Días atrás, el doctorando Francisco Raya leyó y defendió su tesis, una obra académica dirigida por mí. ¿Su título? El Padrenuestro de la Aldea Global. Así, con mayúsculas. Mucha fatuidad…
Por supuesto un trabajo académico merece todo el interés. Tras los cientos de páginas hay un esfuerzo siempre titánico, horas y horas de lecturas inacabables y semanas o meses de soledad e incertidumbre. Nadie sale indemne de una tesis. Los hay que se pierden, se desorientan; los hay que no regresan. Hay que volver a respirar… Hay que reponerse.
El título que Francisco Raya le da a su trabajo es original y provocador. Reúne un término religioso, concretamente cristiano (‘Padrenuestro’), con una fórmula (‘Aldea Global’) que es un hallazgo de Marshall McLuhan.
El Padrenuestro es una oración católica en la que el creyente acepta por fe las verdades reveladas. Enumera y detalla las figuras de la confesión religiosa que forman parte del universo cristiano. Y es en síntesis el relato completo del advenimiento de Cristo y el porvenir, la Segunda venida del Salvador. Tiene una dimensión universal, que se plasma con la Cristiandad como fenómeno global.
Vayamos a McLuhan. La Aldea Global es una formulación que trata de describir las consecuencias culturales de la comunicación, inmediata, mediata y planetaria. Detalla los efectos de la información generalizada, aquella que posibilitan los medios de comunicación audiovisuales. ¿Qué implica?
Que el hecho de ver y oír de manera continua a personas nos las hace contemporáneas y vecinas. Sugiere que, en especial, captar hechos convertidos en acontecimientos y oír permanentemente a individuos –como si estuvieramos en el momento y lugar donde ocurren– crean un efecto: el de revivir las condiciones de vida de una pequeña aldea.
Percibimos como ordinarios y cotidianos eventos e personas probablemente distantes en el espacio o en el tiempo. Tenemos la impresión de estar allí, de participar, de incorporarnos a algo de lo que no somos ni protagonistas ni testigos. A la vez, esa consciencia de lo obvio, de lo cotidiano (por muy lejano que sea o esté), hace que no nos preguntemos sobre la evidencia, la presunta evidencia, sobre la parcialidad de los mensajes, datos o informaciones que recibimos.
La fórmula Aldea Global fue acuñada por el sociólogo canadiense Marshall McLuhan. Esa concepción aparece varias veces en distintos libros, señaladamente en: La Galaxia Gutenberg. La formación del hombre tipográfico (1962) y Comprender los media (1964).
El mundo está irreconocible desde hace varias décadas, diagnostica McLuhan. Estamos experimentando un cambio profundísimo como consecuencia de los efectos que la fotografía, la radio, el cine, el teléfono, la televisión y finalmente el procesamiento digital provocan en los receptores: en los destinatarios de los medios de comunicación audiovisuales.
Vivimos al instante (o eso creemos) lo que sucede en cualquier parte del mundo, como nunca había ocurrido. Eso implica que la vasta gama de nuestros intereses se multiplica y, por tanto, aquello que nos atrae es quizá lo más distante. Jamás había ocurrido algo así.
Vivimos en nuestros nichos ecológicos, en recintos incluso cerrados, y sin embargo accedemos a informaciones distantes que nos cambian la vida. Un noticia lejana no sólo nos conmueve. También cambia nuestras creencias, nuestras percepciones y hasta nuestros criterios de discriminación. Cambia la religión de los católicos, la confesión de los cristianos, los criterios morales de agnósticos y ateos.
Hemos pasado de la palabra escrita, de la civilización de la Palabra y el Libro, a la cultura intermitente de la imagen y del sonido. Ya no es obvio sólo lo que la tradición (religiosa o no) nos dicta, sino también lo que recibimos constantemente.
Bajo ese alud de datos, los criterios morales –ya digo– se resienten. Y cada vez nos resulta más complicado determinar cuál es la conducta éticamente correcta. ¿Por qué? Porque llegamos a conocer, aunque sea superficialmente, los comportamientos y los valores de otras comunidades que no forman parte de nuestra vida cotidiana, de nuestro sentido común, de nuestras evidencias. Lo evidente es lo que no se discute, lo que no puede ser debatido porque por todos es aceptado y convenido.
Vivimos, pues, en un mundo enredado, un espacio cultural o una red de interdependencias. Vivimos en un mundo en el que crece el relativismo. Cada vez más nos sentimos huérfanos de referentes y de referencias globales, de normas y valores propios.
Vivimos en un mundo en el que un hecho lejano trastorna más que un acontecimiento local, un mundo en el que los eventos grandes o pequeños pueden cambiar el orden de las cosas.
Eso significa que, en principio, la gran creencia y la religión pierden fuerza. La comunidad moral de los creyentes se debilita y la secularización desarraiga. ¿Es así?
El tema que Francisco Raya aborda es decisivo en la época contemporánea. Tratar de la secularización, de las resistencias religiosas, de los cambios credenciales es del mayor interés. Vivimos en un mundo en el que estos factores son cada vez más relevantes. No estamos en el proceso de desencanto religioso, como augurara Max Weber, sino en una etapa de politización religiosa, en una era de secularización axiológica.
La metodología empleada por Francisco Raya para abordar estos fenómenos es preferentemente sociológica. Pesa el sociologismo en la tesis y se nota, aunque debamos valorar positivamente su esfuerzo intelectual. Hay un conocimiento abundante de la bibliografía al uso, probablemente excesiva. Pero hay un babelismo terminológico fruto de numerosas lecturas no siempre bien asimiladas.
Los resultados obtenidos son relevantes aunque la forma de expresión no sea siempre la mejor. Es más: resulta en ocasiones ilegible la prosa, con una mezcla académica de tradiciones quizá mal combinadas. Lo que no se puede negar es el combate teórico que ha librado el doctorando hasta hacer de su tesis un texto hermético. No lo digo como virtud.
En efecto, la expresión escrita es realmente pesada, quizá hasta insoportable en determinados momentos. Siento decirlo. Ahora bien, la retórica abundosa, los neologismos innecesarios y la oscuridad léxica y sintáctica no empecen, no son impedimento. El doctorando pone todo el énfasis en su examen. Y sobre todo pone todo el énfasis en demostrar la vigencia del factor religioso. Es un dato incontrovertible. Pero si me permiten no me pronunciaré sobre él credencialismo que le mueve, que le inspira.
El tiempo y la época son desapacibles. El mundo va la deriva y eso que pensamos nuestro ya no forma parte de nuestras pertenencias. Hemos sido sometidos por un clero de nuevo cuño. Hemos sido subyugados.
La existencia prácticamente carece de sentido individual y nuestras respuestas son monocordes. Como si de una oración comunitaria se tratara. Vivimos en la pesadumbre y yo, miembro de este Tribunal, no consigo regresar tras la lectura. Me veo incapaz de juzgar esta tesis de Raya. Me veo convertido en piltrafa. Necesito que alguien me auxilie.
¿Hay alguien ahí?