Todos somos intelectuales

Todos somos intelectuales. Si es por pensar y juzgar, todos somos filósofos, decía Antonio Gramsci. Vemos y nombramos, damos sentido a las cosas y evaluamos. Ahora bien, con frecuencia eso lo hacemos de carrerilla: con creencias o ideologías que se nos imponen. ¿Qué es lo preferible? ¿Hablar de prestado, pasivamente?

No, responde Gramsci. Hay que pensar y juzgar con autonomía y con crítica: cada persona debe interrogarse sobre lo que hay, sobre lo que ocurre y sobre sí misma, participando activamente en la historia del mundo. Si no lo hacemos nos impondrán opiniones e ideas ajenas: nos someteremos con docilidad.

Todos somos intelectuales. Discurrimos y creamos, nos expresamos e intervenimos en la sociedad. Son intelectuales quienes cumplen esa función y quienes se comprometen públicamente, analizando y exponiendo sus resultados. En principio, no todas las personas desempeñan dichas tareas.

En realidad, cada una puede hacerlo: si de lo que se trata es de pensar y juzgar, la convocatoria es común. Hacen falta voluntades y razones, gentes decididas a pensar por sí mismas, decididas a intervenir y a comunicarse. Eso nos pone en un compromiso: es decir, nos compromete.

Antonio Gramsci fue un filósofo italiano, un intelectual antifascista. Pero fue también un hombre corriente. Murió en 1937, tras años y años de cárcel. En la celda no dejó de pensar y juzgar el mundo terrible que le tocó vivir: razonó, escribió y anotó sin acobardarse.

Sus cavilaciones siguen siendo actuales y nos ayudan a evaluar nuestro propio mundo. ¿Quién piensa por nosotros? ¿Quién nos impone la visión y la versión de las cosas? Gramsci vuelve para proclamar la autonomía del pensamiento y el compromiso de la razón. Necesitamos observadores críticos: necesitamos observar críticamente.

Justo Serna y Anaclet Pons han seleccionado, traducido, introducido y editado nuevamente las anotaciones de Antonio Gramsci en un libro titulado ¿Qué es la cultura popular? El resultado es un volumen de reflexión, un conjunto de instrumentos, una caja de herramientas intelectuales. La destapa Ana Noguera.

Presentación de ¿Qué es la cultura popular?, de Antonio Gramsci (Publicacions de la Universitat de València). El texto superior es un reclamo, una invitación al acto de presentación  del libro de Gramsci del que somos editores, traductores e introductores Anaclet Pons y yo mismo. El acto se realiza gracias a Fran Sanz y a otros amigos (vinculados a Esperanza socialista).

Día, hora y lugar de presentación:

Miércoles 15 de febrero de 2012 a las 19,30 h. en el  OCTUBRE. Centre de Cultura Contemporània
C/ Sant Ferran, 12 – 46001 València
 Presenta el acto

Francisco Sanz.
Abogado. Miembro de la Plataforma Esperanza socialista. Manolo Mata.

Presentan el libro

Ana Noguera Doctora en filosofía, miembro del Consell Valencià de Cultura y profesora de la UNED de Valencia

Anaclet Pons Coautor del libro y profesor de Historia Contemporánea de la Universitat de València

Justo Serna Coautor del libro y profesor de Historia Contemporánea de la Universitat de València

Entidades

Publicacions de la Universitat de València

Esperanza socialista. Manolo Mata  

Octubre. Centre de Cultura Contemporània

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Ronald Fraser. En busca de un pasado

Uno. Cuando se escribe una nota necrológica hay un precepto: no se debe escribir del fallecido si es hablar de uno mismo. Esta regla se incumple frecuentemente, casi siempre. Queriendo decir algo de la persona que abandona la vida terminamos hablando de la persona que nos abandona.

Acabo de leer un obituario que Julián Casanova dedica a Ronald Fraser, historiador británico afincado en España: concretamente en Valencia. El investigador español termina diciendo: «Ronnie me honró con su amistad, en Londres y en España, y para mí siempre fue una referente en el aprendizaje de cómo imaginar y escribir historias. Yo lo recordaré y se lo recordaré a otros». Como pueden ver, Julián Casanova incumple punto por punto ese precepto y su sentida nota acaba siendo exactamente la despedida de un amigo.

Dos. Al hablar de Ronald Fraser es difícil seguir esa regla de la distancia y la objetividad que imponen las necrologías: se dejaba querer, era muy próximo, mostraba interés manifiesto por lo que hacían los historiadores españoles. Precisamente por eso, yo también incumpliré esa norma: lo conocí, lo traté y siempre me dedicó una generosa atención. «Te leo», me decía siempre que me veía. Aurora Bosch, su compañera, y colega de mi Departamento lo corrobora. Y al escuchar eso yo sentía un orgullo y mucho apuro.

Era un hispanista, sí, pero sobre todo era un investigador paciente, inquisitivo, amante de la documentación. Era muy escrupuloso con las fuentes históricas, razón por la cual podía emplear años y años en las pesquisas que llevaba a cabo: principalmente, las contiendas, los conflictos españoles. Había nacido en 1930 y, sin duda, la Guerra Civil lo marcó, como marcó a toda una generación de jóvenes intelectuales que crecieron  y maduraron en Gran Bretaña bajo el mito del antifascismo y con la leyenda remota de la lucha peninsular. Desde el Romanticismo hasta hoy, muchos ingleses han vivido y se han sentido atraídos y desazonados por el caso español: lo peculiar, lo castizo y lo mediterráneo, pero también el coraje, el valor y la gallardía de unos meridionales que sabían expresar sus inquinas y que sabían expresarse sin la censura que impone la corrección británica.

Hoy se escribe justamente de Recuérdalo tú y recuérdalo a otros (1979) o de La maldita guerra de España (2006). Se habla muy merecidamente de ambos volúmenes de Fraser. Yo mismo aún recuerdo cuando siendo muy joven leí la entrevista que se le hizo en El País a propósito de aquel libro de 1979. Ahora la hemeroteca me devuelve esas palabras.

Tres. Pero, de todas sus obras, aquella que más me interesó fue En busca de un pasado (1987): una inspección inmisericorde en la historia particular, una indagación sobre el parentesco, sobre la progenie. El prólogo español lo firmaba Carlos Castilla del Pino… Fraser se valía del psicoanálisis para hablarnos de la familia, gente de las clases distinguidas británicas: de un padre severo con altas responsabilidades y de una madre norteamericana, cariñosa, jovial y siempre ausente, a la que idolatraba. Hablaba de su hermano, de su tata alemana de la que se tuvo que despedir, y hablaba, en fin, de esa Inglaterra que se enfrentó bravamente al nazismo, esa Inglaterra que algunos de nosotros también hemos idolatrado.

El subtítulo del libro lo decía todo: La mansión, Amnersfield, 1933-1945. Una mansión es un recinto por descubrir y, seguramente, es un símbolo materno. Pero una mansión es una mansión es una mansión. Leí En busca de un pasado hace veinte años en un ejemplar que me prestó Isabel Burdiel. Les estoy muy agradecido: a Isabel, por haberme descubierto esa obra; y a Ronnie, por haberme mostrado que el historiador no estudia cosas ajenas, distantes; sino asuntos propios, materias que directamente le conciernen y le conmueven.

17 comentarios

  1. Hoy, Sábado 11 de febrero a las 20 horas

    Presentación del primer libro de la nueva Serie Ibsen de teatro, de Editorial Cocó:

    Su turno, de Javier Sahuquillo y Carmen Cebrián

    En Kafcafé

    Calle Arquitecto Arnau, 16, Valencia.

    Con los autores y con Justo Serna

    A las 20 horas

    http://www.facebook.com/events/322055137830662/

  2. No pude acudir finalmente a la presentación del libro Su turno y bien mal que me supo: el local sólo estaba a dos calles de mi casa. Pero primero un contratiempo familiar –nada grave pero molesto– y luego un trancazo morrocotudo me doblegaron. A la hora de la presentación, yo estaba tiritando y con un manta sobre los hombros: una imagen nada insólita en mis inviernos griposos. Estaba con una manta, ya digo, y con ella continúo a estas horas: parezco Linus.

    Me perdí la presentación de Sahuquillo y Cebrián. Les recomiendo el teatro burlesco que han escrito. Está pensado para hacer reír con ocurrencias muy opotunas: es decir, el lenguje justamente como oportunidad, como acontecimiento u ocurrencia de lo reprimido, el chiste como formación indirecta de lo inconsciente, de aquello que nos callamos o por pudor normalmente no expresamos. Pero el teatro y su lenguaje como materia verbal de lo vivido y sentido y no dicho: como espacio escenográfico de la vida que no ocurre precisamente.

    En Su Turno sale Dios y entran unos cuantos humanos. Es una obra piadosa, sacra, pero pasada por cedazo del absurdo: desde Jardiel Poncela a Jorge García Berlanga; una obra en la que percibimos ecos de Franz Kafka y en la que hay algo de aquella fatalidad sarcástica de Mariano José de Larra, aquella por la que deploraba el estado de España.

    Imaginen: todo eso, debidamente combinado, y convenientemente aligerado con casticismos, era el cóctel que nos ofrecían.

  3. F ra n c i s c o   G i m e n o    B l a y

    Entre tots ho farem tot
    Candidatura al Decanato de Francisco Gimeno Blay
    Facultat de Geografia i Història                                          
    Universitat de València

    Sigue adelante y con muy buena acogida la campaña electoral que está llevando a cabo la Candidatura que encabeza Francisco Gimeno Blay.

    Aparte de la presentación general, que reunió a profesores, personal de administración y sevicios y a estudiantes, los miembros de dicha candidatura están teniendo sesiones o convocatorias estamentales con los diversos miembros de la Junta de Facultad. Serán quienes voten al nuevo decano.  

    Francisco Gimeno Blay es un acreditado investigador, un experto en saberes cercanos y arcanos, un erudito en culturas remotas y actuales. Lo mejor que le puede ocurrir a una Facultad con académicos variados.

    No sé por qué pero el candidato me recuerda a un Dean de Oxford, uno de los más célebres, alguien que supo elevar su Universidad a las cotas más altas del prestigio. Me refiero a Henry George Liddell: gestión y conocimientos. El profesor, abierto y sensible, le supo poner también su punto exacto de guasa: tras ese rostro de severo académico había un hombre muy imaginativo.

    Francisco Gimeno Blay ha sabido formar un buen equipo del que muchos esperamos mucho. Entre todos lo haremos todo, dice su slogan. Es una esperanza para una Facultad en la que algunos han confundido la gestión con el medro o con el tedio.

    Esta candidatura ha despertado ilusión: fundadamente. Recoge lo mejor de decanatos anteriores, personas con experiencia y éxitos probados. Presenta un programa con ideas realizables. Rafael García Mahíques, Encarna García Monerris, María José López García y Rafael Narbona son su garantía.

    http://www.facebook.com/media/set/?set=a.3152049000695.157004.1249255273&type=1

  4. Cualquiera que lea – en los comentarios al post anterior a este – lo de mi «fichaje» para el catálogo de la exposición «Covers» pensará que tengo un «caché» muy alto o que ha sido una negociación intensa. Evidentemente, el placer de colaborar en el texto de ese catálogo es mío: por el tema general de la exposición y, sobre todo, por la grata vecindad que encontrarán mis textos.

    El otro día escribía aquí que lo que se expone en «Covers» tiene mucho que ver con la cultura pop americana. Un investigador podría estudiar la vida en los EE.UU de los sesenta a través de todo lo que el visitante podrá ver el mes que viene en La Nau, y a través de algunas referencias bibliográficas y musicales que a buen seguro apareceran de alguna forma en ese catálogo. En España la historia de la cultura popular en el período contemporáneo todavía no ha adquirido el estatuto y el prestigio que sí que tiene en los EE. UU. y, salvando las honrosas excepciones (la tesis de Óscar Gual sobre los cómics que se leían durante el Franquismo es un claro ejemplo), la Academia sigue sin ver con buenos ojos a la gente que usa como fuente para sus investigaciones las series de TV, la música o la literatura de masas que se sale del canon de los grandes nombres. Es una reflexión que enlaza bien con los textos recogidos en la antología de Antonio Gramsci y creo que estaría bien recordárselo a los asistentes a la presentación del libro. Las ideas de Gramsci sobre la importancia de estudiar las manifestaciones culturales de las clases subalternas (el folklore, la literatura folletinesca, etc.) siguen de plena actualidad, igual que su teoría sobre la existencia de una cultura hegemónica y su definición de la crisis como un momento de transición – un interregno – en los que unos valores viejos mueren y otros nuevos no terminan de nacer. Todo muy actual.

    En mi caso personal, y enlazando otra vez mi colaboración en «Covers» con mi lectura de «¿Qué es la cultura popular?» (PUV, 2011), he detectado en las últimas semanas que – salvando las distancias – estoy un poco en un «impasse» o fase de transición entre dos proyectos. Me explico. Una de las cosas que más gusta de esta edición de los textos de Gramsci es la incidencia que ponen Justo Serna y Anaclet Pons en su magnífica introducción a la hora de explicar la peculiar naturaleza de los textos gramscianos y las condiciones específicas en las que fueron escritos. Es algo conocido de todos, pero conviene recordarlo porque a veces la gente cita los «Cuadernos de la cárcel» y pierde de vista eso: que son textos escritos en condiciones muy precarios en todos los sentidos; en una situación particular que condicionó mucho su contenido y su forma. En la página 11 del estudio introductorio a esta edición se reproduce una cita de una carta que envía Grasmci a su cuñada desde la cárcel en la que el intelectual italiano explica que se siente desorientado y que necesita un plan de trabajo intenso que ordene sus ideas y, a la vez, le ordene a él mismo. Como le sucede Tim Robbins en «Cadena perpetua»: algo de lo que se pueda ocupar de forma sistemática y que le sirva para estar distraído y ocupado; para no abandonarse y para evitar volverse loco.

    Digo todo esto porque desde que terminé mi tesis doctoral y mientras llega el día de la lectura me siento un poco desorientado en este sentido: voy escribiendo cosas y solventando encargos en este «interim» temporal de unas semanas, pero siento que necesito un proyecto de largo alcance que me sirva para ordenarme. Es una especie de «depresión posparto» en la que se mezcla el cansancio de estos meses de trabajo intenso con la tesis y la idea del deber cumplido y de la necesidad – más psicológica que física – de un parón, de un descanso mental al que no estoy acostumbrado. Mientras escribía la tesis iba cumpliendo con los encargos menores y paralelos sin queja alguna, pero ahora que – teóricamente – tengo más tiempo, me cuesta un mundo concentrarme para escribir cualquier cosa y de ahí mi reticencia a aceptar cualquier responsabilidad por mínima que sea. No tiene nada que ver con la pereza ni con el tema del encargo, sino con la sensación esa de haber hecho un esfuerzo grande y necesitar una asimilación, un reconocimiento, antes de embarcarse en nuevos proyectos.

    En una entrevista reciente, escuché a Luis García Montero explicando que tenía en mente escribir una novela y que tenía mucho miedo porque sabía que le iba a costar horrores empezar a someterse a la discplina que exige este género y que no demandan la poesía o el ensayo. Decía García Montero que una novela requiere un esfuerzo sostenido que el solo había realizado cuando escribió su tesis doctoral y que consistía en levantarse todos los días a las nueve de la mañana y escribir unas páginas de la tesis, con ganas o sin ellas. De este modo, afirmaba el escritor, se consigue que lo que no deja de ser un trabajo gravoso se convierta en un hábito del cuerpo, en una rutina que se realiza de forma automática. Aunque habrá casos y casos, supongo que todos los lectores de este blog que hayan acometido un empresa de este tipo (una tesis doctoral, una novela con un plazo, etc.) sabrán a lo que me refiero.

  5. Acabo de escribir un comentario bastante largo. Le he dado a «Publicar comentario» y ha desaparecido sin rastro. Espero que esté en algún sitio del blog del que se pueda rescatar porque – como todavía estoy medio dormido – no lo he copiado. Si no aparece intento volverlo a escribir.

  6. Decía en ese comentario perdido que la exposición «Covers» se puede entender mejor con la ayuda de Antonio Gramsci y de sus reflexiones sobre la cultura popular. Como apuntaba el otro día, en España todavía no existe una tradición – como si existe en EE.UU – de estudios sobre las manifestaciones culturales de masas o sobre la cultura producida y consumida por las clases subalternas. Con todo el material expuesto en Covers un estudiante americano podría hacer un estudio sobre la cultura pop americana de los años sesenta. También lo podría hacer un investigador español, pero aquí la Academia todavía es muy reticente al trabajo con este tipo de fuentes. Salvo honrosas excepciones (la tesis doctoral de Óscar Gual sobre los cómics que se leían durante el franquismo es un buen ejemplo), los historiadores de nuestro país no suelen considerar como fuentes la música (las letras de la canciones), las obras de la literatura de masas, el cine o las series de TV. Todavía existe un prejuicio muy grande por parte del «establishment» académico.

    Las reflexiones de Gramsci sobre la cultura producida por y para las clases subalternas (el folklore, la literatura folletinesca, etc.), y la interacción entre esta cultura popular y la alta cultura, la cultura hegemónica, pueden ser de gran ayuda a la hora de dar su verdadero valor a esta exposición. El otro día me preguntaba una antigua profesora si veía similitudes entre la crisis de fin de siglo que estudio en mi tesis doctoral y la crisis actual. Le dije que sí y le hablé de la definición de crisis que ofrece Gramsci en sus escritos: un período de transición – un interregno – en el que lo viejo muere (los viejos valores y principios sancionados por el tiempo) y lo nuevo no termina de nacer, de consolidarse. Eso ocurre en Europa en torno al 1900 y creo que algo parecido está ocurriendo en estos años. Más allá de la crisis económica, se aprecia en la gente una cierta confusión. Se cuestiona el modelo capitalista y esta forma de vida basada en el consumo irracional, pero no se logra encontrar un «modus vivendi» nuevo que sustituya a ese antiguo.

    Como decía Nietzsche para la Europa de finales del siglo XIX, parece que vivimos en una situación de interinidad permanente, de una transición entre dos modelos que se alarga más de lo previsto:

    «Nuestro tiempo da la impresión de una situación interina; danse todavía parcialmente las antiguas concepciones del mundo, las antiguas culturas; las nuevas no son todavía seguras ni habituales, y carecen por tanto de cohesión y consecuencia. Parece como si todo se hiciera caótico, lo antiguo se perdiera, lo nuevo no valiera para nada y se fuese debilitando. Pero lo mismo le pasa al soldado que aprende a marchar: durante algún tiempo está más inseguro y torpe que nunca, pues los músculos son movidos tan pronto según el antiguo sistema como según el nuevo, y ninguno de los dos afirma todavía resueltamente la victoria. Vacilamos, pero es necesario que no nos angustiemos por ello y menos que renunciemos a lo recién logrado. Además, no podemos volver a lo antiguo, hemos quemado las naves; sólo resta ser valientes, resulte lo que resulte».

    NIETZSCHE, Friedrich, «Humano, demasiado humano. Un libro para espíritus libres», Traducción de Alfredo Brotons e introducción de Manuel Barrios, Madrid, Akal, 2007 [1878], § 248, pp. 162-163.

    Supongo que el próximo miércoles se hablará de esto y de otros muchos temas porque la antología de textos de Gramsci que han preparado Anaclet Pons y Justo Serna da para mucho. Son muchos temas – y muy actuales – los que toca el intelectual italiano en sus escritos.

  7. Ronald Fraser. En busca de un pasado

    Uno. Cuando se escribe una nota necrológica hay un precepto: no se debe escribir del fallecido si es hablar de uno mismo. Esta regla se incumple frecuentemente, casi siempre. Queriendo decir algo de la persona que abandona la vida terminamos hablando de la persona que nos abandona.

    Acabo de leer un obituario que Julián Casanova dedica a Ronald Fraser, historiador británico afincado en España: concretamente en Valencia. El investigador español termina diciendo: «Ronnie me honró con su amistad, en Londres y en España, y para mí siempre fue una referente en el aprendizaje de cómo imaginar y escribir historias. Yo lo recordaré y se lo recordaré a otros». Como pueden ver, Julián Casanova incumple punto por punto ese precepto y su sentida nota acaba siendo exactamente la despedida de un amigo.

    Dos. Al hablar de Ronald Fraser es difícil seguir esa regla de la distancia y la objetividad que imponen las necrologías: se dejaba querer, era muy próximo, mostraba interés manifiesto por lo que hacían los historiadores españoles. Precisamente por eso, yo también incumpliré esa norma: lo conocí, lo traté y siempre me dedicó una generosa atención. «Te leo», me decía siempre que me veía. Aurora Bosch, su compañera, y colega de mi Departamento lo corrobora. Y al escuchar eso yo sentía un orgullo y mucho apuro.

    Era un hispanista, sí, pero sobre todo era un investigador paciente, inquisitivo, amante de la documentación. Era muy escrupuloso con las fuentes históricas, razón por la cual podía emplear años y años en las pesquisas que llevaba a cabo: principalmente, las contiendas, los conflictos españoles. Había nacido en 1930 y, sin duda, la Guerra Civil lo marcó, como marcó a toda una generación de jóvenes intelectuales que crecieron y maduraron en Gran Bretaña bajo el mito del antifascismo y con la leyenda remota de la lucha peninsular. Desde el Romanticismo hasta hoy, muchos ingleses han vivido y se han sentido atraídos y desazonados por el caso español: lo peculiar, lo castizo y lo mediterráneo, pero también el coraje, el valor y la gallardía de unos meridionales que sabían expresar sus inquinas y que sabían expresarse sin la censura que impone la corrección británica.

    Hoy se escribe justamente de Recuérdalo tú y recuérdalo a otros (1979) o de La maldita guerra de España (2006). Se habla muy merecidamente de ambos volúmenes de Fraser. Yo mismo aún recuerdo cuando siendo muy joven leí la entrevista que se le hizo en El País a propósito de aquel libro de 1979. Ahora la hemeroteca me devuelve esas palabras.

    Tres. Pero, de todas sus obras, aquella que más me interesó fue En busca de un pasado (1987): una inspección inmisericorde en la historia particular, una indagación sobre el parentesco, sobre la progenie. El prólogo español lo firmaba Carlos Castilla del Pino… Fraser se valía del psicoanálisis para hablarnos de la familia, gente de las clases distinguidas británicas: de un padre severo con altas responsabilidades y de una madre norteamericana, cariñosa, jovial y siempre ausente, a la que idolatraba. Hablaba de su hermano, de su tata alemana de la que se tuvo que despedir, y hablaba, en fin, de esa Inglaterra que se enfrentó bravamente al nazismo, esa Inglaterra que algunos de nosotros también hemos idolatrado.

    El subtítulo del libro lo decía todo: La mansión, Amnersfield, 1933-1945. Una mansión es un recinto por descubrir y, seguramente, es un símbolo materno. Pero una mansión es una mansión es una mansión. Leí En busca de un pasado hace veinte años en un ejemplar que me prestó Isabel Burdiel. Les estoy muy agradecido: a Isabel, por haberme descubierto esa obra; y a Ronnie, por haberme mostrado que el historiador no estudia cosas ajenas, distantes; sino asuntos propios, materias que directamente le conciernen y le conmueven.

  8. Joder, Justo, perdón por no cumplir los preceptos de las necrológicas. Tendré que ir a la escuela

  9. Querido Julián, yo mismo incumplo el precepto de la nota necrológica. Lo que te reprocho («Como pueden ver, Julián Casanova incumple punto por punto ese precepto y su sentida nota acaba siendo exactamente la despedida de un amigo») me lo puedo reprochar a mí mismo. De hecho, digo que también incumpliré esa norma según la cual no se puede hablar del finado en términos subjetivos. Pero a la vez me pregunto: ¿es posible escribir de una persona que se ha conocido y estimado sin aludir lo personal? Por tanto, también yo debería ir a la escuela.

  10. La escribí inmediatamente, para no dejar en el olvido a un hombre que tiene unos méritos intelectuales notables, por decir poco. Veo que ningún otro medio de comunicación se hizo eco y en El País, que están de cambios en la red, ni siquiera la han colgado online. Un hombre tímido y bastante menos conocido que otros hispanistas sin méritos. Imagínate la muerte de otros, en primera página.
    Y quería hacer algo personal. Porque sobre gente que no conozco no me apetece tanto hacer necrológicas, haría artículos de otro tipo. Dejé el incumplimiento para el final, para que el pecado me fuera perdonado pronto.

  11. Julián, comparto lo que dices sobre los grandes merecemientos de Ronald Fraser. Insisto en que yo también incumplo ese precepto. Ojalá otros medios (aparte de tu necrología) hagan hincapié en su aportación. Justo.

  12. Cuanto os agradezco a los dos que hayáis escrito estos artículos tan estupendos sobre Ronald Fraser. Creo que los dos aportáis matices de su personalidad y de su obra que todos compartimos. Yo que solo soy una humilde profesora de instituto, que, eso si, tuvo la suerte de trabajar con él, también estaba indignada por la poca repercusión en los medios de la muerte un hispanista tan importante, y tan cercano a nosotros, vivía aquí. Incluso pensé en escribir algo yo misma. Pero desde luego vuestra pluma es magistral y me siento representada en ella.
    Es curioso acabo de escribirle a Aurora una nota de condolencia y también he hablado de lo que supuso para mi este insigne historiador. Justo, supongo que aquí si que está permitido.

  13. Inés, todo está permitido cuando los sentimientos de pérdida nos embargan. Por Dios, hemos de hacer el duelo y entre otras cosas eso significa decir algo personal, literalmente personal, de nuestra relación amplia o escasa. Le agradezco tus palabras y a ver si nos vemos (o nos leemos por aquí).

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