Las Fallas. Lo que queda de ellas

Pasajes de JS, La farsa valenciana (Madrid, Foca, 2013).
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LaFarsaFallas.
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Uno. “…¿Qué ocurre en nuestros días? Hay entre los falleros gente moderada y sensata, gente que se explaya y que se solaza sin infligir daño y sin agredir. Pero hay otros, personajes temibles que viven agazapados durante el resto del tiempo y que como fieras irrumpen ahora, personajes que se arrogan el derecho al estruendo y al rugido, cuando nadie les niega el derecho a expresarse ordinariamente puesto que viven en sociedades permisivas. Es por eso que las fiestas populares son aquí y allá la excusa para que algunos brutos se ensañen con los débiles, para que muchos se arranquen la careta de la sociabilidad y de la cordura y se entreguen con desenfreno a un delirio colectivo…”
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Dos. “Se pronuncia la misma proclama de nuestra alcaldesa, ese ditirambo inaudible con que se abre cada año la juerga del pim pam pun, ese sermón festivo con que la enérgica munícipe agita al vecindario y a los forasteros. Se instalan las mismas carpas, que ocupan el espacio como si fueran gigantescas tiendas de campaña, con una multitud que vivaquea al raso. Regresan los cohetes cuyo estruendo se apagó y niños fieros con idéntica furia desenvuelta, espoleados por unos padres incendiarios, nos aturden con una pirotecnia temeraria. Se levantan unos monumentos que creíamos desaparecidos, combustible de otras Fallas, pero que reviven igual, con la misma estética acomodaticia, con esos muñecos que ya teníamos vistos, con esos petimetres gobernados por mujeronas de grandes curvas y de pechos nutricios. Se engalanan las calles con idénticas banderitas y perillas de colores, unas calles en las que estalla durante días y días una jarana desconsiderada y non stop. Reaparecen vecinos a quienes habíamos perdido la pista, habitualmente comedidos y silenciosos, ahora convertidos en portavoces uniformados del contento multitudinario. Se amontona la misma inmundicia: los mismos papeles, las mondas de fruta, los cascos y los vidrios rotos de otros tiempos. Más aún, da grima oler, como siempre, a ciudad meada, a amoniaco: el mismo rincón de todos los años es bueno para el alivio mingitorio. Un vandalismo recreativo que destruye y quema con ardor los enseres del mobiliario urbano transforma el aspecto de la ciudad y nos la deja como tiempo atrás, como hace doce meses. No hay nada nuevo: siempre el mismo estrépito y la misma ilusión…”
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Tres. “…Una arrogante brutalidad de cristales rotos, la incultura adueñándose de ciertas calles, el estrépito motorizado, el desenfreno de la pólvora y del fuego, el engreimiento de quienes incendian papeleras, contenedores, orinan por todas partes. Mientras tanto, nuestros munícipes parecen callar o jalear a los juerguistas como si ya estuvieran resignados a la expansión, como si sólo fueran capaces de demagogia…”
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Cuatro. “…Afloran aquí y allá los mismos tenderetes que ciegan las aceras impidiendo el tránsito de peatones. Se emplazan innumerables puestos de churros y buñuelos cuyos humos y aceites asfixian… dejando el paladar y el olfato embreados. Estallan los mismos cohetes, nos ensordece el mismo estruendo y jovencitos feroces e insaciables, con idéntica energía, acicateados por unos padres temerarios que por momentos parecen olvidar la cordura, nos estremecen. Se instalan unos monumentos falleros que creíamos ya incinerados, años atrás. Se adorna la vía pública con idénticas señeras y bombillas de colorines, con las mismas banderolas que con insistencia nos advierten, por si alguien lo había olvidado, que estamos en tierra de valencianos: las mismas perillas que anuncian con despilfarro, con disipación, el general regocijo, una vía en la que todo el mundo parece entregarse a una furiosa bulla de discomóvil. Se acumula la misma basura: los mismos botes estrujados de cerveza y las mismas botellas astilladas de whisky. Produce desagrado oler, como siempre, a ciudad amoniacal y mefítica, el vómito esparcido con que los más jaraneros o incontinentes se alivian rociando el asfalto y los adoquines. Es un vandalismo mediterráneo, claro, salpicado de orín y gentío…”
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Cinco. “…Quienes se oponen lo detallan así: las fiestas son verbenas atronadoras con disco móvil; son padres e hijos entregados a la explosión; son jóvenes entonándose con descaro o bebiendo cubalitros de garrafón; son calles tapizadas con vidrios, con restos carbonizados, calles regadas con orines. ¿Y qué hacen los agnósticos de la Falla? Como ya no esperamos nada, simplemente nos entregamos, nos rendimos o nos vamos. Algunos incluso rezan a San Josep para que nos libre pronto de todo esto. Esperamos -eso sí- que el propio santo no acabe entre las piras humeantes del jolgorio municipal…”
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Seis. “…De repente, la ciudad se vuelca al exterior: hay que vivaquear bajo sombrajos muy suntuosos. Y de pronto, todo el mundo parece alimentarse con buñuelos y churros. Imaginen la escena preferentemente nocturna. Las calles iluminadas por miles de lámparas, con una ornamentación recargada y predecible. ¿Crisis? Aquí no hay contaminación lumínica. Lo que tenemos es disipación mediterránea. Como Rita Barberá. Pero sigan por esa ciudad festiva. Los aceites asfixian o atufan, las explosiones asustan, la jarana ensordece. Para acabarlo de arreglar, bombas de gran estruendo explotan siempre a tu lado. Todo es un frente: con esa pestilencia que dejan los orines, las cervezas y los alcoholes mayores, y con esas brasas que aún humean. Con un poco de suerte no tropiezas entre botes y botellas astilladas. Hay furia explosiva, mucho retumbo y gran algarabía: de cuando en cuando oímos a la alcaldesa. Y hay también un vandalismo imaginable: el incendio del mobiliario urbano. Un ejemplo. Días atrás apresuré el paso cuando estaba cerca de un contenedor de vidrio. Unos perturbados ya talludos lanzaban cohetes al interior. La detonación fue extraordinaria: el ruido de las esquirlas acobardaba, pero ellos se reían a mandíbula batiente. Y eso es lo que hacían: batían palmas de tan divertidos como estaban con su pirotecnia demente….”

3 comentarios

  1. Maravilloso lenguaje. La descripción es un baluarte con fuerte identidad para un babieca como yo.

  2. Perdone, Rogelio. No acabo de entender lo que me quiere decir. Si usted se califica de babieca, entonces no es tan animal como dice ser. O al menos pertenece al grupo de los más refinados.

  3. ¿Creerá Ud., que he visto acá en Argentina una Falla Valenciana ?.Para ser preciso fue en la ciudad de Mar del Plata (con abundante comunidad valenciana), calculo que sería en 1963 ó 1964. Fue un espectáculo inusual sin duda para mi edad en ese tiempo . Claro, otra cosa es tenerla todos los años, con el estrépito, aceites, orines y otros etcéteras . Saludos

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