Los zombis

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Uno. Puede que escribir sobre zombis no aumente la reputación de nadie: desde luego, no es recomendable para profesores. Menos aún para licenciados, doctorandos o alumnos de grado. Vaya eso por delante. Pero los muertos vivientes nos dan mucha vida. O mucho juego, no sé. Hay algo lúdico en todo esto: tan divertido como pasar miedo preguntándonos qué demonios hacemos aquí.

Los zombis pueden servir como metáfora nuestra, de este mundo que nos ha tocado… ¿vivir? Al mirarlos es inevitable que nos veamos a nosotros mismos: son como una copia nuestra, pero degradada. Sencillamente dan o damos asco. Y pena. ¿Han visto bien al tipo de ahí arriba? Sale de un vehículo –como cualquiera de nosotros–, tras una jornada agotadora o tras una vida perra. De paso, los zombis confirman lo que de entrada sospechábamos: si contamos en términos históricos, en breve plazo estamos o estaremos todos inertes, exánimes, sin fuelle.

Pero los muertos vivientes pueden servir también para algo más sencillo, quizá menos egregio: nos preguntamos qué haríamos si nos viéramos perseguidos por individuos voraces, insaciables, sin alma. ¿Sin alma? Vaya, otra metáfora: parece que estamos rodeados de tipos de esa calaña. 

Pueden perderlo todo. Ahora bien, mientras les quede cerebro para infligir el mal, para apoderarse de lo ajeno, para devorar lo apetitoso, nos acosarán. Es sintomático: no tienen cabeza –es decir, prácticamente carecen de inteligencia–, pero ahí los tienen, vivitos y coleando.

Sin ser una serie inmortal, The Walking Dead (2010, 2011) les ha devuelto a la vida. Con esta producción televisiva empezamos un post que tratará de ellos, de los zombis. Habrá conexiones en directo a revistas que traen noticias del más allá, como es el caso de Ojos de Papel. Y habrá enlaces a artículos y libros que recrean a los muertos, artículos y libros que aún no se han enfriado.

Dos. Aparece el nuevo número de Ojos de Papel. Ahora sí. Trae un menú muy completo. Para diferentes paladares. De todos los platos hay tres de difícil digestión: tienen que ver con los zombis. Los diré por el orden aparición:

Hay uno mío sobre The Walking Dead, una aproximación. Hablo de niños y de adultos. También de la sangre y el cuerpo de Cristo. Ustedes me perdonarán.

Hay otro de Alejandro Lillo, dedicado a La noche de los muertos vivientes, de George A. Romero, la película fundacional del género.

Finalmente contamos con una reseña en la que David P. Montesinos desentraña –en fin– Filosofía zombi, de Jorge Fernández Gonzalo.

Les ofrezco esto de momento. Para abrir boca.

Tres. La verdad es que es meterse entre muertos vivientes y las metáforas te salen sin querer. O queriendo. Leo la columna que Juan Planas dedicó días atrás a este asunto que aquí nos convoca y veo que compartimos intereses. ¿Su título? Metáfora de los zombis.

Leo su artículo, en efecto, y veo que se extiende justamente sobre ello: sobre el uso figurado de estos monstruos. A él, los zombis le sirven para dos cosas. En primer lugar, para denostar a los ricachones que se han hecho de oro distrayendo fondos o caudales del erario público: ahí, en Mallorca, los tiene muy cerca. Y, en segundo término, para retratar el estado de una humanidad errabunda y desorientada que camina en manadas: más o menos nosotros, vaya. 

Es raro que Juan Planas no haya dicho nada del aspecto repulsivo de los muertos vivientes. Es raro que no haya comentado que la piel, las vísceras y las carnes se les caen a pedazos. No le reprocho a nuestro amigo ese silencio: entiendo que la corrupción  –o la putrefacción– es algo que nos repele.

Yo he tenido que hacer de tripas corazón para hablar de estas cosas. ¿De qué cosas? De la putrefacción. La de la carne, obviamente. Pero también de la que Juan Planas habla muy oportunamente: la corrupción económica. La verdad es que nos espantamos ante un zombi andrajoso. Pero la putrefacción material de los ricachos  corruptos la toleramos muy bien. Será por eso por lo que la humanidad errabunda no se levanta contra la tiranía del capital: del capital riesgo, quiero decir.

Cuatro. En cierta ocasión, Juan Benet dijo algo que suscribo enteramente y que nos sirve para entender el éxito de The Walking Dead. Es posible que algún purista o académico se escandalice por citar al gran escritor para asuntos tan chabacanos, pues al fin y al cabo los muertos vivientes y la casquería nos hunden en lo más bajo. Decía Benet que el miedo (es decir, la literatura) empieza cuando un niño se pierde. Atención: el orden natural de las cosas es que los hijos sobrevivan a los padres, que la nueva generación reemplace a la anterior. Si un niño se extravía, todo está perdido, en efecto.

En el capítulo primero de la segunda temporada The Walking Dead están todas las claves verdaderamente importantes de esta producción. No es sólo una serie de zombis, sino una historia remotísima y por tanto mil veces leída o escuchada: la historia de niños perdidos, muertos, malheridos; la historia de unos niños a los que sus padres no podrán dejar un mundo mejor que el precedente. La serie capta muy bien el estado de nuestros malestares. Quizá vivamos bien, quizá podamos sobrevivir materialmente bien, pero qué futuro reservamos a nuestros hijos. Para los espectadores es probable que la impresión sea ésa: no hay porvenir asegurado, no hay una reserva de futuro que podamos garantizar.

La supervivencia está llegando a lo más elemental. Primero comer, desde luego. Hay unas hambres en el mundo que son como plagas bíblicas: masivas e inexplicables. O perfectamente explicables: en todo caso, castigos que las víctimas no se merecen. En otro tiempo, los bien nutridos podían echar la culpa a la indolencia de los subdesarrollados o la fatalidad. Ahora sabemos que no hay tal fatalidad. Muchos carecen de lo fundamental cuando podría no ser así.

Pero el futuro también se tambalea en Occidente. ¿Recuerdan ustedes algún momento histórico cercano en que hayamos sentido tanta desazón? The Walking Dead llega en un momento adecuado: su recepción se ajusta a los malestares que padecemos, también muy elementales. Los zombis son nuestros monstruos actuales y tienen una ventaja frente a otras entrañables bestias: carecen de alma, de ánimo, de sentimiento, de sentido. Ni siquiera son propiamente animales que coman para calmar sus hambres. En realidad, son figuras espectrales que con torpeza de movimientos y voracidad insaciable nos zampan.

¿Recuerdan Entrevista con el vampiro (1994)? Los personajes que encarnaban Brad Pitt, Tom Cruise y otros eran tipos dolidos y dolientes; eran varones muy apenados: bellos, eternamente jóvenes, pero siempre insatisfechos. Además se sentían culpables. Qué bello giro dio el mito vampírico: del temible e impenitente Conde Drácula a los neogóticos que inspiró la novela de Anne Rice. Punto y aparte.

El vampiro de Bram Stoker no era «un héroe del romanticismo individualista burgués», según señala David P. Montesinos en su artículo de Ojos de Papel. En absoluto. El Conde Drácula es un viejo noble feudal que sobrevive lastimeramente a una eternidad de siglos, un tipo extraviado que llega a un tiempo que no es el suyo: a una época (la romántica, la individualista, la burguesa) en la que es un extraño. Allí está enajenado y de hecho se maneja muy mal con las nuevas reglas y convenciones del capitalismo británico. Sabe que hacia 1897 Inglaterra es el centro del mundo, sabe que debe ir allá para adueñarse de lo que no le corresponde. Y sabe que los burgueses británicos, esas middles classes, son arrogantes. Se han apoderado del mundo moderno con los mares y con la industria, con el comercio y con el ejército. Pero él, el viejo Drácula, podrá hacer suyo todo eso que los nuevos usurpadores han conseguido.

El Conde sabe que juega una partida de suma cero: lo que los británicos ganen él lo pierde. Y él pierde el sustento, la tierra y la sangre, su principal nutriente. En un pasaje de su obra, Marx habló de los burgueses –a los que tanto admiraba por otra parte– como una suerte de vampiros. Más concretamente dijo: «El capital es trabajo muerto que sólo se reanima, a la manera de un vampiro, al chupar trabajo vivo, y que vive más cuanto más trabajo chupa».

Marx se vale de los vampiros como metáfora y utiliza los recursos culturales que están a su alcance. Pero en la encarnación de Stoker, Drácula no es el capital, el Capital. Es, insisto, el noble feudal trasnochado (vaya que sí) que lucha penosamente por hacerse un hueco y algo más en la sociedad burguesa: una sociedad que ha de proteger a las mujeres, seres presuntamente virginales que están en peligro. Especialmente en la gran ciudad. Diigo esto y recuerdo un libro de historia cultural que lo expresa muy bien: La ciudad de las pasiones terribles (1995), de Judith R. Walkowitz.

Pero dejo el siglo XIX para regresar al mundo de hoy. Los zombis tienen larga vida y, sin duda, La noche de los muertos vivientes, que analiza con tino Alejandro Lillo, es un momento fundacional. Pero, atención, The Walking Dead no es una serie pensada para los fans de este género. No es una producción concebida para satisfacer el apetito de los adeptos. Es una historia de muertos elementales y feroces que atacan lo que debe ser preservado: la comunidad primaria. ¿Película de caravanas? Sí, desde luego. En eso coincidimos Lillo y yo. Pero no es sólo un Western.

Es sobre todo una historia de miedos ancestrales y primarios. Comprenderán que muchos espectadores puedan sentirse interesados por saber si Rick Grimes y los suyos sobrevivirán, si su hijo sobrevivirá, si la niña perdida sobrevivirá: si habrá futuro para ellos. Como decía Juan Benet, insisto, así comienza toda historia primitiva. Así empezó el relato esencial. ¿Qué pecado hemos cometido para que un niño desaparezca? ¿Por qué Dios consiente este dolor?

¿Primitiva, he dicho primitiva? Los primeros hombres, nuestros antepasados más remotos, empezaron a enterrar a los muertos colocándoles encima una losa bien pesada. ¿Para qué? Para que no salieran…

72 comentarios

  1. Creo que tienes mucha razón hay mucho zombi, entre la gente. No sé lo que significa estrictamente la palabra, pero si no lo son lo parecen.

    Esa serie la he seguido un poco, algunas veces parece una película de casquería, algunos zombis están en un estado muy degradado.

    Esperemos que el mundo de los realmente vivos y con inquietudes sea invadido por los zombis reales o similares.

    Saludos Justo

  2. Dos. Aparece el nuevo número de Ojos de Papel. Ahora sí. Trae un menú muy completo. Para diferentes paladares. De todos los platos hay tres de difícil digestión: tienen que ver con los zombis. Los diré por el orden aparición:

    Hay uno mío sobre The Walking Dead, una aproximación. Hablo de niños y de adultos. También de la sangre y el cuerpo de Cristo. Ustedes me perdonarán.

    Hay otro de Alejandro Lillo, dedicado a La noche de los muertos vivientes, de George A. Romero, la película fundacional del género.

    Finalmente contamos con una reseña en la que David P. Montesinos desentraña –en fin– Filosofía zombi, de Jorge Fernández Gonzalo.

    Les ofrezco esto de momento. Para abrir boca.

    Continuará…

  3. ¡La leche! A más de uno he visto yo salir así del coche a la vuelta del trabajo, o de la disco, que por esos ambientes también hay mucho enajenado. El fotograma del zombi me recuerda, no sé por qué, a American Psycho. Sé que la película está inspirada en una novela, pero sólo he visto algún fragmento del film. Más que suficiente para comprobar lo ido que está el protagonista, un yuppie algo psicópata. Detecté en la película enormes dosis de un negrísimo sentido del humor, aunque quizá fue una percepción equivocada. No sé si alguien que la haya visto entera me lo podría confirmar.

    De todos modos ese sentido del humor es algo que añoro cuando de lo que se trata es de hablar de zombis. Si no recuerdo mal la serie Walking Dead, por ejemplo, no deja ningún espacio para hacer alguna guasa; a costa de la halitosis de nuestros congéneres revividos, por ejemplo, o de la arrastrada vida que llevan. Es una lástima, pues aún recuerdo una película del por entonces desconocidísimo Peter Jackson. Era de zombis, claro, y muy interesante, algo gore, todo hay que decirlo, pero con una sangre que se hace mal adrede, para que no te la creas y para que puedas reírte a gusto. Rebosaba humor y guasa por todas partes.

    Por empezar hablando del interesantísimo análisis que el señor Serna realiza del primer capítulo de la segunda temporada de Walking Dead, y simplemente como curiosidad, decir que hay algunos datos muy interesantes vinculados con Atlanta, que es la ciudad que abandonan nuestros protagonistas por la carretera abarrotada de vehículos. Resulta que toda esa zona era, ojito, territorio Cherokee; del mismo modo, si no me equivoco, parte de la novela “Lo que el viento se llevó” se desarrolla en torno a esa ciudad. Es decir, que sí que hay mucho de indios y vaqueros, así como de una potente historia de amor en un contexto de profunda crisis y desmoronamiento de lo existente hasta entonces. Vayan esos pequeños datos por delante antes de entrar en consideraciones más profundas.

  4. Deseo agradecer públicamente en este foro del profesor Justo Serna su colaboración en el nuevo nº de ojosdepapel.com, así como las de Alejandro Lillo y David P. Montesinos. Espero que el fenómeno zombi abra polémicas ricas y divertidas, aunque esos monstruos nada tengan que ver con las mencionadas características, pues son masas pobres y de una monotonía bulímica espantosa. De todos modos, un respecto para el zombi (moderno).

    La serie «The Walking Dead» nos enfrenta con un grupo humano en una situación límite. Avanzada la segunda temporada se constata,. El o los zombis ya son una amenaza más latente que inmediata y, por tanto, queda fijada como un temor irreversible, es el mundo real, el exterior. Pero dicha amenaza, efectivamente, parece canalizada. No obstante, este hecho es precisamente el que provoca las primeras grandes grietas en la cohesión del grupo. Es una metáfora clara de lo que experimenta un conjunto humano ante una aguda y estresante percepción de peligro (¿no les suena a esa prima de deuda tan errática –como un zombi– como pertinaz –como un zombi en manada– en su desasosegante progreso, con bajadas y puntas que nos tienen en vilo?).

    Las jerarquías de la comunidad se comienzan a resquebrajar, las reglas y normas interiorizadas anteriores al apocalipsis pierden sentido, la forma de encarar la lucha por la supervivencia presenta concepciones muy encontradas: ¿qué prima, el sujeto o el grupo? ¿quién está más preparado para liderar en circunstancias extremas, los “militares o los “políticos”? La diversidad de los lazos y de expectativas trastoca la unión. Los individuos que protagonizan la serie se enfrentan con un futuro más que incierto y un mundo, una civilización, con sus pautas establecidas, su moral heredada (por más que la erosión de la nueva contemporaneidad la haya desgastado), se resquebraja.

    En definitiva, es sorprendente cómo una serie dirigida al gran público es capaz de trasmitir con tanta dureza las ambigüedades y contradicciones del comportamiento humano y de las decisiones vitales. Es cierto que siempre surge un atisbo de esperanza, pero pronto reaparece el pesimismo de un horizonte sombrío, al que sólo le falta la atmósfera y el paisaje asfixiante de la película “The Road”. No hay tanta épica del western como parece, al menos hasta el capítulo siete. La escena de la iglesia, tan bien descrita y analizada por el profesor Serna, anticipa la desesperanza. Atentos a la pantalla.

    Saludos cordiales

  5. Tres. La verdad es que es meterse entre muertos vivientes y las metáforas te salen sin querer. O queriendo. Leo la columna que Juan Planas dedicó días atrás a este asunto que aquí nos convoca y veo que compartimos intereses. ¿Su título? Metáfora de los zombis. Leo su artículo, en efecto, y veo que se extiende justamente sobre ello: sobre el uso figurado de estos monstruos. A él, los zombis le sirven para dos cosas. En primer lugar, para denostar a los ricachones que se han hecho de oro distrayendo fondos o caudales del erario público: ahí, en Mallorca, los tiene muy cerca. Y, en segundo término, para retratar el estado de una humanidad errabunda y desorientada que camina en manadas: más o menos nosotros, vaya. 

    Es raro que Juan Planas no haya dicho nada del aspecto repulsivo de los muertos vivientes. Es raro que no haya comentado que la piel, las vísceras y las carnes se les caen a pedazos. No le reprocho a nuestro amigo ese silencio: entiendo que la corrupción  –o la putrefacción– es algo que nos repele. Yo he tenido que hacer de tripas corazón para hablar de estas cosas. ¿De qué cosas? De la putrefacción. La de la carne, obviamente. Pero también de la que Juan Planas habla muy oportunamente: la corrupción económica. La verdad es que nos espantamos ante un zombi andrajoso. Pero la putrefacción material de los ricachos  corruptos la toleramos muy bien. Será por eso por lo que la humanidad errabunda no se levanta contra la tiranía del capital: del capital riesgo, quiero decir. 

    Continuará…

  6. Tomo partido para ajustarles las cuentas en cuanto tenga un rato, pues llevo más de una semana sin ser para nada dueño de mi tiempo. Lo digo, a vueltas también con el artículo de Justo Serna en El País este miércoles, porque no he podido asistir a las últimas sesiones de Bandas sonoras. Es totalmente en contra de mi voluntad, pues el tema del martes, y más contando con la aparición de Mónica Granell, me interesaba especialmente, pero estoy intentando que la faena enloquecida del instituto en estos días pre-semana con fiestas y preevaluaciones no me haga enloquecer. Estaría bien que alguien nos contara un poco cómo estuvo el asunto. De zombis les replico pronto.

  7. Ayer me tragué hasta el capítulo 7, inclusive… Y me temo que no hay más!!!

    La serie, realmente, engancha (no por los zombis, sino por la sucesión de pequeños dramas humanos que se van desencadenando ante una situación que altera todos los valores y en donde ya sólo prima la
    supervivencia). Lástima que el nivel de tales dramas sea, casi siempre, anecdótico… pero es televisión y a la tv yo sólo le pido que me
    entretenga. Misión cumplida, pues..

    En cuanto al aspecto de los zombis… en realidad, y por fortuna, comparados con los que lucen ostentosos relojes de pulsera… es bastante suave:-)
    Un abrazo!

  8. Un respeto para el zombi (moderno), pide Rogelio López Blanco. Un respeto para esta gente tan penosa que carece de humanidad o de planes grandiosos. Son lo contrario del vampiro. Pero no son lo que David P. Montesinos sostiene en su reseña: el Conde Drácula no es eso que dice… Mañana trataré de explicar las razones de mi disidencia.

    Sé también que hay aquí lectores que detestan ‘The Walking Dead’ y que además razonan por escrito su rechazo. Les voy a poner un ejemplo sobresaliente. Por oposición se toman muy serio una película guasona y argumentan contra la reiteración del topicazo. La defienden por contraste a la serie televisiva. Me refiero a Jose Montalbán, autor de ‘Bienvenidos a Zombieland’. Aquí les dejo el enlace.

    Haz clic para acceder a bienvenidos-a-zombieland.pdf

    Lo dicho: mañana viernes regreso.

  9. Algunas matizaciones antes de que el señor Serna le clave el colmillo a mi visión de los vampiros. La primera es que mi escrito es una reseña y, por tanto, sus interpretaciones se basan en las del libro de Fernández Gonzalo, lo cual no significa que yo no las comparta. Digamos que su manejo de la zombisfera que nos rodea me parece astuto y sugerente, y digamos también que puede aportar a sus lectores ángulos de visión sumamente aprovechables sobre un fenómeno de la cultura contemporánea.

    Otra cosa, he leído en cuanto he tenido tiempo los textos que forman parte de este festín zombi que nos estamos empezando a pegar. Vaya, el caso es que todos me han gustado, pero no acabo de encontrar el enconamiento de posiciones con el que se me amenazaba. A vueltas con quienes odian Walking dead, nos linkea Serna el texto de Montalbán. Bueno, si yo fuera fanático de la literatura zombi quizá me molestara, pero no es el caso,aparte de que este escrito va más orientado a otro film sobre zombis que a la serie de la que hablamos.

    No me preocupé de tal temática hasta que mi amigo Ricardo Signes -tras prevenirme de que «ya sé que no te interesan los zombis, pero lee esto»- me cedió el primer número del cómic de Kirkman y Moore. Signes (tienen su blog linkeado en esta página) lleva tiempo ilustrándome sobre tebeos: algunos tratan sobre la evolución del nazismo, otros sobre la Guerra Civil… El de Kirkman y Moore me produjo reservas a priori porque el asunto de los no muertos estos tan feos y malolientes me pareció siempre un poco chorra… hasta que lo leí y le pedí más. Es este asunto el que suscitó mi interés por la serie televisiva, que por cierto al propio Signes no le gusta nada.

    Miren: a mí este producto televisivo no me parece ni magnífico ni imprescindible ni nada de eso… me parece divertido, y eso es decir mucho para un tipo como yo, que tiene esa costumbre tan zombi de encender la tele por la noche y el noventa por ciento de veces dejar de mirarla. porque todo lo que hacen o le irrita o le aburre.(¿Por qué demonios la pongo entonces? buena pregunta)

    Me gusta mucho el tono en el que Rogelio López Blanco se refiere a ella, creo que explica muy bien las claves de su atractivo. Comparto también la impresión hacia el artículo de Serna, en especial al tramo de la iglesia, en el que ha sido capaz de ver mucho más de lo que a mí se me hubiera ocurrido. (Por cierto, también compartimos Rogelio y yo una asociación de ideas, la de toda este mundillo de la ficción catastrofista con The road, una muy digna película surgida de una novela de Cormac MacCarthy que -aviso muy seriamente- sí pienso defender revolviéndome rabioso contra quien la critique)

    Creo que toda la crítica ideológica que podamos hacer sobre un producto de masas como éste puede resultar necesaria. Establecen ustedes -y pienso también en el artículo de Alejandro Lillo- líneas de encuentro entre el grupo de sobrevivientes-pioneros de Walking y algunos de los materiales que nutren el imaginario colectivo norteamericano, como la conquista del Oeste frente a los indios o, intuyo, el comunitarismo fundacional del protestantismo que llegó al Nuevo Mundo. Ahora bien,que un producto de consumo millonario contenga ideología no lo convierte en despreciable, quizá sea incluso al contrario, siempre y cuando estemos alerta y nos armemos de razones para identificar las claves de ese paisaje de valores que crea. Creo que la serie mantiene una correcta tensión narrativa, maneja los tiempos con astucia y consigue algunos momentos de impacto considerable, como corresponde a un relato cuyas pretensiones son las del divertimento.

  10. Otra cosa en relación al artículo de Alejandro Lillo, que, por cierto, me parece excelente.

    No formo parte del culto de adoradores de «La noche de los muertos vivientes», genuina partera de todo este asunto tan presente -al menos a oleadas- en la cultura popular de los últimos cuarenta años. Me sucede con ella lo que con otras llamadas obras de culto, que deambulan a mis ojos entre lo sublime y lo ridículo.Todas las incorrecciones y trampas características del género están ya presentes en el film de Romero, como demuestran Lillo y Montalbán, ¿quién puede negar eso? Si, pese a todo, soy indulgente con ella, es porque cuando la revisité recientemente volví a tener la misma sensación que tengo usualmente con este tipo de productos fundacionales: es rudimentaria, casi brutal, se alimenta de emociones muy básicas, se le advierten las trampas y, lo más sorprendente para cualquier europeo razonablemente ilustrado, funciona bien porque tiene «pegada». Cuidado, no funciona porque sea simplista y requiera espectadores idiotas, funciona porque sacude las zonas más primitivas del cerebro y lo hace de forma hábil y original. Que esto suceda normalmente con producciones norteamericanas -televisivas o no- es asunto que deberíamos analizar con los menos prejuicios posibles.

    En contra de lo que solemos pensar -y estoy pensando en Los bárbaros, de Baricco-, las nuevas olas que invaden, a veces como un gran tsunami, la cultura no son más sofisticadas, complejas y cultas que las que dominaban el panorama anterior. En muchos casos son más toscas y primitivas, se presentan ante el hombre ya adiestrado por una cultura refinada como regresiones brutales y adolescentes, como pura barbarie, en el sentido más histórico de la palabra, porque esa es la imagen que el mundo antiguo nos deja de las invasiones bárbaras.

    Ante el interés de nuestros adolescentes por Walkind dead, o por el hip hop, o, qué sé yo, por los videojuegos o el messenger, mis ilustrados compañeros de profesión adoptan con frecuencia un rictus de desprecio: «bárbaros», esa es la calificación que nos merecen, pues partimos de la base de que no conocen el cine francés ni el realismo italiano, que no soportan leer libros de Dostoievsky y que lo único que quieren es hacer botellón y pegar gritos en los estadios. Creo que debemos incidir sobre todo este mapa de prejuicios, con independencia de que los zombis nos gusten mas o menos.

    Otra cosa, Lillo parece advertir en algún momento de un cierto riesgo de «sobreinterpretación», cuando a vueltas con la película niega que haya razones para comparar la horda de zombis que atacan con la de consumidores que se lanzan en masa a los centros del consumo. Quizá a esto debería contestar el autor de Filosofía zombi. Por mi parte, sólo una cosita. Ulrich Beck, pensador al que leo siempre con enorme respeto, se refirió recientemente a los «bancos zombi», a lo que también alude Fdez Gonzalo en su ensayo. Serían aquellas entidades que, en plena recesión -una catástrofe que ellas mismas han desencadenado en perjuicio de todos- quedan colapsadas en su actividad pero no «mueren» -como debería ocurrir en el capitalismo con toda empresa que fracasa por mala gestión- sino que son artificialmente mantenidas con vida a base de inyecciones de capital. Este capital no les permite recuperar la actividad para la que el banco nació, pero le impide morir… ¿durante cuánto tiempo? Pues no se sabe.

    ¿Es gratuita esta metáfora? Rotundamente no. Una cosa es sobreinterpretar, es decir, forzar un determinado elemento de ficción para que diga lo que nos conviene que diga, y otra es rentabilizar dicho elemento para convertirlo en categoría filosófica.

    Cito a Deleuze y Guattari: «Si hay tiempo y lugar para crear conceptos, la operación correspondiente siempre se llamará filosofía». Yo creo que la función del pensador es diagnóstica, es decir, debe identificar y dar nombre a lo que nos pasa, y, para ello, me parece oportuno recurrir a la metáfora y rescatar elementos de la cultura de masas para desplazar su sentido y enriquecer el análisis, una operación que puede abrirnos a intelecciones novedosas cuando es inteligente y honesta.

    No sé si esto sirve para defender el texto de Fdez Gonzalo, pero sí suscribo plenamente el procedimiento de análisis cultural que lleva a cabo. Hala, les dejo en paz un poco…

  11. Rogelio, es un honor escribir en una revista tan prestigiosa y que cuenta con tantos y tan brillantes colaboradores. Así que el agradecimiento debe ser mutuo, pues el número de diciembre es magnífico. ¿Qué puede haber mejor para recibir la Navidad que un poquito de temática zombi?

    El artículo del señor Planas es bueno, sí señor. Esa metáfora que emplea, calificando de zombis a aquellos que, sin embargo, presentan una buena imagen externa, con sus “lujosos relojes de pulsera, los elegantes abrigos de paño y los trajes de exquisito -y seguro que sangriento- corte”, me recuerda a cierta novela de un tal Oscar Wilde. Ya imaginarán a la que me refiero.

    Dorian Gray no es un zombi, pero el cuadro en descomposición que esconde en el desván revela aquello en lo que se ha convertido, a pesar de que su apariencia externa resulte prístina e inmaculada. Si prolongamos un poco la metáfora del artículo del señor Planas, los zombis de The Walking Dead mostrarían la realidad que se oculta tras esos corruptos y, no lo olvidemos (pues me parece de capital importancia), corruptores. Porque esos señores trajeados y elegantes que tan provechosos negocios realizan también transforman en zombi a todos a quienes muerden.

    Si es que esto de los muertos vivientes da mucho juego.

    El comentario de Rogelio López Blanco sobre la serie televisiva es muy interesante, aunque tiene la ventaja de haber visto más episodios que nosotros. Sin embargo, yo sí que detecto elementos que tienen curiosos paralelismos con la conquista del oeste y cierta épica posterior vinculada a ella. Al fin y al cabo, de lo que se trata es de fundar o crear una nueva civilización, de empezar prácticamente de cero. En realidad, los personajes, aunque están en su país y en su tierra, se encuentran en territorio hostil. En el primer capítulo de la segunda temporada se ve cómo se desplazan… en caravana. Con sus escopetas y sus rifles, con sus mujeres y sus niños, incluso uno de ellos va en una moto, haciendo como aquellos jinetes que se adelantaban a explorar y regresaban después con las nuevas. Sólo les falta, cuando lleguen al lugar convenido, lanzarse a la carrera y, aplastando a cuanto nauseabundo zombi se interponga en su camino, apoderarse del trozo de tierra que les corresponda para criar a su prole y cultivar campos de amapolas. Por otro lado, en el segundo capítulo, la mansión donde llevan al niño herido da la impresión de ser totalmente colonial (digo impresión porque sólo pude ver un poquito de ese segundo capítulo) me recuerda mucho, insisto, no sé si erróneamente, a “Lo que el viento se llevó”, no lo puedo evitar.

    Y ahora luego me pongo con don David.

  12. Entiendo perfectamente la crítica de Motalbán a The Walking Dead. Aunque debo decir que lo poco que llevo visto de la segunda temporada me parece mejor que la primera. Ahora bien, no se le pueden pedir peras al olmo. La serie tiene cosas de risa, algunas de ellas ya comentadas en este blog, como por ejemplo esa escena –no se me olvidará nunca- en la que el poli amigo del prota se pega una ducha con la botella de bourbon. La serie me gusta porque me río con ella, y, como dice don David, porque me entretiene, que ya es bastante vista la parrilla televisiva. Es, además, y en cierto sentido, una serie arriesgada, pues el tema hasta hace bien poco, era muy minoritario. Quizá analizar cómo los zombis han pasado de los márgenes a la centralidad sea todo un reto de análisis histórico y cultural.

  13. Cuatro. En cierta ocasión, Juan Benet dijo algo que suscribo enteramente y que nos sirve para entender el éxito de The Walking Dead. Es posible que algún purista o académico se escandalice por citar al gran escritor para asuntos tan chabacanos, pues al fin y al cabo los muertos vivientes y la casquería nos hunden en lo más bajo. Decía Benet que el miedo (es decir, la literatura) empieza cuando un niño se pierde. Atención: el orden natural de las cosas es que los hijos sobrevivan a los padres, que la nueva generación reemplace a la anterior. Si un niño se extravía, todo está perdido, en efecto.

    En el capítulo primero de la segunda temporada The Walking Dead están todas las claves verdaderamente importantes de esta producción. No es sólo una serie de zombis, sino una historia remotísima y por tanto mil veces leída o escuchada: la historia de niños perdidos, muertos, malheridos; la historia de unos niños a los que sus padres no podrán dejar un mundo mejor que el precedente. La serie capta muy bien el estado de nuestros malestares. Quizá vivamos bien, quizá podamos sobrevivir materialmente bien, pero qué futuro reservamos a nuestros hijos. Para los espectadores es probable que la impresión sea ésa: no hay porvenir asegurado, no hay una reserva de futuro que podamos garantizar.

    La supervivencia está llegando a lo más elemental. Primero comer, desde luego. Hay unas hambres en el mundo que son como plagas bíblicas: masivas e inexplicables. O perfectamente explicables: en todo caso, castigos que las víctimas no se merecen. En otro tiempo, los bien nutridos podían echar la culpa a la indolencia de los subdesarrollados o la fatalidad. Ahora sabemos que no hay tal fatalidad. Muchos carecen de lo fundamental cuando podría no ser así.

    Pero el futuro también se tambalea en Occidente. ¿Recuerdan ustedes algún momento histórico cercano en que hayamos sentido tanta desazón? The Walking Dead llega en un momento adecuado: su recepción se ajusta a los malestares que padecemos, también muy elementales. Los zombis son nuestros monstruos actuales y tienen una ventaja frente a otras entrañables bestias: carecen de alma, de ánimo, de sentimiento, de sentido. Ni siquiera son propiamente animales que coman para calmar sus hambres. En realidad, son figuras espectrales que con torpeza de movimientos y voracidad insaciable nos zampan.

    ¿Recuerdan Entrevista con el vampiro (1994)? Los personajes que encarnaban Brad Pitt, Tom Cruise y otros eran tipos dolidos y dolientes; eran varones muy apenados: bellos, eternamente jóvenes, pero siempre insatisfechos. Además se sentían culpables. Qué bello giro dio el mito vampírico: del temible e impenitente Conde Drácula a los neogóticos que inspiró la novela de Anne Rice. Punto y aparte.

    El vampiro de Bram Stoker no era «un héroe del romanticismo individualista burgués», según señala David P. Montesinos en su artículo de Ojos de Papel. En absoluto. El Conde Drácula es un viejo noble feudal que sobrevive lastimeramente a una eternidad de siglos, un tipo extraviado que llega a un tiempo que no es el suyo: a una época (la romántica, la individualista, la burguesa) en la que es un extraño. Allí está enajenado y de hecho se maneja muy mal con las nuevas reglas y convenciones del capitalismo británico. Sabe que hacia 1897 Inglaterra es el centro del mundo, sabe que debe ir allá para adueñarse de lo que no le corresponde. Y sabe que los burgueses británicos, esas middles classes, son arrogantes. Se han apoderado del mundo moderno con los mares y con la industria, con el comercio y con el ejército. Pero él, el viejo Drácula, podrá hacer suyo todo eso que los nuevos usurpadores han conseguido.

    El Conde sabe que juega una partida de suma cero: lo que los británicos ganen él lo pierde. Y él pierde el sustento, la tierra y la sangre, su principal nutriente. En un pasaje de su obra, Marx habló de los burgueses –a los que tanto admiraba por otra parte– como una suerte de vampiros. Más concretamente dijo: «El capital es trabajo muerto que sólo se reanima, a la manera de un vampiro, al chupar trabajo vivo, y que vive más cuanto más trabajo chupa».

    Marx se vale de los vampiros como metáfora y utiliza los recursos culturales que están a su alcance. Pero en la encarnación de Stoker, Drácula no es el capital, el Capital. Es, insisto, el noble feudal trasnochado (vaya que sí) que lucha penosamente por hacerse un hueco y algo más en la sociedad burguesa: una sociedad que ha de proteger a las mujeres, seres presuntamente virginales que están en peligro. Especialmente en la gran ciudad. Diigo esto y recuerdo un libro de historia cultural que lo expresa muy bien: La ciudad de las pasiones terribles (1995), de Judith R. Walkowitz.

    Pero dejo el siglo XIX para regresar al mundo de hoy. Los zombis tienen larga vida y, sin duda, La noche de los muertos vivientes, que analiza con tino Alejandro Lillo, es un momento fundacional. Pero, atención, The Walking Dead no es una serie pensada para los fans de este género. No es una producción concebida para satisfacer el apetito de los adeptos. Es una historia de muertos elementales y feroces que atacan lo que debe ser preservado: la comunidad primaria. ¿Película de caravanas? Sí, desde luego. En eso coincidimos Lillo y yo. Pero no es sólo un Western.

    Es sobre todo una historia de miedos ancestrales y primarios. Comprenderán que muchos espectadores puedan sentirse interesados por saber si Rick Grimes y los suyos sobrevivirán, si su hijo sobrevivirá, si la niña perdida sobrevivirá: si habrá futuro para ellos. Como decía Juan Benet, insisto, así comienza toda historia primitiva. Así empezó el relato esencial. ¿Qué pecado hemos cometido para que un niño desaparezca? ¿Por qué Dios consiente este dolor?

    ¿Primitiva, he dicho primitiva? Los primeros hombres, nuestros antepasados más remotos, empezaron a enterrar a los muertos colocándoles encima una losa bien pesada. ¿Para qué? Para que no salieran…

  14. Bien cierto. Los sierte capítulos que he visto giran en torno a la pérdida de una niña. No diré cómo, pero en ese séptimo capítulo la búsqueda concluye… No hay mucha diferencia de esa situación a la nuestra: un hijo sin futuro es como un hijo perdido.

    Por lo demás, los zombis se nos parecen mucho. O quizá demasiado. Su hambre es también insaciable. Creo, en fin, que me siento solidario -jajajaja- con ellos cuando finalizo ese artículo que escribí sobre el tema significando que tengo un hambre infinita de palabras. En realidad, de algo más que palabras, pero ese tema aquí no me cabe. Saludos!

  15. Don Justo, vuelve a dar de nuevo, como tantas otras veces, en el clavo. Esa última intervencióin suya está para enmarcar. Impresionante. ¡Qué barbaridad!

    Si se fijan, hay una diferencia entre la película de Romero y lo que vino después, como Walking Dead. En «La noche de los muertos vivientes» los zombis vienen a ser un problema localizado y controlable. En cambio, en la serie de La Sexta la situación es apocalíptica. Su éxito, como ha explicado de forma inmejorable el señor Serna, está en los vínculos que existen con la situación presente. Así como en los años 50 proliferaron películas de ciencia-ficción sobre amenazas extraterrestres y luchas entre dos «mundos» como relfejo de la tensión de la Guerra Fría, ahora, en 2011, proliferan películas y series con catástrofes y diferentes situaciones apocalípticas (sin olvidar las invasiones entraterrestres que amenazan la vida en el planeta: ¡hasta hay una que se llama «Cowboys & Aliens»!). De alguna forma el éxito de todas esas producciones está vinculado con nuestras angustias e inquietudes presentes. Todos estos productos juegan de alguna forma con el conocimiento y la información que tenemos sobre nuestra situación presente para llamar nuestra atención y provocarnos. Quizá Jauss y su «horizonte de expectativas», con todas las pegas que le queramos poner, tengan algo que decir al respecto.

    Gracias, don David, por sus palabras. A ver si a lo largo del fin de semana entro en profundidad con su escrito y con el ensayo de Fernandez Gonzalo. Su reseña es muy interesante y densa, y merece varias lecturas. «Filosofía zombi» es igualmente sugerente, al menos el primer capítulo, que es el que he leído. Me congratulo, además, por coincidir con su joven autor en algunos de los análisis en torno a la primera película de Romero. Para mí es un orgullo.

    Por ahora sólo daré un apunte. No es que niegue que el zombi pueda ser visto como metáfora del capitalismo consumista; lo que digo es que en «La noche de los muertos vivientes» no hay ninguna prueba, ningún motivo para considerarlo así, o al menos yo no veo ninguno. Otra cosa es que en producciones posteriores la cosa vaya hacia esa vinculación entre el apetito zombi y el consumo desaforado, tan propio de nuestras sociedades.

    Ah, y como entremos en el tema «Drácula» lo llevamos claro, como si no tuviéramos bastante festín con las hordas de caminantes -algo lumpen, todo hay que decirlo- para que venga ahora la aristocracia a hincarnos el diente.

  16. ¿Los Borbones en pelota?

    No puede ser. ¿Imaginan que sea cierto lo que se atribuye a un miembro de la Familia Real, ese joven apuesto que jugaba a la pelota? ¿Imaginan que la Justicia lo encontrara culpable? No puede ser, me digo. No puede ser que alguien de la Familia Borbón esté presuntamente involucrado en empresas sucias, en artimañas que mezclan lo público y lo privado, el lucro personal y el estatus Real.

    De ser verdad todo lo que se está diciendo, la cosa tendría huevos. O bemoles: cantaría mucho. Es una regresión o una exhumación, pues nos hace volver a los más negro y enterrado de la Corte de los Milagros, a la época de Isabel II: justo cuando su Augusta Madre, Su Esposo y los restantes parientes y allegados hacían pingües negocios. La Real Casa hecha unos zorros, vaya.

    Isabel Burdiel conoce al detalle las vicisitudes de ese reinado. Ha recibido muy merecidamente el Premio Nacional de Historia por su biografía de la Reina, una soberana tan caricaturizada. Con ella hubo hasta acuarelas pornográficas: por ejemplo, la serie ‘Los Borbobes en pelota’. Tengo que hablar con Isabel Burdiel: esto que nos pasa es muy grave. Me deja muerto.

  17. Vuelvo a The Walking Dead. La primera temporada y el comienzo de la segunda no son más que una continua lucha por la supervivencia, contra el acoso persistente de los caminantes y la búsqueda del amparo de las instituciones en las que instintivamente el ciudadano busca protección (ejército, autoridades públicas…), propósito que finalmente se frustra en Atlanta, en el centro de investigación. La última esperanza, depositada en la gente de ciencia, se viene abajo. La cuestión no es baladí, en todas las series o películas apocalípticas de última generación, hasta la más cutres, cuando hay un final más o menos feliz, el papel estelar corresponde al científico, a la ciencia y a la tecnología desarrollada a partir de aquélla (recordemos al agorero matemático de Jurasic Park), nuestro principal Olimpo contemporáneo (con bastante razón). Por cierto, fracasado este recurso racional, como colofón de la proyección de esperanza, surgirá la escena tan bien diseccionada por el profesor Serna en la capilla.

    Porque, efectivamente, cuando todo falla, el hombre sólo se tiene a sí mismo y busca refugio en los orígenes, en la naturaleza, que aquí es el campo (no hay cuevas, al menos de momento –no es que anticipe nada–). Sin embargo, llegado este momento crucial, el grupo comienza a perder cohesión porque, aunque latente, y mucho, el peligro no es tan agudo e inmediato. Persiste el miedo pero hay margen, y las contradicciones de intereses y planteamientos vitales y de futuro comienzan a desgarrar la cohesión que les ha procurado, con bajas notables, la supervivencia. Salir como fuera de la ratonera. Ahora la cuestión reside, en medio de la precariedad como modus vivendi, en cómo refundar un proyecto de vida en medio de la barbarie, hacia dónde ir como grupo, qué priorizar, y la niña perdida será el eje (des)vertebrador(¿?).

    En estos episodios, del segundo al séptimo, esa cuestión hará gravitar el peso de la trama en torno a la profundización en los caracteres de los personajes. Poco a poco desaparecen los arquetipos, ni tan buenos ni malos, ni tan nobles ni tan desinteresados, las buenas intenciones frente al pragmatismo, el instinto frente a los principios o el orden moral, el heredado, sobre todo, que subsiste y se erosiona por las circunstancias contradictoriamente venenosas.

    Llegado aquí me gustaría recordar The Wire a propósito de la evolución de los personajes. Creo que esta serie ha influido enormemente en los guionistas, creo que pocos se libran. Cuando David Simon dijo algo así como que se jodiera el espectador medio cuando le interpelaron por la complejidad de su serie, se rompió un tabú que ha alcanzado a las demás productos televisivos con un poco de entidad que, como The Walking Dead, están destinadas al gran público y triunfan. También influyen otras como Breaking Bad o Los Soprano. Los guionistas se han dejado de remilgos, han roto aguas, y se atreven a meter a los espectadores en líos morales que confunden y extrañan, ya sin las trampas repulsivas tipo Lost. Pero ¿cómo lo plantean para no perder contacto con los consumidores y extraviarlos en el camino de las sórdidas profundidades del alma humana? Pues en dosis homeopáticas, con la épica del western y la lucha por la supervivencia, con la figura telegénica del terror zombi, que aquí no es género, sino el pretexto para observar el comportamiento humano en una situación extrema, crítica, como ejemplifica muy bien Alejandro Lillo es su texto. Y así, de esta manera, entra de lleno la “Filosofía zombi” tan bien reseñado por David P. Montesinos (con quien comparto la defensa acérrima de McCarthy): las alegorías, las metáforas, las interpretaciones simbólicas… Porque, estimados lectores del blog, ¿qué haríamos cada uno de estar implicados en una situación límite, aquella en la que nos jugáramos la vida o nuestro minúsculo patrimonio, y que nos pone de bruces en el desorganizado “volver” al estado salvaje, al estado de naturaleza?

    Saludos cordiales

  18. Llevo toda la tarde pensando en seguir conversando con ustedes, pero es que se me ha roto la lavadora. Oféndanse si quieren, pero le he dado prioridad al simpático aparatejo.

    Veamos. Yo tampoco creo, señor Lillo, que de la peli de Romero se derive necesariamente una crítica del capitalismo. Es más, sospecho que lo único que pretendía es asustar al público. Lo que sí creo es que, respecto al bestiario de horror que crea este film -la horda que lo devora todo- caben ciertas sugerencias respecto a la sociedad de consumo, tal y como las que presenta Fdez Gonzalo. «Miedo a que la humanidad alcance el punto en que se haga toda ella una y no pueda soportarlo», dice en su ensayo. Está en toda la teoría crítica de nuestro tiempo: el orden mundial del capitalismo contemporáneo ha diseñado una estrategia inquietante, esa especie de integrismo blando consistente en homogeneizarnos a todos en los mismos referentes baratos, la misma conversión de todos en pasivos consumidores de mercancías… No me han hecho falta pelis de zombis para entender este miedo global, pero no me parece mala metáfora la de esta horda de bichos asquerosos que nos acechan para explicar ese miedo cuando alguien me lo explica con habilidad, como creo que es el caso.

    También creo que las condiciones de recepción van modificándose con el tiempo, dicho sea también en relación a lo que explica Justo Serna. Y es a esta cuestión a la que yo me refiero en la reseña más que a la identidad del vampiro, respecto a lo que no estoy en condiciones de hilar fino.

    A ver, lo que yo sé de los vampiros lo sé por la única novela que he leído sobre el asunto, por supuesto la de Bram Stoker, por las pelis de Lugosi, que me gustan más que las de Christopher Lee, y en gran medida por cosas que le he leído por ejemplo a usted. Dijo usted en una ocasión lo siguiente en relación a cierto libro sobre vampiros: «Es, en efecto, un viejo aristócrata de la Europa feudal que quiere adaptarse a la sociedad liberal y capitalista del ochocientos, ese siglo acelerado de cambio en el que la propiedad circula, en el que el mercado se extiende, en el que los límites espaciales se ensanchan, en el que los signos estamentales se abolen y en el que el anonimato se impone. Pero no lo logra, entre otras cosas porque Drácula es el pasado, un residuo, aquello justamente que debe ser aplastado por el progreso.»

    Yo había leído ya esta reseña suya, y asentí a su razonamiento, por lo que sería tonto ahora discutírselo. Pero ya que me ha lanzado la dentellada, permítame que bracee un poco. La frase que usted extrae de mi reseña es de trazo grueso, pero me gustaría contextualizarla y afinar un poco mejor, si no la frase, sí al menos mi posición.

    Cuando yo asocio al vampiro con el individualismo burgués no me estoy refiriendo al personaje ficcionado, sino a aquellos a quienes va destinado cuando la obra es escrita. Creo que cada tiempo crea sus héroes y sus monstruos y que, cuando están sabiamente elaborados, pueden aspirar a la eternidad y a la gloria, lo cual supone que estos últimos pasarán a formar parte para siempre de nuestro bestiario, en la misma medida y por razones en el fondo no muy distintas a las de los monstruos medievales que aún nos desafían en las gárgolas de las viejas catedrales.

    Yo no discuto que el Conde sea una figura que pugna por resistir en un mundo que ya no es el suyo. Lo que creo es que su elegancia -por oposición a la vastedad de monstruos posteriores- forma parte del imaginario burgués de principios de siglo, encarna una aspiración, una promesa de distinción que en la literatura de horror se expresa en sus lados más sombríos. Es un malvado «antiguo», sí, pero su figuración es rabiosamente actual al momento en que el dominio de clase ya es burgués y no aristocrático. Es ese modernismo del vampiro, de la recepción del mito, de la oscura aspiración a la distinción social que encarna, lo que yo pretendía referir.

    Y lo que sobre todo pretendo es recalcar que ese imaginario se sustenta en un marco de sentido previo al de la sociedad de masas, cuyas condiciones de posibilidad sólo se encuentran tras la segunda posguerra mundial y la eclosión de los años sesenta. Si digo que el zombi «democratiza» el horror,por oposición a la «soberbia» del vampiro es porque creo que el temor de nuestro tiempo no proviene de un seductor lascivo y distinguido que intenta convertir a las vírgenes en demonios… Nuestro temor es menos sublime, lo que tememos es pasar a formar parte de una horda indiferenciada donde todos los parámetros de la subjetividad y la libre voluntad han quedado disueltos en el patético gruñido de un ser cuyo único impulso es la necesidad insaciable de devorar cuanto encuentra a su paso.

  19. Hola amigos,

    antes de nada, gracias Justo por tu artículo y por tus reflexiones, que nos permiten componer las nuestras propias y crear este diálogo, y gracias David por tu reseña; la colgué en Facebook ayer y me dio por desvariar y pensar que ojalá escritos como el tuyo hubieran existido antes de escribir mi libro.

    Cuando escribía Filosofía zombi (hace un año exacto) me resultó bastante difícil encontrar textos serios que hablaran de nuestros pútridos amigos, que los entendieran como una metáfora de nuestra sociedad de consumo o que se permitieran el lujo de jugar con ellos como herramientas conceptuales, espacios desde donde reinterpretar nuestro entorno mediático, etc. Hoy, sólo con las reseñas que hay sobre mi libro, recopilándolas y aprendiendo de todas ellas (porque hay reseñistas muy buenos, y tu escrito ofrece reflexiones más que interesantes) creo que podría ser capaz de volver a escribir, palabra por palabra (rollo Pierre Menard) mi libro Filosofía zombi.

    Cierro el desvarío.

    Sobre el vampiro, no puedo aportar mucho. La idea de un vampiro desfasado (y, por ello mismo, inmortal, como venido de otro tiempo aunque acabe de convertirse) tiene su encanto, por lo que suscribo esa propuesta de Justo Serna de un vampiro feudal que no logra incorporarse a un nuevo modelo de mercado, pero también me parece interesante la réplica de David que señala que éste arquetipo estaría destinado a un incipiente público burgués que quiere fundar sus propios mitos para construirse como grupo.

    Yo hablo un poco de estos lascivos no-muertos: comparo el vampiro (que es todo deseo, transgresión) con el zombi, que se mueve por instinto y que actúa de forma masiva. Qué poco he oído hablar de la horda zombi, tanto en estas intervenciones (todas interesantes, por supuesto) como en otros lugares, cuando creo que lo más jugoso del zombi está en que no actúa solo. De ahí ese miedo a la globalización que puede leerse entre líneas (miedo a que la humanidad sea toda una, y no podamos soportarlo): leí hace poco en Zizek que las políticas que pretenden unificar grupos raciales están creando bombas de relojería que pueden estallar en cualquier momento, y que es el racismo lo que nos permite, en cierta medida, mantenernos en paz (la idea, explicada con el talento de Zizek, tiene cierta gracia, aunque no la compartamos). En efecto, la primera peli de Romero, como ya he leído en otras aportaciones, no nos permite decir que los zombis critiquen el consumismo, tendrían más que ver con la alienación, el miedo injustificado y brutal, lo desconocido (esa es la idea que abre mi libro). No será hasta la segunda película que el zombi sea una metáfora del consumidor por excelencia:

    –Todavía están ahí.
    –Y nos buscan. Saben que estamos aquí.
    –No, es por costumbre. No saben bien por qué. En sus vidas pasadas venían aquí [al centro comercial] y lo recuerdan vagamente.
    –Pero, ¿quiénes son ellos?
    –Son como nosotros. En el infierno ya no queda sitio.
    (El amanecer de los muertos, 1978)

    Un poco para continuar el hilo de Justo Serna y recoger mi idea de que en el zombi la horda es lo importante: Serna señala que al artículo de Planas sobre la metáfora zombi le falta indicar que los zombis son seres pútridos, descarnados, purulentos, etc. La metáfora de Planas (y otras tantas metáforas) fallan porque no recogen todo lo que supone el zombi, o por lo menos algo tan evidente como es su grotesca apariencia. Con las conclusiones de Filosofía zombi en la mano, yo daría la vuelta a esas palabras, partiendo de esta idea: para mí el zombi es una metáfora de la metáfora. Me explico un poco porque así de golpe no tiene mucho sentido. Efectivamente, todo el que habla de zombis busca una metáfora para hablar de zombis, dice que se parecen a un grupo de consumistas, a los indios de Atlanta, a la lógica del capitalismo, a nuestra afectividad degradada, al miedo por antonomasia, etc. Y por supuesto, existe la posibilidad de comparar a los zombis con el lenguaje.

    Esa es mi idea. La horda tiene cierta correspondencia con mi visión del lenguaje. Dice Foucault que nuestras disciplinas científicas son construcciones que elaboran su propia certeza, delimitan una serie de enunciados verdaderos, un campo de posibilidades, etc. El lenguaje responde a unas tecnologías de poder-saber, configura dispositivos o engranajes sobre lo que podemos decir o no, jerarquiza los campos de saber, delimita y compartimenta, etc. En nuestra ciudad ocurre igual, todos estamos separados, tenemos nuestras vidas, nuestras medidas arquitectónicas de separación, barreras, jerarquías, protocolos de segregación, etc. Sin embargo, vienen los zombis y todo se desbarata. La plaga conquista todo y las barreras ya no sirven, del mismo modo que en mi visión del lenguaje todas las combinaciones, todos los juegos, las alianzas metafóricas, son posibles. Tanto las ideas de Planas, las de Justo o las de David, son reductos en ese campo abierto del lenguaje, espacios que permiten producir determinada verdad, pero lo verdaderamente curioso sería hacer lo que no hace la ciencia, y es permitir esa movilidad interdisciplinaria, entender el lenguaje y la contaminación de metáforas como una plaga, una inmensa pandemia que nos permita pensar, repensar, destruir lo pensado, componer, unir aquí o allá, quitar, poner, etc. Con Baudelaire había unas «correspondencias» entre colores, sonidos, perfumes, etc (si recordáis esos versos famosos de las Flores del Mal). La postmodernidad ha roto esas alianzas y las ideas son sólo tienen que fluir, las metáforas están ahí disponibles, la plaga puede crecer por donde quiera y la horda puede moverse a cualquier parte, nacer de cualquier punto, como un rizoma. Por ello, todo lo que digamos sobre los zombis no es que sea válido, es que va a construir sus condiciones de verdad, por eso todas las aportaciones que veo aquí me parecen interesantes. No quiero extenderme, porque me voy mucho del tema de los zombis, pero la conclusión es la que ya había dicho: utilizamos los zombis para metáfora de muchas cosas, pero también podemos usarlos como metáfora de una libertad metafórica total, de una apertura inmensa frente a las disciplinas científicas.

    Vaya rollo he soltao. A los que teníais ganas de haceros con el libro, espero no habéroslas quitado! Animo por ello a que otros lectores puedan alimentar la mitología zombi con sus propias interpretaciones, que seguro que permiten enriquecer esta larga metáfora de la que hablo.

    Saludos a todos
    Jorge

  20. No, no, caballero, de eso nada, creo que da usted razones para leer el libro, cosa que celebro porque merece mucho la pena. Además, en esta intervención, que el señor Serna sabrá agradecer, demuestra usted que puede decir más cosas de su libro que las que el propio libro dice, no sé si me explico.

    Todo lo que dice en sus primeros párrafos (excluyo la alusión al texto del señor Planas) me parece perfectamente asumible. Yo creo que el zombi puede funcionar como metáfora de una serie de procesos que nos acosan, pero como «una» metáfora, es decir, como una de las posibles formas de hacernos entender lo que nos está pasando. Decía Ortega en su momento que «no sabemos lo que nos pasa, y eso es justamente lo que nos pasa». Me parece que eso es aplicable a la actualidad, advertimos que nos llevan corrientes en distintas direcciones y tratamos de darle un sentido a nuestra navegación, pero no nos orientamos, por más que hagamos valer conceptos a veces muy gruesos -o a menudo muy torpemente utilizados- como «globalización», «neoliberalismo» o «mercados» para intentar hacer pie en alguna verdad más o menos extendida.

    En este orden creo que la filosofía crítica es más necesaria y oportuna que nunca. Dado que no somos capaces de proclamar un criterio de verdad contundente, dado que atravesamos un momento de fortísima incertidumbre, no hay otra que encender todas las alertas para identificar los peligros y establecer las claves de la resistencia. En palabras más sencillas: hay una gran lógica -extendida por todo el antiguamente llamado «Primer Mundo»- que amenaza con convertirnos en sujetos de poca calidad, que reduce nuestra voluntad y nuestra capacidad crítica, que nos iguala por debajo, que nos paraliza por el miedo… Todo esto se ha preparado durante años y ahora emerge con el noticiario cotidiano del desastre y le llamamos «Recesión», pero es el efecto de décadas de un proyecto de dominación cuyo designio es convertir la civilización y el derecho en un simulacro mercantil, el ciudadano en consumidor y trabajador precario, y la política en maniobras macrofinancieras.

    No sé si esto es «zombificar» a la gente. No creo que ni siquiera el señor Fdez Gonzalo se pase el día pensando en zombis. Lo que creo es que estamos todos muertos de miedo. Tenemos la sensación de que se nos vienen encima oleadas de miseria, que nuestro futuro es tremendamente incierto y, lo que es peor, que no tenemos nada claro que podamos incidir sobre él.

    Creo entender, de otro lado, la segunda parte de su intervención, aunque puede parecer algo más intrincada, sobre todo en relación a la doble metaforización a la que se refiere (Se nota que el caballero es filólogo, dicho sea de paso) Me parece bien advertir como un síntoma de la posmodernidad la tendencia a la hibridación, la invasión continua de los límites disciplinares, el desplazamiento de los temas y los procedimientos de unos sectores epistemológicos a otros…

    Ahora bien, y quizá en esto estoy más cerca de algunas cosas que le he leído al señor Serna, creo que debemos resistirnos a esta libertad de procedimientos cuando se vuelve abusiva o desenfrenada. (No creo que se vuelva tales cosas en su ensayo, por cierto, no le acuso a usted de ello).

    Si yo no le entiendo mal -y me viene muy bien la alusión que hace a Foucault- lo que intenta usted decir es que cuando está surgiendo un saber, o un universo de saberes, las condiciones de verdad van siendo configuradas por el propio avance de ese saber. Hablaríamos de un poder instituyente de lo verdadero por parte de los saberes. Este proceso genera irremediablemente esa «apertura» en los procedimientos de metaforización de los que el zombi -esa figura con la subjetividad devastada- sería epítome.

    Creo entenderle, pero ¿y no habríamos de prevenirnos y evitar caer en los riesgos de esa apertura, la cual, lejos de ser «libre», puede inutilizar las claves de que disponemos para acceder al conocimiento? En otras palabras, ¿no corremos el riesgo con esa libertad de metaforización de que valga cualquier cosa en el único terreno -el de la ciencia- donde es obligado establecer jerarquías de enunciados?

    No exijo contestación a eso (ya ve que a pesado no va usted a ganarme), pero sí me angustia otra cuestión más urgente que toda la sarta de fruslerías que acabo de soltarle: en su calidad de experto en la materia, ¿qué opinión le merece Walking dead? Contésteme sólo a esto, por Dios.

  21. Gracias por tu elaborada respuesta, David. Has sintetizado muy bien lo que yo hurto a Foucault: el avance de un saber crea sus propias condiciones de verdad. Ahí lo dejamos, para no perdernos más en el laberinto. Sobre la noción de excesiva libertad, yo creo que viene a ser un mito, quizá un mito que venga de Freud y de los surrealistas, cuando el lenguaje se disparó, por decirlo de algún modo, abandonó el corsé de la razón y salió a dar una vuelta por los pasadizos del subconsciente. Pero nunca hay completa libertad, siempre estamos encadenados al lenguaje, a sus operaciones, a sus laberintos. El lenguaje es una maquinaria, pero está en nuestra mano especificar para qué. Que las ciencias se plieguen sobre sus propias coordenadas epistemológicas es altamente productivo para ellas, pero la filosofía, que se sitúa en un espacio de contraplano, en el fuera de campo de la ciencia, puede permitirse crear dispositivos (re robo la cita que ponías antes de Deleuze y Guattari: “Si hay tiempo y lugar para crear conceptos, la operación correspondiente siempre se llamará filosofía”). No existe libertad, sino un funcionamiento maquínico del lenguaje, una suerte de propiedades, de condiciones de asociación, una productividad voluble que nos hemos empeñado en constreñir.

    Si volvemos un poco a la tierra, a una tierra devastada de zombis, quiero decir, he de contestar a tu pregunta directa sobre The Walking Dead. Mi opinión se ha tambaleado un poco esta última semana: siempre he privilegiado el tebeo (soy de los que aún dicen tebeo, lo siento, son veinte años llamándolos así, y me sale forzado hablar de cómic): me gustaba no sólo el dibujo, el ritmo narrativo, sino también las decisiones tomadas en el curso de la historia. Por supuesto, el Rick Grimes de los tebeos es un héroe más complejo, aunque se mueva dentro de los arquetipos y las necesidades de la mitología estadounidense: un héroe que tiene dudas de su propia responsabilidad, de sus decisiones, de su posición como tal héroe y de su asignación como líder. La serie me entretiene, me da alguna que otra sorpresa, y poco a poco había ido aceptándola como una especie de OVA, que dentro de la cultura japonesa viene a ser un spin off, una secuela, y a menudo una «paracuela» (me lo acabo de inventar): un formato en que la historia se vuelve a contar, con alteraciones, superposiciones, giros narrativos y demás. La lógica de la narrativa occidental no permite que se nos cuente la misma historia de distinta manera, a lo sumo desde otra perspectiva, pero siempre hay un horizonte de realidad inmutable. Desde Japón, la OVA y las «paracuelas» crean relatos paralelos, en donde los protas no se conocieron en un sitio, sino en otro, en donde un personaje no muere (pienso en Shane) sino que sigue liándola parda. Como hasta ahora los cambios eran mínimos, no demasiado arriesgados, con algún personaje nuevo y otros sin representación en la serie, y con escenitas de más o de menos, la serie televisiva se me hacía entretenida sin más, con algún remanso de lentitud cuestionable. Pero las cosas han cambiado. Hemos llegado a lo que podríamos llamar «la inflexión Sophia». Vuelvo a creer en las posibilidades de la serie, aunque me tocará esperar hasta los próximos capítulos…

  22. Hola, buenas tardes. Perdonen que no haya intervenido después de comentarios tan sustanciosos, pero he estado ocupándome de un familiar convaleciente. Vuelvo. Y vuelvo a leer sus intervenciones. Trataré de ir respondiendo poco a poco. Esto no ha acabado. Ni mucho menos.

    Lo primero es agradecer a todos ustedes, a quienes intervienen, sus reflexivas glosas. Y a quienes sólo leen (hay personas que me han hecho llegar con discreción el interés o el entusiasmo que este post ha despertado).

    Les diré. Todo esto empezó meses atrás, cuando se pasó la primera temporada de ‘The Walking Dead’ en La Sexta. Estuvimos aquí discutiendo y batiendo palmas por el regreso de los zombis (o zombies si queremos decirlo en inglés). Batiendo palmas al margen de la impresión o no que nos causara la serie que produjo Frank Darabont. Hemos de admitir que fue David P. Montesinos quien mayor entusiasmo mostró desde el principio. Tiene mucho conocimiento y muchos conocimientos, mucha cultura televisiva.

    Pero fue semanas atrás cuando nos planteamos escribir sobre este asunto y escribirlo para Ojos de Papel. La amabilidad de Rogelio López Blanco y su inmensa sabiduría sobre la televisión nos incitaron (al menos a mí).

    David P. Montesinos había leído ‘Filosofía zombi’, de Jorge Fernández Gonzalo. A Alejandro Lillo y a mí nos pasó sus reflexiones escritas. Y ahí nos conjuramos para tratar este asunto. Yo leí el libro de Jorge Fernández Gonzalo, de mucho refinamiento filosófico, y me propuse no ver ‘The Walking Dead’ en la Fox: la veré y escribiré cuando se estrene en La Sexta, me dije. ¿Por qué? Porque quería experimentar el efecto de la serie en abierto, abierto en canal.

    Por su parte, Alejandro Lillo se propuso volver a ‘La noche de los muertos vivientes’, de George A. Romero. Y ya ven el resultado. Otro acercamiento refinado, sutil, a una película más bien tosca pero premonitoria.

    Proponernos esto nos permitió refrescar nuestras erudiciones zombis. Y nos permitió examinar el uso metafórico de los muertos vivientes. En eso estamos. La intervención de Jorge Fernández Gonzalo en este blog días atrás y sus reflexiones que ahora añade dan mucho valor a este post. Y en ello estamos: leyendo y releyendo los comentarios de unos y otros. La cosa no ha acabado. Los zombis aún tienen vida.

  23. Mis respetos, señor Planas. Lo estoy pasando muy bien con este post, vaya que sí.

    pdta: pongo mucho la tele, señor Serna, pero en realidad casi nunca la miro.

  24. En un planeta habitado mayoritariamente por zombis, los supervivientes que aún fuéramos humanos veríamos la televisión o nos pondríamos alguna historia en DVD. ¿Se imaginan? Si por un milagro de la técnica aún siguiera emitiendo alguna cadena, ¿qué buscaríamos? ¿La 2, La Sexta? No, el programa más adocenado: ‘Sálvame’. Trata de personas con problemas de supervivencia. El mundo de los zombis es un plató de lujo, muy ruidoso, con gentes desorientadas que pierden protagonismo y envejecen malamente. Qué dolor.

  25. Gracias, señor Serna, me gusta mucho cuando usted me elogia, pero aún más cuando me refuta.

    No sé si son zombis, pero mire, insisto en que veo a mucha gente atemorizada. Cualquiera sabe que el miedo es necesario para mantener las alertas del sistema nervioso y todo eso, pero en dosis excesivas es una jodida neurosis y su efecto es la parálisis. Quizá no es usted muy «rotista», -en mi vida es una leyenda, ya ve- pero en una de El Roto se ve una inmensidad desértica y alguien dice que «este silencio no es de paz social, sino de que la gente está aterrorizada»·. Es un diagnóstico idóneo: la mayoría de las personas que conozco están rezando para que su forma de vida no se haga pedazos. Creo que es preciso controlar ese miedo y convertirlo en un arma de lucha o, por lo menos, de defensa. No sé por qué está todo el mundo tan apagado y tan lleno de miedo. Es ésta la necrosis que se está apoderando de las voluntades.

    Por cierto, sé muy bien lo que planea hacer esta tarde porque tengo una bola de cristal que me indica sus movimientos: se va a ir a ver cierta película de David Cronenberg. Dese prisa porque proyecto referirme a ella pronto. Sólo le adelanto que es impagable ver a Jung conduciendo un pequeño velero sobre cuya cubierta se repantinga Freud con un enorme puro en la boca y poniendo cara de que hay que ver lo que nos cuesta reconocer que en lo único en que pensamos es en tirarnos a la vecina, a la madre y hasta al pescadero.

    Bueno, véala, no es una película de broma aunque ya sabe que yo con el psicoanálisis siempre bromeo un poco.

  26. No sé si verían ‘Sálvame’, pero en la producción inglesa ‘Dead set’ ya se plantea esto, pues toda la acción del apocalipsis zombi transcurre mientras unos concursantes, ajenos a la situación, están en un plató de ‘Gran Hermano’. Más madera para discutir…

  27. Menudo nivel está adquiriendo el debate. Coincido con muchas de sus apreciaciones, por lo que no quisiera que esto se convirtiera en una cuestión de bandos.

    Comparto el argumento de Montesinos (y entiendo que el de Fernández Gonzalo) sobre el desplazamiento de los conceptos de la sociedad de masas para, vaciándolos de determinados contenidos, convertirlos en categorías filosóficas que puedan ser utilizadas para arrojar algo de luz sobre lo que nos pasa. Quede claro que esta posición me parece muy interesante y operativa. Y que la metáfora zombi puede aplicarse para explicar muchas cosas de nuestra sociedad.

    Sin embargo, desde mi formación como historiador tengo especial interés en otro aspecto que quizá complementa el mencionado por los filósofos. Mi atención se centra en “los zombis”, entendiendo con ello las distintas manifestaciones que ha habido de ellos a lo largo del tiempo. Me atrae estudiar sus variaciones y cambios como forma de explicar las propias variaciones y cambios de las sociedades que en cada momento los producen. Esa es la posición desde la que parto.

    En ese sentido, y ya que hablamos de lenguaje, entiendo que lo primero que hay que hacer es clarificar los conceptos, porque zombis y vampiros hay de muchos tipos. Si tomamos, por ejemplo, el aserto de Negri y Hardt que cita Montesinos al principio de su reseña tenemos que saber a qué “vampiro” y a qué “zombi” se refiere. Así como, en efecto, el lenguaje nos constriñe y limita (afortunadamente), los conceptos también deben tener un límite. De lo contrario de nada nos servirían. De esto ya hemos hablado en otras ocasiones y todos coincidimos, así que no insistiré más. Trato sólo de recordar y fijar algunas proposiciones desde las que partir.

    Me parece, pues, que hablar de zombi o de vampiro en los términos de Negri y Hardt es muy arriesgado, pues corremos el riesgo e interpretar cosas distintas, terminando por no hablar de lo mismo. Si convenimos que el vampiro canónico es el ideado por Stoker adelante, analicemos y filosofemos a partir de ahí; si consideramos que el zombi canónico es el de Romero, hagamos lo mismo; ahora bien, ninguno de los dos son fenómenos propios de la posmodernidad, así que si queremos hablar de ellos en esa clave tendremos que localizar sus coordenadas espaciales y temporales. Ambas figuras tienen tal potencia que han sido empleadas como recipientes sobre los que verter las inquietudes del momento, los miedos y angustias que acosan a las sociedades que los producen. Quizá me delate mi formación como historiador, pero creo que afirmar que “vampiros y zombis parecen, más que nunca, metáforas más que apropiadas para caracterizar el dominio del capital”, sin más consideraciones, es simplificar a unas figuras que pueden darnos mucho juego, cosa que, por otro lado, estamos constatando con todos estos debates.

    Por otro lado, entre las muchas cosas interesantes sobre las que reflexiona el primer capítulo de “Filosofía zombi”, hay un par que me han gustado especialmente. Hablo de memoria, así que corríjanme si me equivoco: una es la idea de que el zombi no tiene discurso y la otra viene a ser la constatación de que con el zombi no se puede hablar. Tener la certeza (y ésa es la palabra clave, certeza) de que con los zombis no se puede razonar ni se les puede detener por vía pacífica, los convierten en amenazas tremendamente inquietantes que encajarían bien con muchos fenómenos contemporáneos como, por ejemplo, los mercados financieros. O con un tsunami. Desde mi posición, pues, es fundamental el contexto. Así que hay que tener cuidado con las vinculaciones que establecemos. Se trata además de una amenaza, como decía el señor Serna, muy primaria, pues la horda de zombis se presenta como algo irrefrenable. Sobre su poder como masa algo se ha dicho en los artículos aparecidos en Ojos de Papel: “De andares lentos e indecisos, apenas tienen fuerza, por lo que tomados uno a uno resultan relativamente fáciles de eliminar (…) La fuerza de esos seres descansa en su número: son incontenibles atacando juntos. Sin embargo, aunque todos ellos persigan el mismo objetivo, no cooperan…”.

    Así que los zombis te van a perseguir hasta el fin de los días. O mejor, hasta el fin de tus días, pues ellos no conocen límite (y repito que todo, incluso la libertad o las metáforas, deben tener un límite). Pero los zombis no lo tienen: ni en su persecución ni en su voracidad. Y no hay nada que horripile tanto al ser humano que la ausencia de límites.

    Volvamos ahora al no-discurso del zombi. Sin recordar si Fernandez Gonzalo se ocupa de eso, o si Montesinos alude a ello, ¿acaso la ausencia de discurso del zombi no es una forma de discurso? Realicemos de nuevo una analogía con el presente: ¿no se nos dice por activa y por pasiva que el mercado no tiene ideología, que es el reino de la libertad, otra vez sin límites, donde no tienen cabida consideraciones políticas de signo alguno?

    Veo que me he ido mucho por las ramas y que me he centrado poco en comentar sus valoraciones, así como las inteligentes palabras de Rogelio López Blanco. Espero tener la oportunidad de hacerlo más adelante, que ya me está saliendo una intervención lo bastante larga.

    Pero me resisto a acabar sin introducir otra consideración. En efecto, don David, Stoker produce a su Conde Drácula en esa sociedad liberal, burguesa y victoriana, lo cual no quita, como decía en mi artículo, para que encarne malestares más profundos. Pero mire una cosa. ¿Sabe qué es lo que hace fundamentalmente moderno al vampiro? Su marcha a la ciudad. Es la urbe, con sus condiciones y características, la que vuelve mortífero al vampiro; son los peligros de la ciudad, con su multitud y anonimato, lo que da vida e impunidad a ese ser venido literal y figuradamente de otro mundo. Ciudad y vampiro, desde entonces, van de la mano. ¿Hasta cuando? Pues que yo sepa hasta “Crepúsculo”, momento en el que el vampiro –ya totalmente imbuido de posmodernidad- abandona la urbe para irse al campo.

    ¿Y qué pasa con Walking Dead? ¿De dónde huyen sus protagonistas? No me dirán que no resulta curioso. Explicar esa incógnita, ese interrogante que nos asalta, es un problema esencialmente histórico.

  28. Siguiendo con las metáforas, símbolos, imágenes… de lo que suponen los zombis, también podéis sacarle mucha punta al capítulo de ‘Maestros del terror’ dirigió por Joe Dante, ‘el regreso’, donde los soldados muertos, zombis, reviven para ir a votar contra los republicanos, ya que estos están planteando realizar una guerra para subir su índice de popularidad y ganar las elecciones. Así pues, van reviviendo todos los muertos en las distintas guerras llevadas a cabo por EE.UU. con el único fin de establecer un mundo más pacífico y eliminar la corrupción en la política norteamericana, especialmente en el partido republicano.

  29. Por otro lado, también se puede observar la dominación sobre los zombis en la inglesa producción ‘Zombies party’, en la cual se esclaviza a los zombis y se les explota como mano de obra barata no cualificada, sin ningún derecho, sin ninguna consideración…

  30. No quiero desviarme aún del asunto zombi, señor Montesinos. Fíjese en las intervenciones de esta misma mañana introducen elementos nuevos que quizá convenga desarrollar o apostillar. El sr. Lillo está fino…

    Usted, señor Montesinos, es muy habilidoso y me deja pasmado. Dice: «Por cierto, sé muy bien lo que planea hacer esta tarde porque tengo una bola de cristal que me indica sus movimientos: se va a ir a ver cierta película de David Cronenberg. Dese prisa porque proyecto referirme a ella pronto…»

    Vamos a ver. Me descubro ante su poder de predicción. En efecto, tenía previsto acudir este fin de semana a ver ‘Un método peligroso’ (2011), de David Cronenberg. En todo caso, su bola de cristal, estimado amigo, acierta aproximadamente. Aproximadamente. La película de Cronenberg ya le he visto. ¿Cuándo? Sabato pomeriggio. Y además en la misma sala coincidimos varias personas que frecuentamos este blog. Fíjese lo que son las cosas: eso nos permitirá hablar de Freud y Jung, pero sobre todo de este film.

    Por supuesto, tengo intención de glosar algo del asunto Freud-Jung. Pero más que nada tengo intención de pensar sobre lo que en dicho film vemos…

    De momento, sin embargo, permanezco con los zombis. Aunque, bien pensado, si uno habla de psicoanálisis habla inevitablemente de figuras espectrales, de muertos que no acaban de morir, de fantasmas que reviven. Bueno, y no digo más de Freud y sus discípulos.

    No me tire de la lengua. Aún no.

  31. Señala David P. Montesinos
    Y lo que sobre todo pretendo es recalcar que ese imaginario se sustenta en un marco de sentido previo al de la sociedad de masas, cuyas condiciones de posibilidad sólo se encuentran tras la segunda posguerra mundial y la eclosión de los años sesenta. Si digo que el zombi “democratiza” el horror, por oposición a la “soberbia” del vampiro es porque creo que el temor de nuestro tiempo no proviene de un seductor lascivo y distinguido que intenta convertir a las vírgenes en demonios… Nuestro temor es menos sublime, lo que tememos es pasar a formar parte de una horda indiferenciada donde todos los parámetros de la subjetividad y la libre voluntad han quedado disueltos en el patético gruñido de un ser cuyo único impulso es la necesidad insaciable de devorar cuanto encuentra a su paso.
    El zombi y su circunstancia (escrito a las 10:30horas)

    Cito ese último párrafo de uno de los comentarios de David P. Montesinos porque me ha resultado muy inspirador acerca del zombi y su circunstancia, ¿por qué este tipo de monstruo ahora?

    Hasta el momento todos los que acudían contra “nosotros” (entiéndase por nosotros a los norteamericanos, ¡para qué más!) tenían un plan, eran inteligentes: aliens, vampiros, predators, extraterrestres… (olvidémonos de los monstruos carismáticos, King Kong, Tiburón, y pasamos de plagas como arañas, pirañas, serpientes, ratas, etc). Eso no ocurre con los zombis, carecen de cualquier proyecto sugestivo de vida en común.

    Sin embargo, los zombis estaban ahí antes de The Walking Dead. Justo Serna, David P. Montesinos y el autor de “Filosofía zombi”, Jorge Fernández Gonzalo, han expuesto y debatido los posibles significados de la masa zombi desde la epifanía de su modernización, cuyo nacimiento tan bien ha contextualizado Alejandro Lillo

    Si tratamos de explicar las claves del actual éxito de la serie debemos buscar en las circunstancias del zombi en esta Gran Recesión y en los planteamientos iniciales de la serie. La ciencia, aquello que podía salvar al grupo, ha perdido el pulso al final de la primera temporada. La esperanza de que algo o alguien saque del atolladero a la pequeña comunidad se ha desvanecido. En este aspecto, el imaginario (paisaje mental y físico) descrito a través la ruta devastada por aquellos otros caminantes de “The Road”, película y novela, marca la desolación del futuro que se impone en esta temporada. No obstante, se trata de un producto para el consumo de masas y no puede haber tanta depresiva gama de grises como en la obra de McCarthy. Incluso éste deja una puerta abierta a la esperanza, es cierto que muy frágil, al final de su obra, nada diferente de lo que plantea la película homónima de Hilcoat.

    El zombi es así de pastueño, pertinaz, instintivo, es como siempre, no ha evolucionado (mal que le pese Montalbán, que exige a su género favorito, con todo derecho, rigor y seriedad), porque así lo requiere el planteamiento de la serie: son los más adecuados, repito, porque los zombis no tienen proyecto y no hay nada que se interponga entre ese mal y el grupo. No hay negociación posible, no se puede liquidar al líder, no se les puede exterminar (son demasiados para los medios que están al alcance, de momento –y no adelanto nada—porque ya tenemos la experiencia de Perdidos y las fullerías de sus guionistas). De toda la iconografía del terror, el zombi es el único biotipo que permite plantear la cuestión en los términos que desean los guionistas (recuerden mi hipótesis de la influencia de The Wire sobre ellos en un comentario anterior) y que se acomodan a nuestros tiempos (¿europeos, occidentales…?) para el triunfo de la serie: un grupo humano sometido a una situación límite y los estragos que produce ese estrés en él, un grupo cuya salida adelante no depende el exterior sino del propio grupo y en esa pequeña atmósfera opresiva están las claves de la interpretación metafórica de la serie. Y aquí desemboco en lo que explican Justo Serna, David P. Montesinos, Jorge Fernández Gonzalo y Alejandro Lillo.

    Saludos

  32. Gracias señor Rogelio por hacerme partícipe de sus observaciones pero, lamentablemente, debo decir que el género zombi no es mi género favorito. Lo que realmente me interesa es la activación de este tipo de monstruo, y no otro, en este momento concreto.
    Siguiendo en esta línea, lo que me genera mayor interés es la vuelta al terror más visceral y emotivo en el tratamiento de este miedo a lo zombi pues ya ha sido tratado desde diversas perspectivas, desde la más terrorífica y brutal como en los planteamientos de Boyle, Fresnadillo o Balagueró a las más divertidas, como es el caso de Bienvenidos a Zombieland o Zombies party. Pero el gran éxito lo está teniendo esta visión tremendamente brutal.
    Sin olvidar que en ambos planteamientos se trata el miedo en sí y todo lo que representa lo zombi (plaga, falta de negociación, incapacidad de eliminarlos, falta de proyecto de futuro, asimilación, homogenización…) pero tienen una notable diferencia, en el primer caso es una visión con pocas esperanzas y, por el contrario, en el otro se ve una visión más optimista la cual no está cuajando en la televisión.
    Partiendo de esto, lo que más me llama la atención es la voluntad de consumir este tipo de producto con unos planteamientos tan duros y no otros más ligeros. Donde se puede observar que estos terrores, en este caso los zombis, pueden llegar a superarse mostrando una visión algo más optimista y dejando abierta la puerta a la esperanza.
    Es por todo esto por lo que me suscita muchos interrogantes el éxito de esta serie, la cual no ofrece nada nuevo pero está siendo un fenómeno en cuanto a audiencias, pues esta ficción es un producto de consumo televisivo, por tanto, un producto ofertado al consumidor en general, el cual compra o no en función de sus apetencias y es ahí donde me pregunto ¿por qué algo tan demoledor como Walking Dead está teniendo un éxito arrollador?
    Cerrando el comentario, mi observación quiere ir alrededor de por qué un producto tan específico, poco original y tan marcado como es el caso de la serie, no del cómic, puede generar tanto interés e incluso devoción, haciéndome la pregunta de por qué es esta visión tan dura de este monstruo tan específico la que está teniendo una gran acogida y no otra. Por qué demanda la sociedad estos terrores tan brutales como son lo que representa dicha serie.
    Gracias por leerme y tan solo pido in dubio pro reo.

  33. Señor Montalbán, si me permite, me meto entre usted y Rogelio López Blanco. Está claro que usted tiene un conocimiento muy documentado del género zombi. Aunque no sea su género favorito, según precisa, lo cierto es que se nota el caudal de erudiciones que reúne. Yo, desde luego, no tengo esos conocimientos. Hace bien en preguntarse por el éxito de la serie. Desde mi punto de vista, ésa es la clave. Y la respuesta no está exclusivamente en los zombis. Está en los miedos, en los desarreglos de la sociedad. Está en el funcionamiento primario y primero. ¿Qué ocurre cuando debemos refundar el mundo? ¿Realmente empezamos de cero? ¿Acaso no cargamos con nuestras experiencias y rutinas? Empezamos con experiencias y rutinas, pero los papeles ya no son idénticos y las funciones que desempeñan los personajes ya no son equivalentes a las que desempeñaron anteriormente.

    Yo he querido ver la serie como un televidente común. De ahí que me haya sumado a la masa espectadora de La Sexta. En esto lleva ventaja la gente corriente: nos dan miedo los zombis y no tenemos fuerza para teorizar sobre ello. Si nos preguntan por qué nos impresiona una serie tan normalita, seguramente responderíamos diciendo eso: ¿qué haría yo si estuviera en esa circunstancia? Si además te sirven la historia con una excelente fotografía y con un maquillaje de muertos realmente logrado, entonces el éxito es muy probable.

    A ver si la historia se vuelve más compleja, más sutil. Si hemos de creer a Rogelio López Blanco y a Juan Planas, eso es lo que ocurre en estos siete capítulos de la segunda temporada. Por lo visto hasta ahora, es así.

    Pero hay más, algo más que señalan Alejandro Lillo y Rogelio López Blanco: voy volver a mi ejemplar de ‘Filosofía zombi’ para repasar algunos datos y subrayados, anotaciones que puse…

  34. Salvo la referencia que David P. Montesinos hace en su artículo de Ojos de Papel, me sorprende que no hayamos destacado lo que supusieron los zombis del ‘Thriller’, de Michael Jackson. Pueden repasar lo que escribimos (algunos de ustedes y yo mismo) en junio de 2009.

    https://justoserna.wordpress.com/2009/06/26/michael-jackson/

    Cómo me gustó ese LP cuando lo oí en las Navidades de 1982, Dios. Era Dios…

  35. Debido a mi alejamiento del tema zombi, ni siquiera he visto un capítulo de The walking dead, no puedo por más que sorprenderme por la interpretación y tratamiento que este tema recibe y el éxito que este fenómeno tiene en la actualidad.Asisto al debate con interés. Nunca había pensado la construcción del zombi como metáfora social del hombre posmoderno,ni de sus derivaciones en otros fenómenos sociales, siempre lo había interpretado como una proyección de aspectos parciales pero presentes de la personalidad humana. Algo parecido a lo que ocurría con el Dr. Jekill y Mr. Hayde.

    Leyendo este debate no puedo dejar de pensar que al igual que , como ha afirmado en retiradas ocasiones el Sr. Montesinos, la calidad de los guionistas parece haberse desplazado del cine a las series televisivas. Tengo la impresión que los debates que se producen en la red, del que este blog es un ejemplo, supera en mucho a los que se producen, no digo ya en la televisión, sino incluso en un medio como la radio.

  36. Parece que no son 7, sino 13, los capítulos de esta temporada… Y por cierto, ni se les ocurra consultar en la Wikipedia por Walking Dead, porque destripan sin pudor alguno el desenlace…

  37. Sra. RSR, muchas gracias por ese juicio tan favorable. Sobre este blog ysobre las personas que intervienen. La verdad es que nos lo pasamos muy bien y estamos aprendiendo mucho.

    Espere a ver el próximo post. Quizá no interese tanto a tantos como los zombis, pero tratará de algo igualmente inmortal: la psiquis. Permítamelo decirlo a la antigua. Pero no quiero adelantar acontecimientos.

    Señor Planas, muchas gracias por esa advertencia. Qué peste, qué desgracia la de destripar argumentos.

  38. El tema que plantea docentegh es muy interesante y pertinente, aunque nos alejaría del asunto que nos ocupa. Un tema sobre el que podríamos estar hablando días y días.

    Explicar el éxito de una serie no es fácil, aunque antes creo que habría que relativizarlo. Si no me equivoco, Walkind Dead está teniendo éxito y más, como muy bien dice docentegh, dada la temática de la que se ocupa, pero tampoco es una locura. Creo que la media de la primera temporada se situaba en torno al 14 ó 15% de share, que está muy bien, pero no es la serie más vista aquí en España.
    Para empezar, nadie tiene la fórmula que asegure la audiencia. De hecho lo que hacen todas las series que aspiran a convertirse en un fenómeno de masas es probar, con la esperanza de que lo que productores y guionista plantean vaya a interesar a la audiencia. Algunas triunfan y otras muchas no: no es suficiente un buen guión, por ejemplo, para que una serie tenga un éxito masivo: en el resultado final entran en juego muchos más factores, entre ellos, como digo, cumplir con lo intereses y expectativas del momento.

    En el caso de “The Walking Dead” se han producido una serie de felices encuentros, confirmando ese dicho que afirma que no hay nada mejor que estar en el lugar adecuado en el momento preciso. Sin ninguna duda, la crisis económica que estamos atravesando ha influido notablemente en el éxito de la serie. Por eso lo fundamental no es tanto que Walking Dead verse sobre zombis como que el contexto en el que estos seres aparecen sea apocalíptico, se sitúe en el fin de la civilización, en el colapso del modo de vida occidental. En este sentido recuerdo que en “La noche de los muertos vivientes” no hay apocalipsis.

    Pero claro, esta primera clave, siendo necesaria, no es suficiente. Cuando docentegh comenta que es una serie que no ofrece nada nuevo, entiendo que lo dice como crítica, como si eso fuera una rémora, algo negativo, cuando en realidad es justamente eso lo que le confiere un éxito masivo. Aunque su apariencia sea rompedora y brutal (a la gente no le importa eso mientras tenga una serie de características, véase el éxito de “La lista de Schindler”) es una producción tremendamente clásica, que cumple las normas canónicas que toda creación cinematográfica o televisiva debe tener para impactar en la audiencia. No ofrece nada nuevo en cuanto a estructura narrativa porque desde los tiempos de la Odisea toda narración de éxito viene contando lo mismo. Sólo enumeraré, pues desarrollar el asunto me llevaría mucho espacio. Para empezar necesitamos un conflicto externo, un desarrollo lineal de la trama, un entorno o realidad coherente y un protagonista claro que sea activo. En la medida en que todo esto no se va cumpliendo, es decir, en la medida, por ejemplo, más que conflicto externo (“Titanic”, con Leonardo di Caprio) lo que prima es el conflicto interno del personaje (“Mad Men”), va a reducirse el espectro de espectadores a los que les va a interesar la trama; sucede lo mismo cuando, en vez de un protagonista claro, hay muchos; o cuando la trama deja de ser lineal. Evidentemente hay excepciones, pero la dinámica general es esa. “The Walking Dead” cumple ese esquema con bastante fidelidad, al menos en su primera temporada: trama mayoritariamente lineal, prima del conflicto externo al interno, realidad coherente, un claro protagonista esencialmente activo, etc., etc. En ese sentido ya pronostico que si la serie, como afirma Rogelio, deja a los zombis en un segundo plano y no es capaz de sustituir esa amenaza externa por otra, va a bajar sus índices de audiencia. De todo esto se derivan una serie de características, como por ejemplo que con tramas en las que prima el conflicto externo, los personajes son más sencillos, mientras que en aquellas en las que prima el conflicto interno, los personajes, lógicamente, tienden a ser más complejos, etc., etc.

    Lo único que quiero decir que esto es que pese a las apariencias, la serie cumple con los cánones clásicos y que aunque éstos nunca se dan en estado puro, una producción de éxito –salvo excepciones y grandes obras maestras- opta por incidir en las características que ya he comentado. ¿Es repetitivo? Sí, pero es que a los seres humanos nos gusta escuchar ese tipo de historias y que, como cuando éramos niños, nos las repitan una y otra vez: ese héroe que tienen que luchar contra enemigos poderosos para regresar a su hogar y encontrarse con su mujer y su hijo. Dentro de esa clave las variaciones son infinitas y la cosa es mucho más compleja de lo que he comentado aquí, pero creo que la muestra esquemática que he presentado sirve para explicar, aunque se parcialmente, el éxito de “The Walking Dead”.

    Luego volveré.

  39. Son varios los contextos, Alejandro Lillo ha vuelto a apuntar hacia los más importantes, el de productos para consumo de masas y el de la Gran Recesión (si es que hay que llamarla así), pero no se olvide que también aparece el marco del medio que los desarrolla, la televisión en la fórmula de series de entretenimiento. Y no quiero ser reiterativo, pero la huida de la horda, de su acoso continuo tenía que terminar de alguna manera porque era insostenible, el que se redujera a sólo seis episodios (subrayo este significativo dato) fue un efecto imprevisto pero afortunado del recelo de la productora y sus clientes Subrayo lo de “improbable” porque encaja en la sorpresa del triunfo (moderado, si se quiere) de la serie entre los espectadores.

    Y por aquí entramos en otro contexto, en el de las nuevas series de televisión donde se refugia el talento que el Hollywood de los efectos especiales, de las producciones “superespectaculares” tontainas para público adolescente y no tan adolescente, pero igualmente zombi, está marginando, dejando en un segundo plano, hasta que esa burbuja estalle (porque la entrada será prohibitiva con la escalada de los costes de los efectos y del continuo aumento del caché que supone la presencia “estrellas”, salvo que la producción y los actores virtuales manden al paro a los dobles y al star system).

    Me refiero a que la lectura de The Walking Dead no se puede hacer sin olvidar el gran cambio de coordenadas impuesto por las series de calidad como Los Soprano, The Wire, Breaking Bad, etc. ¿Quién imaginaría en la década de los 90 que algo parecido a El Padrino podría surgir en una televisión? Pues lo ha hecho, y lo mismo que esta película marcó un hito, un modelo, aquella trinidad también lo está haciendo. La penetración de la complejidad de los personajes (no a tal escala, ¡cuidado con las expectativas!) salva perfectamente la nueva temporada de The Walking Dead porque la escapada continua no tenía sentido dado que los componentes de western y road movie, incluso las dosis de espectacularidad, se hubieran agotado rápidamente.

    Insisto en los contextos, pero no se debe olvidar que, al igual que en una novela o película, las inspiraciones y referencias de una autor o director cuentan, también lo hacen en los guionistas y productores de las series. Olvidar esto o dejarlo de lado, a efectos de cómo se concibe y se configura un producto televisivo, me parece que lastra el análisis completo del fenómeno.

    Saludos

  40. Con ánimo de incordiar, me gustaría incorporar un comentario que ha dejado mi amigo Ricardo Signes en mi blog. Es de ley, puesto que, como ya he dicho, fueron suyas las primeras noticias que tuve del cómic de Kirkman y Moore. Léanlo, por favor, y seguro que advierten que, además de estar documentado, su autor tiene disposición a la polémica. Helo:

    «Parece, David, que la emisión de los nuevos capítulos de «The walking dead» ha hecho proliferar por la red artículos sesudos y no tanto sobre la serie y sobre los zombis como un efecto secundario del virus televisivo, que a mí no me toca porque solo veo reportajes sobre insectos y, además, porque lo que tenía que decir sobre eso ya lo he dicho y no me gusta repetirme. Pero a diferencia de la tele, lo que pasa por esta Cueva sí me afecta, así que a despecho de mi desinterés por la serie, aquí me tienes, dispuesto a incordiar.
    1º Cuando se habla del género zombi en general se comete un error: no tienen nada que ver las novelas y películas protagonizadas por un zombi con las protagonizadas por una legión. Las primeras están emparentadas con los monstruos; las segundas, con las plagas.
    2º Reconozco que la metáfora zombi da mucho juego para hablar de la alienación del sujeto posmoderno, bla, bla, bla…, pero a mí eso me sobra. En cuanto a fenómeno cultural su interés, para mí, reside en cómo fagocita el género literario de las zombificaciones sus referentes cultos originales (por ejemplo «Sentido y sensibilidad zombis» o «El Lazarillo zombi».
    3º La serie «The Walking Dead» no me parece mala, tan solo redundante, pues lo mejor que tiene ya está en el cómic, y no aporta nada nuevo.
    4º Me llama la atención la poca presencia que suele haber en los debates sobre el tema zombi de referencias a obras maestras como «El reino de este mundo», de Alejo Carpentier, o «Yo caminé con un zombi», de Tourneur.
    5º En cuanto a género popular la fórmula narrativa es tan vieja como el folletín. Basta con leer el prólogo de Eugenio Sue de sus «Los misterios de París» para reconocer en ésta lo que hoy nos dan en cubos de casquería.
    Y por ahora basta.
    Un saludo.»

  41. Por cierto, comparto algunas de las cosas que dice Signes, no todas, pero sí coincido con él en la trascendencia de la novela de Alejo Carpentier a la que hace referencia, aunque hace tantos años que la leí -y debo decir que me maravilló-, que había olvidado la referencia al asunto que nos motiva estos días. Aunque se trata de Haití, claro…

  42. Ricardo Signes:

    Parece, David, que la emisión de los nuevos capítulos de «The walking dead» ha hecho proliferar por la red artículos sesudos y no tanto sobre la serie y sobre los zombis como un efecto secundario del virus televisivo, que a mí no me toca porque solo veo reportajes sobre insectos y, además, porque lo que tenía que decir sobre eso ya lo he dicho y no me gusta repetirme. Pero a diferencia de la tele, lo que pasa por esta Cueva sí me afecta, así que a despecho de mi desinterés por la serie, aquí me tienes, dispuesto a incordiar.

    1º Cuando se habla del género zombi en general se comete un error: no tienen nada que ver las novelas y películas protagonizadas por un zombi con las protagonizadas por una legión. Las primeras están emparentadas con los monstruos; las segundas, con las plagas.

    2º Reconozco que la metáfora zombi da mucho juego para hablar de la alienación del sujeto posmoderno, bla, bla, bla…, pero a mí eso me sobra. En cuanto a fenómeno cultural su interés, para mí, reside en cómo fagocita el género literario de las zombificaciones sus referentes cultos originales (por ejemplo «Sentido y sensibilidad zombis» o «El Lazarillo zombi».

    3º La serie «The Walking Dead» no me parece mala, tan solo redundante, pues lo mejor que tiene ya está en el cómic, y no aporta nada nuevo.

    4º Me llama la atención la poca presencia que suele haber en los debates sobre el tema zombi de referencias a obras maestras como «El reino de este mundo», de Alejo Carpentier, o «Yo caminé con un zombi», de Tourneur.

    5º En cuanto a género popular la fórmula narrativa es tan vieja como el folletín. Basta con leer el prólogo de Eugenio Sue de sus «Los misterios de París» para reconocer en ésta lo que hoy nos dan en cubos de casquería.
    Y por ahora basta.
    Un saludo.

    Justo Serna:

    La serie de televisión ‘The Walking Dead’ ha provocado un efecto: que hablemos de los zombis. No hablamos de estos seres por este cómic o por aquella película. Han regresado porque la pequeña pantalla les ha devuelto la vida. Hemos tratado de analizar estos aspectos en revistas y blogs vecinos a partir de libros interesantes y discutibles como ‘Filosofía zombi’.

    Seguramente es un tema poco refinado, pero la cultura de masas es así: una muchedumbre físicamente diseminada comparte estímulos culturales ya probados a partir de un denominador común, un mínimo común denominador.

    Es lo que tiene: que no mejoramos; simplemente nos repetimos. Lo aprendimos de los clásicos. Y nos lo repitieron con mucho salero Jordi Balló y Xavier Pérez en ‘La semilla inmortal’. ¿D qué hablaban? De los clásicos y sus reiteraciones.

    Anonymous:

    Qué sugerente el tema de los zombis, claro que sí. Me gusta eso que escribe en su reseña: «como los zombis, no sabemos que somos zombis», aunque yo no soy tan negativo con respecto a la posmodernidad: pronto llegarán los Chinos y se acabarán las tonterías.

    Fuera de bromas, sí que hay algo de indiferencia zombi en nuestras sociedades, pero, ¿acaso no la ha habido alguna vez? Pasadas las utopías colectivistas, parece que cada uno busca la «salvación» en el plano individual. Poco se puede hacer ante el tropel zombi, pero bueno, habrá que resistir.

    Concluyo recomendando vívamente (je, je) la novela «Soy leyenda», de Richard Matheson. En una sociedad formada por zombis, quizá el monstruo sea el que no es así.

    Feliz festín.

    Magno

    David P.Montesinos:

    No sabía, señor Signes, de más interés entomológico por su parte que el de Gregorio Samsa. No había pensado en esa distinción tan afinada entre relatos de plagas y relatos de zombis individuales, pero tomo nota de ella. Hago lo mismo respecto a todos sus demás comentarios, francamente provechosos por bien explicados y bien documentados, aunque, por aquello de devolverle el incordio, una pequeña discrepancia. Yo no creo que un producto audiovisual, sea cinematográfico o televisivo, pueda «no añadir nada» a la base de cómic, novela o ficción literaria del tipo que sea, pues se trata de lenguajes completamente distintos. A veces hay películas que llegan a resultar más interesantes que el original -«Rebeca», obra maestra de Hitchcock arranca de una novela muy cursi de Daphne du Maurier-, aunque suele ser raro, pero en uno u otro caso establecemos comparaciones que es mejor evitar. La serie Walking dead sujeta parte -solo parte- de su guión a la base de Kirkman, pero a partir de ahí hablamos de productos completamente distintos.

  43. Como veo que David copia aquí mi comentario de su Cueva, le ahorro ahora la faena y yo mismo copio mi réplica cavernícola:
    «No quiero hablar de lo que no sé, así que mi comentario se limita a los dos primeros capítulos de la serie, que son los únicos que he visto. Dices que el cómic y la serie son dos productos distintos; vale, pero la segunda toma el primero como un storyboard con una fidelidad asombrosa, hasta en las angulaciones de los planos. Por eso digo lo de redundante y por lo mismo no llegué a ver el tercero.
    2. Justo Serna dice que los zombis «han regresado porque la pequeña pantalla les ha devuelto la vida», pero cualquiera que sea habitual de las librerías especializadas en cómics sabe que ese virus creció y se extendió en fanzines, cómics, adaptaciones zombis de novelas y alguna que otra novela original («Apocalipsis Z», «Manual de supervivencia zombie», etc.). La serie simplemente extiende un poco más la plaga.
    3. La diferencia, David, entre las obras sobre un zombi y las de zombis son tantas que conviene delimitar bien el género. Lo que llevo leído en algunos blogs amigos se refiere casi exclusivamente a lo segundo.
    4. Por concretar un poco más la referencia a «Los misterios de París». Encuentro en «Sueños y mitos de la literatura de masas», de Vittorio Brunori, una cita a ese prólogo en un capítulo titulado significativamente «El recetario de la novela por entregas: lo pintoresco, lo fantástico, el superman». Dice Sue: «Trataremos de ofrecer a los ojos del lector algunos episodios de la vida de otros bárbaros, no menos alejados de la civilización que aquellos salvajes de Cooper. Con una diferencia: que estos de quienes hablamos están entre nosotros y podemos encontrarlos tan pronto como nos aventuremos en los tugurios donde se reúnen para planear robos y homicidios o para repartirse los despojos de sus víctimas.» Bastaría quitar lo de robos y ya tenemos ahí a los zombis.

  44. Respuesta a Ricardo Signes:

    1. David P. Montesinos copia aquí su comentario. Y lo copio yo mismo para ilustración de los lectores. Para que sepan qué se cuece en otros blogs. Entre otras cosas dice Ricardo Signes: «2. Justo Serna dice que los zombis “han regresado porque la pequeña pantalla les ha devuelto la vida”, pero cualquiera que sea habitual de las librerías especializadas en cómics sabe que ese virus creció y se extendió en fanzines, cómics, adaptaciones zombis de novelas y alguna que otra novela original (“Apocalipsis Z”, “Manual de supervivencia zombie”, etc.). La serie simplemente extiende un poco más la plaga». ¿La serie simplemente extiende un poco más la plaga?

    El 31 de octubre de 2010, la AMC emitió el primer episodio de la serie ‘The Walking Dead’. Reunió a 5,3 millones de espectadores. Eso la convirtió en la seire de mayor éxito de dicho canal «y de todos los canales de cable», nos recuerda Lorenzo F. Díaz en libro que le dedica a ‘The Walking Dead’. «A medida que se estrenaban los capítulos, la audiencia fue creciendo hasta alcanzar los seis millones en la sexta y última entrega [de la primera temporada]», añade Díaz. Poco tiempo después, la productora anunció la renovación (es decir, la segunda temporada, que es la que ahora emite La Sexta). Y este hecho «se confirmó extraoficialmente con el éxito internacional de la serie, estrenada casi simultáneamente en 120 países», concluye Díaz con datos que en efecto son corroborables.

    La pregunta que Ricardo Signes debe hacerse es: «¿La serie simplemente extiende un poco más la plaga?»

    2. Las palabras que usted cita de Sue en ‘Los misterios de París’ no son de su prólogo sino de su primer capítulo. Si repasamos la obra (que he citado en algunas ocasiones), si repasamos ‘La sagrada familia’, de Marx y Engels, y si repasamos ‘El superhombre de masas’, de Umberto Eco, tendrá referencias más directas. Si además añadimos ‘¿Qué es la cultura popular?’, de Antonio Gramsci (en edición de Anaclet Pons y mía), entonces confirmará algo más.

  45. Ahí debo añadir algunas anotaciones, Justo, que compartimos quienes hemos seguido el fenómeno zombi desde los últimos quince años… La importancia que tiene la serie de TV The Walking Dead para los aficionados del género es mínima… En mi caso, y en el de riadas de jóvenes que nos encontramos por debajo de los 30, la verdadera revolución viene de los videojuegos (pienso en Resident Evil, en Dead Rising, en Left4Dead) todos ellos anteriores a la serie. Solamente el Resident Evil 5 ha vendido más de cinco millones de copias, casi tantos como espectadores tiene la serie. Un milloncejo más, un milloncejo menos, no es una cantidad importante para un público, el los lectores de cómics o los gamers (jugadores de videojuegos hasta extremos enfermizos), que mueve cifras mucho más importantes que las del cine y la televisión. Si alguien a entrado al tema zombi por la serie quizá no se haya dado cuenta de la de gente que había ya allí, para quienes la serie no es más que otra palada más de arena en el desierto…

  46. Un fenómeno como ‘Crepúsculo‘ –al margen de sus cualidades o su falta de cualidades– no depende de la tradición vampírica, sino de los millones de espectadores y lectores de dicha historia, que la reciben en el momento oportuno. ¿Por qué otros vampiros posmodernos no han tenido éxito?

    Al analizar los productos de la cultura de masas hay que observar los fenómenos que de entrada no se explican, que parecen inexplicables, que rompen las expectativas. La serie ‘Pan Am‘ es sesentera como ‘Mad Men‘. Sin embargo, ha sido acogida con frialdad.

    El éxito no está en la literatura zombi que precede a la serie ‘The Walking Dead‘. El suceso está en que reúne características nuevas, imprevistas y a la vez parcialmente previsibles. Como los best sellers: promoción, repetición, serialidad, actualidad, reconocimiento, sentimiento. Ah, y algo o mucho de calidad.

  47. La estadística es irrefutable, así que corrijo: «la serie simplemente extiende mucho la plaga»; y le agradezco su puntualización a la cita de «Los misterios de París», aunque en el fondo da igual que se refiera al prólogo que al primer capítulo.

  48. Yo también tengo que agradecerle la respuesta, señor Signes. Creo, de todos modos, que el adverbio «simplemente» sigue siendo desdeñoso con una serie que, por lo que llevamos visto, no es un producto secundario o simplemente deudor de la plaga zombi.

    Lo que ha hecho tener audiencias millonarias a esta serie no son los lectores de la literatura zombi, sino los espectadores corrientes que no precisan erudiciones o que no tienen interés particular en los muertos vivientes. O que ignoran qué es ‘Resident Evil’.

    ‘Los misterios de París’ —al que me referí tiempo atrás— fue un éxito rotundo porque Sue la pensó para el gran público (como dicen los franceses), para personas que ni siquiera sabían leer: disfrutaban de los acontecimientos novelescos gracias a la lectura en voz alta: en las esquinas de París, nos cuenta Umberto Eco inspirándose en Gramsci, siempre había alguien que sabía leer y que lo hacía para una audiencia entregada y ávida de novedades.

    Como dije, quizá ‘The Walking Dead’ no sea un producto inmortal (a pesar de tener a tanto zombi), pero sus creadores y responsables han sabido idear algo y desarrollarlo para un público vasto. ¿Y basto? Quizá el equivalente de aquellos oyentes que esperaban la nueva entrega de ‘Los misterios de París’.

    En efecto, quienes han ideado la serie televisiva sin duda incorporan elementos del folletín, tan habitual en las ficciones populares. Hay que presentar situaciones extremas, emocionalmente extremas. Y hay que serializar los hechos con caracteres reconocibles. Un héroe, una heroína, una amenaza constante, una comunidad de socios, amigos o parientes, una circunstancia rota y una tarea pendiente: la reconstrucción del mundo, la restitución de la verdad o la revelación de una identidad confusa. ¿Ejemplo? Pongamos el ejemplo de la obra que usted cita.

    Fleur de Marie, de ‘Los misterios de París’, no era la indigente que ella misma creía ser, sino una dama de noble cuna que ignoraba su origen.

    Ah, señor Signes, no es irrelevante que las palabras de Sue que usted cita pertenezcan a un prólogo o al primer capítulo. Si fuera el primer caso, entonces el autor presenta la obra y permanece al margen. En cambio, si ya estamos en el primer capítulo, entonces el autor se entromete y se confunde propiamente con el narrador. Éste es el caso y de ello se derivan efectos. Punto y aparte.

    Lo que son las cosas. Pensaba cambiar ya el post, pero sus amables intervenciones me hacen mantener algo más la entrada de ‘Los zombis’. Ustedes dirán.

  49. Echarse encima a un muerto.

    Los zombis están siendo una simpática plaga en el blog. Llevamos varios días con el asunto y el tema ha generado multitud de comentarios: nada descarnados (como ocurre con los muertos vivientes), sino muy enteros. Hemos ido troceando el desarrollo de este asunto, tan presente en la ficción televisiva, y hemos alanceado al muerto. Algún seguidor del blog puede pensar que el tema ya huele. No sé. De todos modos, pocas maneras hay de espantar a los zombis cuando merodean: quizá la mejor sea echarse encima a un muerto para que el tufo los confunda y se marchen.

  50. Pues yo detecto cierto desdén hacia las creaciones destinadas a un público masivo, como si por el simple hecho de serlo fuera suficiente para desprestigiarlas. Y no es que me gusten especialmente ese tipo de productos –he sido, por ejemplo, muy crítico con la primera temporada de “The Walking Dead”-, pero imagino que algún mérito tendrán, no creo que les hagamos justicia apartándolos así, sin más consideraciones.

    Hay que tener cuidado porque lo que para unos es basura, para otros puede representar el aliciente necesario para seguir adelante, un espacio de ilusión y descanso que les permite escapar de una desagradable realidad, no por cotidiana menos repulsiva. La basura (lo que cada uno considera que es basura), más que desprecio (y que conste que no he sido ajeno a esa impresión) debería causar curiosidad: por un lado dice mucho de la sociedad que la produce; por otro, uno nunca sabe lo que puede encontrarse entre los desechos, quizá incluso hasta alguna joya.

    Por eso mismo tampoco me fío mucho de los cánones, y menos de los literarios. Su aceptación acrítica escamotea una parte importante de la realidad, y coloca al seguidor de esas listas en una posición ciertamente cómoda y elevada. Sin embargo, la gran obra literaria rara vez es representativa. Viene a ser casi una excepción, un producto que de alguna forma trasciende las limitaciones de su tiempo: la realidad es algo más bien corriente y tan mediocre… que entiendo que en ocasiones resulte difícil de asumir. En ese sentido hay que tener cuidado con las separaciones que establecemos entre la alta y la baja cultura. Quizá no existe entre ellas tanta distancia como podemos pensar.

  51. Magnífico apunte, Alejandro. Tampoco he sido, ni soy, del todo ajeno a ese desdén hacia todo lo que acaba deviniendo una especie de acontecimiento masivo… y sin embargo, algo ha de haber -algo de peso y valor, quiero decir- en la confección de un producto así -una serie de éxito o un simple best-seller, si hablásemos de literatura, por ejemplo- que no está al alcance de cualquiera… Con todo, me quedo como estoy, que es -también- tal y como soy; es decir, del lado de una minoría que, por supuesto, por no ser, no es ni siquiera inmensa:-)

  52. No me interno en la polémica entre Ricardo y Justo porque manejan documentación de la que,en algunos casos al menos, están más versados que yo. Lo que sí creo es que estamos ante un fenómeno de masas, Y eso, a mí al menos, siempre me despierta curiosidad. En ocasiones he juzgado productos televisivos que no me seducían en absoluto, como «Lost» o «Sex and the city», y tengo previsto no tardar mucho en hacerlo con «Friends», ahora que ya parece un remoto pero exitoso e influyente pasado. Siempre me hago la misma pregunta: ¿por qué le gusta a la gente?

    Ante tal cuestión, que a mí me guste o no el producto en cuestión es completamente insignificante. En el caso que nos ocupa, simplemente me divierte, ya está. Si nos refiriéramos a productos de altísima calidad como The wire o Mad men, la cuestión no sería su éxito, pues éste no es exactamente lo que llamaríamos un éxito masivo.

    Respecto al matiz que le hice a Ricardo sobre la heterogeneidad irreductible entre los dos lenguajes, entiendo y asumo perfectamente su alusión al story board y la calificación de «redundante». Simplemente es que yo, que conozco la primera parte del cómic porque el propio Ricardo me la acercó, no lo experimento de esa manera cuando me pongo delante de la televisión. Tengo la impresión de que creo más que él en la posibilidad de crear buena televisión, aunque ya sé que lo común es que nos proporcionen lo que él llama casquería.

    Esta reflexión enlaza con la que hace Alejandro. Me hace pensar en muchas de las cosas que todos aprendimos con «Apocalípticos e integrados» respecto al valor ideológico que puede llegar a adquirir una asunción demasiado estricta de esa vieja brecha. Creo que mis alumnos deben leer la Introducción a la Crítica de la Razón Pura de Kant y que debemos dotarles del utillaje conceptual necesario para aprender a hacer luz en lecturas complejas pero enormemente valiosas. Y me viene también a la cabeza lo que recientemente dijo el director de The wire, preguntado en relación a la complejísima red narrativa que traza su saga: «que se joda el público». Y les aseguro que se trata de una serie magnífica. Creo que lo exquisito cuesta y que los gustos se educan.

    Ahora bien, y como dice Lillo, considerar directamente prescindible un producto de éxito masivo simplemente por serlo es uno de los peores errores imaginables, especialmente dañino en una sociedad como la que tenemos. Fíjese, la música de Beethoven fue considerada bárbara, simplista y emocional por los academicistas de su tiempo, música popular y por tanto despreciable. Mucho tiempo después, esa música nos sigue diciendo cosas, exactamente igual que la Crítica de Kant.

  53. Efectivamente es precisa y oportuna la apostilla de Alejandro Lillo. Exacta. Me sumo a la valoración que hace Juan Planas. Como me sumo a su estado de ánimo: a la ambivalencia, a la admiración y a las dudas que nos provocan los best sellers.

  54. Buenos días.

    En pocas horas, nuevo post. No puedo decir con precisión cuándo. Pero será hoy mismo. No les voy a pedir que permanezcan atentos a la pantalla, claro. O sí…

  55. Prefiero Mad Men, True Blood, Gilmore Girls, Dexter, Dos metros bajo tierra…
    Pero también estoy viendo Walking Dead.
    No obstante, el abuelo de la serie es La noche de los muertos vivientes de George A. Romero. En blanco y negro.

  56. […] JS, “Los zombis”, Los archivos de JS, 1 de diciembre de 2011 Valora esto: CompartirCorreo electrónicoImprimirMe gusta:Me gustaSé el primero en decir que te gusta esta post. Publicado por jserna Guardado en Comunicación, Muerte, Televisión Etiquetas: Don Draper, Mad Men, Rick Grimes, Shane, The Walking dead Deja un Comentario » […]

  57. […] incursiones, el cineasta no ha encontrado mierda, aunque sí restos y vida. No ha encontrado zombis, aunque sí supervivientes del mundo superficial. No sé si en sus corredores ha discurrido lo más […]

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