos ha tocado? Y tú le respondes con el tono resignado de quien se imagina la siguiente pregunta: “Sí, soy yo”. Y luego la frase en cuestión: “Pues oye, aquí que no falte de nada, ¿eh?” Incluso alguno sigue la broma “como si fuera una boda, je, je”. Una advertencia de mi parte. Esa frase –“aquí que no falte de nada”– es la peor que se puede elegir para granjearse la amistad de un camarero. Les aconsejo que no la usen porque, normalmente, suele provocar el efecto contrario al deseado. Lo que más odia un camarero es que le digan lo que tiene que hacer, sobre todo si ni siquiera ha empezado a servir platos. “Si antes de empezar ya vamos con ésas, qué no pedirá éste cuando empecemos”, es la reflexión interna que se hace el camarero. Si le dicen eso al profesional, ya presuponen que van a faltar cosas en la mesa y un camarero, por raro que parezca, también tiene su orgullo.

 

Las otras palabras que causan pánico en boca de un cliente son quizá la expresión que marca la vida de un camarero: “cuando puedas”. Son dos simples palabras, un verbo y su adverbio, pero encierran en su significado toda una serie de connotaciones que es preferible evitar. No digan esas palabras y menos ocupando la primera posición de una frase. Aunque parezca más educado lo contrario, es preferible decir: “me puede traer un café, cuando pueda”, que no, “cuando pueda, me traería un café”. Si le dicen a un camarero “cuando puedas”, le están pidiendo algo que no puede hacer en ese momento. El adverbio temporal “cuando” presupone una incompatibilidad temporal entre lo que el camarero está haciendo en ese preciso momento y lo que usted le está pidiendo en ese mismo momento. Normalmente el camarero está haciendo una cosa y pensando en lo que va a hacer cuando la termine. Se suele seguir el orden cronológico de peticiones de los comensales, pero los camareros son personas y como tales, aplican una regla muy básica: a quien te trata bien, tú le tratas mejor; a quien te trata mal, pues tú peor si cabe. Es así, no hay más. No hay cosa que impaciente más a un camarero que estar sirviendo cubatas en un barra (después de las bodas suele haber “barra libre”), pendiente de memorizar la lista de cinco copas que te ha pedido un comensal, y ver como una persona  agita los brazos con gesto de impaciencia y te dice “cuando puedas me pones un gin-tonic; pero tranquilo, ¿eh?, cuando puedas, tú tranquilo”. En fin, que no es recomendable. Hay otros mecanismos.

 

Lo que quiero decir con esta reflexión personal, a modo de conclusión, es que el camarero, ese gran desconocido, no es un autómata ni un resentido que para desahogar el cabreo que le produce tener que trabajar mientras los demás disfrutan, se dedica a fastidiar al cliente haciéndole esperar más de la cuenta o no complaciendo sus deseos y caprichos. El camarero que trabaja sirviendo bodas tiene su sueldo, más bajo o más alto (no he hablado de los comensales que creen que los camareros de bodas se forran de dinero porque creen que el restaurante ganará mucho con las bodas y, por esa regla de tres, el camarero se hará rico), pero tiene una remuneración que ha aceptado y unas reglas y normas impuestas por su jefe, como cualquier trabajador. El camarero no trabaja por las propinas ni quiere terminar la boda con un puñado de amigos nuevos. No es ese su cometido.

 

 

Su cometido es intentar que  el comensal se sienta a gusto y que los novios disfruten de su gran día, como les gustaría hacer a ellos si se casasen. Por eso, les digo que la próxima vez que vayan a una boda no traten al camarero como si fuera su amigo de toda la vida (si hay química y buen trato ya se verá, la bodas son muy largas), pero tampoco como si fuera su enemigo, como si fuera el despechado que se ha empeñado en fastidiarles la fiesta porque no se ha acordado del poleo de la abuela o porque hace caso a todo el mundo menos a nosotros.

 

 

bandejaSi mi experiencia sirve de algo, les digo que no, que no es así. Yo no me levanto cada domingo a les 9 de la mañana y digo: “como todos están durmiendo y yo ayer me acosté a las 3 (porque tuve boda el sábado) y estoy hecho polvo, hoy voy a ir a fastidiar y hacerles la vida imposible a mis comensales”. No es así en mi caso, ni en ninguno que yo conozca. Traten al camarero como les gustaría que les tratasen a ustedes si fuesen ustedes los que estuvieran de pie y él quien estuviera sentado. Hagan la prueba esa y verán como el camarero les cuida, les mima y les atiende con la mejor de las sonrisas. Mejor que una propina es acabar una boda y que se acerque una comensal tuyo y te diga: “todo muy bien ¿eh?, la próxima vez que vengamos vamos a pedir que nos atiendas tu”. A mí me ha pasado y, créanlo, la sensación que provocan esas palabras sinceras no se paga con dinero.

27 comentarios

  1. Buenos días, a petición del respetable –que en el anterior post así lo deseaba–, Franscico Fuster ha escrito unas reflexiones sobre la vida del camarero, sobre su experiencia profesional en el sector de bodas, bautizos y comuniones, que nos apresuramos a publicar. Léanlas y verán. Hay buena crianza, ternura e ironía.

  2. Señor Fuster, no puedo sino felicitarle por este estupendo relato. Felicitarle efusivamente. Me ha interesado de principio a fin y, lo más importante de todo, se me ha hecho muy corto. Creo, sinceramente, que debería seguir por este camino, que, viendo lo escrito, le sobra capacidad para contruir algo más largo y complejo sin perder la amenidad y el humor que destilan sus palabras. No querría ser pesado pero, «cuando pueda», obséquienos con ese regalo. Le puedo asegurar que muchos, muchísimos más lectores de los que imagina se lo agradecerán. Muchas gracias.

  3. En el artículo de Francisco Fuster –el texto de un agudo observador de suaves maneras–, quizá falten algunas de esas anécdotas que ha atesorado en sus años de profesión. Es probable que pueda proporcionárnoslas para así redondear el relato de su experiencia.

    Estoy seguro, por ejemplo, de que alguna vez el convite nupcial se pareció a la comilona de ‘Las truchas’ (1978), de José Luis García Sánchez. ¿La recuerdan? Por parte de una asociación deportiva de pescadores se celebra un banquete. No es un bodorrio, pues, pero hallamos también una muchedumbre enloquecida, con gorrones avispados incluso. Recuerdo a un Héctor Alterio simplemente impagable, ejerciendo de maître: llegaba a fumarse un canuto para poder soportar el caos del banquete. ¿Y las truchas? Pues las truchas no estaban en muy buen estado.

    Aunque el guión era del propio José Luis García Sánchez y de Manuel Gutiérrez Aragón, el tono era un homenaje a Berlanga-Azcona. O tal vez por ello…

    Algunos momentos de ‘Las truchas’:

    http://es.youtube.com/watch?v=V8qRN-SBtSc

  4. No puedo más que reiterar lo que dije ayer: me siento muy orgullosa de conocer a alguien como usted, Francisco Fuster. Todo lo que de usted conocemos: sus estudios, su trabajo, sus escritos y su visión de la vida, me produce una sensación difícil de definir, pero grata, muy grata. Con todo lo que se habla de la juventud actual, del desastre que son nuestros chicos, aquí está usted, trabajando como un forzado y disfrutando de todo lo que hace, observando y sacando conclusiones inteligentes y maduras de lo que realiza y ve, como ampliación de la experiencia de la vida, no con rencor. Lo que ha escrito, cuando muchos esperarían anécdotas y chascarrillos, es profundo, maduro y tierno. Lo que le digo. Estoy muy contenta de conocerlo y es un verdadero placer poder leer sus reflexiones. Le felicito efusivamente y le agradezco mucho el regalo que nos ha hecho, Justo mediante.

    Gracias, Justo, por animarlo, por darle empujoncitos :-), eso también me hace sentirme orgullosa de conocerlo a usted. Enteramente, parezco la abuela del blog.

  5. Pedro, yo no hago bromas con ‘Las truchas’. Es una película de broma. Es decir, una sátira del comportamiento humano: de cómo podemos llegar a conducirnos cuando hay convite y es gratis. Esto es algo muy serio. Y, como tal, puede ser tratado satíricamente o no. Creo, por otra parte, que la experiencia de Francisco Fuster es muy interesante. La observación minuciosa de la conducta ebria o aturdida o desinhibida es una fuente de conocimiento colectivo.

    ———————-

    Ana, el orgullo de conocerla es mío.

  6. No me diga esas cosas, Justo, que me desbarata. Soy una sencilla ama de casa y estas cosas me ponen tan tonta que mis hijos se quejan :-)

    Las pelis de Gª Sánchez son de broma al 50%. Pedro no debe conocerlas porque son de una amargura tal y denuncian tantas cosas que yo salgo de ellas profundamente compungida, como de casi todas las llamadas de humor españolas; o por lo que es la película, o por lo que significa de miseria, represión y dolor que se hicieran (estoy pensando en las de destape, Paco Martínez Soria etc.). Nunca he encontrado divertidas «La corte de faraón» o «El viaje a ninguna parte», «El cochecito», «Plácido», «El verdugo» etc. y hay quien sale riendo a carcajadas. Hay que mirar un poquito más entre el follaje, Pedro y, además ¿Qué pasa por reír de vez en cuando? Me parece que Justo es una persona positiva que, pese a lo que esté cayendo y me consta que a él, personalmente, le llevan cayendo mucho tiempo cosas muy graves, sabe sonreír y eso, Pedro, es una virtud que se agradece mucho. Hasta para criticar hay que ser un poco más reflexivo.

  7. Gracias, Ana.

    Y ya que estamos hablando de gente amiga quisiera mencionar a Miguel Veyrat, que hace días que no sabemos de él. Ayer se reseñaba en ABCD Las Artes y Las Letras núm. 882 (Abc Cultural) su último libro de poemas ‘Instrucciones para amanecer’. El autor del artículo era Luis García Jambrina. Aunque era sólo una columna y el libro merecía mucho más (daba la impresión de que habían abreviado una reseña más larga), ese artículo daba cuenta de la calidad de su escritura poética. De momento no puedo ponerles el enlace.

    Hace meses, modestamente yo intenté dar cuenta de esa calidad en una reseña algo más amplia en Ojos de Papel.
    Algunos de ustedes ya la conocen:

    http://www.ojosdepapel.com/Index.aspx?article=2737

  8. Sabia decisión publicar este artículo, y no seamos hipócritas, «la que está cayendo» le está cayendo, por ejemplo, a quienes tienen que currar los fines de semana y fiestas de guardar por un magro sueldo. No es baladí pedir respeto para que el rollo-bodorrio le resulte al respetable gremio, cuanto menos, más soportable. Por los demás tomo nota de todo, incluyendo el «cuando puedas», en el que sí he caído a veces. Apreciaciones de fino observador las de Fuster, aunque creo que esto no sería sino el entremés de lo mucho que nuestro amigo podría hablar del tema, lo creo de veras. Digamos que esto es unas «primeras instrucciones para convivencia». Por cierto, en lo que a mí respecta, no detesto nada tanto como cuando en el sector de mesas afines a uno de los consortes se grita pañuelos al viento que «EL NOVIO ES COJONUDO» y a continuación, en rabiosa competencia, gritan lo mismo los otros respecto a la novia… y así, en una espiral bélica de a ver quien grita más como si se tratara de un zoológico y hubieran todos regresado a las etapas filogenéticas del simio. Le quiero, Paco, ya lo sabe,y enhorabuena por el asunto académico del otro día.

  9. El título del libro cuarto de «Instrucciones…» me fascinó en su momento, y lo sigue haciendo cada día que lo leo. Cada día que lo leo. Don Miguel, permítame.

    Tú eres el viento el dolor la muerte

    ¡Vibra feliz intervalo
    que lo vivos llaman Muerte!
    Disipa la voz antigua
    del muro que impide
    respirar. Vibra viento solano
    y aventa las palabras
    del desierto que los vivos
    llaman noche. Quiero
    llorar fuego entre las piedras
    antes de cegar mi lengua:(…)

  10. Estaba de viaje ¿No? A mí me escribió hace días y aún no le he conestadoz, y eso que me ponía la tricolor :-) (cada vez soy más desastre).

  11. Doña Ana, completamente de acuerdo con usted respecto a sus apreciaciones sobre el señor Fuster. Pero la verdad es que es una maravilla conocerles a todos ustedes, incluyendo a nuestro amigo Pedro.

  12. Sr. Fuster, usted es de esas personas que hacen siempre bien todo lo que se proponen. Puede ser un buen camarero, un buen historiador, un buen escritor…
    Siga trabajando como hasta ahora, que todo lo que se proponga lo conseguirá, claro que sí.

    Un abrazo.

  13. Antes de decir nada, digo que -con permiso de los lectores del blog de Justo- este modesto pero sincero texto va dedicado a modo de homenaje, a toda la gente (camareros, maîtres, jefes y otros empleados) con la que he convivido tantas y tantas horas en estos últimos ocho años en el Restaurante San Patricio de Alginet:
    http://www.sanpatricio.net

    No lo sé con exactitud, pero no es descartable que esta próxima Nochevieja sea la última que pase trabajando allí. Luego no sé si seguiré yendo, si iré pero menos días que ahora o si ya no volveré a trabajar. Si he trabajado todos estos años ha sido para pagarme la carrera. De otra forma, a mis padres les hubiera sido imposible sufragar ese gasto (mi hermano mayor -que también trabaja allí, aunque menos tiempo que yo- también se ha costeado su carrera). Digo que no sé si trabajaré porque -como aquí se ha dejado caer- me han concedido recientemente una beca de investigación que, en principio, tiene como fin ese mismo, que pueda investigar sin necesidad de trabajar. Ya se que algunos pensarán que lo de la sociología de las bodas también es investigar (incluso ese libro pendiente), pero no van por ahí los tiros. La beca es para costear el importante gasto que supone para cualquier persona matricularse en un Master y elaborar una tesis doctoral, que es lo a mi me preocupa y ocupa ahora mismo.

    Dicho esto, que explica en parte el tono nostálgico de mis palabras, paso a comentar algo. Gracias por tus palabras Alejandro. Al pedirme que siga por este camino supongo que te refieres al tema nupcial-antropológico. Te diré una cosa. Aunque es un tema que nada tiene que ver con mi futura tesis, cuando uno ha sido camarero, el defecto profesional hace que siempre mantegas la guardia cuando estás en un restaurante. En «La chaqueta metálica» se dice que donde que donde hay un marine está todo el cuerpo de marines y que un marine nunca deja de serlo (aquello del «semper fidelis»). Salvando las distancias, te digo que un camarero que ha sentido su profesión, nunca deja de ser camarero. Enlazando con lo que dice Montesinos de la crisis, les digo a todos que últimamente han vuelto a trabajar camareros ya veteranos, que estaban cuando yo empecé pero se lo habían dejado. Como la crisis es bastante real, han tenido que volver a trabajar (algunos con una edad importante) para sacar adelante a sus famílias o para que sus hijos estudien en los mejores colegios. De ellos he aprendido muchas cosas, entre otras, que servir platos y llevar la bandeja, es algo que no se olvida.

    Muchas gracias también a Ana Serrano. Gracias por leerle con ese entusiasmo. Cuando lo redacté ayer por la noche (estuve varias horas porque no sabía como empezar ni como encauzarlo) pensé que podía limitarme a enlazar anécdotas o podía contar mi propia experiencia. Ese texto no es -por razones obvias de espacio- todo lo que me sugiere el tema, pero si le digo que nada es inventado, que cada palabra está basada en hechos reales o en lo que me han inspirado esos hechos. Aunque no nos conozcamos en persona (nos conocemos de varias temporadas del blog y ya sabe que yo soy más del trato personal), yo también estoy orgulloso de conocerla. A ver si algún día coincidimos y comprueba en persona que tampoco es para tanto. Ya sé que no doy el perfil -como se dice ahora- de lo que es la juventud actual, pero también le digo que eso ha ocurrido siempre. Lo más visible es lo que hace ruido y se sale de la norma, normalmente para mal. Que un joven se saque una carrera trabajando los fines de semana, es algo que para muchos no tiene mérito.

    Y a Montesinos le digo lo mismo: que yo también le quiero y la aprecio. Y que gracias por tu enhorabuena, a ti y a todos los que me lo han dicho.

    Las anécdotas que me pide Justo me resultan muy difíciles de explicar. Son tantas que me bloqueo y no puedo elegir. Tengo fama -mi amigo Pepe, maître de San Patricio- así me lo ha dicho, de contar muchas anécdotas de lo que me pasa cada noche. Allí llegamos a coincidir hasta cincuenta camareros en una noche. Cada uno pensamos que lo que nos pasa a nosotros. solo nos pasa a nosotros, pero no es así. Cada boda es una historia y cada mesa es un mundo. A mi las anécdotas, además, me gusta contarlas en persona, gesticulando y enfatizando. Si las escribo se pierden muchos matices.

    La mayoría se las pueden imaginar. Como cualquier oficio, el de camarero tiene sus gajes. He visto caídas de camareros, platos y bandejas volando, gente que se ha desmayado o atragantado, borrachos que vomitan en la mesa…Quizá una de las más destacadas que hemos padecido es la que reflejo en el texto del contenedor de basura. Dentro de las burradas que se hacen en las bromas al novio, esa sobrepasó los límites de lo imaginable. No sé como serán los contenedores de basura de sus ciudades pero aquí en mi pueblo, son unos armatostes verdes con ruedas y con una tapa. Digo en el texto que los amigos lo subieron por el ascensor pero no creo. Quizá lo subieran entre varios por las escaleras. La idea era meter al novio dentro (ignoro si éste trabajaba de basurero -normalmente las bromas tienen relación con el oficio del novio-), cerrar la tapa y luego «pasearlo» entre las mesas a base de empujones teóricamente controlados. Pese a que la cosa se veía venir, nadie dijo nada hasta que una de las embestidas del contenedor, éste fue a dar contra un pilar rompiendo una placa de mármol de considerables dimensiones. Entonces fue cuando todo el mundo (invitados, padres de los novios avergonzados, camareros y sobre todo, mis jefes) se percató de que ya no había marcha atrás y de que la broma había resultado bastante pesada y cara.

    Todo este tipo de incidentes se ve en el salón, pero luego está otra parte de las bodas que ustedes no ven: la cocina. La cocina, que en mi caso en una macrococina (hay días que se da de comer a mil personas), es otro lugar que haría las delicias de cualquier analista. No me quiero extender porque ya es abusar, pero en otro capítulo hablaremos del funcionamiento de una cocina para 700-800 personas. Hay que verlo.

    De todas formas, insisto en que lo más importante es no perder nunca la calma, ni entre los propios compañeros de trabajo ni, por supuesto, entre trabajadores y clientes. Es dificil porque se trabaja a mil por hora y porque el estrés es algo consustancial al camarero. Si a eso le añades algún problema personal externo al trabajo, lo más normal es que acabes pagándolo con el primero que se te cruce. A mi me ha pasado y a casi los que allí estamos también. Hay gente -como la tipa que cito en mi texto- que intentan ponerte a prueba, tensar la cuerda para ver hasta donde llegas: la idea es que saltes y te piques para que ella luego pueda quejarse a tu jefe -via el novio o la novia- y volver a lo del cliente y la razón. Otra anécdota (para que no se diga que escurro el bulto) en este sentido. Ésta ocurrió en el restaurante que hay donde yo trabajo (aquello es un complejo con varias salas para bodas y un restaurante independiente)y le sucedío a un compañero con más experiencia que yo. Una vez -me contaba- un cliente del restaurante quiso llamar su atención a base de silbidos. Lo típico, que estás atendiendo a otra mesa u otros menesteres y el maleducado de turno no se puede esperar. La primera reacción suya fue obviarlo, ignorarlo y no darle importancia. Sin embargo y como veía que no cesaba en esta práctica, mi compañero no tuvo más remedio que acercarse a él y decirle: «¿Tu me has visto cara de perro?» El cliente que entendió que se había pasado le dijo: «No». Y mi compañero no tuvo más remedio que decirle: «Pues vuelves a llamarme a mi o algún compañero silbando, te levanto y te echo a la calle». Esto fue lo que ocurrió. E Iván, el chico que nos dio el curso que cito en el texto y que ha sido maître en algunos de los mejores restaurantes de España (ha trabajado para Ferran Adriá), nos dijo que el había visto al maître del restaurante Zalacaín (uno de los más reputados de Madrid) sacar a empujones de allí a un cliente que estaba molestando a los demás.

    En fin, que la educación y las buenas formas son algo que van con la persona y que la imagen del camarero como alguien que solo entiende de copas y solo sabe llevar una bandeja, es solo eso, una imagen.

  14. Señor Fuster, Me alegro mucho de que tenga esa beca que le permitirá dedicar más tiempo a la investigación histórica. Tarea también ingrata muchas veces, pero que proporciona otro tipo de satisfacciones que usted seguro ya conoce y que ahora conocerá mejor. Le deseo los mayores éxitos.

    Para ser un buen profesional, en cualquier ámbito, es de gran ayuda ser una persona observadora, interesada por lo que acontece a su alrededor, que no tema las tareas a las que tiene que enfrentarse y que ame el trabajo bien hecho. Creo que reúne esas cualidades (y alguna más).

    Quiero compartir con ustedes la felicitación que he remitido a mis conocidos en estas fechas: puede que en 2009 no puedan hacer todo lo que quieran, pero que quieran todo lo que hagan

  15. Ya sé, Paco, lo que me dice de los jóvenes. Acabo de escribir en mi foro una crítica apasionada al debut como director de orquesta de un chico de 24 años, compañero de mis hijos. He dicho muchas veces que mis hijos son músicos y me consta que ellos y sus compañeros trabajan como fieras, como los que se dedican al deporte y a otras tantas cosas, pero los que, como usted, se pagan sus estudios trabajando y, lo que es más importante, sin avergonzarse de lo que hacen, no sólo demuestran su tesón y su esfuerzo, demuestran sobre todo su talento. Aunque no quiera, aunque su modestia le impida reconocerlo, es un valor añadido y su padres pueden estar muy contentos de lo que han hecho con ustedes, que nada es casual ni fruto, meramente, de la suerte.

    Pero vengo a decirle que tengo un amigo eminente psiquiatra; es el jefe de psiquiatría infanto-juvenil del Hospital Clínico de Madrid, que me cuenta muchas cosas curiosas para los profanos como yo, como, por ejemplo, que los locos no enferman y que no hay cáncer en los manicomios. Él me ha dicho que las tres profesiones más estresantes que hay y que producen mayores patologías psiquiátricas, como depresión o alcoholismo, son la de cirujano, profesor y… camarero. Siempre he valorado cualquier profesión, pero esa suya, de la que no piensa renegar en su vida, desde que hablé con mi amigo, mucho más y trato de esmerarme cuando me sirve alguno de ellos para facilitarle la labor. En Horcher, durante una comida en que ayudé a un camarero al que se le caía la bandeja, se le caííía, se le caía, recibí por su parte la mirada de mayor agradecimiento que me hayan dedicado jamás y ¿Sabe? Sí, claro que lo sabe. En mi mesa había aristócratas y gente de altísimo nivel, tan mala gente y desconsiderada como los que usted conoce que dijeron eso de “Qué cosas tiene Ana”, pero había alguien, quizás la persona de las allí presentes que mayor respeto me merecía y que estaba a mi lado, que me dio las gracias en voz alta, porque iba a levantarse él para ayudar. Era Carlos Ferrer Salat qepd. Los gamberros, las gentes mal educadas y desmedidas, son una condena que ustedes sufren, encima, desinhibidos por el alcohol. Tienen un mérito tremendo.

  16. Ramón quiere compartir con todos nosotros la felicitación que ha remitido a sus conocidos en estas fechas: «puede que en 2009 no puedan hacer todo lo que quieran, pero que quieran todo lo que hagan». Me parece un espléndido lema que resume muy bien la sabia lección que Paco Fuster ha impartido. Espléndido lema, pues. Yo no lo había verbalizado así, pero de unos años a esta parte procuro vivir así: ya que no puedo hacer todo lo que quiero espero querer todo lo que hago.

  17. Eso que dice Ramón de querer todo lo que uno hace, lo verbalizó -mejor que nadie, para mi gusto- en su día Fernando Pessoa, en un precioso poema titulado «Oda» que es, no solamente mi poema preferido sino, yo diría, las palabras que desde que más me han marcado. Esto sí, que es un regalo:

    – Oda –

    Para ser grande, sé entero;
    nada tuyo exageres o excluyas.
    Sé todo en cada cosa.
    Pon cuanto eres en lo mínimo que hagas.
    Por eso la Luna brilla toda en cada lago,
    porque alta vive.

    Ricardo Reis – Fernando Pessoa

  18. Pon interés en lo que haces, viviéndolo como si fuera un acto de creación (siempre que eso sea posible). Hacerlo así nos da la satisfacción del amor propio y, además, aprendemos. Es lo que creo que Francisco Fuster hace con su oficio de camarero.

    Y es lo que les digo a mis alumnos cuando se abandonan a lo fácil y a lo desastroso: lo que tengamos que hacer hagámoslo con interés y con amor propio, con vergüenza torera; como si eso fuera lo último de nosotros, como si en ese acto menor se resumiera el individuo que cada uno fue y el estilo personal que le caracterizó; como si en esa acción comprometieras a la humanidad. Pero hazlo con humor y seriedad, que es lo contrario de la presunción y la gravedad.

  19. Segue o teu destino, 

    Rega as tuas plantas, 

    Ama as tuas rosas. 

    O resto é a sombra 

    De árvores alheias.

    A realidade 

    Sempre é mais ou menos 

    Do que nós queremos. 

    Só nós somos sempre 

    Iguais a nós-próprios.

    Suave é viver só. 

    Grande e nobre é sempre 

    Viver simplesmente. 

    Deixa a dor nas aras 

    Como ex-voto aos deuses.

    Vê de longe a vida. 

    Nunca a interrogues. 

    Ela nada pode 

    Dizer-te. A resposta 

    Está além dos deuses.

    Mas serenamente 

    Imita o Olimpo 
No teu coração. 

    Os deuses são deuses

    Porque não se pensam.

    Fernando Pessoa 
(Odes de Ricardo Reis)

    [Nota: no creo necesaria la traducción, pero podría intentarlo si alguien la demanda, aunque no pueda alcanzar la calidad poética ni la musicalidad del original]

  20. Querido Paco, que me alegro muchísimo de eso que ya todos sabemos. Que si le puede quitar de camarero, por mucho que usted le haya sacado partido (como a todo lo que hace) pues mucho mejor. Que ya se ha merecido el poder dedicarse a sus estudios a pleno pulmón.

    Por supuesto que no le ha desmerecido en nada trabajar de camarero (véase, en prueba, su excelente escrito). Es usted de esas «raras avis» que llevan a buen puerto todo lo que emprenden. Está claro que usted pone cuanto es en lo mínimo que hace…:-)

    Don Ramón, realmente no es necesaria la traducción. La belleza es un idioma universal, sólo hace falta escucharla para entenderla. Gracias por su regalo.

    Por favor, don Justo, pónganos otra cosita, que no se relacione con comer ni beber, que una ya paga este tipo de excesos. Por no hablar de otros…

  21. Eso, eso, que don Justo hable de esos otros excesos…

    En cuanto a la narración, mi enhorabuena a don Paco Fuster. No es fácil hilar una narración pero, aunque sólo sea un esbozo, sí se advierte su habilidad para tejer y destejer situaciones y tiempos y contratiempos. Un saludo.

  22. «Lo que tengamos que hacer hagámoslo con interés y con amor propio (…) como si eso fuera lo último de nosotros, como si en ese acto menor se resumiera el individuo que cada uno fue», dice don Justo.

    Esa actitud se le nota a Paco Fuster, y pienso que no es fácil conseguirlo, que hay que ser muy valiente para hacer las cosas así, dando lo mejor que uno tiene en cada palabra, en cada línea, en cada párrafo. Mis respetos, señor Fuster.

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